martes, mayo 31, 2011

Retromanía: el fenómeno que está cambiando el pop



 
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El Mercurio


Musicalmente, pareciera que estamos viviendo todas las décadas anteriores. Como si se hubiese borrado la idea de presente. Reediciones, giras de reunión, samplers . Todo remite a la memoria histórica del rock y pop. ¿Habrá alguna forma de escapar?

J.C. Ramírez Figueroa

Actualmente, la música pop pareciera estar obsesionada con lo retro. Enamorada de sus propios subgéneros -new wave, rock progresivo, psicodelia- a los que recurre una y otra vez. Como si sólo pudiera avanzar reviviendo su propio historial, desde la masificación del rock and roll en los cincuenta hasta el triunfo comercial de la electrónica cuatro décadas después.

Es la retromanía, la adicción cultural al propio pasado que nos ha situado en un limbo de citas a los años ochenta, reediciones de discos clásicos, bandas tributos, giras de reunión o biografías de tapa dura. Incluso, ya es posible asistir a espectáculos donde ni siquiera el artista está vivo como "Elvis on tour" o "This is it" (dedicado a Michael Jackson).

El ejemplo sublime es Lady Gaga. La cantante, posiblemente el fenómeno musical más teorizado del año pasado, replica prácticamente al pie de la letra la carrera de Madonna. Capítulo por capítulo, incluyendo sus clips o declaraciones públicas. Su música, por otro lado, asume todos los recursos históricos del dance y pop comercial, desde las máquinas a los sintetizadores.

Pero hay más casos: la vuelta del soul a lo Aretha Franklin con cantantes como Adele o Duffy; el muro de sonido sesentero de Phil Spector desplazando las guitarras ruidosas en el rock independiente; los discos históricos de The Kinks reeditados en CD por segunda vez en menos de siete años; la vuelta de The Cars sonando exactamente igual que en 1981; Bon Jovi marcando el récord de ganancias por una gira el 2010, por encima de la misma Lady Gaga.

Las décadas reunidas

"La primera década del siglo XXI, en vez de ser la puerta al futuro, vio cómo la idea del presente en el pop fue desplazada por los sonidos del pasado. Triunfando el archivismo y los recuerdos de los años gloriosos del rock. Así, en lugar de identidad, vivimos una época donde todas las décadas anteriores están sucediendo de nuevo, desapareciendo la idea de presente", explica el crítico Simon Reynolds quien lanzará en junio su investigación " Retromania: Pop culture's addiction to it´s own past " (Faber & Faber).

Allí Reynolds se sumergió en el lucrativo mercado de las giras de reunión, donde muchas veces los músicos siguen sin soportarse tras la separación. Investigó los fenómenos donde "el rock se homenajea a sí mismo" en museos o documentales. Analizó el acceso a la historia de la música popular, ahora que existe YouTube , interfaces para escuchar discos online o leer entrevistas antiguas. Las técnicas de sampleo o mash-up , donde se intervienen pedazos de canciones son parte de este trabajo.

"Me interesaba analizar la locura de las bandas por revivir la misma secuencia discográfica de las bandas famosas. Pero también analizar la cultura del recuerdo y el reciclaje. El renacimiento infinito de la década de los ochenta. Y, especialmente, reflexionar sobre la relación de la música con el tiempo, la memoria, la nostalgia y el extravío", explica el autor.

El triunfo de la ironía

La técnica del "mashup" cita Reynolds es otro signo de los tiempos. Se trata de mezclar dos canciones -preferentemente de estilos muy distintos- que provoquen un resultado nuevo. Un ejemplo clásico es el "The Grey album" (2004, de Danger Mouse, que toma piezas del Álbum Blanco (1968) de Los Beatles con las del Black Album (2003) del rapero Jay-Z. El gesto no sólo era experimental, sino también irónico hacia EMI, siempre recelosa del material beatle, pero también entre dos planos tan distintos: el rock clásico y el hip hop.

Y la ironía es vital para estos tiempos. Bandas exitosas como Vampire Weekend han patentado un estilo llamado "afroindie", basado en el maquillaje de sus canciones pop con tambores africanos, entonación a lo Paul Simon, sintetizadores ochenteros y citas literales a Peter Gabriel. Por otro lado, los compilatorios de cumbia peruana se han convertido en un hit en los clubes más subterráneos de Nueva York. Lo mismo que el country-folk en países como Suecia o Finlandia.

Chile no es la excepción: la cumbia ha llegado a los clubes más refinados y el pop melodramático de Lucero o Juan Gabriel ha sido adoptado por bandas de rock independiente en sus shows en vivo.
Este humor sonoro, sería pura retromania, porque -en términos de Reynolds- al intentar crear algo "nuevo" sin más recursos que lo "ya hecho" sólo contribuye a continuar con este tiempo cultural detenido. El libro "Qué fue de lo hipster" (Alpha Decay) lo llama "desregularización de la cultura" promovido por internet. Es decir, el libre acceso a todas las escenas y todas las épocas de la música pop. Y la construcción liviana e irónica de una identidad en torno a ella.

Presidente de la SCD seguirá en el consejo

El Mercurio

Alejandro Guarello, acusado de omitir a Luis Advis en un libro, continuará por cuatro años.

Diego Rammsy S.

Tras las votaciones que finalizaron el viernes 27 de mayo, la Sociedad Chilena del Derecho de Autor, encargada de velar por el respeto de los créditos musicales en Chile, eligió a seis consejeros por medio de la votación de sus socios.

A la continuidad de Paz Court (voz de Jazzimodo), Valentín Trujillo, Cecilia Echeñique y René Calderón, se sumaron seis consejeros electos por los socios de la SCD. El productor musical Juan Andrés Ossandón, el guitarrista de Aguaturbia Carlos Corales y la cantante Gloria Simonetti son los que debutarán como parte del consejo.

Esta última se refirió a su nominación, gracias a haber logrado la segunda mayoría de las votaciones dentro de un total de 12 postulantes. "Es una tremenda sorpresa y una tremenda alegría. Quiere decir que la gente tiene confianza en mí", explica la cantante. Dice que pretende aportar con su experiencia a la SCD. "Siento que se puede hacer mucho, que nos den un poco más de cabida y de importancia en un país donde a la cultura no se le ha dado la relevancia que se merece", dice Gloria Simonetti.

Entre los consejeros que fueron reelectos está Sergio "Tilo" González (Congreso), el cantautor Mario Rojas y el actual presidente Alejandro Guarello, quien a tan sólo días de las elecciones fue expuesto debido a una denuncia en su contra por parte del musicólogo Juan Pablo González. Este último lo acusó de omitir el nombre de Luis Advis en el libro "Clásicos de la música popular chilena", en su tercer volumen.

El nuevo Consejo elegirá a su directiva el próximo 28 de junio de manera interna, donde definirán a su presidente.

lunes, mayo 30, 2011

El mundo sin Santos Rubio


El Mercurio

Luego de la reciente muerte de Osvaldo "Chosto" Ulloa, él era el último representante de la antigua, compleja, profunda y variada tradición del canto y poesía con guitarrón del Maipo Superior.

Claudio Mercado, José Pérez de Arce Museo Chileno de Arte Precolombino

De 72 años, murió el martes en La Puntilla de Pirque. Ciego casi de nacimiento, desarrolló un oído privilegiado, cantaba y tocaba guitarra, guitarrón, acordeón, arpa y rabel con sensibilidad, belleza y maestría. Dotado de gran energía, hizo clases en la Escuela de La Puntilla, participaba en talleres, beneficios, casamientos, peñas, vigilias, conciertos y ramadas todo el año. Premio Nacional de Arte 2007, escucharlo es una experiencia sobrecogedora. Impresiona la originalidad y complejidad del canto a lo divino, su extraordinaria estructura, su atmósfera luminosa, totalmente distinta a lo que concebimos comúnmente como folclor, impresiona su lucidez, sabiduría, su precisión, su cantar arrogante, disociando la voz y el instrumento.

Conocer más a este hombre sencillo era descubrir bajo su simplicidad un tesoro inagotable de conocimientos, experiencias, sabiduría, humanidad y destrezas propias de los hombres de campo, que sobrepasan todo lo conocido en nuestro mundo "culto" de la ciudad. Porque Santos Rubio fue criado a la antigua, en una cultura oral, donde el aprendizaje era poniendo la oreja. Su maestro, don Juan de Dios Reyes, le tocaba unos 20 minutos el guitarrón y después se lo pasaba: "Ya, ahora le toca a usted". Lo mismo para aprender una décima, estrofa de 10 líneas, con una rigurosa estructura métrica:

Qué noche tan rebonita,
la recordaremos siempre,/
veinticuatro de diciembre/
la Nochebuena bendita,
donde tuvo su guagüita
con un gran tormento fiero.
A la Virgen me refiero,
fue tanto el padecimiento
anunciando el nacimiento
el gallo en su gallinero .

Un verso (poema) contiene cuatro décimas, es decir 40 líneas, y los buenos cantores sabían de memoria 30 o más versos por los "fundaos" (temas) más diversos. Subiendo al cerro, trabajando la tierra, sus mentes estaban durante horas recorriendo versos, rumiando historias, pensando el mundo y la vida en esta forma poética. La memoria era una herramienta privilegiada, y al buen cantor le bastaba escuchar un verso una vez para aprenderlo altiro. En aquellos tiempos se hacía canto a lo divino en vigilias y sobre todo en velorios de angelitos, donde un grupo de cantores pasaban la noche cantando cada uno con su propio verso acerca de una misma historia que iba cambiando a lo largo de las horas: de algún profeta, del diluvio, de la creación, de astronomía y muchos otros. Al final, en el "verso por despedimento", al ir aclarando, con los pájaros cantando como fondo, se vivían momentos indescriptibles de emoción interna y conexión con lo divino, momentos muy fuertes para la familia que debe dejar que su pequeño hijo los abandone para siempre. Cuentan que en tiempos pasados velaban dos días y dos noches y luego pedían el niño prestado para seguir cantando otra noche para demostrar su sabiduría, sin repetir ningún verso.

Santos Rubio aprendió ese mundo, pero además quedó ciego a muy temprana edad, lo que lo obligó a reemplazar el ojo por el oído, y gracias a eso, a pesar de que el mundo cambió a su alrededor, él permaneció en la oralidad toda su vida. Lo mantuvo con la extraordinaria sagacidad, capacidad mental, memoria y agilidad de pensamiento propia de esa forma cultural en extinción. La precisión y exactitud de su oído le permitía "ver hasta debajo de las piedras", bromeábamos con él, haciendo dudar a quienes lo conocían por primera vez que realmente fuera ciego. Gran poeta, era capaz de improvisar con agilidad, pero siempre con profundidad, con sentido, con una honda humanidad acerca de cualquier tema. Era capaz de sorprender cantando una décima perfecta sobre una conversación casual que escuchaba en ese momento, a la que añadía un giro inesperado, profundo y veraz. Atravesando la cordillera por cuestas y barrancos difíciles, peligrosos, Santitos iba despreocupado, en su mula, sin percatarse del peligro porque sus ojos no veían, pero sintiendo el viento, el sol, el aire purísimo, las frases, peripecias y hechos cotidianos y, al llegar la noche, en el campamento, cantaba, transformando todo eso en poesía, para luego seguir cantando rancheras, tonadas, corridos, valses, cuecas, cantos a lo poeta durante días sin repetirse, con un repertorio que parecía infinito.

