domingo, diciembre 13, 2009

La conexión de la sicodelia con el cartel chileno




Un grito en la pared" Gráfica chilena, hippismo y política:

¿Qué tienen en común la sicodelia pequeñoburguesa de los 60, las reivindicaciones sociales de los 70, una tienda en el Drugstore, Inti Illimani y Bono? Nada menos que el cartel chileno.



Óscar Contardo
En la introducción del libro de historia gráfica chilena "Un grito en la pared", de Mauricio Vico y Mario Osses, se hace referencia a una frase de Susan Sontag. En uno de sus ensayos la escritora sostiene que el afiche publicitario es una expresión de la estabilidad política y económica de una sociedad. Por el contrario, allí donde hay una proliferación del cartel de vocación política lo que se respira es crisis.

Chile, en ese sentido, ha estado en ambos lados de la frontera trazada por Susan Sontag. "Un grito en la pared" es una especie de tentativa de iniciar una costura entre ambas orillas, explorando la relación entre el cartel sicodélico hippie surgido a fines de los sesenta, el político setentero y el cultivado durante el exilio en Europa y Estados Unidos.

Desde hace poco más de una década, un puñado de diseñadores chilenos se ha encargado de hacer un trazado histórico y patrimonial de la gráfica chilena, indagando en una tradición que se inicia en la Escuela de Artes y Oficios de la U. de Chile y se esparce en la medida en que el siglo avanza al paso de las convulsiones políticas y las transformaciones económicas. Desde "El Cartel Chileno" (Ediciones B), de Eduardo Castillo, hasta "Marca Registrada" (Ocho Libros), de Pedro Álvarez Caselli, han intentado atar cabos sueltos y darles una narrativa congruente a las imágenes de afiches políticos, carátulas discográficas y gráfica publicitaria de la segunda mitad del siglo XX.

"Un grito en la pared" sigue la misma ruta y pone acento en la historia. Le da un marco social al desarrollo del cartel y tiende un puente entre la sicodelia hippie mirada con suspicacia por la izquierda chilena y el afiche de compromiso político.

"La sicodelia fue un referente importante en el recambio del concepto del cartel en Chile", apunta Mauricio Vico, diseñador y académico de la Utem. Los autores fijan en 1967 un punto de inflexión. Ese año, junto con las carátulas de los grupos rockeros como los Mac's y los Jockers, se suceden y traslapan una serie de hitos que anuncian el desembarco en Chile de la estética sicodélica tributaria del pop art, el op art, el hippismo y la contracultura californiana con todas sus motos buscando nuevos destinos y otras yerbas.

"En muy poco tiempo surgen muchas cosas. Ese año se lleva a cabo el Festival de la Nueva Canción Chilena en la UC, llega la minifalda a Chile y se abre la tienda Postershop, de Guillermo Núñez y Patricia Israel", comentan los autores.

Guillermo Núñez volvía de un viaje por Estados Unidos, allí descubrió el potencial estético del formato cartel más allá de los propósitos informativos. En Chile, junto a Patricia Israel, fundó Postershop, primero en Bellavista luego en el Drugstore de Providencia, foco del embrionario hippismo local. Más burgués y californiano que proletario y cubanizado, ese hippismo era mirado con sospecha por la izquierda, la que finalmente adoptaría algo de su estética y la adaptaría a los carteles políticos. "Muchos de sus elementos (del cartel sicodélico) fueron incorporados a una gráfica más "militante", precisamente para llegar a una mayor cantidad de usuarios". De hecho, los diseñadores Antonio y Vicente Larrea -considerados los creadores de la "imagen corporativa" de la Nueva Canción Chilena junto a Luis Albornoz- sostienen que la exhibición en el país de la película "El submarino amarillo", del alemán Heinz Edelmann, fue "determinante para los cambios que experimenta el diseño en Chile a partir de la segunda mitad de los sesenta".

Con mayor o menor timidez, la influencia del hippismo se plasmaba en afiches militantes, carátulas de discos y revistas. Desde la irrupción de Paula hasta la revista gubernamental Onda, que incorpora elementos de estética sicodélica en la medida de lo posible para su orientación política, reemplazando los influjos hinduistas por la reivindicación indigenista y la tipografía ondulante por una más discreta aunque igualmente irregular. "Eran influencias suaves, menos exacerbadas, más residual que aquellos carteles de la sicodelia norteamericana", acota Mario Osses.

Pero en mayor o menor medida conectadas, ambas vertientes creativas corrieron la misma suerte después del golpe. En adelante todas las barbas serían dignas de sospecha y el nuevo nicho de desarrollo publicitario evitaría cualquier referencia a la estética con reminiscencias militantes o hippies.

La historia del cartel continuó, pero fuera de Chile.

"La gente que se va se lleva esto como un imaginario cultural, como un sedimento y lo sigue desarrollando en sus países de destino", explica Mario Osses.

En Europa la tradición iniciada en Chile continuó ahora en otro tono. Ya no son los sueños revolucionarios o el futuro esplendor. El tono se acerca al lamento y el tema siempre será el mismo: la denuncia de los crímenes contra los derechos humanos y la recuperación de la democracia. Hay figuras recurrentes. Vico y Osses han logrado reunir ciento cuarenta afiches distintos con la misma figura: la de Víctor Jara.

En Estados Unidos, en cambio, el cartelismo en el exilio se abre a otras causas. No es sólo el retorno de la democracia en Chile, sino que también la lucha contra el apartheid en Sudáfrica, la causa palestina en Medio Oriente y la violencia política en Centroamérica. "Es muy difícil dar con el nombre de los autores de muchos de esos carteles. Una excepción es René Castro, quien, además de hacer carteles de denuncia, se transformó en diseñador escenográfico de U2 y en amigo de Bono".

La Bienal del 74
"Para una cultura democrática y antifascista" fue el lema de la Bienal de Venecia de 1974. Quizás la versión de la Bienal con mayor presencia chilena en la historia de la muestra. En esa oportunidad y repartidas en varias salas de exposiciones se mostraron piezas del cartel chileno desarrollado en los 70. "Entre los carteles destacaron una versión depurada de "x Viet-Nam" y "Desármelo y Vótelo" de Guillermo Núñez, "No a la Sedición" de José Balmes, algunos trabajos de los hermanos Larrea y los diseños característicos de la brigada Ramona Parra", apuntan los autores de "Un grito en la pared". Además de la representación de afiches, en esa oportunidad Roberto Matta participó de la Bienal con un mural realizado en las calles de Campo San Polo.

Ninguna de estas exposiciones fueron dadas a conocer en Chile. "El solo hecho de su exposición en un evento de arte italiano elevó estos trabajos a la categoría de manifestación artística que en Chile nunca pudieron tener", apuntan Vico y Osses.


fuente: El mercurio

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