sábado, abril 20, 2019

Los mundos paralelos de un ejecutivo

Por Nicolás Lazo
Fotos Sergio Alfonso López
Crónica
El Mercurio

¿Puede un ingeniero comercial preocupado de números y metas tener, a la vez, la sensibilidad y el alma de un artista? En marzo pasado, Sebastián Amenábar, ejecutivo de una multitienda en Chile, viajó a París, interpretó a Mendelssohn, emocionó al público y ganó una de las competencias internacionales de pianistas no profesionales más importantes del mundo. Aquí habla de cómo la música lo ayudó a canalizar su déficit atencional y cómo hoy se las arregla para transitar por dos mundos tan diferentes.



El silencio es absoluto en el Gran Anfiteatro de la Universidad de La Sorbona, en París. Sebastián Amenábar, de 34 años y vestido con smoking , se sienta frente al piano, concentrado.

Son las últimas horas de la tarde del sábado 23 de marzo de 2019, día de la final de "Le concours des grands amateurs de piano", el más importante de los certámenes para pianistas no profesionales a nivel internacional, donde cada año prueba suerte un centenar de candidatos provenientes de todo el mundo. Tras superar la etapa de eliminatorias, Amenábar hoy se juega la posibilidad de ser el número uno.

De pronto, el sonido del piano irrumpe en la sala. Las manos de Amenábar se mueven frenéticas. Está interpretando las Variations sérieuses, opus 54 , de Felix Mendelssohn, y seguirá con Grandes études de Paganini , de Franz Liszt. Por momentos, sus dedos detienen la marcha y parece que apenas tocaran las teclas. Tras la nota final, inclina levemente el torso hacia atrás y su mano derecha queda suspendida en el aire. Su interpretación le tomó 17 minutos.

Más tarde dirá que, para él, existe una conexión espiritual entre la audiencia y las obras, un vínculo que trasciende la experiencia puramente sonora y que se cristaliza en el rito comunitario, siempre distinto, de la música en vivo. Dirá también que, como intérprete, se considera un puente entre las emociones del compositor y las del público, en un proceso donde, por supuesto, se cuela su propia sensibilidad.

La del chileno fue la última presentación en competencia. El jurado, compuesto por críticos especializados y pianistas prestigiosos -entre ellos Éric Heidsieck, señalado por los expertos como uno de los mejores de la historia-, se retira para deliberar. La polola de Amenábar, sentada entre los asistentes, apenas puede lidiar con la expectación.

Media hora más tarde, el jurado vuelve con el veredicto: Sebastián Amenábar -ingeniero comercial de la Universidad Católica y ejecutivo de Falabella- es, simplemente, el mejor del mundo en su categoría.

La historia comenzó hace tres décadas, justo el año en que se creó el concurso que acaba de ganar. Producto del déficit atencional que tiene, sus padres -la profesora básica María Teresa Ormeño y el ingeniero civil Francisco Amenábar- decidieron canalizar su energía a través de la música.

-Cuando era chico era muy hiperactivo, muy desordenado -relata casi un mes después de ganar el concurso, frente a un piano vertical que tiene en su pieza en su departamento de Vitacura-. Pero, en lugar de llenarme de pastillas, me metieron a clases de piano. Me gustó mucho, me sentí muy cómodo con el instrumento.

Al principio, a los 4 años, lo hicieron probar con el método Suzuki, un sistema de enseñanza japonés que se basa en la idea de que cualquier niño a quien se entrene correctamente puede desarrollar una habilidad musical, y que busca que los alumnos logren un nivel de destreza básico tocando su instrumento antes de aprender a leer partituras. A los 7, sin embargo, ya había demostrado tal nivel de avance que, inevitablemente, las clases formales fueron el siguiente paso. La persona elegida para guiarlo fue la intérprete y profesora de piano Mercedes Veglia, quien por aquella época era parte del Conservatorio Nacional de la Universidad de Chile.

Veglia fue la que, años más tarde, le enseñó la pieza de Mendelssohn con la que deslumbró al público y al jurado en el Gran Anfiteatro de La Sorbona, la misma que le hizo obtener 3.000 dólares de premio y la oportunidad de presentarse en noviembre próximo con la Orquesta Sinfónica de la Guardia Republicana de París, dirigida por François Boulanger, con el "Concierto para piano N° 2", de Franz Liszt.

-Lo primero que ella me dijo fue que era un desastre y tenía que reinventarme, pero que me tomaba como alumno -recuerda Amenábar, con especial cariño hacia quien, hoy fallecida, fue su única profesora. Sobre la dureza de la sentencia de su maestra, añade sonriendo: "Bueno, en la música es muy normal tener ese tipo de feedback" .

Cuando Aménabar cumplió 12 años, Veglia empezó a hacer clases en la Escuela Moderna de Música y el joven decidió seguirle los pasos. Desde entonces no se detuvo, aunque admite que, durante la adolescencia, muchas veces experimentó un conflicto entre su inclinación por la música y el deseo de identificarse con los intereses de los demás.

