miércoles, diciembre 26, 2012

Miguel Tapia: Entre Los Prisioneros, Santos Rubio y Travesía

Revista Nos

Desde Pirque el ex batero de Los Prisioneros cuenta sobre el grupo, su encuentro con la tradición de los payadores y sobre su gusto por la música latinoamericana.


En un sector de parcelas llamado Luna de Pirque, en dirección al Cajón del Maipo, está el cuartel de operaciones de Miguel Orlando Tapia Mendoza. Allí, entre las faldas de la imponente cordillera, caminos de ripio y spa alternativos, el ex baterista de Los Prisioneros decidió hace unos años construir su hogar, el que incluye una acondicionada sala de ensayos donde desarrolla su diversos proyectos profesionales.

Un entorno bucólico y extremadamente tranquilo para alguien que podría – sin complejos ni riesgo a equivocarse- calificarse como un auténtico rock star chileno. Un músico sanmiguelino de origen más bien modesto y adolescencia tímida, que integró la banda más popular en la historia del rock chileno, creadora de himnos trans-generacionales (uno de ellos,  Quién mató a Marilyn, es de su autoría), que vendió miles de discos, y cuya canción Tren al sur obtuvo el premio Mejor video latino de la cadena MTV. Que para su regreso en 2001 llenó dos veces el Estadio Nacional, y cuyas bizarras peleas entre sus integrantes -como si el asunto se tratara de género o formato- estuvieron a la altura de todo gran fenómeno pop.

Sin embargo, hoy Miguel Tapia está lejos de enrollarse con su pasado. Tampoco se cree el cuento en demasía. En Pirque vive desde 2008, en una casa que construyó con sus propias manos, ayudado por un maestro de la construcción.

“Me encanta trabajar, yo tengo esa faceta. De hecho, tengo mis herramientas que las guardo en otra parte, porque para mí valen tanto como mis instrumentos. Me da la mismo si me roban un televisor, pero si se llevan una sierra eléctrica me joden, porque trabajar con esas herramientas, es lo que me entretiene, me relaja”, cuenta el batero.

Cerca de ahí, por el sector de El Manzano, viven y estudian sus dos hijos de nueve y once años. “Ni siquiera tengo que ir a Santiago cuando los voy a buscar al colegio”, cuenta Tapia con cierta satisfacción. “Soy muy aficionado a la astronomía y al mayor también le gusta mucho, influenciado por mí. Acá tengo mi telescopio, mis libros. No he tomado ningún curso ni nada, pero sé bastante del tema porque es mi hobby”,  asegura.
También le gusta la sanación vía magnetismo con imanes, la cual ha aprendido a través de Leo, un amigo suyo.

Sin embargo, tanta tranquilidad no alcanza a espantar los males de toda gran urbe: ya le han entrado a robar tres veces. Confiesa que está harto que le rompan la puerta y la chapa. Incluso le envenenaron una perra guardiana. Aún así, asegura que está feliz. “Son opciones, te fijas, poder vivir acá, ir lo menos posible a Santiago. Yo incluso he pensando irme más al sur en algunos años más. A Valdivia”.

No obstante, y a pesar de su claustro voluntario, Los Prisioneros y sus circunstancias siempre aparecerán por ahí de tanto en tanto en la vida de Miguel. Ahora, es el estreno de Miguel San Miguel, la primera película chilena que recrea la historia de su banda madre, lo que lo trae de vuelta a los inicios de su propia historia, cuando junto a Jorge González y Claudio Narea conformaba un trío de adolescentes sanmiguelinos que soñaba con formar una famosa banda de rock. Dirigida por Matías Cruz, el largometraje plasma en un formato blanco y negro los difíciles años 80, en donde los jóvenes aprenden los primeros secretos del oficio musical, entre la represión de la dictadura y la música de bandas como The Clash, Kiss y The Beatles.

