jueves, agosto 12, 2010

Esta industria es un gran circo

ANITA TIJOUX EN LA CRESTA DE LA OLA

“Esta industria es un gran circo”

Es hija de militantes del MIR, que se exiliaron en Francia tras el golpe de Estado de Pinochet a Salvador Allende en 1973. Tiene sangre indígena y una puesta hip-hopera sugerente. Su disco 1977 había salido el año pasado, pero revivió hace unas semanas cuando Thom Yorke, de Radiohead, seleccionó un tema suyo. Entonces su trabajo llegó al puesto Nº 7 de la Billboard Latin Rhythm Album y explotó en iTunes. “Daniel Viglietti, Chico Buarque, Rubén Blades, Violeta Parra y Víctor Jara eran grandes raperos”, le dice al NO. Acaba de editarse acá.
 Por Yumber Vera Rojas
En 1977 sucedió de todo. Murió Elvis Presley, los Sex Pistols editaron su disco debut, las Madres de Plaza de Mayo marcharon por primera vez frente a la Casa Rosada, se estrenó la miniserie Raíces, Pelé jugó su último partido como profesional y Pinochet decretó la disolución de los partidos políticos en Chile. Ese mismo año, ofrendado por los chinos en su zodíaco al símbolo de la sabiduría, la serpiente, también vio nacer a Anita Tijoux, rapera frontal e impetuosa que convirtió su flamante segundo disco en una maravillosa oda autobiográfica y en uno de los trabajos más impactantes que hayan aparecido en los últimos tiempos en el hip-hop de habla hispana. “Uno llega en la vida a un lugar de formas distintas. Mi manera de acercarme al rap fue bien entretenido, y ese camino define tu personalidad a la hora de hacer arte”, explica la exponente chilena al NO. “Yo empecé a escuchar hip-hop en Francia por el empleo de mi mamá, que era trabajadora social y me llevaba para que la acompañara. Así que decir que me interesé por el género gracias al oficio de mi madre no es la norma. En casa siempre disfrutamos de grandes cantautores a los que considero raperos, pese a que formalmente no lo sean. Y cuando digo esto pienso en Daniel Viglietti, Chico Buarque, Rubén Blades, Violeta Parra y Víctor Jara. De ellos fueron los primeros vinilos que tuve, y constituyeron mi enseñanza musical.”
Mientras la MC trasandina advierte del otro lado de la bocina que se servirá un café para amilanar el frío que tiene contra las cuerdas a los habitantes de Santiago, aprovechemos para repasar rápidamente su historial. Hija de militantes del MIR exiliados en Francia tras el golpe de Estado a Salvador Allende en 1973, Anamaría Merino Tijoux nació en la ciudad de Lille. En el hip-hop se involucró inicialmente como b-girl, y en 1993 se instaló definitivamente en Chile. A mediados de esa década incursionó en la escena del vecino país, primero integrando el combinado Los Gemelos y luego de invitada en el sencillo La medicina de la agrupación Los Tetas. Ese año se sumó a las filas de Makiza, grupo que la inmortalizó en el hip-hop. Tras publicar dos discos con este conjunto, entre ellos el indispensable Aerolíneas Makiza (1999), se tomó un ínterin en París para poner en claro sus ideas. En 2003 volvió al terruño de sus padres para iniciar su proyecto unipersonal, recibiendo al poco tiempo la invitación de Julieta Venegas para cantar el tema Lo que tú me digas, colaboración que reincidió en 2006 con Eres para mí, éxito del disco Limón y sal de la mexicana. Intentó un regreso con Makiza que no prosperó, aunque legó un álbum. Finalmente, su debut en solitario se produjo en 2007 con Kaos. Dos años más tarde llegó 1977, editado por estos días en la Argentina.
Después de disfrutar de un sorbo se pone nuevamente al teléfono y describe su reciente larga duración. “En 1977 me pude permitir realizar un álbum que me gustara. Al momento de empezar a hacerlo estaba convencida de que no le iba a interesar a nadie, salvo a mis seres cercanos. Lo realizamos con mucho cariño, y le tengo afecto”, afirma Tijoux, a pocas horas del derrumbe de la mina que tiene atrapados a 33 mineros chilenos en las cercanías de la localidad de Copiapó. “Los discos forman parte de los procesos emocionales que uno vive. Este trabajo me sirvió para reafirmarme a mí misma. La verdad es que me encanta, y me da lo mismo lo que espere la gente. Yo soy así de intensa, y no hay nada más difícil en la vida que aceptarse como uno es y no pertenecer al canon social que los demás esperan. En mi nueva producción me concentré en lo que quería decir, en las letras fundamentalmente, y me senté a escribir para volver a empaparme de lo que son las rimas, el contenido. Traté de expresar de la mejor manera lo que pensaba. Cuando lo escucho, le encuentro un montón de falencias, y es que uno piensa que podría haberlo hecho mejor. Pero igualmente considero que lo grabamos en un lapso tan corto de tiempo que está bien que haya sido así. Eso es lo bello de la imperfección.”