Pónele llave a tu pecho
y aldaba a tu corazón,
picaporte a tus sentidos
y cerrojo a tu intención.

Gran profesor, tenía un don particular para enseñar las complejidades del guitarrón, de sus cuerdas, sus giros, sus trinos y repiques, de las cuartetas y décimas, de las melodías, las temáticas, con claridad y precisión mediante una simple metodología inventada por él. Su infinita paciencia y su natural humildad le permitieron entregar un caudal de sabiduría popular -digno de las principales universidades del país- a los niños de las escuelas de Pirque, que probablemente no imaginaron el privilegio que tenían.

Su sensibilidad musical lo llevó a tener un oído absoluto, que le permitía afinar con la mayor precisión, y que al mismo tiempo le producía una tortura al escuchar la menor desafinación. Por eso se le ocurrió cambiar el encordado metálico tradicional del guitarrón por uno de nailon, sistema que impuso en su zona de Pirque, solucionando el problema de la desafinación e inestabilidad sonora, pero cambiando su sonido ancestral. Convivían en él, sin problemas, su enorme sabiduría heredada de hace siglos con una permanente búsqueda y renovación.

El mundo sin Santos Rubio es un mundo distinto. Luego de la reciente muerte de Osvaldo "Chosto" Ulloa, él era el último representante de la antigua, compleja, profunda y variada tradición del canto y poesía con guitarrón del Maipo Superior. Con ellos desaparece un modo de entender el mundo, de pensarlo en un sistema de pensamiento oral, con la memoria llena de versos, de historias contadas y vueltas a contar. Ambos han muerto en menos de un año, dejando la tradición en manos de su hermano Alfonso, de Juan Pérez Ibarra y de decenas de músicos más jóvenes que, si bien alejaron para siempre el peligro de desaparición de este tesoro cultural, lo retomaron con la impronta de quienes sabemos leer, drástica merma en la memoria cultural ancestral, recorte inevitable del "progreso" que cambia la forma de hacer y de crear.

Cuando el sol se está apagando
las aves emprenden vuelo,
buscando sus dormideros/
pasan por bandás volando./

Illapu- Inti Illimani (Coulón) - Quilapayún (Parada-Wang) Se reunen en Octubre



Esta es una noticia de la cual tuvimos confirmación el viernes de la semana pasada: 3 de las mas emblemáticas agrupaciones de la Nueva Canción Chilena se reunirán en un show inédito en Chile. Si bien estas agrupaciones habían tenido oportunidad de presentarse en un mismo escenario en el extranjero, en nuestro país esto nunca había ocurrido, por lo cual esta cita resulta fundamental.

En lo que estarán de acuerdo es que Illapu hay uno solo, en el caso de los Inti y Quilapayún las agrupaciones que se presentarán son Inti Illimani dirigido por los hermanos Coulón y con Manuel Meriño en la dirección musical, y Quilapayún dirigido por Rodolfo Parada y Patricio Wang.

Las entradas ya están disponibles en Ticketmaster

Precios:
Tribuna general: $ 8.000
Golden numerado: $ 11.000
Platinum numerado: $ 13.000
Diamante numerado: $ 15.000
Palco numerado: $ 25.000
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domingo, mayo 29, 2011

Paul McCartney en Chile desde Bolivia


He leído varias crónicas del concierto de McCartney en Chile, pero ninguna como está. Ésta está construida desde los ojos de un hermano boliviano que viaja especialmente a Chile a ver el concierto del inglés, mientras en su relato nos lleva por un viaje de su vida y Los Beatles,  con toda su existencia musical. Un pedazo de crónica que dejamos acá completa

La Opinión


Por: Santiago Espinoza A

La fábula de Pedro y Pablo

Noche de concierto, pero aún no el de Paul. Estamos en marzo de 2009. En las graderías del estadio de Vélez Sarsfield, en Buenos Aires, el Javier y yo hacemos hora para ver y escuchar en vivo a Peter Gabriel (al que rebautizamos como Pedro Gabriel). De nuestra conversación para matar el tiempo, recordaré, fundamentalmente, dos cosas. La primera es una llamada de atención que el Javier, siempre riguroso y preciso, me hace por confundir un círculo con una esfera. La segunda es una advertencia, amigable pero contundente, sobre la posibilidad de ir a un concierto de Paul McCartney (al que, en concordancia con Pedro Gabriel, podríamos bautizar como Pablo… McCartney). Vamos repasando qué músicos valdría la pena ver en vivo a como dé lugar, y mientras el Javier sueña con Neil Young y Bruce Springsteen, a mí se me salen los nombres de Roger Waters y McCartney. Del primero no dice nada, pero del segundo sentencia, sin ambages y con esa honestad brutal tan suya, que no le interesa. Pues bien, de este estadio saldré sabiendo distinguir un círculo de una esfera, pero, más importante aún, empezando a comprender que si he de ver al bajista, compositor y cantante de The Beatles, lo tendré que hacer solo (sin el respaldo de la “Fundación Rodríguez para el Consumo Musical en Vivo”, esa entidad ficticia que supo agenciarnos varias presentaciones en vivo de antología).

Elipsis. Dos años y casi dos meses después.

Noche de concierto, y ahora sí, el de Paul. Estamos en mayo de 2011, del día 11. Soy uno de los miles que cubren la cancha del Estadio Nacional de Santiago. La epifanía que tuve sobre Pablo cuando fui a ver a Pedro, se ha cumplido. He debido viajar solo para ver a McCartney en vivo, pero, eso sí, estoy lejos de sentirme solo. En el recinto hay más de 50 mil personas, repartidas en el campo de juego (con sectores VIP y regular) y las graderías (en tres de las cuatro tribunas), todas pendientes del enorme escenario (25 metros de ancho por 18 de alto) al que, a las 21:00, debiera ingresar el Macca. Estoy con mi hermana. Faltan apenas algunos minutos para la hora señalada y, a modo de distraer la ansiedad, nos entregamos al visionado de las imágenes fijas y en movimiento de Paul (en una cruza de pop art y psicodelia) que proyectan las dos imponentes pantallas (de 18 de largo por 6 ancho) que flanquean el escenario; así como durante la hora previa nos entregamos a escuchar y tararear bizarros covers del repertorio Beatle mezclados por el DJ Chris Holmes.

Ni bien acaba el set de imágenes y audio, las luces se apagan y, sin más chance para caer de nuevo presas de la ansiedad, estalla en el sector VIP un júbilo estruendoso que anuncia el ingreso del Macca. No hay tiempo para gritar ni desmayarse. Explotan los instrumentos en unos acordes atronadoramente expansivos que crecen como nuestra ofuscación, hasta que, de repente, una voz conocida, que reconoceríamos incluso antes que las nuestras, suelta: “You say yes, I say no…”. Será lo último que escuche de Paul hasta la siguiente canción. Sólo el llamado de “Hello, Good bye” nos permite darle un cauce a esas ganas contenidas de cantar, esas ganas de cantar que habíamos estado postergando durante horas, esas ganas de cantar lo que fuera con tal de que nos llevara al Liverpool de los sesenta. De ahí que sea imposible escuchar al autor de la canción. Todos vociferan su propia versión de ella, así que sólo podemos escuchar cómo la grita el de a lado, entonándola más fuerte que el otro y así hasta el infinito. McCartney podría no estar ahí; de hecho, apenas lo vemos desde nuestra ubicación y sólo las pantallas gigantes dan fe de su presencia. Pero, incluso si no estuviera, seguiríamos cantando. Lo hemos estado esperando mucho, mucho más que unas cuantas horas, desde mucho antes de haber llegado al estadio. Y la única forma de purgar esa espera, es cantándola.

Una relativa calma nos anuncia que “Hello, Good bye” ha acabado, pero, antes de procesar esa información, Paul y su banda empiezan con otra canción, esta vez, de su etapa Wings: “Jet”. Recién entonces nos acordamos de que los tipos de enfrente no son los Beatles, por más que sonaran idénticos; y de que la chaqueta azul piedra atravesada por franjas de paño rojo que luce el hombre del centro, no es la misma con la que solía disfrazarse, a lo militar colorinche, en la época del Sgt. Pepper. La banda la integran Rusty Anderson (guitarra, coros), Brian Ray (guitarra, bajo, coros), Paul “Wix” Wickens (teclados, guitarra, armónica, coros) y Abe Laboriel Jr. (batería, coros), todos músicos excepcionales, aunque ninguno beatle. El beatle es ese “viejo” de cabello castaño y papada semioculta, que nos mira con unos ojos que revelan una picardía sempiternamente infantil. El beatle es ese tipo de 68 años, que canta con una intensidad y una afinación proverbiales, sobre las que el paso del tiempo parece haberse hecho la vista gorda. El beatle es ese sobreviviente viudo, que empuña con la zurda su viejo bajo Hofner cuyos colores y formas nos conocemos de memoria.

Me digo esto mientras Paul modula el agudo estribillo en “uh” de la canción. Estoy a punto de convencerme de que quienes están enfrente no son ni nunca serán los “fab four”, y de que con el Macca -que saluda al público chileno con un “Hola chiquillos” y promete hablar en español pero sin abandonar el inglés (“because I’m englush”)-, basta y sobra; pero todo el razonamiento se viene abajo cuando de los 130 parlantes del escenario sale esta promesa: “Close your eyes and i’ll kiss you…”. Entonces, los de arriba vuelven a ser los Beatles y el que no la crea, que se joda. De todas formas seguiremos cantando y saltando, cual posesos de esa oscura magia cultivada en el Liverpool de los sesenta, que aún ahora sigue cobrándose víctimas.

Las cosas vuelven a calmarse mientras dura “Letting go”, otra de los Wings, pero el caos retorna casi de inmediato con “Drive my car”. Antes de desatar una explosión beatlemaniaca de proporciones imprevisibles, McCartney se decanta por amainar a ese público tan heterogéneo para el que canta, que reúne a niños con contemporáneos del beatle, a veinteneros desgarbados y bilingües con sus propios padres, a madres que sueltan unos gritos de histeria que ya quisieran sacar sus adolescentes hijas armadas de celulares y toda clase de artificios tecnológicos. Sabiéndolo al borde de un ataque de nervios, Paul serena al auditorio con una canción que casi nadie conoce, “Sing the changes” (que hace parte de su no tan conocido proyecto solista alternativo, The Fireman), pero que nos permite apreciar, en toda su pulcritud, la solvencia musical de la banda, arropada en las imágenes siderales que se exhiben en el fondo del escenario.

