sábado, marzo 24, 2012

El Jaiva desconocido


La Tercera

René Olivares lleva 40 años ilustrando los discos de Los Jaivas. Más allá de ese trabajo, desde que conoció a los músicos, en 1972, se convirtió en un integrante más del grupo, viviendo en comunidad con los cinco miembros originales de la banda en Argentina y Francia. Esta es la historia del sexto Jaiva.

por Rodrigo Cea

"Conocí al 'Gato' Alquinta caminando por Providencia en 1972. Era plena época hippie y tuvimos buena onda de inmediato. Apenas él supo que yo pintaba, esa misma tarde me preguntó si podía conocer mi trabajo. Le dije 'claro', y partimos caminando al Taller Saturno: una casa en Pedro de Valdivia Norte que compartía con un astrónomo y un fotógrafo, donde tenía mi mesa de dibujo y mis pinceles.

Cuando llegamos, fuimos directo a mi taller, y fue ahí donde el 'Gato' vio esa pintura en el atril: la imagen del indio con un sol en las manos emergiendo detrás de las montañas. Cuando por fin habló, me dijo:

-Estoy componiendo una canción que tiene que ver mucho con esta pintura, ¿crees que la podríamos usar en la carátula del disco?

-Sí -le dije-, no hay problema.

Entonces, él tomó una guitarra que había por ahí y empezó a cantar Indio hermano, la canción de la que me estaba hablando: 'No cambiaré /mi destino es resistir /esta civilización de poder y ambición'. Hasta hoy, a mí me gusta pensar que esa fue una forma de celebrar el inicio de nuestra amistad. El comienzo de mi historia con Los Jaivas".

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"Nací en Santiago el 24 de diciembre de 1946 y me crié en una casa en que la pintura y el dibujo eran muy importantes. Mi mamá, Laura Espínola, que aún vive, es pintora, y mi papá, René Olivares Becerra, fue director de la revista Topaze. Crecí viendo revistas y los libros de pintura de mi mamá, en los que descubrí la vida de los artistas malditos en París y soñé con imitarlos algún día.

Nunca me gustó ir al colegio, el Calazans, que estaba cerca de la Plaza Ñuñoa. Lo que más me agradaba era ir al trabajo de mi papá. El siempre me abrió las puertas de la editorial Lord Cochrane, primero, y de Zig-Zag y Quimantú, después. Ahí yo usaba los escritorios, las tintas chinas y pasaba horas ensuciando papeles sin que nadie me dijera nada.

Un día llegué a la oficina de Marcela Paz, la escritora de Papelucho, que en ese tiempo era directora de la revista Pandilla. Me presenté, le mostré mis dibujos y, sin saber que yo era hijo del director, me dio trabajo. Se trataba de ilustrar las anécdotas que todas las semanas enviaban los niños. Yo tenía 12 años, y me acuerdo muy bien de eso, porque mis dibujos salían firmados: 'René Olivares/12 años'; cuestión que no me gustaba mucho, porque ya me creía grande: un hombre. En la oficina del lado trabajaba Pepo, un gran amigo de mi papá, a quien lo iba a molestar mientras dibujaba Condorito.

El resto de los recuerdos de mi adolescencia no son tan felices. Me retiré del colegio. Fue un período complicado, de mucho alcohol y locura, que terminó cuando en 1965, a los 19 años, me casé y me fui con mi mujer a Europa a vivir la ruta".

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"Recorrí durante cinco años Europa en una Combi Volskwagen pintada con flores. Estuvimos en París, donde vivimos la Revolución del 68, y luego partimos a Roma, donde nació mi primer hijo. Luego partimos a Madrid, donde nació mi segunda hija, y seguimos hacia Barcelona y Canarias. Volvimos a Chile en 1972.

No había pasado mucho tiempo de eso cuando conocí al 'Gato' y fuimos a mi taller a ver mi cuadro. Después de que terminó de cantar, le dije que la pintura era muy grande y que la iba a cortar para poder trabajarla como carátula. Yo nunca había hecho eso ni nada parecido, pero estaba muy motivado: ya había escuchado un par de canciones del grupo y me habían gustado mucho.

