domingo, marzo 07, 2010

Las mil y una historias de los organilleros en Chile




PATRIMONIO MUSICAL | Son pocos, pero siguen "vivitos y coleando"
En un país sin carnavales, han sido la manifestación musical callejera por excelencia durante más de un siglo. Antes eran mal mirados, hoy incluso hacen serenatas. Por estos días de verano están desperdigados de norte a sur.

Nicolás Rojas Inostroza

Inicios del siglo XIX. En el encuentro de las fronteras de Suiza, Francia y Alemania, se crea un complejo sistema de cilindros y púas comandado por una manivela, que permitía reproducir antiguas melodías a través de una "pequeña orquesta" escondida en un cajón. Nacía el organillo. Muy probablemente su creador nunca pensó que su invención sería popular en las calles y plazas del país más austral del mundo.

Hoy los tiempos han cambiado. Ya no se viven los años de gloria de los albores del siglo XX, pero el oficio ha derivado en nuevas formas. Por $50.000 se puede arrendar por hora para cumpleaños, matrimonios y hasta inolvidables recepciones en el aeropuerto. La música también se ha modificado. Las últimas canciones incorporadas al catálogo son de Elvis Presley, valses de Strauss y un hit seguro, "Delilah" de Tom Jones.

En blanco y negro

La historia de los organillos en Chile es esquiva. Se remonta, según el fallecido luthier Enrique Venegas, al arribo del alemán José Strup, en 1895. "Por lo menos 30 o 40 años antes", contradice al otro lado del teléfono el musicólogo Agustín Ruiz, "porque la modalidad que tiene de trabajar el organillero chileno corresponde al estilo genovés, particularmente en la costumbre de andar con el loro de forma trashumante". Ruiz argumenta que los organilleros italianos llegaron a Buenos Aires a mediados del siglo XIX, como músicos aventureros que abordaban barcos de inmigrantes.

El organillo convivió, en sus años de gloria, con la pianola y el gramófono. Por esos días estaban de moda los instrumentos para "hacer música" en casa. La novedad fue tal que poseer organillos en Chile se convirtió en un atractivo negocio. "Eran pequeños empresarios que importaban 15 o 20 máquinas, en su mayoría alemanas. Un negocio redondo, pues constituían la radio de la época", recuerda Agustín Ruiz.

"Los cilindros se fabricaban en Alemania en base a música que se pedía desde Chile. Los éxitos del momento se editaban en partituras para piano y éstas se enviaban a las fábricas de cilindros, que las transformaban para ser interpretados en los organillos", añade el musicólogo Juan Pablo González. Siempre eran ocho partituras, que son las que caben en el cilindro que se reproduce al interior del cajón de 40 kilogramos.

Partituras y juguetes

En el primer lustro del siglo XX -era de esplendor del instrumento aerófono-, Carlos Pezoa Véliz escribe su poema "El organillo", en el cual el instrumento le enrostra a un vagabundo: "¿Y cómo quieres que calle toda esa vida penosa que no hay quien no halle?". Eran otros tiempos. En ese entonces, Santiago contaba con carnavales y abundaban retretas de las bandas civiles o militares.

El libro "Historia Social de la Música Popular en Chile: 1890-1950" consigna el episodio en que decenas de organilleros tocaron al unísono en el Parque Forestal. Fue un estruendoso regalo que hicieron los jóvenes a la ciudad en la fiesta de la primavera de 1919. Dieciocho años más tarde se importó el último organillo a Chile. En la década del 40, los instrumentos decayeron debido a la masificación de la radio. Los patrones vendían las cajas musicales a sus empleados. Pero la manivela seguía echando al vuelo valses, tangos, tonadas, cuecas y piezas de foxtrot o pasodoble (luego ganaría popularidad la canción mexicana). Por esos días, los organilleros vendían partituras de la época, aunque esta práctica comenzaría a ser desplazada por la venta de juguetes, como remolinos, "sapitos" y pelotas de aserrín.

Junto a la nueva mercancía aparece el efusivo chinchinero. Se ha afirmado que este personaje fue creación nacional, pero Agustín Ruiz asegura haber visto antiguas fotografías de los percusionistas en la Alemania del siglo XIX, aunque el exponente germano habría sido bastante más parco y el baile estaba excluido de sus funciones.

Latin american sound

El organillo es conocido en Argentina y Uruguay como ''organito''. A fines del siglo XIX, el general Bartolomé Mitre los incluyó para distraer a las tropas trasandinas que luchaban en la guerra contra Paraguay. Por esos años también se usaban para despedir a un "angelito" recién nacido. La familia argentina La Salvia los fabricó hasta 1984. Incluso desarrollaron un modelo de "banda militar", premunido de instrumentos de percusión y muñecos animados que emulaban ser directores de orquesta o bailarines.

El tango le debe mucho a la caja musical, pues fue su principal difusora antes de la masificación de la radio. "Tendrá una caja blanca el último organito, y el asma del otoño sacudirá su son, y adornarán sus tablas cabezas de angelitos, y el eco de su piano será como un adiós", reza una composición de Homero Manzi. Esta canción se convirtió en una romántica profecía. Buenos Aires le dio el adiós al último organillero de la ciudad, Héctor Salvo, quien murió en 1998.

