Revista El Sábado
Hace un año y medio, el director de la Orquesta de Cámara volvió a Chile, tras una brillante carrera en el extranjero. Esta entrevista -incluída en el libro Creadores contra viento y marea, de la periodista María Cristina Jurado- fue hecha en 2007, antes de su retorno. Aquí revela cómo fue su dura formación profesional y critica las condiciones laborales que vive su gremio.
Por María Cristina Jurado
Juan Pablo Izquierdo recuerda nítidamente una noche de sus doce años cuando, a oscuras en una pieza de la casona familiar, escuchó la música de Arnold Schönberg por primera vez. No es que, a sus 72, haga un ejercicio de memoria para evocar sólo la casa de Miraflores y Huérfanos o la oscuridad. Después de casi una vida, puede oír cada sonido que salió esa noche del aparato de radio. Cierra los ojos y siente cada nota.
"Me pareció una música extraordinaria. Quedé estático escuchando porque todo sonaba desconocido, algo muy nuevo. Mucho después supe que era la Primera Sinfonía de Cámara de Schönberg, una obra que he dirigido muchas veces en mi carrera y que grabé el año pasado".
Izquierdo, hombre dúctil y bien conservado, fue un raro caso de vocación temprana. Nació músico. Con un oído privilegiado, antes de hablar y de correr, ya reconocía compases, se alegraba con Beethoven y Wagner -que su padre Luis, presidente de la Sudamericana de Vapores y agricultor, veneraba-, y saltaba de emoción con los boleros que escuchaba su madre, Rebeca Fernández. Un género popular que este docto ama hasta hoy y que reconoce como "una manifestación extraordinaria del espíritu latinoamericano". Juan Pablo, el penúltimo de cinco hermanos en una casa donde todo era música, aprendió a distinguir sones mucho antes que palabras:
-Hasta hoy, todo lo que ocurre diariamente lo traduzco a sonido. Si pasa algo tremendo como un terremoto, a mí me aparecen sonidos. Yo pensaba que era así para todos, descubrí la verdad mucho más tarde. A los cinco años conocía a Stravinsky y a Brahms. A los seis, con mi hermano Gonzalo, que tenía 10, escuchábamos la Cooperativa todos los domingos a las 11 de la mañana. Todavía oigo, exactamente igual, esa música en mi mente. Incluso, de adulto, he retomado algunas piezas.
Y es que la memoria es clave para un músico, dice este director durante 17 años de la Carnegie Mellon Philharmonic de Pittsburgh, una de las orquestas más importantes del mundo desarrollado, que ayudó a construir su sólida carrera a nivel mundial. Si hay varias maneras de aprender a dirigir, la de Izquierdo fue a través del duro entrenamiento de la memoria:
-Cuando me formé como director, a fines de los 50, uno se aprendía la música de memoria y la partitura era apenas una ayuda. Hasta hoy trabajo mi repertorio sin mirar papeles, pero hay escuelas en que esto está prohibido.
Pero el don de dirigir sin leer exige cierta distancia objetiva, dice este creador chileno que, además de estudios musicales, hizo tres años de Arquitectura:
-Hay obras que he hecho siempre de memoria como las Sinfonías de Beethoven, pero me obligo a tener la partitura al frente para tomar distancia. Esto es muy importante, hay que entender que el acto de dirigir una orquesta no es una extensión de uno mismo, sino una colaboración en grupo. Después de todos estos años, aún me esfuerzo por guardar la distancia objetiva aunque me sepa cada sonido de una obra y los tenga grabados en mi mente.
