domingo, enero 13, 2013

Viuda de "Gato" Alquinta: "Aún sueño que salió de gira"

La Tercera

Este martes se cumple una década desde la muerte del cantante. Aquí, Mónica Monsalve da por primera vez una entrevista y cuenta su intensa historia de amor.


Mónica Monsalve (63) miró de frente a Eduardo “Gato” Alquinta y lo supo de inmediato: ése era el final. El miércoles 15 de enero de 2003, mientras vacacionaban en La Herradura, el cantante de Los Jaivas destinó casi una hora en ir en un bote a remo hasta el centro de la bahía de Coquimbo. En el regreso, la solicitud del músico fue clara: “Tengo calor, me voy a bañar”. Fueron las últimas palabras que escuchó su esposa antes del paro cardiorrespiratorio que segundos más tarde consumó el final. “En el mismo momento en que le vino su problema al corazón, me di cuenta que no tenía vuelta. ‘Gato’ siempre fue una persona radical. Las cosas nunca le sucedían de a poco. Yo lo vi mal y dije: ‘Esto es total’. Lo agarré, lo abracé y supe que era el final. Después vino un torbellino que me dejó fría”, recuerda la viuda, ante la tragedia que este martes conmemorará 10 años.

Un lapso en el que Monsalve identifica de manera precisa el instante en que más extraña a su ex pareja: “Despertarte cada día, mirar hacia el lado y constatar que la realidad es otra, es triste. Además, aún sueño que salió de gira y que su recorrido de shows no ha terminado. Me despido de él cuando se va, lo veo súper contento, pero después me despierto triste, porque no tengo nada que esperar. Por un lado, esa ausencia es enorme y eterna. Pero, por otro, han pasado 10 años y uno sigue viviendo con la persona. Sobre todo cuando hay una música y una presencia constante”, cuenta en la casa en el Cajón del Maipo, que comparte con sus hermanas y donde la figura de Alquinta observa desde todos los rincones.

En el living hay una mesa lateral con uno de sus últimos retratos, y en un pasillo del segundo piso asoma otra foto, sobre uno de los objetos más significativos del lugar: una figura de madera confeccionada por artesanos mapuches y que representa la réplica de su espíritu. “Cada vez que paso le hago cariño. No se cae ni para los temblores. En el Cementerio General hay uno igual, pero más grande”, aclara.

La tumba donde descansa el cantante también se ha convertido en otro de sus vínculos físicos. Desde 2004, cada 15 de enero llega desde su casa en Francia -donde pasa cerca de nueve meses al año- a dejarle flores, tributarlo junto al resto de Los Jaivas y, si el ánimo acompaña, descorchar una champaña. Aunque hay rituales que ha consolidado como hábitos, hay otros que aún no puede convertir en rutina: por ejemplo, mirar sus fotografías con el “Gato”. En su habitación hay un estante lleno de cuadernos armados como improvisados álbumes con dibujos, letras de canciones y recortes de prensa. Monsalve sigue: “Me las traje hace un año, pero me cuesta mucho verlas, porque me da pena. De pronto, en la casa de mis hijos me ponen algún show antiguo y me siento muy feliz. Pero no es que en esta casa ande buscando cosas a cada rato”. Una vivienda que, hasta hace una década, no pensó ocupar. El plan era otro.

Monsalve conoció al vocalista en 1971, cuando era parte del ballet de la Universidad de Chile e integraba un acto de recibimiento a los “mechones” de esa generación, el que también animarían Los Jaivas. Debieron compartir escenario y el flechazo fue inmediato: conversaron y, tras cuatro meses, iniciaron una relación formal. La voz de Mira niñita tenía dos hijos, Ankatu y Eloy, fruto de su relación con la arquitecta Verónica Ross, fallecida en 1990. Ella también tenía un hijo, Mijael Peronard, producto de su matrimonio con un chileno-danés. Tras vivir en Argentina y Francia, tuvieron los propios, Aurora y Moisés, hoy en París. Monsalve renunció a su destino como bailarina y se dedicó a su prole. Eso sí, nunca se casaron. “Vivimos 31 años juntos y nunca lo necesitamos”, completa.

Hasta que llegó 2002: el 18 de diciembre de ese año, y casi un mes antes del deceso del guitarrista, la pareja fue hasta el Registro Civil de Ñuñoa y dio el sí ante la ley. “Lo hicimos porque ese año fuimos abuelos y quisimos celebrarlo. Pero en ningún caso siento que la vida haya sido injusta por no dejarme vivir ese momento en plenitud. Era la mejor época de nuestra vida, porque habíamos llegado a la madurez, porque nuestros hijos estaban grandes y nosotros podíamos volver a vivir como pareja. Eramos más cómplices que nunca. Antes de la muerte fueron los mejores días. Pero de verdad no lo siento como una injusticia”, asegura. Junto a las argollas estaba el plan de establecerse en Pirque. Ahí Alquinta iba a construir una casa con un estudio. Pero todo se vino al piso.

Y no fue el único proyecto mutilado. El hombre de Valparaíso contaba al menos tres: un álbum de música mapuche, del que alcanzó a hacer grabaciones caseras, registro que fue robado en 2002; una serie de material dedicado a la cueca brava y los payadores; y la interpretación de La misa criolla desde las alturas del San Cristóbal, proyecto que fue ofrecido a la Universidad Católica, pero que rechazó.

Pese a las ideas que no se materializaron, la viuda aún declara dos instancias donde late la huella de su ex marido. Primero, los propios Jaivas. “Hace mucho que no voy a sus shows, pero, cuando lo hago, los miro y siento que ‘Gato’ aún está ahí. Prefiero no decir nada sobre su presente porque... es tan diferente. Crean algo lindo y son mis amigos, pero si les ha costado hacer cosas nuevas, es también porque no está su voz principal”. Otro lazo radica en la madre del vocalista, Aurora Espinoza, hoy de 94 años y que vive en Suecia, aquejada de un deterioro en su salud mental, que se profundizó tras la muerte de su hijo. Como recuerdo, Monsalve aún conserva en su casa un peluche de Ogú que Espinoza le realizó a Alquinta. “Sigue siendo el amor de mi vida y para mí es muy difícil pensar en otra pareja. No me quita el sueño, porque yo quería crecer con sus mañas”, culmina.

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