domingo, enero 20, 2019

El barroco vivo en la Pascua de Negros en La Tirana

ROSARIO MENA
Religión
El Mercurio

El 6 de enero, día de Pascua de Reyes, tiene lugar en La Tirana y otros muchos pueblos del Norte Grande, la llamada Pascua de Negros. Música, bailes y una profusión de elementos decorativos y rituales hacen de esta celebración tradicional, nacida del sincretismo entre la cultura pastoril andina, la evangelización católica y la influencia negra, un complejo ritual festivo, en el cual el Niño Dios es el protagonista, identificando a indígenas, mestizos y afrodescendientes desde la la Colonia hasta hoy.



Cinco de enero. Atardece en la explanada. Frente al santuario de la Virgen del Carmen de La Tirana, las banderitas de papel plateado colgadas entre los árboles y postes emiten reflejos intermitentes con el movimiento del viento, iluminadas por el sol poniente. Los niños corren de un lado a otro de la gran plaza, mientras se va recortando la silueta de los tamarugos contra el cielo nortino y los carros de comida callejera atendidos por chilenos y peruanos despachan a destajo empanadas fritas, sopaipillas, anticuchos y completos.

Cuando la Iglesia Católica celebra la Fiesta de la Epifania, el 6 de enero, y en varias partes de Occidente se reciben regalos conmemorando la llegada de los Reyes Magos, en medio de la Pampa del Tamarugal, a 72 kilómetros de Iquique, se prepara la Pascua de Negros. Una fiesta originada en el sincretismo católico-andino en el Virreinato del Perú, que hunde sus raíces en el Imperio Inca, se construye en la evangelización española y se consolida en la industria minera y salitrera, cuando aún este territorio era peruano.

En las casas se levantan los parabienes, espacios presididos por un gran pesebre hecho por todos los integrantes de la familia que representa sus tradiciones y sentido de pertenencia, tanto en la recreación de los paisajes como en el tipo de animales que se colocan, las vestimentas de las figuras y otros múltiples objetos, en conjuntos atiborrados de ornamentos y luces. Hasta ellos llegan los bailes invitados por la familia para rendir honores al Niño Dios. Signos de la alegría de la fiesta son las peritas de Pascua, la chicha, el chocolate, las rosquillas y las galletas que se reparten entre todos los asistentes.

Familias enteras, hombres y mujeres de todas las edades, tanto vecinos del pueblo como residentes en Iquique, Arica, Antofagasta y en comunidades cercanas, aimaras y quechuas, comienzan a repletar el centro histórico de esta localidad de menos de 800 habitantes, conocida masivamente por la Fiesta de la Virgen del Carmen de La Tirana, el 16 de julio, cuando más de 200 mil personas se toman sus calles polvorientas entre bailes, música y bullicio, convulsionando por una semana su tranquilo ritmo habitual.

Distinto es en esta ocasión. Si bien la iglesia, la plaza, las calles, las casas y los locales comerciales se llenan de gente y de vida, y más de quince bailes hacen su arribo al pueblo, no son más de 10 mil personas las que se congregan el día de la Pascua a la hora de máxima concurrencia. Se trata de una fiesta comunitaria. Esta es la fiesta de los tiraneños, y la más importante para ellos junto a la Navidad, de cuya celebración forma parte.

El pueblo y la Iglesia

Dentro del templo, el pesebre a escala natural de ambientación andina es visitado por los devotos y bailes de pastores con sus cantos y danzas. Afuera, se hacen también presentes las bandas de bronces. El programa parroquial se intersecta con la agenda propia del pueblo, apegada a una historia en la cual la presencia de los sacerdotes, que venían desde lejos sin que hubiera una parroquia establecida, era un servicio puntual en la liturgia, dentro de una fiesta organizada y sostenida por la comunidad y regida por los tres bailes de pastores locales, portadores de una antigua tradición que hasta hoy intentan preservar y difundir.

Es el caso de los Indios Pastores de la familia Choque, uno de los bailes de pastores más tradicionales del país, que se desprende en 1980 del baile más antiguo del pueblo de La Tirana, fundado por don Nemesio Loayza a principios del siglo XX. Además del uso y estilo de su danza, se caracterizan por sus instrumentos de origen europeo como mandolina, violín, acordeón y el tamborcito, y la cadencia melancólica de sus cantos al Niño Dios, que contrasta con los nuevos ritmos que se observan en los bailes foráneos.