Entre 1957 y 1960 Juan Pablo Izquierdo se jugó la clave de su formación profesional. Con más años de preparación musical que los que le cabían en el cuerpo fue alumno aventajado en el Conservatorio de la U. de Chile; dominaba el piano, la viola y el violín; había estudiado con maestros particulares desde su infancia salió de Chile a los 22 años con una beca para Viena, Austria. Ya veneraba a Schönberg, "el súmmum del director de orquesta en todos los aspectos":
Al partir era joven, ambicioso y estaba dispuesto a romperse el alma por triunfar. Quería convertirse en compositor ya en el colegio anotaba los sonidos que su mente creaba- y, sobre todo, en director orquestal:
-Me fui becado por la Embajada de Austria. En Viena hice las dos carreras al mismo tiempo, a toda velocidad. Rápidamente me di cuenta que lo mío no era componer, sino dirigir. Mi meta era perfeccionarme con el maestro alemán Herman Scherchen, quien vivía en Suiza y fue el primer director orquestal que vi en vivo. Decidí convertirme en su discípulo.
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El maestro alemán lo hizo arar por el suelo. Izquierdo, humilde y tesonero, se lo ganó por cansancio:
-Scherchen era un gran promotor del tipo de música que a mí me interesaba, Bach, Mahler, lo antiguo y lo contemporáneo. Le toqué la puerta en uno de sus conciertos en Hamburgo y me dijo, secamente, que él no gastaba su energía en discípulos. Pasé muchos días desolado, tratando de convencerlo, escuchándolo grabar para la radio en las mañanas sin decir ni pío porque él no me dirigía la palabra. Una tarde, aburrido de mi paciencia, me invitó a su hotel y fui, muerto de miedo. Después de horas de silencio en presencia de su familia, silbó una nota y me pidió que la reconociera. Era un Si natural. Como supe contestar, me propuso seguirlo de Hamburgo a Colonia sin ninguna explicación. Y yo detrás. Finalmente, después de largas semanas de incertidumbre, me incorporó al grupo de sus alumnos en Suiza, con un italiano, que se fue pronto, y luego un norteamericano. Estuve tres años estudiando con él, una experiencia que nunca olvidaré por lo dura.
El sistema era fiero. Herman Scherchen viajaba a dar conciertos por toda Europa y sus discípulos no podían, entre tanto, levantar cabeza.
Trabajaban hasta 15 horas diarias. Inflexible y riguroso, el maestro alemán no admitía equivocaciones ni menos vacilaciones.
-Un día nos citó a una lección a las cuatro de la mañana. Vivíamos en un pueblito campesino de Suiza, era pleno invierno y había un metro de nieve. Con el gringo caminamos muchas horas y subimos cerros con nieve hasta que llegamos a su casa, mojados y muertos de frío. Tuvimos que esperar largo rato en la oscuridad, no nos atrevíamos a tocar el timbre. Por fin el maestro prendió la luz y nos hizo pasar, estábamos empapados. Me hizo dirigir de memoria la Sinfonía Heroica, mientras mi ropa chorreaba agua, tenía los zapatos con hielo. Sólo después de la clase nos dio café.
En otra oportunidad, recuerda Izquierdo, estaban en la terraza de un bistrot en Berlín y Scherchen les pidió a sus dos alumnos que se levantaran y comenzaran a dirigir una obra en silencio. El público, pasmado, los miraba gesticular con una batuta invisible, sin entender nada:
-No es que Scherchen fuera sádico. Era su manera de endurecernos y hacernos entender que esta era una vocación de por vida. El que no aguantaba, tenía que irse. Una noche me pasó la partitura de la Primera Suite de Orquesta de Bach para dirigirla "mañana temprano, de memoria". Era eterna, me pasé la noche entera en mi hotel de Lugano estudiándola porque era primera vez que la veía. Estuve más de 12 horas memorizando, sin dormir y sin comer.
Aprendió a porrazos. Y esos tres años en el pueblo de la Suiza italiana se transformaron en decisivos para su carrera y su visión de la música. Cuando terminó su aprendizaje con Herman Scherchen, Juan Pablo Izquierdo era un director orquestal cimentado en el rigor.
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En 1960 tenía 25 años y regresó a Chile. Talentoso y desconocido, Juan Pablo empezó su carrera de director en Santiago. Primero, como asistente de la Filarmónica. Después, a cargo del Departamento de Música de la U. Católica, tarea que le legó su profesor Juan Orrego Salas antes de irse del país. "En tres años creé una sólida temporada de conciertos. Lo dejé para ir a concursar al certamen Mitropoulos de Nueva York".