“Me gusta tocar en lugares pequeños, íntimos”

Un elegante piano de fino sonido, acompañado de una serie de instrumentos acústicos, componen la mayor parte del equipamiento de la sala de ensayo de Miguel Tapia. Allí, junto a Leo, un bajista cubano que fue famoso en su país en los 70 con una banda de rock; el Choco, guatemalteco que toca la guitarra, y Gabriela, una cantante que vivió muchos años en Brasil, da rienda a un viejo sueño: hacer un recorrido por las raíces de la música latinoamericana.

Miguel, por su parte, se encarga del cajón peruano, tumbadora y los bongoes. También usa secuencias. “Eso es como mi aporte al tema. Hacemos unas cositas medio electrónicas pero finas, muy finas, para que la mezcla no sea a la fuerza, porque cuando son forzadas son malas. Está súper choro”, cuenta.

Son varios los factores que entusiasman a Tapia en este proyecto. El primero, que se trata de un grupo de viejos amigos; el segundo, su temprana relación con el folklore: creció escuchando -de la mano de sus padres, hermanos y tíos- a Víctor Jara y la música de la Nueva Canción chilena. Tal como ilustran algunas escenas de Miguel San Miguel. “Eso me gusta un poco de la película, se muestra ese lado que no se conocía”, dice el baterista. “En la época de las giras con Los Prisioneros viajé a Colombia, y me traje mucha música de ahí, al igual que de otros países”.

El tercer factor que le entusiasma es la ausencia de presiones u altas expectativas. “Este proyecto no lo estamos haciendo para hacer carrera o ganar lucas, porque afortunadamente todos tenemos nuestras profesiones”, asegura Tapia. “El grupo aún no tiene nombre pero la música se llama Travesía: hay canciones propias, pero también hay son cubano, clásicos de vallenato, de Colombia, y, obviamente, también hay un poquito de bossa nova. Es como mi chochería en este momento”, reconoce el ex Prisionero.

¿Tienen planes para sacar pronto un disco?
Sí, vamos a sacar un disco de todas maneras. Lo queremos grabar y tocar. La otra vez tocamos por primera vez los cuatro juntos y nos fue súper bien, fue en un local muy pequeñito, como para 200 y tantas personas. Ahora estamos partiendo con expectativas, pero de inicio (el proyecto) era puro relajo no más.

Tapia cuenta que en Pirque, hasta hace pocos años, vivió un gran folklorista experto en el guitarrón chileno, llamado Santos Rubio, muy conocido dentro del mundo de los payadores, y que también era ciego. Asegura que su abuelo le enseñó a la Violeta Parra todo lo relacionado al “canto de lo humano y lo divino”, una suerte de paya improvisada antiquísima, que la matriarca musical chilena fue a conocer y a aprender por esos pagos.

El baterista y sus amigos, tras conocer a Santos, y constatar el valioso hallazgo folklórico que tenían entre manos, decidieron grabar un disco íntegro con sus canciones. También planean publicar un libro basado en sus conversaciones.

Estás todo un investigador del folklore, no lo imaginaba en ti.
Cuando armamos aquí el estudio, le sugerí al Leo que al primero que grabáramos fuera a Santos Rubio. Hasta que vino un día para acá, era un viejito, un personaje. El que también grabó cosas de él, como al año después, fue el hermano del Álvaro Henríquez, Gonzalo, pero lo grabó con otra gente, no como un disco solista de este caballero. Santos me contó muchas historias sobre cuando tocó con la Violeta, cuando la conoció. Recuerdo que un día puse un disco en mi computador y le pregunto: “Santito ¿este instrumento que suena aquí es un guitarrón?” Y el viejito me responde con otra pregunta: “¿Ese disco es de Víctor Jara?”, sí, le respondí. “Pon la canción número 12”. Él reconoció el disco, escuchamos la canción, y aparece la voz de Víctor Jara diciendo “vamos santito con la primera patita”.       Caaacha, po, ahí quedé. Y el Leo, ciego, sirviendo un café, y este otro caballero ciego también, y yo ahí (risas). Esa es la historia.

