El Mercurio
Luis Gonzalo Valdés lleva 30 años en el oficio, pero desde hace una década vio que lo que hacía era una posibilidad de reinserción social para los reclusos.
Paula Fredes Cortés
Al hablar de sí mismo, Luis Gonzalo Valdés dice que es un alma joven en el cuerpo de un hombre de 64 años, con los sueños intactos y todas las ganas de concretarlos, porque para él "nunca es tarde". Uno de estos anhelos ya lo logró, y se ha transformado en el principal proyecto de vida de este luthier con más de 30 años de trayectoria.
Todo partió cuando, en 2003, la Corporación CoArtre -dedicada a impulsar el teatro como herramienta para la rehabilitación- lo invitó a formar parte de un proyecto en la cárcel de Rancagua. Este buscaba, a través del arte, brindar una vía de superación y reinserción social a personas privadas de libertad. En aquella oportunidad, el colectivo teatral se encargó de montar obras mientras que Luis Gonzalo, de enseñar el arte de fabricar instrumentos.
Compartir sus conocimientos no era algo nuevo para él, pues llevaba tiempo formando a estudiantes de música, que llegaban todos los años a su taller, en Macul. Pero este nuevo desafío era diferente: "Cuando vi 15 presos caminando por el pasillo, esposados y custodiados por gendarmes y perros, me dije 'dónde me metí'".
La experiencia, con el tiempo, derribó los prejuicios. A las semanas los estudiantes demostraron interés en aprender y establecer vínculos con sus compañeros bajo claves como "la paciencia, el respeto y la cordialidad", explica. El taller fue un éxito, y Luis Gonzalo Valdés se sintió motivado para continuarlo.
Fue así como elaboró un proyecto similar, que promocionó incansablemente hasta ganarse un Fondart, en 2008. El lugar de las clases sería la cárcel de Colina y el módulo, de seis meses, se impartiría dos veces por semana; en la mañana y en la tarde.
Con un capital mínimo de tres millones y fracción, el pequeño grupo de no más de 20 personas comenzó a fabricar rabeles, guitarras y guitarrones. "En este último anduvieron fallando, pero porque a veces no asistían a clases", cuenta.
Aprendizaje bilateral
En 2011 replicaría la iniciativa, luego de golpear varias puertas en busca de un financista. Finalmente volvió a ganarse un fondo público. Esta vez la experiencia sería en el recinto penitenciario de Puente Alto.
Al igual que en las demás ocasiones, el aprendizaje terminó siendo mutuo, incluso en el trabajo de las maderas o moldeando instrumentos. "No me cuesta entenderme con los jóvenes. Yo sé que hago las cosas de una forma, pero si ellos lo hacen mejor de otra manera... excelente", dice.
A su juicio, la implementación de estos talleres ha permitido potenciar nuevas habilidades en los presos, que podrían servirles en el mundo laboral. Y también a cambiar los paradigmas de "la puerta giratoria", de los estigmas con los que carga el condenado al salir, de la reincorporación a la sociedad y de las labores formativas que se están haciendo dentro de las cárceles chilenas. "Los jóvenes cometen errores, pero lo que pasa aquí es algo muy bonito, porque los muchachos se motivan y lo motivan a uno. Ellos nunca soñaron con hacer un instrumento, y con esto se demuestran que pueden ganarse la vida de otra forma".
A una década de comenzar con esta valiosa labor, Luis Gonzalo se prepara para la cuarta versión, esta vez financiada por los Fondos de Cultura 2013. Planea ir a la prisión de Talagante, pero aún espera confirmación del espacio definitivo.
Lo que sí tiene claro es que un trabajo de estas magnitudes no debe perderse, por lo que luchará por hacer "un taller estable de luthería profesional en cárceles, donde la gente pueda obtener instrumentos musicales hechos por carcelarios, como se hacía antiguamente".
El primer paso, según él, dependerá de políticas culturales que hagan de estas prácticas una iniciativa gubernamental, que no tambalee entre proyectos intermitentes y financiamientos esporádicos.
Exelente proyecto mis felicitaciomes
ResponderBorrarFelicidades no dejen de aser estos talleres .yo me forme en la carcel de rancagua como musico y luthier
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