–En 1977 regresás al hip-hop tras la experiencia de Kaos, en el que te arropaste por el lado más pop del R&B. ¿Por qué?

–Mucha gente siente que hubo un cambio de Kaos a 1977, pero el primer disco significó la ruptura con lo que venía haciendo. No tengo ningún pudor en decir que fue un álbum que grabé porque precisaba ver la manera de conseguir dinero para mantener a mi hijo. Ciertamente es popero, aunque es más fácil defender una postura musical cuando no tienes mayores necesidades económicas. Al momento de nacer Luciano me llegó la oportunidad de realizar Kaos, que lo registré en un lapso de tiempo bastante corto. O hacía eso o era mesera de vuelta. En ese sentido, lo recuerdo con mucho cariño. Me resolvió la vida. Si bien a mucha de la gente que me sigue no le gustó, me da lo mismo. Sé quién soy, y cada uno vive su propio proceso de forma personal.

–Tu nueva producción tuvo un segundo aire a partir de que Thom Yorke comentara en mayo pasado que uno de sus temas favoritos es el que le da título a este trabajo. ¿Cómo recibiste la noticia?

–Antes que nada, a mí me gusta la música. Yo hago hip-hop y el 80 por ciento de lo que escucho tiene que ver con el género, pero en casa también consumo otras cosas. A Thom Yorke siempre lo admiré porque es ese tipo de artista al que le creo sus penas y sus rabias. Le creo porque es imperfecto, me gusta hasta su cara imperfecta. Bajo este punto de vista, estoy superagradecida de que le haya gustado. Por otra parte, siempre supe que era fan del hip-hop, así que no me extraña su elección. No obstante, es triste lo que sucede con la prensa, pues el disco salió en octubre y ahora porque Thom Yorke dijo eso entonces me dan bola. Te apuesto a que si lo hubiera comentado otro, 1977 seguiría pasando desapercibido. ¡Loco, salió el año pasado, y está desde hace siete meses rotando! Eso es triste. Esta industria es un gran circo, y uno forma parte de él. Lo que pasa es que no hay que tomárselo muy en serio.

–Ya es difícil para cualquier persona describirse, pero supongo que debe ser más complicado para un artista cantar sobre sí mismo. Sin embargo, cautiva de 1977, la canción, tu aguda capacidad de síntesis descriptiva. ¿Surgió a partir de la catarsis o de la necesidad de autoafirmación?

–Desde hace tiempo que quería componer un tema autobiográfico, pero no me atrevía porque me parecía egocéntrico. Hasta que llegó el momento. Lo que me gusta de esa biografía en particular es que está llena de anécdotas que no sé si se entienden tanto. Habla de mi nacimiento, de mi infancia, de por qué uno hace lo que hace, y de una forma extremadamente resumida. Son ese tipo de letras que te salen superfluidas, porque hay cosas que te cuestan más escribir y tienes que sentarte, y te da insomnio, y te levantas a las cuatro de la mañana, luego a las siete y no sale. Si se dio así de rápido era porque lo necesitaba. Uno hace lo que hace por necesidad cuasi física y emocional. Si pierdes esa esencia, es mejor ni intentarlo. Escribir es un proceso extraño.

–Si bien este disco se distingue por su tono autobiográfico, marca distancia de ese egotrip tan usual en el rap. Incluso una canción como Crisis de un MC se ampara en la autocrítica. ¿No es muy riesgoso mostrar tanta vulnerabilidad?

–Decir lo buena que soy en mi forma de vivir y de ver el mundo no tiene ninguna relevancia al momento de hacer una canción. La gente que más me emociona en el ámbito artístico es aquella que es capaz de decir: “Soy un pelotudo”. El egotrip siempre ha sido una tónica dentro del hip-hop. Hay raperos que son unos maestros en eso. A mí me encanta porque muestra en buena medida la manera en que nació el hip-hop. Siempre fui muy amante de los dadaístas, que también son superraperos. Para mí el rap es sinónimo de libertad creativa y de emocionar al escucha, aunque éste no sepa nada acerca del género. Yo podría haber hecho salsa, pero con el hip-hop es con lo que me siento más cercana.

