martes, noviembre 29, 2011

The Beach Boys desataron una fiesta de clásicos, playa y sol

Terra

PATRICIO MEZA
La abultada oferta de grupos “clásicos” en la cartelera de local puede llamar a errores: ir a ver a “ELO” sin Jeff Lyne, o a “Creedence” sin John Fogerty raya en la publicidad engañosa. Pero lo de anoche en Espacio Riesco, si bien parece similar, fue muy distinto.

Aunque son sólo dos de los integrantes de esa institución de la música popular, Mike Love y Bruce Johnston ganaron a pulso su derecho a seguir siendo unos Beach Boys (como compositores, músicos y dos de las voces principales), y no es exagerado decir que escuchar al primero cantando un himno como “Good Vibrations” o al segundo entonando “Disney Girls”, se parece más a ver a Paul McCartney tocando “Let it Be”: no son los Beach Boys (o los Beatles), pero la magia sigue ahí, y poder verla es un lujo.

Un lujo inesperado que cinco mil personas tuvieron anoche luego que, tras una frustrada visita el 2005, EuroAmérica los trajera por primera vez en un show privado sólo para clientes. Y justamente, al principio, las sillas y la formalidad amenazaron la fiesta.

Tras arrancar con una seguidilla de hits de sus primeros años como “Surfin’ Safari” y “Catch a Wave”, aún eran pocos los valientes que se atrevían a pararse de sus asientos. Con “Surfin USA” fue imposible seguir sentado: esas inconfundibles melodías playeras llaman a pararse en la arena tibia, y disfrutar el sol y el verano que evocan.

Así pasaron baladas para noches estrelladas a la orilla del mar, como “Surfer Girl” y “Don’t Worry Baby”, y más de esas canciones irresistibles como “Little Deuce Coupe”, “I Get Around” y la coreada “California Girls”. Mientras Mike Love, a sus 70 años, sorprende con la misma voz juvenil de los 60, y bromeando con el público (“Amamos Chile, sólo que nos tomo 50 años llegar aquí”), en ese rol que asumió desde que fundó la banda con sus primos Brian, Carl y Dennis Wilson, y su amigo Al Jardine, en 1961.

Al igual que con Macca, gran parte del show carga sobre la impecable banda que los acompaña, que lleva 13 años junta, y además suple con éxito las voces de los demás integrantes originales. Escuchar al baterista John Cowsill en “Darlin”, originalmente cantada por el fallecido Carl Wilson, fue uno de los momentos de la noche. Mientras el hijo de Love, Christopher, lo releva en “Kokomo” de una forma casi imperceptible.

Cerca del final, como un recorrido por su repertorio, llegó el clímax con los clásicos de su obra maestra, “Pet Sounds” (1966), el disco que para muchos compite codo a codo con “Sgt. Peppers…” de The Beatles como el mejor de la historia. Primero “Sloop John B” y “God Only Knows”, que Johnston dedico al “gran Brian Wilson”, el verdadero genio tras el grupo y a quien reemplazó en 1965, cuando este decidió dejar las giras por su frágil estado mental. Luego una emotiva “Wouldn’t it be Nice”, para desatar la euforia con la emblemática “Good Vibrations”, editada como single en la misma época.

Para el bis, más fiesta con “Help Me Rhonda”, “Do You Wanna Dance”, “Barbara Ann” (con mujeres del público bailando en el escenario), y el cierre con “Fun, Fun, Fun”.

Mientras se sigue especulando con una posible reunión de los cuatro sobrevivientes (Love, Johnston, Jardine y Brian Wilson) para dejar atrás los líos legales y los años que los han separado, los que se retiraban anoche tras casi dos horas de show, se iban felices de haber presenciado al menos una parte de ese medio siglo de historia musical. Y de haber tenido una fiesta en la playa, una calurosa noche de noviembre en pleno Santiago.

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