domingo, febrero 24, 2013

31 minutos íntimo

La Tercera


Alvaro Díaz y Pedro Peirano tuvieron que esperar 10 años para este momento. Después de tres exitosas temporadas de 31 Minutos, cinco discos y una película que les significó dos años de deudas, la música revivió al programa y al equipo detrás de él. Luego de una década desde su creación, 31 Minutos se presentará este miércoles en el Festival de Viña del Mar. Estuvimos con ellos en sus ensayos. Aquí, la trastienda.

por Carla Mandiola


Alvaro Díaz está sentado con los brazos extendidos sobre dos sillas vacías. Sólo hay cinco personas sentadas en una sala donde caben 620. Díaz es uno de ellos y su voz es la única que se escucha.

-¡Acción! -grita.

Y Pedro Peirano, con el muñeco de Tulio en su mano, comienza a caminar rápido y a gesticular como lo hace su títere. Algo que ve en la escena molesta a Alvaro; agita sus brazos, cierra los ojos, dice “paren, paren, paren”. Todo se detiene en ese segundo. Tulio desciende rápidamente y Pedro saca la cabeza por un costado del escenario. Las cuatro personas restantes en el auditorio se dan vuelta para mirar al hombre rubio con grandes lentes.

-Vamos a hacer esta escena hasta que sea fome -dice Alvaro, mientras acomoda sus anteojos.

En la sala de Matucana 100, los personajes, músicos y títeres de 31 Minutos tienen cinco días antes de presentarse el miércoles 27 de febrero en el Festival de Viña del Mar. Son 30 personas que trabajarán para el show, ocho músicos, alrededor de 30 canciones y 80 títeres que manejan cinco titiriteros.

Antes no fue así. Antes eran Díaz y Peirano en una calle en Ñuñoa, intentando desarrollar el programa más importante de sus vidas.

Terminados

Año 2003. Alvaro Díaz y Pedro Peirano estaban tirados en la esquina de Irarrázaval con Pedro de Valdivia: agachados, incómodos; no sabían bien qué hacer. Por primera vez estaban grabando una nota para su nuevo programa, 31 Minutos. Era una encuesta del personaje “Mico el Micófono”. Dos mujeres caminaban por esa misma calle y una comentó:

-Mira, los de Plan Z. Cacha en qué terminaron.

Díaz y Peirano, que hasta ese momento habían despuntado en la TV junto a Rafael Gumucio, Angel Carcavilla y Carolina Delpiano en el extinto Canal 2 Rock and Pop, escucharon con claridad las palabras. Por unos segundos se quedaron con los monos en la mano, hasta que detuvieron la grabación. Pedro dijo: “En realidad, terminamos haciendo unos monos mugrosos”.

La hermandad

Alvaro y Pedro se visten parecidos: poleras desteñidas azul y bermudas. Alvaro usa zapatillas y Pedro calza zapatos de lona. Parecen inseparables. Cuando uno se sienta en las graderías, el otro busca un espacio lo más cerca posible. Comentan todo, se molestan entre sí y luego de una broma de Alvaro -que nadie más del equipo logra entender-, las carcajadas de Pedro suenan en toda la sala.

El ilustrador Rodrigo Salinas se sube al escenario y comienza a cantar Diente blanco, no te vayas. Alvaro ordena que repitan la canción tres veces, como todas las otras que han ensayado este día.

-Perfecto, gordito -le dice Peirano.

-Ya, shao -responde Salinas, sonriendo.

Antes de irse, Salinas se mete detrás del escenario y agarra, de una de las 28 cajas plásticas donde se encuentran los monos de 31 Minutos, al títere Juanín, su personaje insigne. No puede evitarlo y grita “oh, estás mucho más cabezón”. Pasa menos de un minuto y vuelve a mirarlo: “Está gigante este mono”. Los titiriteros lo miran, pero ninguno está asombrado.

Asunto de niños

31 Minutos se entiende desde la infancia de sus creadores. De niño, Alvaro Díaz quería ser geógrafo. No sabía a qué se dedicaban, pero ansiaba viajar por el mundo y pensaba que con esa carrera lo lograría. Para compensar ese vacío, alucinaba con los mapas y se sabía casi todas las capitales del mundo.

“Mis viejos tenían algo muy básico, pero muy bueno: para que fuera más inteligente, me regalaban enciclopedias”, recuerda Alvaro. Entonces veía los golfos en los mapas y sentía curiosidad. “Yo quería viajar, arrancar de algo, que ahora no sé qué es”. Alvaro estudió en el Colegio San Juan Evangelista de Las Condes, donde fue parte del grupo scout por 10 años y con quienes, al fin, pudo salir de su hogar y conocer un poco lo que leía en las enciclopedias.

