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domingo, junio 10, 2018
Edith Fischer: "La obra de Beethoven es tan fuerte que cambió mi carácter"
El Mercurio
La discípula de Claudio Arrau es uno de los mayores talentos pianísticos de nuestro país. Ha hecho la integral de Beethoven 14 veces, y hoy sigue igual de activa, a los 83 años de edad. Con una atractiva personalidad, siempre se ha negado a cimentar una carrera sobre concesiones y trampas al público.
Por Romina de la Sotta Donoso
Edith Fischer (1935) es una de las pianistas más sobresalientes de nuestro país. Niña prodigio, debutó a los 11 años en el Teatro Bandera. "Me acuerdo exactamente del programa", dice hoy, que lleva 72 años de trayectoria. Y enumera de memoria las piezas que tocó.
A los 17 se fue a vivir sola a Nueva York, y el gran Claudio Arrau la tomó como discípula. Ganó el "Dinu Lipatti" en Londres y el Concurso de Múnich. A los 19, cuando se instaló en Europa, le llovían las invitaciones.
"Reaccionaron inmediatamente a las cartas tan fabulosas que me dio Claudio Arrau, y el empresario (de conciertos) más importante de Inglaterra me contrató para tocar con orquestas y grabar discos. Fue un éxito increíble. Y en Suiza tuve muy buenas críticas, entonces inmediatamente resultaron un montón de cosas. Pero se me ocurrió casarme y empecé a pensar que cómo me voy a ir de nuevo, y todo eso", cuenta.
"Nunca dejé de dar conciertos, pero esa cosa fulgurante de estar al servicio de los empresarios, no. Eso que llaman 'carrera', en que la gente ya no vive porque toca cada día en otra parte, y más o menos lo mismo, porque claro, ¿cuándo lo estudias? Para algunas personas es bastante espantoso. Yo nunca traté de hacer esa carrera, pero siempre tuve cosas que hacer", aclara.
Este año, de hecho, tiene recitales y conciertos con orquesta y de cámara, dentro y fuera de Chile. Hace poco dio clases magistrales en Londres, en la Guildhall School y en la Escuela Menuhin, e hizo su cuarta gira por China.
Hija del húngaro Zoltan Fischer, violista de la Sinfónica y del Cuarteto Santiago, y Elena Waiss, fundadora de la Escuela Moderna de Música y pianista, su hermano Edgar es chelista, y ella es tía del director Rodolfo Fischer.
"Por razones que no sé explicar muy bien, yo nunca en mi vida he tenido más cosas que ahora. Y tengo que estar diciendo que no porque me pasaría como trompo", dice, riendo. Dotada de una veloz inteligencia, es muy risueña frente a ocurrencias ajenas y propias. Y si se indigna ante una injusticia, se toma las manos, y la ternura vuelve a su rostro.
Edith Fischer tiene tres hijos -una, pianista- y seis nietos. Tras residir en Suiza y España, en 2006 volvió a instalarse en Chile, con su marido, el pianista y compositor argentino Jorge Pepi-Alos. Ambos son docentes en la Universidad de Chile. Viven en Curacaví, rodeados de árboles frutales y artesanías del mundo entero. En su living se enfrentan los dos pianos donde tocan juntos.
-Cuando actuó con el célebre director Hermann Scherchen, en 1948, era extraordinariamente joven, ¿no?
"Yo tenía 13 años. Scherchen estaba ensayando no sé qué obra con clavecín, con mi mamá, y la comunicación parece que no iba muy bien (ríe). Entonces yo pasé por ahí y él me preguntó si podía tocar algo. Y como yo estaba muy enseñadita de que tenía que tocar lo que ya sabía muy bien, y nada de cosas nuevas, toqué el Primer Preludio y Fuga de Bach. Me paró a los dos compases, enojadísimo. '¡Pero qué tempo es ese! ¡Eso se toca mucho más rápido', y qué sé yo. Se lo tomó a pecho. Y cuando terminamos el Preludio y Fuga al tempo que él quería, me dice: '¿Qué es lo más difícil que tocas?' Y le toqué la 'Fantasía Impromptu' de Chopin, que no era lo más difícil que yo tocaba, pero era lo que yo mejor sabía en ese momento".
-¡Era muy responsable!
"Es que mi mamá era cosa seria como profesora (ríe). Y cuando me estaba despidiendo, Scherchen me dice: '¿Y tocas algún Concierto con orquesta?'. 'Sí, estudié el Mozart 453'. Me llamaron de la Sinfónica al día siguiente. Estudié todos los días con él, durante dos semanas, y aprendí muchísimo, me acuerdo de todo lo que me dijo. Y en el concierto tuve que estar sentada con mi vestidito blanco en el camarín del director en el Teatro Municipal. No dejó entrar ni a mi mamá ni a mi papá. Así que los de la orquesta hacían muchas bromas, decían que yo iba a ser su novena esposa, porque él se había casado muchas veces", ríe.