–En Makiza compusiste canciones brillantes con alto contenido político y social. Por eso, ¿a qué se debe tu negativa de mantener estas temáticas en tus producciones en solitario?

–Cuando tienes una postura política ante la vida, no la pierdes. A pesar de que sigo pensando lo mismo que antes, no voy a repetir fórmulas. No sé por qué esperan eso de mí. No soy dirigente, no hago discursos. Hermano, a mí siempre me gustó el rojo, así como el naranja y otros colores. La postura política es algo tan personal y es de por vida, porque uno la lleva en la sangre y en la conciencia de humanidad frente a la sensibilidad de ciertos temas o temáticas del mundo. Todos los que tuvimos una historia política familiar fuerte no nos podemos desligar de ella. Es parte de tu enseñanza, y de cómo te criaron y alimentaron. Aunque eso no implica que tenga que escribirlo en todas mis canciones.

–¿Sos consciente de que te convertiste en una figura representativa para el rap y los jóvenes chilenos?

–Eso es lo más complicado para los que estamos sobre el escenario. La gente busca liderazgo en nosotros y, para serte franca, yo tengo más preguntas que respuestas. Uno es un ser contradictorio también, supongo que forma parte de la naturaleza de todo aquel que crea. Somos seres extremadamente frágiles y eso es lo bonito, porque prefiero un líder que no sabía que lo era. El poder de un orador es gigante, y a veces ni siquiera uno lo cuantifica. Es una tremenda responsabilidad.
Sin siquiera imaginárselo, Anita Tijoux emprendió un viaje sin retorno al ingresar en 1997 en Makiza, cuarteto que, tal como lo refiere su denominación (inspirada en los maquisard, nombre de la resistencia francesa frente a la ocupación nazi en la Segunda Guerra Mundial), se rebeló al establishment de la música pop chilena de fines de los ‘90, ofreciendo un discurso lúcido y consciente, y una exquisita propuesta sonora de bases funk y jazzeras taciturnas. Por eso no es de extrañar que su segundo álbum, Aerolíneas Makiza, sea considerado uno de los mejores trabajos en la historia de la doble hache en español y La rosa de los vientos, uno de los grandes himnos del rap latino. “Cuando empecé en Makiza, yo estaba metiéndome mucho con el freestyle. Ellos me invitaron a ser parte del proyecto, aunque luego me enteré de que no querían a una mujer”, revela la MC de sangre indígena que en junio alcanzó los 33 años. “Nunca fuimos muy amigos, sólo nos reunimos para llevar adelante este emprendimiento. El universo nos juntó, y en términos de personalidad siempre fuimos superdistintos. No me da pudor decirlo, pero la mayoría de las temáticas las puse yo sobre la mesa. Y es que en esa época tenía muchas preguntas en la cabeza, y Makiza fue el resultado de tantas dudas. Uno hace las cosas porque las necesita. No estaba preparada para que me fuera bien, y me abrumé. Me fui literalmente a la mierda. Me dio una depresión que no te la puedo ni explicar.”

–¿Qué te cuestionaste?

–Siempre fui una persona muy frágil, aunque me veo fuerte. Todavía no tengo la respuesta, pero el éxito es un lugar muy solitario, y sobre todo si no es tu objetivo. Cuando se formó el quiebre en Makiza estaba muy deprimida, no sabía si era realmente buena, si estaba perdida en el discurso. Me transformé en un icono, en la rapera que representaba a una generación. Y no hay nada más duro que eso porque uno se convierte en una estatua. La persona que más y mejor me acompañó en este proceso fue mi padre. A él le dije que iba a dejar el grupo y me iba a ir del país, pero me pidió que le explicara las razones. Lo hice, y me preguntó de qué iba a vivir. “De lo que sea”, le respondí. Me fui a Francia y allá trabajé desde conserje hasta de nana. Me las arreglé en términos económicos, y durante esos tres años también resolví las penas que uno tiene. Ahora lo llevo mejor de adulta.

–Considerando que la participación latina ha sido importante en la historia del rap galo, y para muestra están Jerónimo Saer, Sebastián Rocca y la actual estrella de la doble hache en ese país es la franco-argentina Keny Arkana, ¿por qué no decidiste emprender una trayectoria allá?

–Porque, como ya te dije, fui nada más que a resolver mis penas...

–¿Cómo te relacionás ahora con el éxito?

–Hace poco fui a Estados Unidos y todo el mundo me decía que no me hiciera expectativas porque iba a ser muy difícil. Pero a estas alturas del partido yo ya no tengo expectativas. Sólo fui a mostrar mi trabajo, y punto. Si lo acogen y lo escuchan, estupendo. Y si no, pues nada. Sin embargo, el disco fue superbién recibido, estoy agradecida. Aunque esto no podría haber pasado si no estuviera en la forma firme en la que me encuentro, porque para mí esto ya es un disfrute.