Todos los caminos conducen a Santiago

Noche de viernes. Con los printers de la edición de la Ramona prácticamente listos, sólo resta una sola definición: ¿cuál será la “preguntita” del suplemento? No tengo nada ocurrente en mente. El Sergio, en cambio, acaba de renovar su indignación anual contra los organizadores de la Feria Internacional de Cochabamba, y está con ganas de compartirla con los “lectores” de la Ramona afectos a responder la interrogante en el Facebook. Su enojo se debe a la pobrísima oferta musical que ha anunciado la Feria. Propone: “¿Por qué a Cochabamba llega Pee Wee y a Chile McCartney?”. La referencia al eventual concierto Paul me desconcierta. No me hago la idea de que fuera a volver a Sudamérica, pues, apenas unos meses antes, ha tocado en Argentina y Brasil, agotando entradas en menos de dos días, para desgracia mía. Le consulto si la visita del Macca a Chile es algo oficial, y me asegura que sí, que ha levantado un gran revuelo mediático debido al elevadísimo costo de las entradas. Me meto a Internet inmediatamente y lo confirmo. Su recital en Santiago está programado para el 11 de mayo (sólo dos días antes tocará por vez primera en Lima) y las entradas se pondrán a la venta en unas pocas horas más en la red. ¿Qué hago? Por inercia también abro mi e-mail. Sorpresa mayúscula y providencial: mi hermana, que acaba de irse a Chile a estudiar, me habla por el chat y me pregunta por la familia y otras cosas. Aturdido aún, le sugiero/ordeno/suplico que haga lo imposible para conseguir entradas para el concierto. Ofrezco incluso pagarle su boleto y algo más si lo consigue. Más por pena hacia mi beatlemanía desbocada que por voluntad, se compromete a hacer el intento y contactar a un amigo suyo para el efecto. Su respuesta no me reconforta, pero siembra alguna pequeña esperanza. Entretanto, el Sergio ha terminado de armar la Ramona, con “preguntita” incluida (finalmente, ha entrado Páez). Ni el Sergio, ni mi hermana, ni el amigo de mi hermana, ni yo lo sabemos aún, pero la cita con el zurdo bajista está sellada. Todos los caminos conducen a Santiago.

Elipsis. Casi dos meses después.

Santiago me recibe en plena convulsión. Es de noche y miles de activistas ambientales –jóvenes en su mayoría-, se desbandan, lanzando aún consignas ofensivas contra Piñera (no recuerdo bien, seguro algo con “concha tu madre”) mientras intentan contener la tos, la irritación, las arcadas y otros efectos propios de los gases lacrimógenos. Aunque la suya era una manifestación pacífica, en el momento en que comenzaron a interrumpir la circulación de vehículos en el centro de la ciudad, los Carabineros (sí, así les llaman a su Policía, quizá porque les tienen más respeto y confianza que, digamos, nosotros a la Policía) reaccionaron desmedidamente, sacando las bombas lacrimógenas y los carros antidisturbios que casi nunca usan. El origen de todo: la aprobación de un proyecto para construir cinco plantas hidroeléctricas en la Patagonia chilena, alentada por el Gobierno de Piñera para enfrentar la creciente crisis energética del país y repelida por los activistas por los inminentes daños ambientales que traerá consigo.

Curiosa la experiencia de temer, hasta último momento, no poder salir de Bolivia ante una eventual protesta social con bloqueo de caminos incluido y, en contrapartida, llegar a un país que imagino ordenado y tranquilo y encontrarlo sumido en manifestaciones y en un caos vehicular insalvable, que me obligan a recorrer algunas de sus calles a pie y probar los gases lacrimógenos de sus carabineros, hasta dar con mi hostal. El debate por las hidroeléctricas no ha acabado ni mucho menos, pero, en los siguientes días, se circunscribe a las arenas políticas y mediáticas. No hay nuevas manifestaciones callejeras durante la semana. Todos vuelven a la convulsión del día a día, esa a la que les tiene acostumbrados la vida en esta metrópoli, atestada de espigados edificios (con comercios de todo tipo) y cubierta de una densa capa de smog (agravada por los gases de la noche pasada), en la que sus habitantes parecen no reparar demasiado mientras caminan en una y otra dirección, siempre acelerados, a un ritmo que sólo resulta inferior al de su particular forma de hablar, tan proclive a las entonaciones agudas y las expresiones soeces ininteligibles. El paso y el habla son apenas una muestra de una ciudad en estado de apresuramiento permanente, en la que las interacciones personales, los procedimientos administrativos y comerciales y los enormes buses se mueven con una violencia inusitada. Al parecer los únicos que se la toman con calma, además de los turistas como yo, son los perros callejeros, que descansan recostados al borde de las avenidas, en las paradas de los autobuses, con una paz envidiable, la cual sólo interrumpen para moverse cansinamente hasta encontrar algún lugar donde los rayos del sol lleguen y les permitan despistar el frío matinal de Santiago, al menos mientras los edificios no se interpongan al sol y los obliguen a levantarse nuevamente.

Acelerada, contaminada y fría, la ciudad no me disgusta ni mucho menos. Es más, la encuentro más amigable de lo que me habían advertido que sería. Eso sí, aunque me prometieron que vería a Don Francisco en alguno de los restaurantes del centro, no lo encuentro por ninguna parte. Pero, siendo honesto, mientras no se registren nuevas manifestaciones y llegue sano y salvo al miércoles por la noche, no tengo que pedirle mucho más a Santiago. Por fortuna, la única concentración masiva que albergará la ciudad en estos días, es la que desatará las caóticas filas apelotonadas en las afueras del Estadio Nacional. Puede que varios de ellos sean los mismos que salieron dos días antes a protestar contra las hidroeléctricas, pero, en ese momento, en lugar de pancartas ambientalistas, exhibirán coquetas poleras con estampas de los cuatro de Liverpool y, antes que feroces consignas antigubernamentales, ensayarán –algunos sólo para sus adentros- sentencias en inglés, deseando sostener la mano del de a lado, pidiéndole ayuda, exhortándole a que deje las cosas ser o llamándole, invariablemente, Jude.

El caos y la creación

Tarde de viernes. Alguna de esas tardes de la primavera de 2005. La Ramona tiene apenas unos meses y su mayor pretensión es parecerse lo más posible al suplemento Radar, del diario argentino Página 12. No es sorpresa ni mucho menos que reproduzcamos algunos de sus artículos, en especial, los que firma el escritor Rodrigo Fresán. Es el Andrés quien nos ha descubierto a Radar y Fresán, y en esta tarde de viernes nos ha hecho llegar, a manera de propuesta para el suplemento, un texto del escritor argentino sobre el más reciente, y elogiadísimo, álbum de Paul McCartney: Chaos and creation in the backyard. El artículo me produce un descubrimiento casi absoluto. Pues, a más de saberme algunas canciones pegajosas, nunca le he prestado real importancia a la faceta solista Paul, que tiene en su haber grandes álbumes.

Elipsis. Más de cinco años después.

Tarde de martes. Un día antes del concierto. La “paulmanía” ha tomado Chile. En los cines y los restaurantes no falta el que mencione la presentación del beatle. Ni hablar del despliegue mediático. Algunos periódicos se han dado el lujo de tener enviados especiales en Lima para registrar la primera parada del Macca en este segundo recorrido de su “Up and Coming tour” por Sudamérica. Los noticieros musicalizan casi todas sus notas, sin importar la temática, con canciones de los Beatles. No es para menos. Hay en los chilenos una doble necesidad de reivindicación ante al músico inglés. Por un lado, quieren superar la impotencia de haber sido marginados el año pasado de su gira, cuando, pese a recorrer Argentina y Brasil, Paul no llegó a tocar en Chile debido a que el Estadio Nacional no se hallaba disponible. Y más importante aún, hay una urgencia por dejar atrás el accidentado primer espectáculo de McCartney en Santiago, 18 años antes, cuando, entre otras desafortunadas anécdotas, el bajista debió dormir fuera de su hotel (porque tenía las ventanas selladas) y la organización del evento llegó al extremo de tapar con telas algunos sectores de graderías para ocultar la baja asistencia. Desde luego, esta reivindicación no está exenta de caprichos suntuosos. Así se explica que los organizadores del recital habilitaran un sector altamente exclusivo en cancha, cuyos privilegiados ocupantes fueron testigos de la prueba de sonido de Paul, una suerte de minirecital que ofrecería algunas horas antes del concierto ante unas 80 personas, que pagaron más de 2 mil dólares por ese lujo.

Seguro que el gastito valió la pena. McCartney es un músico extraordinario, al que se le atribuye oído perfecto y que, cuando se anima, se desenvuelve con igual solvencia en el bajo, la guitarra, el piano, la batería, la mandolina o el ukulele. Y aunque algunos privilegiados pudieron corroborar su virtuosismo de más cerca y casi sin ruido, la inmensa mayoría también lo experimentará a lo largo de las dos horas y media en que Paul interpretará 33 canciones. El Macca es un artista cabal, de un profesionalismo y una meticulosidad infrecuentes en estos tiempos, que, sin rehuir de su pasado beatle, se sabe dueño de una carrera solista de enorme valía per se. Eso bien lo sabemos nada más liberado ese riff de cadencia rabiosa con que empieza “Let me roll it”, una de las canciones más guitarreras de su etapa Wings, que, por si no fuera poco, se da el lujo de cerrar con un mini versión instrumental de “Foxy lady”. El espíritu rockero le lleva a despojarse de su chaqueta, revelar sus tirantes (que no a todos gustan) y remangarse su blanquísima camisa, pero no para seguir guitarreando, sino para cautivar a su audiencia desde el piano, con una seguidilla de algunas de sus mejores composiciones en ese instrumento: “The long and winding road”, “Nineteen hundred and eighty-five” y “Let ‘em in”. Lo único que queda es arrepentirse de haberlo (re)descubierto tan tarde como el músico absoluto que es.

El fantasma con mandolina

Noche de jueves. Alguno de los jueves del invierno de 2007. La Adriana tiene que hacer una tarea y, como su conexión a Internet está mal, la termina haciendo en mi casa. A manera de distraerla de la presión natural con que aborda sus estudios, le muestro en YouTube el video de “Dance tonight”, el primer corte del nuevo disco de McCartney: Memory almost full. No aguanta más que unos segundos de la mandolina y la presencia espectral del viejo Paul, que se pasea por una vieja casa jugueteando con una primorosa Natalie Portman (un portento audiovisual gentileza de Michel Gondry). “No sé qué me pasa, pero lo veo al Paul y no puedo dejar de llorar”, me confiesa, como recordándome esa complicidad sentimental con que hemos ido (re)descubriendo a los Beatles y a Paul, en particular.

Elipsis. Casi cuatro años después.

Noche de miércoles. El concierto de McCartney se apresta a ingresar a su parte más acústica, emotiva y melancólica. Una introducción épica, como si de una pequeña obertura se tratara, desencadena la melodía campirana de “I’ve just seen a face”. Con desenfado, el bajista y sus músicos cantan, marcando el ritmo con sus piernas al unísono, como si estuvieran bailando. La dulzura acelerada de esta joyita beatle se vuelve melancólica y hasta lastimera en “And I love her”, que va desarmando una por una a todas las mujeres que gritan, bufan y lloran hasta perder la compostura. Entretanto, yo voy rogando, en silencio, que Paul no se quite la guitarra acústica nunca más. Y que si ha de dejarla, sólo lo haga una vez que los arpegios que creara para acompañar el canto nocturno del mirlo, se adueñen del éter. Al parecer, me ha escuchado. No bien silenciado el estadio, los arpegios que desprende su guitarra me paralizan. Es “Blackbird”. Mis funciones mentales apenas alcanzan para hacerme del celular de mi hermana y grabar; mis sentidos con suerte consiguen registrar la imagen de la luna que se posa detrás de Paul; y de mi boca no pueden salir otras palabras que no sean: “all your life/you were only waiting for this momento to arise”. Pero, eso sí, ni mi autómata canto, ni el del resto, altera el silencio que impone la pureza melódica de la canción. No tengo idea de lo que estoy haciendo. Mi única certeza es que estos dos minutos y medio han sido más que suficientes para compensar la inversión económica, física y emocional felizmente dilapidada en esta noche.