De forma paralela, y como ancla con su perfil más mediático, Tapia también trabaja desde 2009 en un proyecto en conjunto con su viejo partner Claudio Narea, denominado simplemente Narea-Tapia. En 2011 subieron a la web tres sencillos, Fiesta Nuclear (que quedó fuera del disco Los Prisioneros de 2003), Legitimar y No me ves y el resultado sorprendió a todos: en tres meses, según su sitio, se registraron un millón 500 mil descargas. “Fue heavy, descargaron de todas partes, de Europa, hasta de Japón. Nosotros, cuando fuimos a tocar a España, nos encontramos con muchos chilenos, obvio, pero también había gente de Ecuador, venezolanos, peruanos, colombianos. Los Prisioneros siempre fueron muy fuertes en Latinoamérica, sobre todo en Sudamérica. Entonces, nada de raro que un peruano o un ecuatoriano en Japón haya bajado los temas”, reflexiona el batero.

-Y con ese impulso ¿no les dio ganas de hacer un lanzamiento a mayor escala de este proyecto?
-En eso estábamos, pero tuvimos ahí un quiebre con un mánager, que en realidad se fue porque no nos gustaba cómo estaba manejando el tema. Y nos fuimos a tocar afuera en ese momento. Fuimos a Venezuela, Colombia, y como que dejamos de lado un poco acá. Ahora nos gustaría retomarlo, pero es distinto para mí ahora ¿sabes? Creo que pasa harto por ese tema: yo estoy mucho más pasivo con el tema de hacer carrera.

-¿De verdad no te dan ganas de volver a la masividad? ¿A grandes recintos que estén repletos, ser invitado a programas de televisión, a todo ese mundo?
-No, no. Me gusta tocar en lugares pequeños, íntimos (…)

 “Nunca fuimos pobres”

“Miguel San Miguel es un proyecto de Matías Cruz. O sea, es algo muy personal, pero yo jamás habría escrito un libro contando mi historia, ni mucho menos una película. Mi ego no es tan grande”, parte aclarando de entrada Miguel Tapia. Miguel San Miguel, en rigor, es un proyecto de su director, Matías Cruz, y resultó tras un largo proceso iniciado en 2004. En principio, la idea era más ambiciosa: rodar la historia completa de la banda. Sn embargo, el proyecto se desmoronó tras la quiebra de una de las compañías productoras.

De todas formas, tú asesoraste a Cruz en el guión…
Obvio. Es que a eso voy, no es que yo llamé a Matías y le dije: “Sabes que quiero contar mi verdad”… no. Él hace años andaba buscando la posibilidad de hacer una historia de Los Prisioneros. Años. Habló con Jorge y nos convenció cuando Narea ya no estaba en la banda, era la segunda etapa (de la reunión de Los Prisioneros). Te estoy hablando del 2005, más o menos. Le dimos el vamos a Matías, y empezó a hacer entrevistas con Jorge y conmigo. Nos juntamos varias veces y ahí partió el proyecto. Tanto así que si bien Matías empezó a escribir los primeros bocetos del guión, el que vino a “hacerlo” a Chile fue el mismo que escribió el de Estación Central, una película brasileña que ganó un Oscar. Ese guionista vino a Chile, se juntó con Matías, escribió el primer guión de la película -que lo tengo- estuvo en mi barrio, en el barrio de Narea, en el barrio de Jorge, se impregnó un poquito del tema, y escribió un guión interesante, al que hice unas pocas correcciones después. Pero la productora que iba a poner las lucas quebró, así es que el proyecto también quedó ahí, stand by. Y después pasó, no sé, un tiempo largo, y Matías lo intentó de nuevo con otra gente, con una productora que era -creo- de la hija de Littín (Miguel). Y ahí también tuvo unos problemas, y también se cayó. Y en ese momento Jorge y yo ya no estábamos tocando juntos, para variar nos habíamos peleado.