No tenía medios para viajar, pero se ganó la primera de sus tres becas Fulbright. Siguiendo la línea de su maestro Scherchen, Juan Pablo Izquierdo se autoimpuso ganar el concurso:
-Me encerré en un hotel de Manhattan a trabajar día y noche. Terminaba mi primer matrimonio, tenía 29 años y sentía la vida complicada. No vi la ciudad, sólo estudiaba, tenía plena certeza de que ese concurso lo ganaba yo.
Sacó el primer premio entre 36 concursantes y se transformó en director asistente de Leonard Bernstein en la Filarmónica de Nueva York. Izquierdo inauguraba su meteórica carrera internacional antes de los 30.
A poco andar, tuvo un encuentro significativo:
-Una noche asistía al maestro Bernstein en "La Valse" de Ravel y aparece Claudio Arrau. Se presenta y casi me caigo sentado cuando me felicita: "Vi una relación muy importante en la manera como usted trabaja y cómo yo estoy tocando Ravel. Quisiera que nos juntáramos a comer para escuchar el concierto por la radio". Esa noche me preguntó si me gustaría ir a Europa. A los 15 días me llega un contrato para dirigirlo en Holanda. Ahí comencé mi carrera europea, debutando con la Orquesta de La Haya.
Después de casi medio siglo, Izquierdo no olvida la generosidad y el profesionalismo de Claudio Arrau, con quien trabajó largos años, también en Chile:
-En los años 70, mi carrera en Europa fue tomando cuerpo. En gran parte se la debo al maestro Arrau, yo era un desconocido y joven director de orquesta. Me introdujo en muchos círculos musicales y aprendí actitudes clave mirándolo trabajar. Lo admiraba desde siempre, desde que era chico. Una vez le oí una sonata de Lizst que me dejó completamente mudo por muchas horas. El teatro entero quedó mudo, fue una cosa desgarradora. Espero haber aprendido algo esa noche. Arrau me dijo muchas veces que lo que mata a un artista es la vanidad. Si se toca por plata o por éxito, se pierde el sentido y eso mata a un músico. Fue impresionante escucharlo de alguien tan grande.
-Usted me parece humilde.
-Soy lo suficientemente humilde para decir que no sé si soy humilde. He dado una batalla contra el ego como todo el mundo, pero en mi carrera sinceramente nunca he buscado actuar por éxito. Lo que me impulsa es el conocimiento y la entrega de la música. Entrar en la profundidad maravillosa que ella tiene. Lo habría hecho igual, con o sin aplausos...
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Izquierdo lleva 34 años casado con su segunda mujer, Trinidad. Ha sido feliz, pero el camino que la condujo a ella fue largo y tortuoso. Un camino de soledad:
-Mis inicios en Europa, por invitación del maestro Arrau, fueron exitosos y recibí invitaciones para dirigir en todos lados. Estaba separado y, durante siete años, viví en hoteles, mi casa era un maleta. Pasé 14 inviernos seguidos en Europa y Chile, sin vacaciones ni sol. Se tornó angustioso. A los siete años, un día en París empezó a oscurecer, y me di cuenta de que ya no sabía bien de dónde era ni para dónde iba. Me estaba dañando y decidí buscar una fórmula. En una de esas vuelvo a Santiago a dar un concierto y nos reencontramos con Trinidad.
Se casaron a mediados de los 70 y tienen dos hijos que nacieron en Barcelona y que hoy están en Washington y Londres. Con los niños chicos, los Izquierdo vivieron cuatro años en Sitges, compartiendo una masía metida entre viñedos con Nemesio Antúnez, José Donoso, Fernando Krahn y sus familias: "Ocupábamos un segundo piso, Nemesio con Patricia y su hija Guillermina estaban en un departamento separado. Donoso escribía. Fue un tiempo muy rico".