Como para despertarnos del encantamiento sentimental que nos ha provocado, el Macca se pone juguetón. Remeda, con irreverencia, los gritos que sus seguidoras le dedican y los cánticos monocordes del público. Más adelante se animará a hacernos repetir sus ruidos, ladridos incluidos, revelando su lado menos bonachón y más cínico. Pero, antes de romper por completo el encanto, anuncia que “la siguiente canción está dedicada a mi amigo John”. Al suspiro colectivo sigue el silencio que amerita “Here today” en la voz desgarrada de Paul. La cosa amenaza con convertirse en un mar de lágrimas, así que el músico toma la mandolina y suelta el rasgueo introductorio de “Dance tonight”. Y cual vacuna contra eventuales arrebatos de nostalgia, las pantallas nos revelan las dotes danzísticas de Abe Laboriel Jr., ese batero tan inmenso como intenso, que parece sacado de una de Los piratas del Caribe, improvisando, con genuino gozo, una coreografía a lo Macarena. La melancolía vuelve a sus niveles normales y hasta estamos a punto de mandarla a pasear mientras gritamos las vocales-estribillo de “Mrs. Vanderbilt”, pero nos vuelve a tomar por asalto en la versión desorquestada de “Eleanor Rigby”. Y qué más da, hay que cantarla hasta desafinar. Por fortuna para nuestra salud emocional, es la última de este mini set acústico.

El lampiño del edificio

Tarde de lunes (o de cualquier otro día de la semana). No debo tener más de 10 años y aún vivo donde mis abuelos. Mi padre está en la ciudad y, tras una escapada al centro de la ciudad, ha vuelto con una sorpresa: una edición local en vinilo de la antología The Beatles 1967/1970. Ni él ni yo imaginamos las secuelas que ha de acarrear en mí ese disco, que exhibe en su azulada tapa a los cuatro de Liverpool, capturados en picado, sonriendo desde la baranda de un edificio. Con el tiempo aprenderé a distinguir a cada uno de los cuatro y de Paul me acordaré porque es el único que aparece lampiño, sin barba ni bigote. Y claro, con el tiempo aprenderé a encariñarme de las 14 canciones del álbum, y las acabaré reivindicando como la única asignatura constante de mi educación sentimental.

Elipsis. Más de 15 años después.

Mientras estoy en Chile, Bolivia se hace visible en dos formas. Por un lado, está en las declaraciones de Evo en torno al mar y, particularmente, a sus pretensiones de contratar a Baltazar Garzón para asesorar la demanda internacional por una salida soberana al Pacífico. Pero esta visibilidad, a más de cierto malestar político y diplomático, no provoca nada más. La versión de Bolivia que en esos días conmueve a los chilenos es la que encarna un niño orureño que, por accidente, llegó hasta Iquique oculto en el chasis de un camión tras tres días de viaje, pensando que el vehículo lo llevaría hasta Cochabamba, donde encontraría a su madre.

En mi ofuscación beatlemaniaca, creo entrever algún paralelo entre el viaje del niño y el mío a Chile, Pero, por supuesto, no encuentro nada. O casi nada. Le sigo dando vueltas al asunto cuando el Macca toma el ukulele y nos embarca en un periplo emocional que quisiéramos que no nunca acabe: “Something”. De ella ha dicho que es su homenaje a George Harrison y, por si no fuera suficiente, mientras la interpreta, la pantalla que lo resguarda pasa entrañables imágenes del guitarrista beatle. Esta canción no se puede menos que cantar en estado de desconsuelo desbocado y así lo hago, mientras la incorporación de toda la banda en la parte final me devuelve al viejo y azulado disco que me permitió escuchar por vez primera la balada más popular de Harrison. Con apenas algunas memorables paradas “aladas”, como “Band on the run” y “Live and let die”, esta última acompañada de juegos artificiales, la parte final del concierto (previa a los encores) es eminentemente beatle. McCartney descarga canciones que fueron lanzadas, en su mayoría, durante los últimos tres años de la banda y contenidas, también en su mayoría, en ese vinilo que mi padre nos comprara. Del desenfado simplón de “Ob-la-di-Ob-la-da” pasamos al rock’n roll seudo político y “beachboysiano” de “Back in the USSR” y, de él, a ese ejercicio de alarde de la repetición cool, grave y pegajosa que es “I’ve got a feeling”. Tras una breve vuelta a la beatlemanía más descarada, con “Paperback writer”, los acordes del piano nos anuncian el fin del mundo y de la música: “A day in the life”. Pero el crescendo apocalíptico no nos conduce a la segunda parte de la canción, la que pertenece a Paul, sino a “Give peace a chance”. Este nuevo, aunque inconfeso, homenaje a Lennon se redondea con “Hey Jude”, que cantamos todos, a voz en cuello, seguros de que no hay forma alguna de mejorar esa canción, por más que así nos lo pida McCartney.

Sin que los aplausos y los gritos cedan, Paul, acompañado de su banda, se despide por vez primera. Aunque sabemos que volverá para los encores de rigor, no está demás pedírselos en masa. Mientras lo esperamos, me termino de convencer de que la de los Beatles fue, es y será siempre para mí una pulsión infantil y, en esa medida, una experiencia eminentemente emocional.

Esta certidumbre, aunque obvia, me lleva a insistir en la analogía con el viaje del niño orureño. Y en mi resaca beatlemaniaca llego incluso a creer, por unos instantes, que, como el infante del camión, yo también emprendí un viaje accidental cuando niño, dejándome llevar por ese viejo vinilo azulado, aunque, eso sí, sin saber bien lo que me depararía. Lo curioso es que a ambos el viaje nos llevó hasta Chile. Él no ha podido dar con su madre, pero, a cambio, ha conocido el mar y hasta se ha sentido querido en su eventual familia adoptiva. En el concierto creo haber experimentado algo casi tan infinito y querido como el mar, y hasta me he sentido parte de algo, de una multitudinaria familia. Pero, como el niño orureño, sé muy bien que la aventura no puede durar para siempre, que debo volver a casa. Después de todo, hay cosas más grandes y queridas que el mar o que las canciones que nos forjaron sentimentalmente.

¿O no?

Ahora que ha vuelto Paul al escenario, empiezo a dudar. Mejor dejar las improvisadas cavilaciones post concierto para cuando termine de verdad el espectáculo. El Macca arranca con “Day tripper” el set de seis canciones que ha de regalarnos en dos sesiones de encores. Se vienen “Lady Madonna”, “Get back”, “Yesterday”, “Helter Skelter” (con un McCartney deformado, fragmentado, y roto en mil pedazos) y el enganchado conclusivo de “Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (reprise)” con “The end”… Para qué pensar cuando podemos cantar.

Nano Stern: En el ojo inmóvil del huracán

 <i>Las torres de sal</i> (2011).

Emol
El viajero por excelencia entre la generación actual de cantantes chilenos presenta su sexto disco, Las torres de sal. Que no es como los otros. "Es completamente diferente a cualquiera que haya hecho antes, porque nació del silencio", dice. "No nació de la vorágine ni del ruido ni de la locura. Nació de la observación, del quedarse quieto, de la meditación en todas sus formas".

La canción es un pájaro sin plan de vuelo, dice Nano Stern que dijo Violeta Parra alguna vez, y no es casual que la segunda canción del nuevo disco de este músico chileno sea otro guiño a esa artista. Con veintiséis años de edad, los últimos seis de los cuales ha dedicado a una carrera como solista, y con otros seis discos personales y viajes por cuatro continentes sumados en esa carrera, ahora como pocas veces la trayectoria de Nano Stern es también un viaje sin plan de vuelo.

Se escucha claro apenas parte su nuevo disco, Las torres de sal (2011). La primera canción se llama "Cuatro vientos" y en ella este santiaguino nieto de inmigrantes húngaros se remonta a sus ancestros por medio de la música. "Habla de mis orígenes, de donde viene y dónde va", explica. "Está en un ritmo muy afroamericano, pero al mismo tiempo, y de esto me di cuenta después, tiene ritmos del folclor europeo del Este, sobre todo de Hugría, de donde vienen mis antepasados. La letra justo habla de eso y la melodía tira para allá, para el Este, para Turquía, y termina como con los gitanos del sur de la India".

En su nuevo disco, Nano Stern, el cantante chileno más nómade de su generación, no para de viajar. "Son son viajes que están ahí", dice, "pero debajo de la piel".

Conexión Estambul-Chiloé

Stern suele pasar buena parte del año en giras autogestionadas por festivales y encuentros de música folk o tradicional entre Europa, Asia e islas de Oceanía como Australia y Nueva Zelandia. Y en apariencia 2010 no fue distinto. Entre junio y septiembre actuó en Europa, pasó de vuelta por Australia y estuvo por primera vez en Turquía durante un mes, donde se relacionó con la música tradicional en Estambul.

-Que fue súper trascendental, para mí y para mi disco también -dice-. La temática gruesa de Las torres de sal surge allá.

Igual de importante en la bitácora es un retiro de meditación que hizo en Chiloé: once días de soledad y silencio absoluto, según recuerda, y una disciplina de trece horas de meditación al día.

-Me hizo muy bien además para aprender un poco a compensar toda la locura. De hecho marcó absolutamente un antes y un después. Y marcó el disco también.

-Van dos lugares que marcaron el disco, entre Turquía y Chiloé.
-Son cuatro lugares: Turquía, Chiloé, Valparaíso y Ñuñoa, que es donde estuve viviendo en Chile. Turquía fue una pausa, con una energía muy grande, en Estambul, una ciudad de veintiocho millones de personas, capital del Imperio Romano, con esa tradición y la ortodoxa muy fuertes.

-Y con dos continentes juntos, además.
-Claro, y habiendo estado antes en la India, en el Lejano Oeste en una isla en Rusia cercana a Japón, y por otro lado desde los Balcanes hasta Irlanda, habiendo hecho ese viaje continuo por tierra un par de veces, tenía la película muy clara de cómo la cultura viaja y se va transformado de a poco, desde Irlanda hasta Serbia y Macedonia, y luego todo el rollo asiático. Pero me faltaba ese vínculo.

-¿El puente entre los dos continentes?
-Sí, y sabía que tenía que ir ahí a buscar algo. Y fui con esa misión súper cultural y etnomusicológica y todo y terminé encontrando más cosas mías al final. El puente entre muchas cosas, pero no las que yo creía que ba a encontrar, sino muchos lugares olvidados, de alguna manera, en mi conciencia.

Stern pone por ejemplo los versos de la canción "Las torres de sal", con líneas como "Camino por los recuerdos / pa' ver si puedo encontrar / una canción enterrada / entre las torres de sal". Recuerda que fue escrita en el desierto, en la región de Capadocia en Turqía, caracterizada por las formaciones de roca porosa erosionadas en las que se escondieron los cristianos bajo la persecución del imperio romano.

-Es una roca muy porosa, como piedra caliza, pero más roja, donde podían cavar y esconderse -explica el cantante, que vivió esa estada en un pueblo en el desierto-. Las primeras basílicas estan ahí, y es muy bonito porque toda la simbología cristiana original no tiene nada que ver con las cruces actuales, tiene una carga hermética enorme. Me iba todos los días, diez, once horas, a caminar en silencio. Fue como el primer hito de silencio.