¿Eso fue tras la última actuación de Los Prisioneros en Caracas en 2006?
Exactamente. Ahí nos peleamos con Jorge, se fue a México, yo me quedé acá, y el proyecto quedó totalmente botado. Y Matías se acercó a mí el 2010, me llama y me dice que quiere hacer la historia, porque era un proyecto muy personal, pero basada en la génesis de Los Prisioneros, cuando vivía en mi barrio. Me dijo “en esa parte encontré algo muy interesante que rescatar, que son los inicios de ustedes, cuando inventaron los primeros instrumentos, lo que pasó en tu barrio, el tema político”. Le respondí que no sabía si sería interesante, pero que me dejara pensarlo. Y a los pocos días me llama, y yo le digo, ya, hagámoslo. Y así fue, en realidad.

Matías Cruz ha dicho: “Elegí la historia de Miguel, porque es la más dramática, la adolescencia más difícil le tocó a él. Era el más pobre, su ambiente de barrio en términos políticos también fue muy duro ¿compartes esta descripción ?
No, no (ríe), porque, la verdad, no era el más pobre, ninguno de los tres, afortunadamente, fuimos pobres. Éramos clase media. Mi papá no tenía ninguna deuda, nunca faltó la comida en mi casa. La clase media de ahora tiene muchas cosas, pero están hasta el cuello y más arriba con las deudas, hasta que se mueran, y la educación y todo eso que es un tema infinito. Lo que pasa es que mi barrio era más activo políticamente; prácticamente todos eran obreros. Mi papá trabajaba en una fábrica textil, y bueno, los Palestro (la familia política militante del Partido Socialista, encabezada por el fallecido diputado Mario Palestro) son de San Miguel. Los tres vivíamos en la misma comuna, pero mi población se llama Miguel Munizaga; Jorge vivía en el paradero 18 de Gran Avenida, donde realmente no pasaba nada, porque eran casas más residenciales; y Narea vivía en una villa, una de las primeras de la época. Entonces, esos dos lugares donde ellos vivían eran muy tranquilos, pero donde vivía yo era de película.

Si, la imagen que deja la película es impresionante. Un extranjero pensaría que era Irak o Ciudad de Dios…
Claro, y ahí en la película aparece una detención por sospecha, pero a mí me llevaron detenido dos veces. Con Narea fuimos presos una vez juntos; después, otra vez, fui preso con Jorge y otros amigos; y Jorge por otro lado se fue preso con Narea… y así. No, si era llegar y llevar (risas). En la película también se ve, por ejemplo, como que de repente vienen a buscar a alguien, a un vecino. Todas esas cosas pasaban, que venían a buscar a alguien que estuvo detenido en el Estadio Nacional, que los soltaron, y después iban por ellos de nuevo. Los allanamientos también. Allá mataron a dos muchachos en la época de las protestas, muy cerca de mi casa. Pero la vida es así, nada más, po. Por decirte: el que nace rico tiene una realidad y se acostumbra a esa realidad, y el que nace de clase media, es así. Para nosotros era muy normal eso finalmente, eso es lo quiero decirte. Uno se acostumbra, así como ahora hay gente que está acostumbrada a vivir en los barrios llenos de violencia de los narcos, de cabros que andan armados.

La película muestra también las largas conversaciones que tenías con Jorge, algunas “casi existencialistas” cómo tú has definido…
Yo le hice harto hincapié de eso al Matías. Con Jorge teníamos hartas conversaciones existencialistas, muchas, muchas. Jorge vivía a nueve o diez cuadras de mi casa. En la noche, tipo nueve o diez yo lo iba a dejar a su casa. Después estábamos tan embalados en la conversa que él me pasaba a dejar a mí, y así, hasta que de repente llegábamos a un punto intermedio y ahí nos separábamos esa noche. Esto pasó muchas veces, con Jorge conversábamos harto. Claudio y Jorge enganchaban por un lado bien chistoso, ellos armaron un grupo que se llamaba Seudopillos. Hay unas grabaciones que están en el disco Ni por la razón ni por la fuerza, como El extremista. Ellos tenían ese enganche más cómico, más lúdico. Con Jorge yo tenía una conexión más política, más social… puede ser por el tema que pasaba en mi barrio. Y porque mi papá, por otro lado, siendo una persona clase obrera -que tiene 90 años y hasta el día de hoy se mantiene lúcido- toda la vida estuvo muy informado con lo que pasaba. Era socialista, y todo el tiempo tuvo súper claro para dónde iba la cuestión. O sea, cuando fue el plebiscito del 80 sabía lo que iba a pasar con la educación, lo que iba a pasar con los trabajadores, lo que iba a pasar con las AFP.

