domingo, diciembre 23, 2018

Byung-Chul Han - El mundo como pasión y diversión: La omnipresencia del entretenimiento

El Mercurio

Con referencias que van de Bach al haiku, en "Buen entretenimiento" el filósofo surcoreano reflexiona sobre el arte como pasión y búsqueda de la verdad y el arte como diversión y goce: dos extremos que se tocan y que en nuestro mundo dan paso a la ubicuidad del entretenimiento: "Surge así una cultura de las inclinaciones ", que rompe la distinción entre trabajo y ocio. El nuevo libro llega en enero a librerías. 

Juan Rodríguez M.

La educación, entretenida. Las noticias, entretenidas. La cultura, entretenida. La política, entretenida. Incluso el trabajo, entretenido. Parece que ser es ser entretenido, o eso cree el filósofo surcoreano de lengua alemana Byung-Chul Han (Seúl, 1959). Famoso y exitoso por sus (entretenidos) libros sobre la sociedad contemporánea, su ensayo más reciente -"Buen entretenimiento" (Herder)- lo dedica a lo que llama un nuevo paradigma: "Lo peculiar del actual fenómeno del entretenimiento consiste más bien en que rebasa con mucho el fenómeno del ocio", escribe.

Han refuta la tradicional idea de que el entretenimiento aparezca recién con la modernidad y el fin de la nobleza, en el siglo XVIII, pues solo entonces habría surgido la diferencia entre trabajo y ocio. "Más convincente, o por lo menos libre de contradicción, sería la tesis de que desde siempre hubo entretenimientos (...) No tiene mucho sentido afirmar que los griegos o los romanos desconocían los entretenimientos porque en aquella época no se hacía la distinción entre trabajo y ocio". Entonces, dice el autor, la actual ubicuidad del entretenimiento no se explica porque en la modernidad cada vez haya más ocio, porque tengamos más tiempo libre: "La ubicuidad del entretenimiento se expresa como su totalización, que suprime justamente la distinción entre trabajo y ocio". "Surge así una cultura de las inclinaciones ". La entretención ya no es un momento, es o pretende ser todo, es el criterio de verdad.

A diferencia de textos como "La sociedad del cansancio" o "La agonía del Eros", en este Han no cae en el lamento por todo lo que nos ha quitado la modernidad, o no tanto. Más bien describe y duda respecto al sentido de la entretención. De hecho, antes de llegar a su tesis sobre la ubicuidad del entretenimiento, repasa una serie de momentos e ideas que dan cuenta de las tensiones entre "la Pasión" (es decir, la vida sufrida, profunda, seria, culta, sagrada, entregada al trabajo y el deber, que anhela la verdad y la trascendencia, en línea con la pasión de Cristo), y la vida superficial, mundana, popular, que busca el goce, el disfrute, la diversión aquí y ahora, en lo fugaz e inmanente. De hecho, el subtítulo del libro es: "Una deconstrucción de la historia occidental de la Pasión".

El relato o deconstrucción de esas tensiones lo comienza Han con el estreno, en 1727, de la "Pasión según San Mateo", de Bach.

"¡Qué Dios os guarde!"

La obra se interpretó por primera vez un Viernes Santo, en la Iglesia de Santo Tomás de Leipzig, Alemania. Al terminar la interpretación, el público quedó perplejo. Nobles y autoridades se miraban sin entender qué significaba lo que acababan de oír. "¡Qué Dios os guarde, hijos míos! ¡Parece que estamos asistiendo a una ópera o a una comedia!", exclamó una viuda.

¿Qué había pasado? Que la obra de Bach era demasiado teatral, peligrosamente cercana a la banalidad y voluptuosidad del mero entretenimiento. Si en aquellos años ya se cuestionaba la nueva costumbre de interpretar música en las iglesias, lo del compositor mereció una reprimenda y una rebaja de su sueldo. En el nuevo contrato que firmó Bach se lee: "Para conservar el buen orden de las iglesias habrá que ejecutar la música del tal modo que no dure demasiado, y también habrá de estar compuesta de tal modo que no resulte demasiado operística, sino que más bien anime a los oyentes a la devoción".

"Esta interesante cláusula sobre el cargo de cantor remite a la creciente hibridación de la música sacra con la profana. Poco a poco la música sacra va desprendiéndose del contexto litúrgico y aproximándose a la música de los modernos conciertos burgueses", anota Han. "Por un lado, en la época de Bach la vida musical es dominada cada vez más por la liviandad extranjera, por la embriaguez sensorial y la sonoridad armoniosa, intensa y opulenta. El nuevo público musical lo forman los «expertos» y los «melómanos» (...) Por otro lado, se alzan voces críticas, también en los círculos de la ortodoxia luterana, contra el empleo de música artística en la celebración litúrgica".