-¿Es lo mismo de Chiloé entonces, pero en otro lugar?
-Sí. En el fondo es estar en otro lugar, pero dentro de uno, entender esas relaciones, y sobre todo callarse. Este disco es completamente diferente a cualquiera que haya hecho antes, porque nació del silencio. No nació de la vorágine ni del ruido ni de la locura. Nació de la observación, del quedarse quieto, de la meditación en todas sus formas.
En el ojo inmóvil del huracán
El sentido lindo de la violencia

Es el sexto disco del cantante tras una saga que incluye Nano Stern (2006), Voy y vuelvo (2007), Los espejos (2009), el DVD En casa (2010), el reciente disco en vivo Live in concert (2011) y el propio Las torres de sal (2011), sumado a otros cinco con grupos y colaboraciones paralelos. Pero en algo es diferente a todos los anteriores, dice el autor.

-Tenía nada más que la escucha interna como referencia de para dónde iba esto, y fue absolutamente a propósito. No había nada, pero había todo: yo era capaz de echarme en mi cama y apretar play en la cabeza y escuchar el disco entero, salvo las secciones de improvisación que hay. Pero se trataba de ir más allá del desapego de querer saber cómo iba a sonar.

-¿Cuando estabas haciendo el DVD del año pasado ya sabías que iba a venir un freno?
-Y vino. Y curiosamente no necesariamente en lo exterior. No es que yo haya parado: el año pasado hice cientos de conciertos en muchos países.

-Ni tampoco bajaste el ritmo de grabaciones.
-No, fueron muchas más. En realidad trabajé en cuatro discos (se refiere a Live in concert, Las torres de sal y dos colaboraciones, con el grupo Ethno in Transit y la cantante australiana Kavisha Mazzella). Pero aprendí cómo dar ese paso entre el círculo máximo del huracán donde se destruye todo y el lugar que está al lado, en el centro del huracán, donde estás observando todo lo que pasa a tu alrededor. Y esos dos lugares dialogan constantemente. Lo que no implica que no haya una energía violenta, en el sentido lindo de violencia, de pelea, de lucha, de destrucción y creación constante, pero desde un lugar centrado, que quisiera que se reflejara en el disco. Quisiera creer que esta música conlleva una profundidad distinta a la de los anteriores. La poesía también va por otro lado, un poco más descriptiva, lejana, con un poco más de distancia de las cosas.

-¿También tiene que ver con callarse, tú que siempre conversas harto con el público en los conciertos, por ejemplo? ¿Eso agota?
-De eso hablábamos la otra vez, del íncito en lugar de éxito, de que no todo es para afuera. Hasta entonces había sido para afuera, pero empecé el proceso de retracción. Creo que este disco va a ser implosivo en su relación con la gente. Ya siendo el quinto disco más o menos uno sabe para dónde va a ir. Voy y vuelvo era saltar y chasconearse. Este disco es todo lo contrario, un poco.

-Pero al mismo tiempo volviste a tocar la guitarra eléctrica ahora. ¿Eso no es más rockero, no es más "expansivo y explosivo" que "implosivo"?
-Sí. Hay dos canciones eléctricas ("La raíz" y "Voy volando"), pero esa última habla de ir buscando y terminar en ruido, y de que parece que al final la respuesta es volver atrás. Pero ese descubrimiento es violento. Por ejemplo: meditar. Puede parecer algo muy zen entrar en tu conciencia y estar levitando, pero es muy violento, de rabia, angustia, opresión, violencia.

De Lot a Orfeo: manual de mitologías

La diferencia entre la realidad y la ficción es que la ficción tiene sentido, dice Nano Stern que dijo alguna vez Aldous Huxley, y eso también tiene que ver con Las torres de sal. El disco fue grabado en directo, hace un mes, en Santiago de Chile y en no más de cinco días, con invitados como Pancho Sazo y Joe Vasconcellos, los dos históricos cantantes del grupo Congreso, y el saxofonista de jazz Andrés Pérez.

-Y ahora recién empieza el viaje, ahora que la gente lo va a escuchar -se prepara el cantante-. Pasé seis meses escuchándolo en mi cabeza y de pronto en cinco días ya estaba hecho. Y si hay pequeñas cosas que no me gustaron son parte de eso. La perfección es algo que no tiene ninguna cabida en esto. Es como esa afirmación de Aldous Huxley. La ficción es coherente, pero en la realidad de repente salen cosas inesperadas que quedan allí y uno sigue descubriendo.

Si se trata de anti-perfección, ya hay un error en la reseña promocional de Las torres de sal, según se da cuenta ahora el mismo cantante. Es una confusión entre el mito griego de Eurídice y Orfeo y el episodio bíblico de Sodoma y Gomorra, cuando la mujer de Lot se transforma en sal al mirar hacia atrás a la ciudad. "También Orfeo mira hacia atrás a ver si Eurídice viene con él y la pierde para siempre", compara. "Pero bueno, ambos mitos fueron súper importantes en el disco".

Stern recuerda además que en este tiempo estuvo escuchando "Orfeo", de Monteverdi, considerada la primera ópera en la historia de la música. "Y que es maravillosa. No tiene nada que ver con la ópera que uno conoce, es otra estética, con laúd, teorba, orquestas barrocas. Marca exactamente el comienzo del Barroco. Es muy hermoso como plasma ese mito de Orfeo". Y en la misma veta, la canción "La puta esperanza" se desprende a su vez del mito de la caja de Pandora, que al ser abierta libera a todos los males de la humanidad.

-Es una canción súper luminosa en su sonoridad pero súper oscura en su letra. Está nuevamente el mito griego y el mito judeocristiano. Eva, al morder el fruto, acaba con el paraíso, se desencadenan los males y Adán y Eva son expulsados. Es muy parecido: ellos tienen también la esperanza de la resurrección, del mesías. Y cuando salen todos los males de la caja de Pandora finalmente queda la esperanza. Entonces Nietzsche apareció dos mil años después a decir nones, que no hemos entendido nada, que en realidad esto significa que la esperanza es el peor de todos los males porque te hace caer de nuevo.

-¿Nietzsche recoge el mito y tú recoges a Nietzsche?
-Absolutamente. Por eso (la canción) dice "Esperanza, puta esperanza, todos creen que les pertenece". Puta en el sentido de prostituta. La mitología griega es distinta a la Biblia en el que sentido de que no hay una sola fuente, hay varias versiones de los mitos, pero ninguna da una visión positiva a la esperanza. Esa es una visión judeocristiana que te hacer interpretarlos dede una óptica mesiánica.

-¿Es el disco con más mitología que has hecho?
-Sí, pero por otro lado es el más simple, habla de muchas cosas cotidianas, chiquititas. Así como tenemos una tradición musical de la cual me nutro, tenemos también una tradición cultural, y es bueno con humildad empezar a entender la mitología y la Biblia, que por algo es tan potente, es un valor arquetípico que está dentro de todos nosotros. Desde antes de saber que el disco iba para allá he estado pegado con la mitología. Porque llega a todo lo que te pasa. Es como ahorrarse ir al siquiatra: por algo ahí están los arquetipos, que representan partes de la conciencia humana. Todos llevamos adentro un Orfeo y un Lot y sabemos de esa prohibición que desobedecemos igual.

De Pandora a Víctor: manual de etimologías

La diferencia es que hasta ahora Stern había inventado sus propios arquetipos, distingue.

-Es una necesidad decir cosas para las cuales ya existen arquetipos. Los puedes inventar, y de hecho hasta ahora yo lo hacía así, pero hay una profundidad agregada cuando recurres a ciertas simbologías, ahora creyendo un poco en Jung: hay un inconsciente si menciono a Pandora, aunque no sepas de qué se trata está en nuestros genes, somos occidentales y venimos de ahí, de la cultura griega, latina, judeocristiana. Todo eso está metido en nuestro idioma.

Y no se da una pausa antes de que el idioma lo lleve a otro lado. "Una cosa que ha sido bacán para mí en los últimos dos o tres años es la etimología. Estoy pegado, pegadísimo. Al decir una palabra no sólo estás trayendo a colación toda la historia que hay detrás de esa palabra, sino además otras palabras que están ahí", dice, y como ejemplo menciona dos títulos de discos de otros músicos.

Uno es Eco (2004), de Jorge Drexler.

-Eco era una semidiosa griega, que tenía la voz más hermosa y era muy arrogante. Hasta que conoció a Narciso, que era el más bello de todos, se enamoró por primera vez y le dieron un poco de su propia medicina. Pidió a los dioses que lo castigaran, y el castigo de Narciso fue su muerte: se vio reflejado en el agua, se enamoró de sí mismo y se ahogó. Pero luego los dioses castigaron a Eco y la hicieron desaparecer de pena, y para toda la eternidad la condenaron con su voz a imitar las palabras de los demás.

Y el otro disco es Pánico (2005), de Manuel García.

-Es otro título que encuentro que se pasó. Claro: pánico es miedo. Pero también está el dios Pan: es el miedo a lo desconocido que se producía por la música que él estaba haciendo en el bosque, con su flauta, para generar lujuria con la gente.

-Es como hablar de la caja de Pandora, palabras que todos conocen, aunque no sepan de qué se trata.
-O lo mismo con el terremoto: las imágenes "dantescas", sin que hayas leído el Infierno de Dante. Pero no es que yo pase todo el día en la biblioteca estudiando a Eurídice, porque no. No estudié ni literatura ni filosofía ni letras ni antropología ni historia, pero siento que son ésas las cosas de las cuales hay que nutrirse. Sobre todo trato de estar con los ojos abiertos y de conversar.

-De hecho un verso de la primera canción de disco dice "Yo fui casi cuatro años a la universidad / Y todo lo que me enseñaron ahora trato de olvidar".
-Y el verso que antecede a ese es "Una niña que conozco / tiene cuatro años de edad / y creo que sabe mucho más que yo de la vida". En la inocencia ya contenemos la sabiduría, ya viene dentro. Por algo uno dice "Pandora", "eco", "pánico" o prácticamente todas las palabras contienen mucho más que lo que creemos.

-¿Es mejor la Universidad de la Vida, ya que hablamos de mitos?
-Claro. Yo opté por salirme de la universidad -dice Stern, que estudió música en la Universidad Católica de Chile entre 2003 y 2004 y luego en el Conservatorio Superior de Amsterdam, Holanda, entre 2005 y 2006-. Pero estoy usando los mitos y los arquetipos en un contexto creativo. E igual para mí una noche de borrachera en Serbia tocando con los gitanos... ésa es la universidad. Ahí aprendes.

El nuevo grupo con que Nano Stern estará presentando desde ahora Las torres de sal está compuesto por su núcleo previo a trío con los músicos de jazz Daniel Navarrete (contrabajo) y Daniel Rodrígiez (batería), además del saxofonista Andrés Pérez y de la chelista austriaca Magdalena Rust, de paso por Chile y por la banda de Stern desde el año pasado. "Maggie", la llama él.

-¿Es austriaca y tiene un nombre latino? ¿O tú le dices Magdalena?
-Nuevamente: Magdalena no es un nombre latino. Es un nombre bíblico, que se encuentra desde Noruega hasta Chipre -sonríe-. Es un bombre hebreo, de hecho.