14 integrales de Beethoven
En agosto, Edith Fischer y Jorge Pepi-Alos viajan a Suiza, al 29° Festival "Sipiano", que fundaron en Blonay, y que se consagra a la música de cámara con piano, con gran público.
Antes, eso sí, Fischer tocará el Concierto N° 12 de Mozart, con la Sinfonietta Utalca, que dirige Olaf Niessing, en dos conciertos gratuitos: el 21 de junio en la U. de Talca, y el sábado 23 en el Teatro Municipal de Chillán. Los días 29 y 30 de junio dará recitales en el conservatorio de Jean Paul Harb en Puerto Varas, y en septiembre abordará el Concierto "Emperador", de Beethoven, con la Orquesta Clásica del Maule. "Voy con gran placer a todas estas cosas; son acciones que desarrollan la música en las mejores condiciones fuera de Santiago", dice.
También actuará en Santiago: en octubre tocará a cuatro manos con Pepi-Alos, en la Fundación Cultural de Providencia, y en noviembre Luis Alberto Latorre la programó para el Ciclo de Beethoven del CEAC, nada menos que con las Sonatas Op. 101 y Op. 106, "Hammerklavier".
-¿Usted eligió la "Hammerklavier"?
"No. Es la sonata más difícil de todas, no debe haber habido ningún otro que quisiera hacerla (ríe). Yo ya la estoy estudiando todos los días, a pesar de que la he tocado mucho. He hecho la integral de Beethoven 14 veces. Me parece que ningún compositor hizo una evolución tan profunda en su obra entre la primera sonata y la última, ¡Él llegó a la música romántica! Creo que es lo más importante que he hecho en mi vida profesional, porque es tal la fuerza de la obra de Beethoven que cambió mi carácter también. Hay un coraje tan increíble en su mensaje que uno cambia".
-¿Cree que todo auditor puede oír esos mensajes?
"Estoy segura de que sí. El mensaje es muy fuerte en Beethoven; hay libertad, coraje, ternura, humor, de todo. Me ha pasado terminar un movimiento que yo considero muy divertido, cuando oigo una risa, ¡y me da un gusto! Porque a veces el público cree que no puede reírse, a lo sumo lloran un poquito".
-En 1980 usted tocó las 32 Sonatas de Beethoven en el Municipal, ¿cierto?
"Claro. Yo ya había hecho varias veces la integral de Beethoven en Europa, pero hacía ocho años que no venía a Chile; era la época de Pinochet. Pero yo tenía tantas ganas de venir que me convencieron, y además pensé que Pinochet no iba a ir a ningún concierto mío (ríe). También hice una gira por el norte y el sur, y en todos lados lleno de niños y gente joven. Pero cuando me llevaban al aeropuerto por la Alameda, vi un apaleamiento afuera de una iglesia. Así que la estadía fue linda y la despedida, espantosa. Tengo que decirlo, en esa época se hundió la vida cultural de Chile. Antes había tantas iniciativas y entusiasmo, tantos conciertos populares y educacionales. La cultura era más accesible, yo misma di conciertos educativos en todo Chile, y siempre se llenaban".
El maestro Claudio Arrau
Edith Fischer tocó bastante en Chile cuando era adolescente. El célebre conductor Eugene Ormandy la escuchó, y le dio una elogiosa carta para que Rudolf Serkin la aceptara en el Curtis Institute. "Pero no la usé nunca, porque en cuanto me dieron una beca para ir a Estados Unidos, yo dije '¡Arrau!'. Él me había oído, me había dado consejos, y yo le tenía una admiración enorme. Se la sigo teniendo", cuenta. La admiración se hizo más profunda con el tiempo. "Cuando era niña sabía que él tocaba bien, que su sonido era fantástico, y que además era muy amable y muy gentil. Y ya como adulto uno se da cuenta de lo que hay detrás de todo eso. Arrau, además de ser profundo como músico, era de una cultura muy, pero muy vasta, con un interés genuino en todo lo artístico, histórico y literario. Como profesor era de gran generosidad y respeto hacia el alumno, de querer escuchar lo que le tocas, saber quién eres, cómo es tu personalidad. Te preguntaba: '¿Cómo haces eso que suena tan bien?', y te hacía volar al cielo", recuerda, con los ojos húmedos.
Con Arrau estudió dos años en Estados Unidos, pero siguieron siendo muy cercanos. Su última conversación fue tres semanas antes de su muerte. "Pasó algo muy raro, porque no le gustaba hablar por teléfono, pero empezó a conversar, a decirme: 'Tienes que tocar mucho más, porque es importante guardar una tradición y una ética por la música. Se está acabando todo, y no puede ser. ¡La gente como tú debe ser activa!' Y le encontré la razón", recuerda.
-¿Cuál era esa ética por la música?
"Él tenía una idea muy precisa de la música, del respeto por los compositores y su entorno, para tratar de entender este mensaje. Uno tiene que tratar de hacer las cosas lo mejor posible, sin concesiones al público y sin trampas. Sin pensar que va a haber más gente si toco tal cosa, o si toco así (se echa melodramáticamente hacia atrás) o si uno se desviste", ríe.
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