La música debía ser un mero ornato, lo fundamental era la palabra de Dios. Sin embargo, como muestra Han, ya en aquella época parecían confluir la glorificación de la divinidad con el regocijo del ánimo, con el entretenimiento. El propio Bach dijo que "el objetivo o la causa final de toda música" era "honrar a Dios y servir de recreación al espíritu". Comenta Han: "En relación con el deleite musical es difícil distinguir entre placer celestial y diabólico, entre gozo divino y diversión mundana".

Nietzsche contra Wagner

La desacralización de la música, su ubicación fuera del contexto teológico, como manera de formar el gusto y deleitarse, es un gesto moderno. Y será una polémica en la que, ya en el siglo XIX, se involucrarán filósofos y músicos como Nietzsche y Wagner. El primero celebra la ligereza, la juventud, lo popular y la alegría "africana" en el arte y particularmente en la música. El segundo añora un arte pasional, trascendente, redentor, grave, profundo, que satisface hambres sagradas: Wagner, por ejemplo, condena la música de Rossini porque solo busca agradar, y -dice- de ahí proviene lo " malo en el arte"; en cambio lo "bueno en su forma pura" es indiferente a la "demanda de entretenimiento" y es "obra del genio".

Contra esas honduras o alturas que ve y sufre este mundo como algo falso, Nietzsche afirma que es "necesario mediterraneizar la música", pues: "Lo bueno es ligero, todo lo que es divino corre con pies gráciles". Wagner aboga por la verdad frente a la mera apariencia, Nietzsche, alguna vez su seguidor, dirá que la verdad ha muerto y que junto con ella ha sido eliminada la apariencia: queda gozar este único y superficial mundo de todos los días.

Estos vaivenes entre pasión y entretenimiento, entre razón y sentimiento, sentido y sinsentido, también están presentes en autores como Kant y Hegel, y en realidad llegan hasta el arte y la filosofía del siglo XX (Kafka y Heidegger, por ejemplo). Pues, afirma Han, son propios del binarismo con el que Occidente percibe el mundo: bueno-malo, claro-oscuro, verdad-mentira, sacro-profano, serio-alegre, deber-inclinación, docto-popular, selecto-masivo, trabajo-ocio, trascendencia-inmanencia, cielo-tierra, etcétera.

Superficialidad oriental

Sin embargo, esas disputas no tendrían sentido en el Lejano Oriente. No si atendemos a lo que Han afirma: "La dicotomización es característica del pensamiento occidental. El pensamiento del Lejano Oriente, por el contrario, se rige por principios complementarios. El ser no es regulado por opuestos rígidos, sino por dependencias y correspondencias recíprocas. De este modo, en el Lejano Oriente tampoco se ha configurado aquella dicotomía entre espíritu vs. sensibilidad, en la que justamente se basa la noción de un arte inferior que solo satisface las necesidades sensibles (...) El arte del Lejano Oriente no es dominado por una Pasión por la verdad que sufre lo existente como falso. Tampoco proporciona un opuesto utópico al mundo existente, el cual tendría que ser negado. Es decir, ninguna negatividad alienta al arte del Lejano Oriente. Más bien es primariamente un objeto de afirmación y también de entretenimiento".

Han muestra varios ejemplos de esta lógica oriental. Desde el arte a la religión. Quedémonos con uno, el haiku, ese poema breve en el que Occidente vio una suma espiritualidad, una suerte de cura silenciosa contra el bullicio de la mente y el mundo. Pero: "En Japón rara vez se asocia el haiku con aquella empresa seria y espiritual de poner fin a la palabrería del alma. La recepción del haiku en occidente apenas se da cuenta de que el haiku es sobre todo juego y entretenimiento, ni de que, en lugar de retirarse al desierto del significado, también resuma gracia y humor", explica Han. " Haiku significa literalmente «poema en broma»". Aunque, antes de ser invadidos por el pensamiento dicotómico y concluir que estamos ante una trivialización o empobrecimiento estéticos, se trata, dice Han, de "una estetización de la cotidianidad y de lo cotidiano". La belleza no está más allá y puede ser entretenida.

Bach y la polémica entre la música sacra y la profana explicita una de las intuiciones de Byung-Chul Han: que los extremos que son la pasión y el entretenimiento, el sentido pleno y la total falta de sentido, se tocan. "El puro sentido y el puro sinsentido convergen en una histeria", dice.