Pedro Peirano estudió en el Colegio Sagrados Corazones de Alameda. Era un colegio tradicional, de hombres, y con entrega de medallas a fin de año. Pedro quería la de mejor alumno. Y la consiguió en más de una ocasión. Pero la pasión de Pedro es el dibujo. Una de sus primeras creaciones públicas fue “El Vikingo”, donde los villanos eran los profesores de su colegio. Pedro subía las escaleras de su colegio y veía cómo sus compañeros compraban la revista y mostraban páginas a quien estuviera a su lado. “Ese es el placer absoluto”, afirma Peirano.

En la casa donde Alvaro se crió, en la rotonda Atenas, no habían cosas para niños. No vio películas de Disney. En esa casa vivía su abuela, que sufría de parálisis de toda la parte derecha de su cuerpo. Lo que podía hacer con facilidad era cambiar la radio blanca Panasonic, que estaba en su velador. Alvaro miraba la escena y se quedaba escuchando por horas la música. “Conocí a Los Beatles y a Led Zeppelin, cuando era viejo. Antes yo conocía sólo la música romántica de la radio”.

Pedro nació un 25 de diciembre, por lo que su cumpleaños fue ignorado por las personas que estaban más pendientes de sus propios regalos. “Pensaba que tenía una conexión con Dios, por haber nacido el mismo día de Jesús, sentía que hablaba con los animales. Obligaba a mis papás ir al zoológico todos los fines de semana”.

Mientras Pedro se daba cuenta que no tenía superpoderes, Alvaro intentaba superar su timidez. “Recién ahora le perdí el miedo a la gente, al mundo”, dice. Díaz tenía un mundo propio, pero trataba de pasar desapercibido. Alvaro sufre vértigo, por lo que nunca pudo subirse a los árboles ni menos ir a Fantasilandia. “Eso te genera un miedo, porque siempre van a haber situaciones en que puedes quedar como un cobarde. No quieres que se den cuenta de que eres miedoso e inventas un personaje súper seguro, canchero y cabrón. Y soy todo lo contrario”.

Peirano concluye: “El Alvaro aparenta ser más gruñón y yo aparento ser más amistoso. El Alvaro tiene una ternura y yo tengo una maldad”. Es decir, la verdadera personalidad de ambos asumidas por sus alter ego: Tulio y Bodoque.

Aplaplac

Díaz y Peirano se conocieron el primer día de clases en el patio de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile. Era 1991. A Díaz no le cayó bien Peirano porque, a diferencia de él, a Pedro le gustaba ser el centro de atención.

“Después nos hicimos amigos porque nos dimos cuenta de que tenemos el mismo humor. Siempre hemos coincidido en eso y aunque trabajemos con más gente, estamos los dos”, recuerda Díaz. De hecho ambos se enrolaron en el Canal 2 Rock and Pop y cimentaron fama de periodistas creativos.

Después del cierre de ese canal, en 1999, Díaz y Peirano tuvieron que buscar nuevos trabajos. Crearon la productora Aplaplac, para poder realizar una serie de documentales deportivos para una cadena de deportes norteamericana. El proyecto, tras un año, se acabó. Presentaron un par de proyectos sin demasiado éxito, pero la Conama también estaba interesada en la dupla. A Juan Manuel Egaña, productor general de Aplaplac, se le ocurrió la idea de hacer notas, pero más entretenidas de las ya conocidas. A Díaz se le ocurrió la ruta de la caca.

-¿Por qué no hacemos una nota siguiendo la caca, pero con títeres? ¿Pedro, tienes títeres?

-Por supuesto que tengo -le respondió entusiasmado.

Con el títere de un sapo verde, que Pedro usaba cuando chico, hicieron la primera nota verde. De todos los proyectos, ese fue el que más le gustó a todos: a los integrantes de la Conama, a Carmen Gloria López, directora del área infantil de TVN, y a ellos mismos. Y dieron ideas.

-Hagamos un noticiero con notas, pero que haya un conductor .

-¿Por qué no hacemos canciones?

-Pero que sean de temas de niños verdaderos.

Días después, ganaron el fondo de la primera temporada de 31 Minutos.