¿Has tenido algún feedback con Jorge respecto a qué le pareció la película?
Nada. Sólo sé que casualmente Jorge se encontró en la calle con Bruno Bettati, el productor de la película, dos días antes del estreno, y Jorge le pidió una copia. Es lo único que sé. De hecho, Jorge una semana antes ya había cedido todas sus canciones para la producción.

Y a Claudio Narea ¿le gustó?
No, no lo he visto.

¿No conversaste del tema con él durante la gira de la Teletón?
No, él no ha visto la película. Pero yo tampoco he leído el libro de Narea. O sea, yo no he leído ningún libro. No me interesa, con toda franqueza.

Tiene revelaciones bien fuertes.
Seguramente. Mi pareja, que es periodista, me dijo “Narea no te deja muy bien en algunas partes del libro”. Antes que ella me dijera eso, cuando empecé a tocar con Narea -para la Cumbre del Rock del 2009, parece- me llamó un periodista para decirme que el 2008 se cumplían no sé cuántos años del No. Le di mi opinión por teléfono. Me dice que ahora va a entrevistar a Narea, “ah, dale saludos”, le respondo. Con Narea estábamos peleados. Y sin duda se los dio, porque Narea me llamó como a los dos meses para decirme que iba a sacar su libro, aunque francamente creo que era para ponerse el parche antes de la herida, cachai. Que iba a sacar su libro, y que pucha, que habían temas, pero que él había descubierto algunas cosas y que aquí, que allá, y que con Jorge… Narea tiene muchos rollos con Jorge, y eso todo el mundo lo sabe, no tiene nada nuevo que lo diga yo. Y yo le dije “mira Claudio, si a ti te sirve el libro para sanar todos tus temas que tienes conmigo -y con Jorge, sobre todo- bien. Yo no tengo ningún problema. O sea, que bueno que te sirva”, esas fueron mis palabras. Siempre lo he dicho, yo nunca he leído el libro, tampoco lo voy a leer, y tampoco voy a leer el de Freddy Stock, y tampoco el de Julio Osses, tampoco leeré la entrevista a Jorge González.

Volviendo a Miguel San Miguel, allí se aprecia que fuiste tú quien le propuso a Jorge González formar una banda, y quien también sugirió el nombre Los Prisioneros tras unas breves horas como Los Criminales ¿fue así en la realidad? ¿Fuiste tú el fundador de la banda?
Sí, claro. Tal cual tú lo estás diciendo. Me considero tanto así, como sé que el autor y dueño de las espectaculares canciones y letras que se hicieron es Jorge González. Me puedo atribuir que el fundador de la banda fui yo. Afortunadamente me encontré con dos tipos que al poco rato les nació el bicho de armar un grupo, como a mí, porque yo lo traía de niño. Jorge y Claudio no lo habían pensado, a ellos les gustaba la música, pero nunca se habían proyectado en tener un grupo. Yo lo tenía tan metido en mi cabeza que me lo imaginaba, tal como se ve en la película en una escena en que estoy conversando con mi familia. Yo soñaba despierto: escuchaba las canciones de los Beatles, de Paul McCartney y me imaginaba tocando en un escenario con mi grupo, y como que me iba muy bien. Ése era mi sueño.