-De veras.
-Pero es interesante el error, porque uno asume que esto es mío, que las cosas son de uno. O Víctor: en Chile uno dice Víctor y hay toda una imaginería poco menos que con Ramona Parra, pero Víctor es un nombre romano, que remite a la victoria. Todo remite, remite, remite.

sábado, mayo 28, 2011

Presidente de la SCD firmó como suyo libro de Luis Advis



Acá la nota original publicada por The Clinic

Hace poco cayó una grave denuncia en el correo de la SCD: una carta del musicólogo Juan Pablo González criticaba duramente la omisión del fallecido compositor Luis Advis como editor del libro “Clásicos de la música popular chilena”. En su lugar, aparece el presidente de la SCD. Esa es la obertura de un conflicto que incluye un libro perdido, un heredero único, discípulos afrentados y la disputa por la última obra firmada en vida por el autor de la “Cantata Popular Santa María de Iquique”.

Gloria Simonetti ya se había acostumbrado a caminar por el Paseo Ahumada, ir hasta Agustinas con San Martín, subir al quinto piso, tocar el timbre y ahí en el umbral encontrarse con el maestro Luis Advis, sus perros y sus lecciones de profe estricto. Era 2003 y juntos ensayaban una reposición de la sinfonía “Los Tres Tiempos de América”.

Un día la puerta la abrió un desconocido, contra toda costumbre. Estaba claro en dos segundos: el compositor ya no estaba ahí, fulminado por un cáncer gástrico y una insuficiencia renal que cargó por dos años. Tras suyo quedaba un legado que incluye obras cumbres de la música chilena como la cantata “Santa María de Iquique” y “Canto para una semilla”.

Y a sus 69 años, el músico de Iquique dejó un proyecto inconcluso. Uno que sus colaboradores finales -entre ellos, la propia Simonetti- describen como el trabajo más querido para Advis. Se trata de “Clásicos de la música popular chilena”, en el cual el compositor y la Comisión de Publicaciones de la Sociedad Chilena del Derecho de Autor (SCD) se plantearon una ambiciosa antología: en varias entregas, Advis y sus colaboradores iban a seleccionar las canciones chilenas más representativas del siglo XX, las presentarían en sus contextos a través de escritos introductorios e incluirían una partitura para cada tema con el objetivo de que las nuevas generaciones pudiesen estudiar la estructura musical de los himnos populares.

Juan Pablo González supo del proyecto desde el día cero. Retornado a Chile tras hacer su doctorado en Musicología en la Universidad de California, buscaba formar contactos y publicar. Conoció a Luis Advis a principio de los años ’90 durante un concurso de composición que organizó la Universidad de Chile. Desde ahí tomó conocimiento del proyecto “Clásicos de la música popular chilena” y al poco tiempo estaba recorriendo los persas en busca de esos antiguos cancioneros con partituras que aún circulan entre libros usados.

González navegó junto a Advis en dos volúmenes. El primero incluyó un período entre 1910 y 1960 y salió publicado en 1994. El segundo volumen (aparecido en 1998) se ocuparía de la música de raíz folklórica y la Nueva Canción Chilena entre 1960 y 1973, mientras que el tercero incluiría a la Nueva Ola y la balada, dentro del mismo período.

Ese tercer volumen apareció en noviembre de 2010, pero con un detalle que hoy tiene a González defendiendo una denuncia por grave falta a la ética contra el presidente de la SCD, Alejandro Guarello: Luis Advis, creador del proyecto, no figura como editor. En ese lugar están el propio Guarello y el musicólogo Rodrigo Torres.

Silencio en la partitura

González recibió su copia durante el acto de inauguración de la Feria Pulsar, en noviembre de 2010, el mismo mes en que se le comunicó el cese de sus funciones al interior de la Comisión de Publicaciones de la SCD. Desde que Guarello asumió como presidente de la SCD en 2009, González creía que la Comisión ya ni siquiera sesionaba.

El académico retuvo el libro en sus manos, mientras por el escenario pasaban cantando los antologados: el Pollo Fuentes, Luis Dimas, Cecilia, entre otros. Y cuando se le ocurrió abrir su copia de “Clásicos de la música popular chilena. Tercer volumen: Canciones y Balada”, quedó dislocado. Bajo el título del libro, la portadilla de los créditos ponía como editores a Alejandro Guarello y Rodrigo Torres. Más abajo, créditos para la Comisión de Publicaciones, con su nombre incluido. Ninguna seña de Advis en la portadilla donde se nombran los antologadores. Su nombre recién aparece en el prólogo y también en un ficha bibliográfica.

Era suficiente para dirigir una carta a la SCD exigiendo una explicación a lo que considera “un atropello a la memoria de Luis Advis”. “Aparezco nombrado bajo los editores, como miembro de la Comisión de Publicaciones, avalando esas condiciones. Por eso me quejo de que mi nombre ha sido utilizado en algo no sólo de lo que no tenía conocimiento, sino que también lo encuentro reprobable”, cuenta González.

La Directiva de la SCD respondió mediante una carta, firmada por el Secretario de la entidad, el maestro Valentín Trujillo. Ahí exponen distintos argumentos para explicar la omisión de Advis como editor. Entre ellos, que es una obra colectiva de carácter corporativo, por lo tanto, es responsabilidad de la SCD y no de las personas que aparecen señaladas como editores.

Así explican que la inscripción de este tercer volumen en el Registro de Propiedad Intelectual está hecha a nombre de la SCD. González les recordó que el segundo volumen está inscrito a nombre suyo y de Luis Advis. La sociedad de gestión respondió que se debe “a un lamentable error” y que corregirán esa inscripción hecha hace más de 12 años.

Y luego la SCD relata que desde 2006, a partir de la entrada de Guarello a la Comisión de Publicaciones “se modificó substancialmente la naturaleza del tercer volumen, cambiando radicalmente su carácter meramente antológico, para darle un nuevo rasgo a la publicación: hacer de esta antología una experiencia musical práctica y vívida”.

En el prólogo se hace explícito que el texto deriva del trabajo de Advis realizado entre 1998 y 2004, “siguiendo estrictamente los criterios e indicaciones que en vida el propio maestro Advis determinó y aplicó para la antología”. Según González, “no se trataba de ‘criterios’. Era el libro terminado”.

La nota alta

Entre quienes se enteraron de la denuncia está Fernando Ubiergo, vicepresidente de la SCD durante el mandato de Advis (1993-2004) y su sucesor en esa institución. El músico está desligado de la sociedad de gestión desde 2009, cuando renunció tras una polémica por utilizar software ilegal durante una presentación en Antofagasta. Cuando Ubiergo recibió la carta, no podía dar crédito.

El autor de “Un café para Platón” era otro de los invitados frecuentes al departamento del maestro, hasta su muerte. Ahí entraba en trance escuchando lecciones de “una figura más cercana a la idea que tenemos de los griegos”, describe. Esas visitas lo dejaron con la convicción de que Luis Advis y el tercer volumen de “Clásicos de la música popular chilena” son dos cosas indisociables.

“Nadie nos va a decir a nosotros que este trabajo no tiene que ver con Lucho. Casi quiero entender que el nombre se quedó atrapado en los engranajes de la imprenta, porque si no parece una broma”, subraya Ubiergo que hasta el momento no conoce las explicaciones de la directiva que antes integró.

“A nadie de los que estábamos a su lado se nos hubiera pasado por la cabeza omitir el nombre de Lucho”, cuenta Ubiergo, recordando además la defensa explícita que hizo el ex Director General de la SCD, Santiago Schuster, para considerar este tercer volumen como la última publicación de Advis.

“El hecho de que no aparezca como editor es una cuestión que violenta la memoria, especialmente de los que estuvimos muy cerca y lo vimos trabajar en esto afanosamente”, agrega.

Tras compartir los últimos años de vida de Advis, la cantante Gloria Simonetti tuvo una reacción similar: “Él estaba inmerso al cien por ciento en este texto. Por eso me parece raro todo. Esta es de la clase de obra que no se realizan de un año para otro; menos cuando hablamos de alguien que era extraordinariamente estricto con su trabajo”.

Entre el trabajo que realizaba Advis junto a Juan Pablo González había que llamar a los intérpretes de la Nueva Ola para consultarles por arreglos musicales o detalles que debían llevar a partituras. El teléfono de Miguel Zabaleta, integrante de los Red Juniors, sonó más de una vez por esta causa. Ahora quedó marcando ocupado tras enterarse de su omisión en el libro: “No sólo es una falta de respeto con Luis Advis, sino que no sé lo que pretenden. ¿Figurar como autores de esta obra? No entiendo”.

Zabaleta entrega información sobre otro argumento de la SCD para postular que esta es una obra distinta: las partituras encargadas por Advis fueron rehechas, con el objetivo de hacer las partituras más simples, para que todo el mundo pudiese leerlas. “Pero ese fue el objetivo desde siempre”, dice el intérprete de “Al pasar esa edad”. “Me consta que desde el principio estaban simplificadas. Además que no son canciones complejas, de por sí”.

                                                             
González también apunta a esa función repetida: “Las transcripciones las hizo el maestro Pedro Mesías tal como las hacía en sus largos años de trabajo para editoriales en Nueva York: dentro de un nivel de tercer año de piano. (…) De este modo, la SCD tuvo que gastar más dinero para re-transcribir, re-copiar y re-editar algo que ya estaba hecho por un conocedor absoluto del tema, como era el maestro Mesías”.

La semilla

Pedro Advis es juez y también la única sucesión del músico de Iquique en este mundo. En la carta en que Juan Pablo González denuncia la falta ética a la SCD, Pedro Advis aparece apoyando los argumentos del musicólogo. “Era una denuncia verosímil, en el sentido de que aparecía hecha por quien había tenido contacto y conocimiento directo en esta situación, en la cual yo no advertí que hubiera otro tipo de interés más que reestablecer lo que a su juicio era la verdad de los hechos”, recuerda el sobrino de Luis Advis.

Tras escuchar los argumentos de la SCD, su postura varió: “Me parece que la SCD ha desvirtuado razonablemente lo expresado por González en su carta, explicitando cuáles fueron las condiciones concretas en que se generó, se produjo y editó el tercer volumen de esta serie. Fue replanteado y rehecho por la SCD”, explicó a The Clinic Online.

Sin embargo, González afirma que las únicas modificaciones tienen que ver con la eliminación de uno de los textos encargados, la retranscripción de las partituras y la supresión de una de las canciones seleccionadas por Advis: “Mira niñita” de Los Jaivas. Con eso, quedaron en 56 canciones de las 57 visadas por el músico.

“Cualquiera sea el alcance de las correcciones, creo que en la SCD no ha existido la intención de hacer aparecer una obra o de olvidar a Luis Advis como el autor, o de menospreciarlo o preferirlo”, responde el heredero.

El Consejo Chileno de la Música reprodujo la carta de González íntegramente; y ante las consultas, la Asociación Chilena de Estudios en Música Popular (Asempch) preparó una declaración: “Si la omisión de su nombre en este Tercer Volumen constituye o no una infracción a la Ley de Propiedad Intelectual, es materia que compete a la justicia. Sin perjuicio de ello, y dada la importancia de Advis en el diseño y la planificación de las tareas editoriales de la obra en su conjunto, consideramos que tal omisión constituye un acto que atenta contra la ética de la creación intelectual y artística”.

González afirma que su interés no está en dañar a la SCD, sino en respetar el aporte de Guarello y Torres, e incluir el nombre de Advis entre los editores para una segunda edición. Es el mismo llamado que hace la Asempch. Desde este miércoles que la SCD entra en período de elecciones para elegir seis miembros del directorio para doce candidatos. Y esta vez, los socios que acudirán a sufragar lo harán bajo un ruido que obliga a tomar una postura: una interferencia colándose entre el sonido amable de La Nueva Ola.