La resistencia

El éxito del programa fue rápido. Comenzaron con la venta de productos con sus personajes, el primer disco fue un éxito y lanzaron cuatro más. Los monos fueron a estelares, y en las calles los piratearon. Con las ganancias y la gestión de Juan Pablo Egaña, la productora Aplaplac se consolidó. Luego de terminar la primera temporada, decidieron hacer su primera película.

Díaz dice: “No queríamos hacer más temporadas, estaba la locura por hacer películas. Y la principal locura fue lo caro que salió”. La película de 31 Minutos es la más cara que se ha realizado en Chile: costó 2,5 millones de dólares.

“La película es la resaca de 31 Minutos, la gran fiesta. A veces son mejores los carretes chicos en tu casa que los matrimonios. Quedamos con deudas grandes y es demasiado el coletazo para un disfrute tan corto. Pasas dos años pagando una deuda. Hice proyectos que no quise hacer, hicimos un spin off con las Vacaciones de Tulio y Patana bien hecho, pero comprometido con veinte empresas, financiado por afuera. Trabajaba en tres partes, hice canciones para una radio, escribí para The Clinic. Trabajaba 16 horas diarias”, recuerda Díaz.

La suerte para Pedro Peirano fue distinta. Luego del fracaso comercial de la película de 31 Minutos, comenzó a escribir guiones y fue parte de las películas chilenas “La vida me mata”, “Joven y Alocada”, “Gatos Viejos” y la película “No”, la cual fue nominada al Oscar como mejor película extranjera. Peirano se fue a vivir a Nueva York para terminar sus guiones y su libro de cómic, y luego se radicó en México, donde escribió una serie para la televisión de ese país. En 2012 cumplió uno de sus grandes sueños y publicó su cómic “La isla de los juguetes perdidos”. A pesar de la caída, Aplaplac jamás se acabó.

La salvación

El ensayo se detiene un momento mientras los titiriteros buscan los personajes que aparecerán en la siguiente canción. Alvaro Díaz se sube al escenario y se va directo a un teclado. Toca canciones románticas, intenta sacar Tren al sur de Los Prisioneros. Los asistentes del equipo tienen que aplaudir y reír como si fueran el público de Viña del Mar.

-Espero que las risas duren más en el show -le dice Alvaro a Pedro.

Año 2007. Díaz estaba solo en su casa, en la calle Holanda, cuando lo llamó el cantante Pedropiedra.

-No nos conocemos mucho, pero me gustaría mostrarte las canciones de mi primer disco, para saber tu opinión -dijo el cantante.

-Ven de inmediato -aconsejó Díaz.

Esa tarde Díaz escuchó completo el primer disco de Pedropiedra. En ese momento todo tuvo sentido. El éxito, los errores y los malos momentos. Alvaro escuchó pasar ese disco, canción, por canción.

“La música salva vidas, a mí me cambió todo”, afirma hoy Díaz.

El 31 de marzo de 2012, 31 Minutos fue invitado a actuar en Lollapalooza. “Si me hubieran llamado a mi para ofrecerme lo de Lollapalooza, hubiera dicho que no”, dice Peirano. La llamada la recibió el productor Egaña, quien le dijo a Felipe Ilabaca. El convenció a Díaz, quien tampoco quería. Lo tomaron como una humorada, pero después del éxito, se dieron cuenta que esa era su redención.

La presentación en el Festival de Viña es un sueño para Alvaro. Va a mostrar en lo que trabaja desde hace 10 años, va a tocar guitarra y cantará con Felipe y Pablo Ilabaca, de Chancho en Piedra, y con el tecladista Camilo Salinas. Es la redención de 31 Minutos y la antesala de la cuarta (y probablemente) última temporada del programa.

Mientras espera otro ensayo en Matucana 100, Peirano reflexiona: “Ahora voy al Oscar porque escribí la película del ‘No’ y es la raja tener que volver apurado a hacer mi títere y cantar. Saber que voy a volver a hacer a Tulio es fantástico, porque es ridículo y tienes que estar atrás con un mono que te pesa, estás sudando como bestia y te tiene que salir bien”.

Peirano observa a Díaz que mueve los brazos y camina como un oso en medio de un teatro vacío.

“No tengo nada qué hacer en los Oscar, es como un matrimonio de marciano. Voy a puro pintar el mono y mirar famosos. Pero en el Festival, Tulio depende de mí. Y yo no puedo imaginar mi vida sin hacer esto”.

Alvaro Díaz nuevamente, y como en todo el día, anuncia que repetirán una canción.

-Hasta que se vuelva fome -dice.

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