sábado, mayo 05, 2012

Patti Smith, el Cervantes, Parra y los elefantes


El Mercurio

Como no podía ser menos, la ceremonia del Premio Cervantes concedido a Nicanor Parra fue la más irregular de cuantas se recuerdan. Y ahí estaba, en nombre y representación de los grandes poetas de la tradición americana, Patti Smith.  

Ignacio Echevarría

La tarde del pasado sábado 21 de abril, la escritora y cantante Patti Smith tomó en Nueva York un avión con destino a Madrid con el propósito de asistir al acto de entrega del Premio Cervantes a Nicanor Parra, que iba a tener lugar el lunes siguiente, 23 de abril. Sabía que el antipoeta no iba a estar presente en la ceremonia, pero, lejos de disuadirla, este dato reforzó su decisión de estar presente en ella, pues de lo que se trataba, a su entender, era de contribuir al valor simbólico de la ceremonia y, si Parra no asistía, tanto más oportuna se hacía la presencia en ella de quienes pensaban que era una oportunidad única para rendirle tributo.

Patti Smith fue amiga muy cercana de Allen Ginsberg, quien, como es sabido, tuvo amistad con Nicanor Parra, a quien frecuentó durante su larga estancia en Chile en 1960, cuando se celebró en Santiago el Primer Encuentro de Escritores Americanos. De hecho, durante sus primeros años en Nueva York (los que rememora en su hermoso libro Éramos niños), Patti Smith frecuentó lo que allí quedaba del entorno de la llamada Generación Beat, y fue asidua acompañante de William Burroughs ("era inaccesible para una chica, pero, de todas formas, yo lo amaba"). Hace ya mucho que Patti Smith leyó a Parra en las traducciones que de sus poemas y antipoemas hicieron en los sesenta el mismo Ginsberg, William Carlos Williams, Lawrence Ferlinghetti y Thomas Merton, entre otros. Mucho más adelante, su pasión por Roberto Bolaño la movió a refrescar aquellas lecturas y reavivó su interés y su admiración por el antipoeta.

Cuando el segundo y último tomo de las Obras completas de Parra salió a la luz, el pasado mes de octubre, Patti Smith propuso dar en Santiago, con este pretexto, un recital-concierto en honor de Parra. Matías Rivas, de la Universidad Diego Portales, y Colombina Parra estuvieron al tanto de este proyecto, que apoyaron incondicionalmente pero que finalmente no prosperó, entre otras cosas porque el Premio Cervantes, concedido en diciembre a Parra, restó a la iniciativa su efecto sorpresa y podía hacerla parecer oportunista.

Así que, aunque de un modo muy esquinado, Patti Smith tenía una cuenta pendiente con Nicanor Parra. La tenía ella misma; pero además ella es una persona con un profundo sentido de la lealtad y de la memoria que debe guardarse a los amigos muertos, y en las semanas que precedieron al acto de entrega del Premio Cervantes llegó a la conclusión de que sus viejos amigos poetas (algunos de los cuales admiraron muy precozmente a Nicanor Parra y trabajaron en direcciones paralelas a las de la antipoesía) se hubieran sentido complacidos de estar representados en una ceremonia en la que se rendía tributo a uno de los suyos, por así decirlo. En concreto, Allen Ginsberg, recordó Patti Smith, sentía debilidad por las ceremonias de todo tipo, y no hubiera desperdiciado la oportunidad de asistir a la del Cervantes, si lo hubieran invitado. Eso pensó y, ni corta ni perezosa, tomó el avión rumbo a Madrid.

Como no podía ser menos, la ceremonia del Premio Cervantes concedido a Nicanor Parra fue la más irregular de cuantas se recuerdan. Ninguno de los dos protagonistas previstos para el acto concurrió. El rey de España, Juan Carlos I, por estar recuperándose de una operación en la cadera, consecuencia de una caída durante una cacería de elefantes en Botsuana. Nicanor Parra, por haber sobrepasado con mucho la edad de los elefantes sin haberse dejado nunca cazar.