Carta a Juan Pablo González

Carta a Valentín Trujillo

Exhibirán documental sobre Elena Montoya “La Criollita” a alumnos de la región de Coquimbo

Imagen:Elena Montoya | Munitur.cl

Radio Bio Bio
Publicado por Camila Álvarez

A partir del Próximo lunes en diversos establecimientos educacionales de la región de Coquimbo comenzará a exhibirse un completo documental audiovisual con la obra de la folclorista Elena Montoya, más conocida como “La Criollita”.
Recordemos que en la zona se le considera una de las más grandes folclorista, como Violeta Parra o Margot Loyola, a partir de eso que el Gobierno Regional y otras instancias dispusieran los recursos para la recopilación de su obra.
El documental será exhibido en una primera instancia en establecimientos municipales y posteriormente en colegios subvencionados y privados, la idea es que los estudiantes conozcan más de las raíces de la zona.

Presidente de la SCD es acusado de omitir a Luis Advis


El Mercurio
Alejandro Guarello habría excluido el nombre del fallecido compositor, en los créditos del libro "Clásicos de la música popular chilena".

DIEGO RAMMSY S.
El musicólogo Juan Pablo González se dio cuenta del hecho, recién cuando tuvo la primera edición del libro en sus manos. El tercer volumen de "Clásicos de la música popular chilena" estaba firmado por Alejandro Guarello y Rodrigo Torres, hecho que lo sorprendió porque dicho texto, según González, debería tener a un autor en particular: Luis Advis, el responsable de concebir la colección completa en vida, la que no alcanzó a finiquitar antes de su muerte.

Así es, el mismísimo Luis Advis, responsable de obras de la música popular como "Cantata Santa María de Iquique", y quien firma los primeros dos volúmenes de la colección, es quien concibió la totalidad del proyecto teniendo diferentes colaboradores, entre ellos el mismo Juan Pablo González, quien denunció dicha omisión por medio de una carta que envió a la SCD el pasado 14 de abril.
La SCD, por su parte, manifestó mediante una carta formal su repudio ante las acusaciones de González, corroborando la labor editorial de Guarello y Torres, y ahondando en temas legales y corporativos, lo que no dejó tranquilo ni contento al denunciante. "La carta me deja insatisfecho respecto a las razones que tuvo el consejo directivo para sacar a Luis Advis como uno de los editores responsables de una antología que fue imaginada y convocada por él", dice González. Porque legalmente el libro no es el mismo que pensó Advis. Las partituras se hicieron de nuevo y se eliminó una canción del repertorio total. "Es irrisorio decir que no es la misma antología porque hay una canción menos. Es como sacarle una coma a una palabra de un poema y decir que es otro poema", alega González.

Juan Antonio Durán, director de la SCD, explicó los créditos que se lleva Advis en la obra: "En el libro existe una serie de reconocimientos a la figura de Advis, que para nosotros es fundamental". Para Durán el problema es otro: "Es una discusión técnica respecto de la participación que le cupo a distintas personas en la edición del libro".

"Es lamentable que Juan Pablo González, que es el representante del Presidente de la República en el Consejo de la Música, haga una campaña de desprestigio contra el presidente Alejandro Guarello, justamente en el momento en que se están produciendo las elecciones de la SCD", dice Durán, quien asegura que el libro fue lanzado hace más de seis meses. González, por su parte, dejó claras sus intenciones: "En ningún caso quiero desprestigiar a la SCD, solamente estoy clamando que se haga justicia por la memoria de Luis Advis".
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Acá pueden ver una nota similar publicada por The Clinic

Mauricio Redolés: “Para mí la revolución es que haya un tipo que defiende a un carabinero porque lo están golpeando para matarlo”


Música.cl
El poeta músico hará un show especial hoy sábado 28 de mayo junto a Simellaman Boys. Aquí entrega su visión sobre el caso Hidroaysén, el saqueo y su manera de hacer un fuego donde hubo un incendio.

Estamos en la Plaza Yungay junto a Cristián Rodríguez y Javier Urbina, respectivamente bajista y baterista de Simellaman Boys, la banda que lo acompaña desde hace poco más de un año. Estamos esperando a Mauricio Redolés. Este sábado estarán en la sala SCD de Bellavista realizando un concierto especial de unas dos horas, donde además de sus clásicos como Eh Rica o Quién Mató a Gaete?, tocarán canciones que no se aprecian generalmente en sus presentaciones, como El Maestro Sandovar, Nutrias en Abril, Ciertos Especta-culos de Santiago de Chile o la reciente El Hombre es un Saqueador. Aquí llega el poeta rock. REC.

En El Hombre es un saqueador tratan el fenómeno que Chile entero observó después del terremoto, pero supongo que hay saqueadores y saqueadores…

Mauricio Redolés: Es un tema recurrente en Chile, en Latinoamérica y en el resto del mundo. Adonde vayas hay saqueo, pero acá los Matte, los Angelini, los Luksic, los Piñera son los saqueadores nacionales. Y están los saqueadores internacionales: la Barrick Gold, las mineras de capitales extranjeros. De alguna forma el saqueo está por todas partes. Te saquean hasta el derecho de autor, como decimos en la canción. Vivimos en un mundo de saqueo permanente. Y es un modelo que se reproduce hacia abajo. El niño más grande le quita el sándwich al más chico en el colegio. A ese matonaje a nosotros nos gusta llamarle bullying, porque somos extranjerizantes y saqueados de nuestro propio idioma. El saqueo viene desde la prehistoria, alguien ve algo abandonado y se lo apropia; yo estudié leyes y eso se llama usucapión, hasta el derecho romano lo había conceptualizado. Pero la gente pobre en general no es saqueadora, porque vive en la pobreza y a quién le va a saquear, a otro pobre, no porque eso es mal visto, a un rico, no porque por educación, en un sistema en que se respeta la propiedad privada, el robo es mal visto entre las clases pobres. Eso de que los pobres son acá o son allá es una caricatura clasista que no tiene mucho que ver con la realidad, como la del flaite reggaetonero. Las personas pobres son trabajadores con menos tendencia a robar que otras capas de la sociedad.

¿Pero esto fue a propósito del terremoto?

Mauricio Redolés: Es que es muy difícil trazar una línea entre el saqueo y el robo por necesidad. Fue uno de los terremotos más grandes del planeta. Si alguien se roba un paquete de pañales por qué se le va a castigar, si esa guagua no puede hacer sus necesidades sin ser resguardada apropiadamente por sus padres, que tienen plata pero no hay nada abierto, entonces ya pos, llevémonos los pañales, pero tampoco hay pasta de dientes, bueno, llevémonos la pasta de dientes, oye y esta pintura pal pelo no está mala. Por ahí se empieza. En Japón no hubo saqueo pero eso tiene que ver con el tipo de sociedad en que vivimos. Acá los niveles de pobreza están muy escondidos y eso permea. Y la gente además robaba objetos como televisores: durante años se nos ha estado inculcando la importancia de tener un televisor bueno y grande, eso es lo que hace la televisión diariamente. El año pasado venía el mundial: ¡En qué lo va a ver, en qué lo va a ver!

Hace poco se bajaron de un evento poético en Coquimbo, el cual estaba financiado por la minera Los Pelambres. ¿Por qué?

Cristián Rodríguez: Esa vez nos estaban saqueando la ideología. Nos habían dicho que era una actuación para una minera, pero no sabíamos que era para Los Pelambres, que tanto daño causa. Pero las mismas personas del Valle del Choapa reclamaron.

Javier Urbina: Nos avisaron a lo que íbamos. Nosotros tenemos un discurso que se iba a empañar porque te esconden la información.

Cristián Rodríguez: En Coquimbo hay gente que ve a Los Pelambres como una solución a la pobreza. Claro, la gente puede tener un trabajo y dignificarse en ese sentido, pero es tan poca la información que tienen que no saben el daño que pueden estar haciendo. Es un saqueo a la consciencia.

A propósito de que una casa comercial usó Todos Juntos, de Los Jaivas, para vender más ropa y televisores, ellos reclamaron pero al poco tiempo estuvieron tocando para Obama. ¿Se trata de un saqueado haciendo negocios con su saqueador?

Redolés: Nosotros durante muchos años vivimos en una sociedad en que todo el mundo se sentía llamado a corregir al otro. Un Chile escindido entre verdades y mentiras. Eso ya pasó, fueron tantos los cambios y tan brutales los golpes que nos hicieron repensar nuestra ubicación como individuos en la sociedad, y desde allí tomar distancias, perspectivas. Uno adquiere un convencimiento de lo que uno hace, ya sea para comprarse un plasma o cambiar el mundo, para lo que quiera. Pero quien haga una canción como El hombre es un saqueador hoy día en Chile o es tonto o es consecuente. No es casual. Pero yo no soy el rector, patrón moral o Pepe Grillo de Los Jaivas ni de nadie. Que hagan lo que quieran. En lo que sí estoy es en la letra de Todos Juntos, eso lo admiro, eso lo quiero, eso lo siento mío, y ninguno de los autores de esa canción estuvo con Obama, ni el Gato Alquinta ni Eduardo Parra. A mí esa canción me acompañó en un campo de concentración donde estuve en Colliguay. Había un preso que lo sacaban a cantar las canciones de Los Jaivas y a tocar quena, y eso nos alentaba, y eran los mismos infantes de marina los que se lo pedían. Entonces, que cuarenta años después los integrantes que reemplazan a ese grupo original toquen para el Presidente de EEUU es cosa de ellos. Ni los critico ni los alabo. El mundo no se divide en blanco y negro como antes, hay una cantidad de grises que te lo encargo.

En este momento un porcentaje de la ciudadanía protesta contra Hidroaysén. Se ha generado una especie de movimiento social, y simultáneamente ocurre algo similar en Medio Oriente, en España. ¿Tienen futuro estas corrientes de cambio?

Redolés: A lo mejor pueden morir las revoluciones, pero la necesidad de cambios no morirá mientras haya gente descontenta. La gente lo que quiere es que corten el hueveo. En los países árabes, por ejemplo, hay gente aplastada por los musulmanes, aplastada por EEUU, por el destino de ser país petrolero, por las monarquías árabes derechistas y por el extremismo islámico. Entonces ya no quieren nada con nadie. En España, con este movimiento de indignados, gana la derecha. Después va a ser peor. Para mí hay una necesidad de una nueva política, nuevos partidos, nuevos líderes que de alguna forma derriben prácticas que han existido durante cuarenta años en Chile. Pero los sistemas políticos y económicos tienen una capacidad de reinvención inagotable. Yo me acuerdo que en Londres había una revista que se llamaba Time Out, que tenía una sección de danza, una de teatro, otra de humor, de música, rock, punk, y había una página que se llamaba Agitprop (agitación y propaganda), y esa era la página de la izquierda, en eso transformó el sistema a la izquierda, tiene esa capacidad de transformar todo lo que lo pueda dañar en algo que lo pueda favorecer. Entonces a lo mejor se puede parar Hidroaysén, pero pueden hacer tres termoeléctricas en la Isla de Pascua, anda a saber tú. El desafío es que haya dirigentes, que haya una intelectualidad libre e independiente.

Rodríguez: Yo no sé si la revolución existe, pero creo que vale la pena, que puede funcionar. Por ahí me la juego no más. Es una opción.