Con la pintura del indio en un bastidor más pequeño, comencé a trabajar la carátula: dibujar letras y nuevos detalles. Meses después, cuando estuvo aprobada por todos, fuimos a fotografiarla. Ya estaba todo listo para publicar el álbum cuando vino el 11 de septiembre del 73 y el disco se quedó en las bodegas.

Después del golpe, Los Jaivas se fueron a Argentina y yo, que me había hecho muy amigo de todos, viajé con ellos. Llegamos primero a Zárate, una ciudad a orillas del río Paraná, en la que vivimos un par de años antes de partir a Buenos Aires, donde hicimos contacto con rockeros como Charly García. Fue en ese período cuando me convertí en algo más que el dibujante de las carátulas. Como había viajado con mi hijo, que entonces tenía siete años, estaba a cargo de varias tareas domésticas en la casa y ayudaba, además, en los traslados de los equipos para las presentaciones. Siempre fui el Jaiva detrás del escenario. Un día de 1977 decidimos ir a probar suerte a Europa. Partimos en barco".

"Entre niños y adultos sumábamos más de 20 personas. La primera intención era llegar a Génova, pero en el último concierto en Buenos Aires, una mujer nos ofreció su hogar en Biarritz, Francia.

Cuando llegamos a la casa, dijimos: 'Oh, que está linda'. Estábamos bajando las maletas y apareció un tipo que nos dijo que esa era la casa del guardia, que la nuestra era la mansión que estaba más arriba. Ahí vivimos pobres como ratas, pero teníamos un jardín muy bonito donde jugábamos a la pelota. Los Jaivas comenzaron a ensayar y crear temas nuevos. El problema fue que los ejecutivos del sello estaban en París y tuvimos que partir una vez más.

Arrendar casas para cada familia era muy caro y, por eso, seguimos viviendo todos juntos. En un comienzo, la música del grupo no era muy conocida y debíamos hacer hasta dos shows diarios para subsistir. Nosotros barríamos el escenario, instalábamos los equipos y los acarreábamos de vuelta a casa. Gabriel Parra era el encargado de manejar el camión y yo siempre lo acompañaba de copiloto para que no se quedara dormido. En ese período me acerqué mucho a él y al 'Gato', quien apadrinó a mi hija Aymara mientras que yo lo hice con su hija Aurora.

Los Jaivas comenzaron a consolidarse y a hacer giras. Fueron a Inglaterra y España y en 1982 regresaron por primera vez a Chile. Yo ya me había enamorado de Martine, una francesa que hasta hoy es mi esposa. Y decidí quedarme allá.

Ser pintor en París es como ir a vender helados de agua al Polo Sur. Llevo 35 años viviendo en la ciudad y estoy feliz de haber cumplido el sueño de ser pintor en París, que incubé de niño leyendo los libros de pintura de mi madre. A diferencia de Picasso o Chagall, no me hice famoso y terminé anónimo en el barrio 5. En París siempre estoy en contacto con Eduardo Parra, el único de Los Jaivas que vive allá. Hace unos días escuchamos unos casetes que casi boto a la basura, que contenían improvisaciones e ideas de canciones grabadas hace más de 20 años".

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"Hoy estoy en Santiago por un par de meses para preparar una exposición de mi trabajo que se hará en el Museo Nacional de Bellas Artes el próximo año, a propósito de los 50 años de vida de Los Jaivas.

Ahora que soy bisabuelo y ya tengo 65 años, entré en una etapa en la que voy a tomar más en serio mi profesión de pintor, algo que siempre postergué, sabiendo que de viejo podría dedicarme a la pintura.

No haber triunfado como pintor en París no es algo que me ponga triste, porque siempre he asumido el trabajo de pintor como un servicio. Llevo más de 20 años trabajando como escenógrafo para una compañía de teatro, pintando afiches, el interior de bares y hasta letreros para una peluquería. Concibo la pintura como función social, de la misma forma en que he ilustrado más de 20 carátulas de Los Jaivas.

Mi mayor orgullo es la amistad que forjé con Los Jaivas, ser parte de esa familia y que hasta hoy ellos digan que yo soy uno más. 'El Jaiva de rostro incógnito', como alguna vez escribió Eduardo Parra. Es mi mayor orgullo".

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