México es el país en América Latina donde sobrevive con mayor fuerza la tradición del organillo, aunque la tendencia es a la baja. En el Distrito Federal quedan menos de cien instrumentos. "Las mañanitas" y "Las golondrinas" son las canciones insustituibles y la recaudación de un organillero promedio bordea los 10 dólares diarios. En el ejercicio del oficio hay dos grandes diferencias con Chile: en el país azteca los organilleros generalmente llevan el instrumento colgando de la espalda y tienen prohibido vender cualquier producto. La propina es su sueldo.

¿Y en Chile?

Según cifras de la Corporación Organilleros de Chile, hoy sólo quedan 24 instrumentos originales de los más de 200 que existieron a principios del siglo XX. Manuel Lizana (59) es parte de este mundo: es organillero desde los años en que acompañaba a su padre, Héctor (81), y hoy es el único luthier de organillos en América del Sur.

Su amplia casa en San Ramón alberga un taller donde abundan trozos de madera, herramientas, boquillas y pequeñas piezas que son la materia prima para construir un organillo. Una empresa nada fácil, ya que armar un ejemplar puede tardar seis meses. Lo curioso es que Manuel es completamente autodidacta y su trabajo ha sido reconocido por sus pares alemanes.

El luthier ya les regaló un organillo a cada hijo y a su esposa. En el patio de la familia se pasea un perro, un gato observa y tres loros descansan en una pajarera. En el pasado, los organilleros solían ser acompañados de monos araña vestidos con chaleco sin mangas. La función del animal era entregar un papel con la suerte a los espectadores, pero algunas agresiones de los simios motivaron su prohibición. Ahora el problema son los loros: la tenencia de una de las especies que utilizan, los loros choroy, está prohibida por las autoridades. Los organilleros se defienden argumentando que las aves alegran a los niños.

Un vals para comenzar

Para que esta tradición no sucumba, Manuel Lizana comenzó a congregar, en 2001, a los 32 trabajadores que hoy conforman la Corporación Cultural Organilleros de Chile. La unión hizo la fuerza: actualmente están uniformados, fueron declarados patrimonio vivo por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes y han viajado a diversos países representando al país. La tendencia de arrendar organillos no ha terminado, actualmente existe un par de empresarios que alquilan el instrumento.

Pero no sólo de tradición vive el organillo. El ingenio nacional para la falsificación "pirata" también ha afectado a estos instrumentos. Hace un par de años se detectaron los llamados "mulas" que son cajas -con manivela incluida- que llevan una radio a pilas en su interior. El supuesto organillero sólo actúa.

Entre los múltiples usos de los organillos "legítimos" está la interpretación de serenatas especiales. Manuel Lizana ha sido testigo de diversos reencuentros orquestados desde la manivela. Llantos, gritos, abrazos y escenas dignas de algún final de teleserie se han gestado con el sonido. "Estamos prestos a cualquier situación amorosa, hasta de separación", dice riendo. El luthier reconoce la escasez de organilleros para cubrir la capital y agrega que trabajan "desde el barrio alto hasta Maipú". En el verano se distribuyen en la costa central y en el sur (Pucón suele ser una de las paradas), donde pueden ganar unos $40.000 diarios. Sobre sus canciones regalonas, Lizana afirma que "todas son favoritas. Pero siempre parto tocando un vals, porque a todos les llega".

A diferencia de casi todos los países de este lado del planeta, el organillo sigue sonando, aunque con menos frecuencia que en los años sin televisión ni cibernéticas redes sociales. El musicólogo Juan Pablo González, esbozando una explicación, concluye que "el organillero es la manifestación musical callejera que tenemos en Chile, orientada hacia el mundo infantil, que está controlado. El problema que ha habido en Chile es que el mundo adulto no se ha tomado la calle para bailar y celebrar".

Elementos la tradición

1 En Chile se adaptaron los organillos con ruedas, en México suelen llevarse colgando de la espalda.

2 Siguiendo la tradición genovesa, el loro entrega las tarjetas de la suerte.

3 Los organillos que llegaron a Chile provenían de Alemania y funcionan a base de aire accionado por una manivela.

4 La vestimenta de los trabajadores se uniformó en 2001 con la creación de la Corporación Cultural Organilleros de Chile.

5 Remolinos, burbujas, "sapitos" y pelotas de aserrín son los principales juguetes vendidos por los organilleros. Antes vendían partituras.

¿Buena o mala suerte?

Los organillos han estado ligados tradicionalmente a las tarjetas de la suerte, que solía entregar un mono o un loro. La historia cuenta que un francés llevó a imprimir un pliego de éstas a la imprenta Abecé, de la calle Gorbea, que nunca retiró. Así comenzaron a reproducirse. La regla de oro es que las tarjetas nunca comuniquen malas nuevas. Los presagios oscilan entre el matrimonio, la paternidad y la prosperidad económica entre otros amigables escritos. Pero algunas personas dicen que los organillos traen mala suerte. Bien lo sabe Sonia Trujillo, quien partió en el oficio en 1991, cuando su esposo le compró un ejemplar alemán que, supone, tiene más de cien años. Sonia ha vivido en reiteradas ocasiones la experiencia de que le digan que trae mala suerte. Una vez, una almacenera de Las Cruces al verla con su instrumento le pidió que no tocara allí, argumentando que "cada vez que tocan cerca de la casa se muere alguien". Manuel Lizana recuerda la misma situación con una adolescente en La Florida. Le habían contado la misma historia.

Publicado por artes y letras el mercurio febrero 2010

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