Redolés: Para mí la revolución es que haya un tipo que defiende un carabinero porque lo están golpeando para matarlo. Ese es un revolucionario. Y el que lo golpea es un fascista, de izquierda pero fascista. Yo estoy en contra de la situación de injusticia del caso bombas, porque sin ninguna prueba los tienen presos a los cabros, pero también estoy en contra de ir por todo el barrio diciendo ¡vamos a tirarle bombas a todo el mundo! Eso hacen, eso hicieron el domingo pasado. Tampoco les compro. Pero yo tengo confianza, tengo fe en la gente que reacciona y puede crear una red. Aunque una cosa es el movimiento social y otra cosa la política. Si mañana uno de estos dirigentes sociales fuera candidato a diputado, con el apoyo del partido x, en ese momento dejo de creer. El dilema es cómo pasar del movimiento social a la política, pero no se puede renunciar a la política, porque ahí es donde está el poder, ahí es donde se cambia la legislación. Para acceder a eso habría que educar a miles y millones de chilenos en el reencantamiento por la política. Ese cambio supone sacrificios, como pasarse el día en reuniones y apoyar a un dirigente determinado. Pero tirándole piedras a un paco no vas a cambiar la sociedad.

¿Se puede hacer algo a través de la música, considerando las pocas opciones de difusión que tiene hoy la música chilena?

Urbina: Lo bueno de la música es que puedes transmitir más fácilmente un mensaje, y que el receptor de eso es más amplio. Nosotros defendemos causas y a veces tocamos por ningún peso, porque vamos con una idea como banda. Ahora, las instancias hay que buscarlas, siempre hay herramientas para difundir lo que uno hace.

Rodríguez: A los medios no les importan las cosas que nosotros decimos, no tienen esa delicadeza.

Pero tal vez haya maneras más sutiles de decir las mismas cosas…

Redolés: No sé si sutil sea la palabra. Mi trabajo no está exento de sutileza. Te voy a decir algo en tercera persona, como Martín Vargas: creo que Mauricio Redolés es un gran compositor y Chile le ha pagado como las huevas, los medios de comunicación se lo han perdido, y ya tiene 58 años. Eso no me deja amargo, porque tengo la amistad de Cristián, de Javier, de Adrián (Díaz, guitarrista de Simellaman Boys), de las miles de personas que van a mis recitales, las miles de visitas de El hombre es un saqueador. Si no es por falta de sutileza que yo no tengo público, es por decir las cosas por su nombre. No es que Redolés es un bruto que dice las cosas por su nombre y por eso no lo tocan. No me tocan porque digo la firme, que es otra cosa. Yo creo en Kafka, y Kafka decía: no hay nada mejor que hacer un fuego donde hubo un buen incendio. La mejor manera de decir algo es decirlo sin importar las circunstancias, el modo o los caminos por los que llegas ahí. Hay que hacerlo, hacer ese fuego. Tampoco soy tan ingenuo como para pensar que si voy a hacer El hombre es un saqueador me van a llevar al Festival de Viña o de Olmué. Para eso tendría que haberme quedado en Canción para la más chiquitita de todas, El espejo y Nutrias en abril y haberme quedado ahí. Me acuerdo que por el 87 me llamó el productor de Sábado Gigante, había llegado a sus manos el casette de Bello Barrio y quería llevarme a tocar Nutrias en abril. Me llama y me dice ‘tenemos muchas ganas de invitarte con Mario a que toques, nos gustó mucho la canción’. ‘Pero usted me llama del canal 13, el mismo canal donde presentaron hace una semana el rostro torturado de Karen Eitel’. Y me cortó el teléfono. Yo no soy huevón. Si me hubiera metido para entregar un mensaje desde dentro, ¿qué mensaje hubiera llegado? Yo respeto mucho a Calle 13, que para entregar un mensaje le hace publicidad a las zapatillas tanto; cosa de ellos, pero no les creo tanto. Yo respeto las estrategias que cada uno diseñe, pero yo tengo la mía. En mi trabajo como músico, poeta, escritor, nunca me he planteado ‘esto no lo voy a poner porque le va a caer mal a Piñera, esto tampoco porque le va a caer a Tellier’. Yo he hecho y dicho lo que he creído que he tenido que hacer y decir. Y tampoco me quejo. Digo que no me tocan porque es verdad, pero no lo digo de manera quejumbrosa ni me voy a Nueva York. Yo llegué acá y estoy contento acá. Una vez me preguntaba una periodista si yo creía que había sido incomprendido. Yo le dije: 'no, he sido muy bien comprendido, por eso no me tocan' (risas). Es lo que pasó con la Violeta Parra, ella sabía que sus verdades molestaban. Víctor Jara sabía que sus verdades molestaban. Mis verdades también molestan. Y hay mucha otra gente que ha podido hacer una carrera en el extranjero y decir las cosas desde allá. Pero acá, en Chile, en este hoyo, yo asumo mis responsabilidades como artista de un país que trata como las huevas a los artistas que dicen verdades. La otra vez un sociólogo, Tomás Moulián, a propósito de una cuestión similar decía ‘lo que pasa es que Redolés cree que las cosas hay que decirlas directamente y que la metáfora o la imagen no es válida en las canciones’. Tan huevón no soy, pero al pan hay que llamarlo pan y al vino hay que llamarlo vino, porque si no estás diciendo nada. Los medios se han encargado de meter en la cabeza de la gente que Los Prisioneros fueron un grupo antidictatorial, pero nunca hicieron una sola canción contra la dictadura. Los Prisioneros perfectamente podrían haber tocado para la UDI, si es que no tocaron para la UDI alguna vez, y habrían sido lo mismo, porque ellos hacían una canción del resentimiento de la clase media baja de San Miguel. Hacían la canción social porque era una pomada para Jorge González, pero no porque creían en ello. Yo toqué por primera vez en Chile de vuelta del exilio el 85, y entre ese año y el 89 no vi nunca a Los Prisioneros en un acto contra Pinochet. Aparecieron en los actos del No al final. Y lo digo con todo el amor que tengo por Narea, pero esa es la verdad. Aunque no hablo de sus intenciones. Pero no disfracemos al lobo de oveja. Ellos hacían canción social, y eso tiene valor.

¿Tienen planes de hacer un disco que incluya El hombre es un saqueador?

Redolés: Saliendo de este recital vamos a meternos de cabeza a armar los temas nuevos. El otro día hicimos una lista y tenemos unos 30 temas nuevos. Ponte tú que sean 20 los que valen, porque otros son semillitas. De ahí que saquemos 11. El panorama tecnológico ha cambiado de tal manera en los últimos diez años que el derrotero para hacer un disco es muy distinto. Ya no necesitas sello, de hecho ahora tener un sello es el problema. Y tienes una plataforma en que basta apretar un botón y te pueden escuchar en cualquier parte del mundo. Y prometemos no meter las patas más para que nos toquen en la radio (risas).

martes, mayo 24, 2011

En Homenaje a Don Santos Rubio


Ha Fallecido don Santos Rubio.

Faltarán muchas líneas, muchas palabras, muchos versos para decir lo que significó don Santos Rubio.

Personalmente se me apareció en algunas presentaciones televisivas de comienzos de los años 80. Después vinieron esos memorables encuentros de payadores en el Teatro Cariola realizados por la radio Umbral, recuerdo haber estado maravillado en esos asientos viendo a los maestros en el escenario. Posteriormente recuerdo un cassette que grabaron los hermanos Yañez y los Hermanos Rubio para la Sony Music, en donde cantaban sobre lo humano y lo Divino. De ahí me pego un salto, y recuerdo haberlo redescubierto en el disco "Cantos por Travesura" grabado por Víctor Jara el año 1972. También recuerdo haberlo visto en un encuentro de payadores que se realizaba en el Rodeo de Pirque, y por último en una ronda de canto a lo Divino por Navidad realizado a fines del año 2009 en la Sala América de la Biblioteca Nacional de Chile, el cual grabé completamente en video.

De esa grabación les comparto el podcast que emitimos en esa oportunidad bajo el proyecto Puramusica de Fm Palabra, como un homenaje a Don Santos Rubio, como un homenaje también a don Osvaldo "Chosto" Ulloa.

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Palabras en Homenaje de los Payadores

Velorio de Don Santos Rubio

A los 72 años muere legendario payador chileno Santos Rubio


Emol
Uno de los máximos referentes del canto a poeta del siglo XX, cantor ciego y responsable de llevar la paya al disco y la universidad. El músico falleció esta mañana en su natal Pirque.

PIRQUE.- Víctima de un cáncer estomacal que le detectaron a fines de 2010, a las 7:30 horas de esta mañana falleció en San Juan de Pirque Santos Daladier Rubio Morales, conocido simplemente como Santos Rubio, uno de los más grandes payadores del siglo XX, impulsor de sucesivas generaciones de cantores a lo divino y lo humano. Tenía 72 años.

Los restos de Santos Rubio se están velando a esta hora en una casa de esa localidad campesina, que además es, junto con Melipilla, una de las cunas de la paya, el guitarrón chileno y el canto a lo poeta. La noticia se propagó incluso por las redes sociales.

La muerte de Santos Rubio supone la mayor pérdida en el campo del canto a lo poeta desde la muerte de Osvaldo Chosto Ulloa, otra eminencia del canto y el guitarrón de Pirque, ocurrida el 7 de octubre del año pasado. En su faceta de payador, Santos Rubio también compartió escenarios con otro referente de la poesía improvisada, Benedicto Piojo Salinas, quien murió en febrero de 2008.

"Todo ocurrió muy rápido. Estuve con él en noviembre en un encuentro de guitarroneros en Pirque y lo vi bien. Después lo invité a Salamanca en enero y estaba muy deteriorado física y anímicamente", cuenta Manuel Sánchez, uno de los músicos que aprendió de Rubio.

No lo vio, lo escuchó

"Santos es una persona sumamente importante, sobre todos para generaciones actuales de guitarroneros. Era un cultor natural pero además tenía una proyección artística. Eso es muy dificil de conseguir, por lo general son áreas que van muy separadas. Los invetigadores señalan que Santos Rubio era la unión de ambas cosas. Fue un maestro que indirectamente nos influyó a todos y es la piedra angular de lo que hoy está ocurriendo con el movimiento de la paya. Como era ciego, es el gran personaje de la oralidad. Todo lo que sabía nunca lo vio. Sólo lo escuchó", agrega Sánchez.

El fallecido cantor es integrante de un clan de trece hermanos avecindada en la localidad de la Puntilla de Pirque, a 27 kilómetros al sur de la capital. De todos ellos sólo él y su hermano menor, Alfonso Rubio, se dedicaron a la música como oficio, y la ceguera que lo acompaña casi desde sus primeros días no fue un obstáculo para sus talentos.

Entre sus principales aportes, a Santos Rubio se le reconoce la tarea de llevar el canto a lo poeta a los ámbitos académico y disquero, más allá de la transmisión oral de la que fue baluarte desde los años '50. Enseñó los rudimentos del guitarrón chileno en la Universidad de Chile y ya desde los años '60 grabó un disco producido por la misma universidad, donde recupera el contrapunto entre el maulino Mulato Taguada y el terrateniente Javier de la Rosa, famoso encuentro fechado por el historiador Encina a fines del siglo XVIII.

Su última participación en un disco data de 2007, cuando compartió espacios con Osvaldo Ulloa, Juan Pérez Ibarra y su hermano menor Alfonso Rubio en Guitarroneros de Pirque, producido por Gonzalo Henríquez.