En la película se aprecia que desde muy temprano Jorge González y Claudio Narea tuvieron fuertes roces, y que en ese contexto tu cumpliste una función conciliadora…
Y eso fue así. Mira, la discusión que aparece en la película por la compra de un pedal para el bombo, fue tal cual. Creo que también sale en algunos libros, por lo que me han contado. Pero eso fue una peleita chica, porque la pelea grande fue en la época de Corazones, cuando hubo este lío de faldas entre los muchachos. Ahí claro mi tema era “hay que sostener como sea este barco”, porque mi tema era el grupo, seguir parando el proyecto que era mi sueño.

¿Te imaginas una segunda parte con la historia de Los Prisioneros? Por ejemplo, como sugería un fan en un portal, una que muestre cómo fue la disolución antes de Corazones…   
Podría existir una segunda parte ah… mira, como te comenté hace un rato, cuando Matías me sugirió hacer una película con mi historia, yo le dije “no sé si será interesante”, dudé… y bueno, resultó una película que igual ha gustado y que a mí me ha gustado también. Ahora, también podría ser que más adelante se pudiera hacer una película con el resto de la historia. O sea, sin duda, hay mucha historia que contar.

Se podría hacer una zaga…
Alguna vez nosotros fuimos a tocar a Arica y la gente de la CNI nos quiso raptar, ponte tú. Terminamos un show y recuerdo que había dos vehículos, y la gente nos tironeaba para un vehículo, y otra gente nos tiraba para otro vehículo. Nosotros tirábamos pa allá… y pa acá. Nos agarraban, pero era como “escóndanse porque viene el público”. Finalmente nos subimos a un vehículo que era el correcto. Claudio y Jorge no se dieron cuenta de esto, porque por sus personalidades son más volaos de algún modo, pero yo caché que algo raro estaba pasando porque era mucho tironeo, imagínate que me quedó grabado. Cuando llegamos al hotel, cenamos y después llegó el productor que nos llevó, y nos dice “miren muchachos, les quiero contar que pasó una situación: hubo gente que no sabíamos de dónde era, que los quería llevar a ustedes para otro lado, y que no tenía que ver con nuestro equipo”. Ahí quedamos. Yo creo que fue lo más cercano que anduvimos de las manos de estos personajes. Fue en la época de Pateando Piedras.

 “Veo difícil que nos juntemos a tocar alguna vez”

En tus últimas declaraciones te has abierto a la posibilidad de que la banda se vuelva a reunir, con declaraciones como “sé que la vida tiene muchas vueltas y hay que dejar que las cosas fluyan” ¿Lo ves posible?
Sí, pero desde mi punto de vista, nada más.

Es decir, por ti no habría problemas.
En el fondo eso quiero decir, pero no digo que lo vayamos a hacer ni nada de eso.

Más allá de ti ¿ves alguna posibilidad?
No, lo veo difícil, muy difícil. Pero en los 90, en que estuvimos todos separados, con Narea y Jorge nos juntamos en un par de oportunidades y tocamos juntos, aunque nadie supo. Tocamos en la sala de ensayo de Balmaceda (1215) y otra en la sala de ensayo de Jorge. Es como si de repente yo me encuentro un día con Jorge y Claudio y les digo ¿vamos a tocar a mi sala de ensayo?, y nos juntamos, sin nada de público. A mí, cuando me preguntaron sobre este tema, la verdad es que contesté pensando en eso, que nosotros nos podíamos encontrar.

Si se juntaron a ensayar es porque no están tan peleados entonces…
Claro. Pero en este momento estamos más separados que antes, creo yo, porque con Jorge nos peleamos hace tiempo, no hemos hablado más. Narea también sigue con sus resquemores con Jorge. Es difícil, pero pienso que la vida tiene muchas vueltas.

Claro, tampoco se puede escupir al cielo.
Lo digo por vueltas de la vida, ah, no hablo de juntarnos porque necesitamos  plata. La vida es así, a veces te va bien y otras mal, puede ser que nos juntemos a tocar alguna vez, pero yo lo veo difícil. No tengo ninguna gana en este momento, por lo menos de hacerlo.  Estoy tranquilo, puedo vivir bien, austeramente.

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