-En el colegio me sentía un poco raro. En esa etapa, uno jugaba fútbol. Con la música clásica sentía que no encajaba -revela-. Eso para mí fue complicado. Quería tener amigos, ser más "normal". Aún recuerdo cuando en el colegio me preguntaban si seguía tocando piano, y yo decía que no. Me daba vergüenza. Creo que la educación te llevaba a este modelo de que todos tenemos que encajar en el mismo molde -reflexiona-. Aún falta mucho espacio para la diversidad en Chile.

Lo que Sebastián Amenábar tenía claro era que tampoco quería dedicarse solo al piano, sino moverse siempre en "mundos paralelos" que pudieran incluir la atracción que sentía por los negocios. Tras su paso por la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad Católica -donde, declara, nuevamente se encontró con una gran uniformidad de conductas-, trabajó dos años en Lima y luego partió a cursar un MBA en la Haas School of Business de la Universidad de California, en Berkeley, Estados Unidos. Ahí tomó conciencia de que la realidad podía ser mucho más flexible.

-Me tocó meterme en la cultura de Silicon Valley y eso me marcó mucho, porque me sentí feliz de ser como quería ser. Ahí no existen las ataduras de ningún tipo. No había nada que me restringiera -relata-. De hecho, me costó volver a Chile y todavía me cuesta desenvolverme aquí, donde no hay tanta cabida para la diversidad. Pero cada vez me siento con más confianza para ser realmente yo.

Cada mañana, entre las siete y las ocho y media, Sebastián Amenábar estudia música. Y hace lo mismo al final del día, cuando regresa del trabajo.

Esta tarde, el sol atraviesa el ventanal cerrado de su dormitorio. Él se vuelve hacia el piano vertical y, sin preámbulo, toca de forma continua los 11 minutos que duran las Variaciones de Felix Mendelssohn. La melodía se impone a todos los sonidos de la ciudad. Amenábar inhala y exhala con fuerza mientras toca. Cerca del final, en un punto cuando la intensidad de la música va en aumento, llega a dar un par de pequeños saltos en el asiento.

-La música es una especie de ser vivo -explica-. Es muy difícil interpretar si uno no está respirando en conexión con la música. Eso es algo que se trabaja mucho en las escuelas. Claudio Arrau decía que un pianista se fusiona un poco con el piano. Uno tiene que ser parte del instrumento.

Amenábar explica que las variaciones corresponden a nuevas combinaciones -algunas con cambios sutiles, otras con mayores diferencias en el acompañamiento y el ritmo- respecto a lo que se conoce como el tema principal, presentado al inicio de la obra. Su vida, dice, bien podría resumirse de ese modo: un conjunto de ensayos en torno a un principio básico, que es, quizá, la búsqueda de la empatía con las demás personas en la música y en las relaciones comerciales. Prueba una y otra vez para no quedarse inmóvil.

-Lo que pasa es que le tengo pánico al statu quo y a tener una vida predecible -confiesa-. Sobre todo, le tengo miedo a no poder experimentar.

Desde el año pasado, Sebastián Amenábar está a cargo de la creación de contenidos para el catálogo digital de Falabella. Desde ese rol, con decenas de personas a su mando, tiene la misión de alcanzar y mantener el liderazgo de la compañía en el competitivo ámbito del e-commerce.

A primera vista, esta actividad contrasta profundamente con la dimensión sensible de la música, en la que encuentra, según señala, una vía de expresión emocional que no tiene en el día a día. Sin embargo, para él no hay tal abismo.

-La parte numérica se parece a la parte técnica en el piano. Y (en el mundo comercial) cómo interpretas esta información es lo que hace la gran diferencia. Todo el resto, si vendo pantalones o vendo poleras, no es tan relevante.

Asimismo, los rankings entre artistas le producen "sentimientos encontrados", puesto que, cree, no tiene sentido establecer jerarquizaciones cuando se está frente a los mejores. "Entre Manet, Monet y Cézanne son todos genios y punto", ejemplifica.

Donde sí reconoce la existencia de mejores y peores esfuerzos es en el desarrollo de la música de cámara en el mundo, en el que Chile todavía está al debe y en una posición poco favorable. Si bien Amenábar valora y conoce el trabajo de instituciones como la Corporación de Amigos de Panguipulli, el Teatro del Lago y las Orquestas Juveniles, dice que aún "estamos en pañales. Hay mucho más que hacer".

Por ese motivo, no descartaría incursionar más adelante en la gestión cultural, algo que ya comenzó a hacer cuando, en febrero, trajo a Chile a la violonchelista israelí Inbal Segev, quien se presentó en un centro de eventos de Pirque. "Siempre necesito hacer otras cosas más allá del piano", manifiesta.

Sebastián Amenábar no lo sabe, pero ahora, mientras habla, el sol que atraviesa el ventanal apunta directo hacia él y multiplica su reflejo en el vidrio, como si las versiones de sí mismo tendieran al infinito.

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