–Aparte de 1977, que especulo le gustó a Thom Yorke por su evocación a Scott Walker, de quien es gran fan, tu nuevo disco se caracteriza por la usanza de texturas oscuras que acompañan el ensimismamiento lírico. ¿Cómo elegiste las bases?

–Tengo un lado bien oscuro que no me da temor explorarlo, y muchos artistas se abocan a él en términos de tonos. Dos referentes para mí son José James y Flying Lotus (N. del. R: altamente recomendable su más reciente álbum, Cosmo-gramma). Y a mí me encanta porque es un universo donde afloran las emociones. Siempre me sentí cautivada por la tristeza, por eso me gusta tanto Violeta Parra. Es la gran princesa de la pena. Todo tiene que ver con lo que uno es y ha vivido.
Pese a que conceptualmente apuntan hacia lugares diferentes, si en algo coinciden Anita Tijoux y la española Mala Rodríguez, las dos raperas más importantes de habla hispana hoy por hoy, es en la manera de encarar el hip-hop como herramienta de expresión que hace uso privilegiado de la métrica para contar los mismos problemas que padecen los hombres. De tú a tú y sin tabúes. “Eso de la misoginia nunca me tocó”, asegura esta artesana del ritmo, proveniente de una tierra henchida de poetas y poetisas, y que suspendió el primer intento para hacer esta nota porque tuvo que ir a último momento a recoger a su hijo al colegio. “He tratado muchas veces de no poner mayor atención a lo que se merece. Lo que me interesa es seguir adelante con mi música, pues al final de cuentas eso es lo que va a dar de que hablar. Me da lo mismo si es un pene o una vagina, lo que aquí concierne es el contenido, las ganas y el amor. Obviamente, cada uno tiene su sensibilidad. En el momento en que empecé a hacer música, trabajé con puros hombres y fueron ellos los que me incitaron a dedicarme a esto. Así que no podría hablar mal del género porque mi mejor amigo es mi padre, tengo un hijo varón y mi pareja es un hombre. Creo que siempre va haber hombres y mujeres limitados. Dentro de setenta años veremos quién hizo más ruido.”

–Chile tiene la mejor escena de hip-hop de América latina, y en la Argentina están muy atentos a ella y se la respeta. No obstante, te has preocupado por conocerla. ¿Cuándo nació ese interés?

–Junto con mi padre amamos Argentina. Tenemos grandes amigos allá, y conocimos a otros argentinos en Francia, que también eran exiliados. Así que, antes que nada, hay mucho cariño involucrado. Por otra parte, mi relación con el hip-hop argentino se remonta a mucho antes de que Mustafá Yoda formara el colectivo Sudamétrica. Fue cuando tenía el grupo La Organización, con Apolo Novax. Hace 10 años viajamos un colectivo de cinco personas para conocerlos. Y es que me decía: “Tiene que haber hip-hop en la Argentina”. Hablaba con Apolo por mail, y nos gustaba la misma música. Y empezó una amistad a partir de la curiosidad por saber qué sucedía detrás de la Cordillera con nuestros hermanos argentinos. Pasó lo que pasó, nos juntamos y nos hicimos superamigos.

–Desde que asumió Piñera la presidencia, a Chile le pasó de todo. ¿Cómo está el país en este momento?

–Lo que pasa es que Chile es muy extraño. Tengo teorías raras. Siempre pensé que Estados Unidos y la dictadura lograron el objetivo, pues nos convertimos en una nación que consume una tele que no dice nada. Nos tienen embobados para que no pensemos, y el no pensar implica no luchar. Es parte de este cambio político que vivimos con Piñera. Creo que este terremoto que padecimos es también un sismo social. Chile es un país desigualitario en el cual, a partir de Pinochet, se estableció un sistema capitalista en el que estudiar y tener acceso a la salud es un lujo. Y se pretende que seamos aún más capitalistas, y obviamente eso crea una gran brecha social. Aquí sobra fuerza y gente increíble, por eso es triste vivir con esta cosa de sabor a nada. Ahora hay un revuelo mediático por un par de exiliados políticos que llegaron de Cuba, y los llevan a todos los programas de televisión. Pero en la tele nadie habla de lo que sucede en el sur con los mapuches. Así que está esa imagen de “Chile Libertador”, aunque en tu misma tierra están matando la identidad indígena. Si un país como el nuestro no está orgulloso de sus raíces, ¿qué nos espera?

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