Lo anterior nos trae de vuelta a la tesis central del libro: nuestra época mediática (de la radio a internet pasando por la televisión) parece transitar hacia un nuevo mundo. Si desde la Antigüedad el entretenimiento había sido un aspecto de nuestras vidas, hoy lo es todo: el tiempo es entretenido o al menos avanzamos hacia allá. Nos guste o no, ¿estamos condenados a la histeria? Es más, ¿Han condena esta deriva? Tal vez sí, pero también pareciera que el autor valora, si no el entretenimiento, sí la afirmación de lo contingente, de la inmanencia, quizás en el sentido en que lo hace el Lejano Oriente del que él mismo nos habla.

Han aboga por cierta "serenidad" o "afabilidad" que no se encierra en los extremos del total sentido y el total sinsentido. A esa disposición le dedica otro libro publicado este año en castellano y recién llegado a Chile, "Muerte y alteridad" (Herder), en el que reflexiona sobre nuestra relación con la muerte, y propone, justamente, una serenidad o afabilidad que no le teme a la muerte, que no pretende la reafirmación del yo, ni busca la trascendencia a través de los otros.

Esa actitud o sensibilidad -la serenidad o afabilidad con el mundo-, una suerte de justo medio, parece la misma que Byung-Chul Han deja entrever en "Buen entretenimiento". " Un buen entretenimiento es uno de los medios que uno se procura para olvidar la ausencia de Dios", se lee en el epígrafe de uno de los capítulos del libro. La cita no tiene atribución, por lo que tal vez sean palabras del filósofo. Aunque son muy serias, sufridas incluso, así es que mejor quedémonos con la superficialidad de estos dos haiku: "Sopla el viento del invierno./ Los ojos de los gatos/ parpadean". "Un hombre/ y una mosca/ en la habitación".


 Obra en red: leer a Byung-Chul Han
La mayoría de los más de diez libros de Byung-Chul Han en castellano podrían ser capítulos o momentos de una sola gran obra sobre "el ambiente espiritual de nuestro tiempo", por usar una expresión del filósofo y psiquiatra alemán Karl Jaspers. Sin embargo, Han ha distribuido su reflexión sobre nuestra sociedad, híperconsumista y neoliberal, en obras breves, escritas en un lenguaje directo, en las que a veces desarrolla temas presentados en otra obra.

En España, a principios de año, Han dijo: "Ahora uno se explota a sí mismo y cree que está realizándose". Una afirmación que es un certero resumen de "La sociedad del cansancio" , uno de sus primeros libros en Chile; pero que también le calza a un título más reciente: "Psicopolítica" (ambos, como la mayoría de la obra de Han, están publicados en Herder). Si en la primera obra habla de la autoexploración a la que estamos sometidos, en la segunda llama la atención sobre el hecho de que el gran hermano digital nos vigila con nuestro consentimiento. A su vez, "Psicopolítica", referida al modelamiento de nuestros deseos y conductas, desarrolla una idea que Han presenta en el ensayo en el que define nuestra sociedad como un "enjambre digital" (ya no una sociedad de masas). Nos referimos a "En el enjambre" , donde leemos: "Cojeamos tras el medio digital, que, por debajo de la decisión consciente, cambia decisivamente nuestra conducta, nuestra percepción, nuestra sensación, nuestro pensamiento, nuestra convivencia".

Y si en "El aroma del tiempo" nuestro filósofo denuncia la pérdida del tiempo como narración, con sentido, a favor de un tiempo atomizado, una mera sucesión de presentes, en "La salvación de lo bello" ahonda en cómo el mundo sometido al puro presente y a los "me gusta" no deja lugar para el contraste, el asombro, la distancia, la contemplación: Han añora lo feo, lo oscuro y en general las complejidades que también hacen parte de lo bello... Y de lo erótico, como se ve en "La agonía del Eros" . Todo ello se pierde en nuestro mundo transparente, asunto de otro libro: "La sociedad de la transparencia" . Vivimos en el infierno o el desierto de lo igual, dice Han en "La expulsión de lo distinto" .

La obra de Han es una red, un todo interconectado, abierto a nuevos enlaces y con diversas entradas. Incluso se pueden establecer vínculos entre "El buen entretenimiento", donde habla de la cultura del Lejano Oriente en contraste con el pensamiento occidental, con títulos como "Filosofía del budismo Zen" y "Shanzai. El arte de la falsificación y la deconstrucción en China" (Caja Negra), en los que rescata esas lógicas alejadas de las dicotomías e identidades occidentales.

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