Después de Cataluña, Juan Pablo aceptó dirigir la Orquesta Gulbenkian de Lisboa. Finalmente aterrizó en Londres, donde la familia vivió seis años:
-Pero ya mis niños no querían hablar castellano. Por eso acepté venir a reformar la Orquesta Filarmónica del Teatro Municipal. Comenzó una etapa muy pesada, con viajes regulares entre Santiago y Londres. Para vivir en Chile tuve que sacrificar la parte económica, pero fue fascinante. Nos costó mucho tomar la decisión porque yo estaba sumamente en contra de la dictadura militar. Ya en el 73 me habían censurado cuando quise dirigir a la Sinfónica en "El Sobreviviente de Varsovia" de Arnold Schönberg, una pieza que habla del Holocausto, donde los militares salen mal parados.
Los Izquierdo se vinieron con dos condiciones: que Juan Pablo no participaría en actos del régimen y que no se tocaría a ningún miembro de la Filarmónica por razones políticas. Se cumplió durante siete años.
-Con Trinidad habíamos dicho que si los militares nos obligaban a ir contra nuestros principios, nos íbamos de nuevo. En 1987 la censura se dejó caer en el Teatro Municipal nuevamente con fuerza y no quise seguir. Nos fuimos a Pittsburgh, donde creé la orquesta que dirijo desde hace 16 años.
Ciento veinte músicos de todo el mundo tiene la orquesta de Juan Pablo Izquierdo, financiada por la Universidad Carnegie Mellon. En junio de 2007, ganó el Diapason D'Or en París, considerado el Oscar de la música clásica en el mundo.
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Chile está presente en el alma de Izquierdo. A pesar de su éxito internacional, este país le interesa.
-Chile nunca había tenido tantos músicos de calidad tan extraordinaria. Es un momento único e irrepetible. De los que pasaron por mi orquesta en Pittsburgh, casi todos llegaron a solistas. En esto ha sido capital la creación de la Orquesta Juvenil que fundó Fernando Rosas, ahí está el futuro. Y es irónico: vivimos un momento inmejorable por la solidez de nuestra gente y, sin embargo, nunca ha habido peores condiciones laborales para el gremio. Es una vergüenza.
-¿Por qué?
-He visto músicos nacionales cesantes que podrían integrar las mejores orquestas del mundo. En el conflicto del Teatro Municipal con su gente -del cual no me compete hablar porque no soy juez- hubo cosas lamentables. Perdimos a muchos artistas que hoy tocan en Río de Janeiro y París. Y los que no pudieron irse, estuvieron tocando en las esquinas y en el Paseo Ahumada durante meses. No es triste, es indignante. Pero es muy complejo decir quién tuvo la razón. En su momento, con Fernando Rosas, Alfredo Perl y Santiago Schuster nos ofrecimos como mediadores, pero nunca obtuvimos respuesta de la Municipalidad de Santiago.
Por primera vez Juan Pablo Izquierdo sube la voz y pierde la serenidad:
-¡Para la formación de un músico, para que tenga la capacidad de entrar a una orquesta mediana se necesitan al menos doce años de estudio! ¡Es un tremendo capital que se está perdiendo! Por eso yo digo que es urgente mejorar la gestión de nuestra música. Con eso basta porque talento nos sobra, es lo que más tiene hoy Chile.
Por María Cristina Jurado.
A estudiar para llegar lejos, a trabajar para romper con los esquemas.
ResponderBorrarComo bien se menciona; el talento nos sobra, solo nos falta la voluntad como dijo Nichel en su momento, necesitamos voluntad y acción.
Con respecto al maestro Izquierdo, me sorprendió en sobre manera su historia y me alegro de los logros y de su ejemplo de tezón y constacia, que superviene de un sacrifício continuo,que ha sido con el paso del tiempo y su madurez bien y justamente recompensado. Su historia si que es cruda; pero de poder pudo y eso me dice que también puedo.
Un músico sencillo, dócil, humilde y por sobre todo constante se necesita de urgencia.
Parte del talento es la sabiduría bien encausada del músico.