"La Iglesia, con todos sus aciertos y aportes, ha convertido la fiesta del pueblo en un evento muy dirigido a los peregrinos, los de afuera. Hoy en día los lakitas (banda de zampoñas) han ido modificando la forma de tocar, asimilándose a las bandas de bronce, y los pastores van bailando zambeado, con un vaivén que no tiene nada que ver. Ese sonido y ese toque que llegan del exterior predomina en la fiesta. Se ve que hay un baile de pueblo, el de don Nemesio (Loayza), la familia Choque, la abuela Elcira (Morales) -los tres bailes antiguos de La Tirana-, y otros que llegan con ideas y vestimentas inspiradas en otros territorios, como cusqueños y otros", dice Víctor Choque, profesor, investigador, músico e integrante en cuarta generación del baile de la familia Choque.

Sincretismo multiétnico

El origen de la festividad es aún tema de estudio. Según Marco Chia, profesor de historia y voluntario en la capilla del santuario, esta surge de la superposición de la Epifanía, celebrada en Europa, con el awatiri, o fiesta aimara de los niños pastores, ya existente en el altiplano y en la pampa antes de la Conquista. "En esta celebración los niños que ya estaban creciendo les transferían el oficio de pastor a los más pequeños. Había danza, música y se preparaban unos panes especiales de quínoa. Esto calzó muy bien con la Epifanía, y el Niño Dios se identificó con el niño pastor. Además existían bailes de indios en honor a la nobleza inca que por entonces dominaba el territorio".

Por su parte, Rosa Quispe, cantora y profesora intercultural aimara, e integrante del baile de pastores de su pueblo, La Huayca, a pocos kilómetros de La Tirana, cree que "los bailes de los pastores se asimilaron a la devoción al nacimiento del Niño Dios, porque los pastores son los primeros que lo visitan en Belén".

La denominación de "Pascua de Negros" se atribuye al hecho de que en dicha fecha, central en la devoción al Niño Dios, de gran importancia durante la Colonia, los esclavos negros podían gozar de día libre, identificándose con el rey mago negro, Baltazar. Su influencia se deja ver en los zapateos de los bailes, demostrando la riqueza del aporte multicultural que recibe esta celebración católica en contacto con las poblaciones locales. En el caso de La Tirana, y toda la Pampa del Tamarugal, se establecieron afrodescendientes que trabajaban en torno a la extracción del tamarugo y en las minas de plata.

Como explica Alberto Díaz, doctor en antropología de la Universidad de Tarapacá, "hay evidencia documental de esto, de los siglos XVIII y XIX. Ellos musicalizaron fiestas como la de Epifanía, siendo la celebración resultado de una historia profunda de poblaciones multiétnicas que matizaron el rito mucho más allá del culto católico, dotándola de múltiples atributos, sonoridades y coreografías, en la que confluyen las influencias afro, hispanas e indígenas. A los sonidos de acordeones, violines, mandolinas y guitarras se suman, desde los años 70, las comparsas de lakitas".

La guardería de los niños Jesús

El Niño Dios se multiplica en miles, pudiendo hallarse decenas de ejemplares al interior del mismo nacimiento, dando cuenta de la infinita capacidad de representación identitaria que posee esta figura, encarnando la diversidad cultural y permitiendo su apropiación por parte de cada persona y comunidad de acuerdo a sus particulares valores e imaginarios.

Los peregrinos traen en sus brazos, en coches, cajitas o canastas, figuras del niñito Jesús de todos los tamaños, estilos y épocas, vestidos y alhajados de acuerdo al contexto cultural de sus propietarios. Los llevan en romería en la procesión principal por el pueblo, bajo el sol quemante del mediodía. Rodeados de adornos, peritas y caramelos, muchos son dejados, previo registro en un cuaderno, en la capilla del santuario, habilitada como guardería, la cual este año recibió más de mil cien niños y conjuntos de niños en custodia, superando en un cincuenta por ciento la demanda del año pasado.

La mayoría de las figuras son fabricadas en Perú y adquiridas en Tacna. Algunas de las pequeñas esculturas, de factura cusqueña o quiteña, tienen más de cien años de antigüedad. Todas son homenajeadas por los bailes que visitan la capilla, para ser retiradas por sus dueños al finalizar la fiesta y regresar a sus hogares.

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