En una de las postales que integran la caja de los Artefactos de 1972 se ve dibujado un elefante de largos colmillos y con la trompa alzada, a cuyo pie se lee: "HASTA CUÁNDO SIGUEN FREGANDO LA CACHIMBA. Yo no soy derechista ni izquierdista, yo simplemente rompo con todo". Y así es, en efecto. Empezando, cómo no, con los protocolos, que con ocasión de la ceremonia del Cervantes hubieron de adaptarse a la decisión tomada por Parra de que fuera su nieto Tololo quien leyese el remedo de discurso que, falto de tiempo para preparar uno a la medida de la ocasión, finalmente mandó.

Empezó Tololo por reclamar, en nombre de su abuelo, un plazo adicional de un año para mandar el discurso definitivo. Y visto lo visto, conocedores como somos todos de la estúpida mecánica del Premio Cervantes -qué tácitamente ha establecido una delirante alternancia entre España y Latinoamérica, de modo que el premio corresponde un año sí y un año no a un autor latinoamericano o español, con desentendimiento de toda proporcionalidad entre el caudal literario de una y otra orilla del Atlántico-, lo más razonable sería suspender por un año la concesión del premio, de modo que el 23 de abril de 2013 se celebrase la ceremonia definitiva del Cervantes concedido a Parra, esta vez con la presencia de los dos ausentes, del antipoeta y del rey, y con la lectura de un discurso especialmente concebido para el momento.

A lo mejor entonces hacían acto de presencia los poetas y los escritores españoles, que -cortesanía obliga- concurrieron en masa al almuerzo que, con ocasión del Cervantes, se dio en la Casa Real el viernes 20, pero que no se dejaron ver en la ceremonia el día 23. No se dejó ver ninguno, excepción hecha de José María Micó, que formó parte del jurado que falló en favor de Parra. ¿Errores de criterio en la distribución de las restringidas invitaciones? ¿Desinterés motivado por la ausencia del antipoeta? ¿Inopia pura y simple, más probablemente?

Como fuere, ahí estaba, en nombre y representación de los grandes poetas de la tradición americana, Patti Smith, que durante los discursos de la ceremonia (todos muy estimables, que la verdad no quede sin ser dicha) pergeñó sobre el tríptico conmemorativo que se repartió entre los asistentes un poema dedicado a Parra.

El poema fue leído por la propia Patti Smith aquella misma noche, en una reunión de carácter íntimo celebrada en un pequeño bar del centro de Madrid. Colombina Parra y Hernán Edwards cantaron para Patti Smith algunas de sus canciones. Ella les correspondió cantando a su vez algunas de las suyas, y leyendo el poema escrito durante la mañana. Raúl Zurita, que estaba allí, recitó admirablemente, acompañado por las guitarras de Colombina y de Hernán, un par de poemas que estremecieron a todos. La cosa se animó, se formó un ambiente de fiesta familiar. Patti Smith bailó un buen rato con Ricarda, la bellísima rapanuí, la hija del Chamaco, que también estaba allí en compañía de sus padres y de sus hermanos. Había otros niños, felices. Hubo alegría, espíritu de juerga y la sensación de que era ésa la verdadera celebración del Cervantes, lo que a Parra le hubiera gustado.

Patti Smith, que durante el aperitivo que siguió a la ceremonia evitó saludar a los príncipes de España, al Presidente del Gobierno y a las autoridades allí reunidas ("sin ceremonia no es posible la anarquía", declaró a los mismos periodistas a los que dijo que le gustaba la poesía de Parra "porque es rebelde y es humana"), debía regresar a Nueva York el miércoles, para asistir a una cena en la Casa Blanca, con el Presidente Obama. Yo le recordé admonitoriamente el episodio famoso de "la tacita de té", que tanta cola le trajo a Parra. Ella se rió. Al parecer, me dijo, los tiempos han cambiado.

Los tiempos han cambiado, sí, pero Parra sigue ahí.

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