lunes, abril 01, 2019

Rosalía: disipando dudas como una diosa



La Tercera

La artista barcelonesa ya llegaba a Sudamérica como una estrella de Internet, se echó al público argentino al bolsillo y sin embargo, sobre ella pesaba el escepticismo de los que creían que es solo una moda. La cantaora demostró lo contrario.

Por Mónica Garrido

Poco a poco el Acer Stage se vio invadido por una ola de asistentes, en su mayoría millennials, como la artista que esperaban ver. Es un fenómeno de la era digital que provocó el temor de un segundo colapso tras subestimarse la convocatoria de Paloma Mami y luego de ver la reacción del público trasandino a su show.

Rosalía generó tantas dudas entre los que la desconocen, como expectación entre sus fans. Le bastó nada más dar algunos pasos en el escenario, regalar una mirada desafiante y entonar los primeros versos para posicionarse como una de las mejores cartas de Lollapalooza 2019.

Decir que es una promesa de la música española es poco. Rosalía es un veredicto de un nuevo género que fusiona el estilo urbano con la tradición flamenca. Acusada por la ignorancia -e intolerancia- de “apropiación cultural”, la joven artista supo reinventar un sonido pasado por alto por las nuevas generaciones.

Cuando eran las 18.45 hrs comenzaron a sonar silbidos y palabras que denotaban impaciencia por su ídola. Se cruzó un técnico por el escenario y la energía empezó a subir de nivel poco a poco. ¿Donde estaba Rosalía?

Serias y vestidas de blanco, subieron al escenario las bailarinas. Inmediatamente después llegó ella, la cantaora que destacaba en el color del orgullo con su larga melena morena amarrada en una coleta. Comenzaron con una coreografía que hizo gritar al público y una pausa dramática dejó a Rosalía de espaldas al público, giró su cabeza y sonrío. Todos se rindieron a sus pies.

“Pienso en tu mirá”, el capítulo 3: celos de El Mal querer, fue la canción inaugural de la jornada. Lo que falló sonoramente con bajos a reventar, fue opacado con creces por el poderoso baile, la prodigiosa voz y una apuesta estética de otra era.

El intenso perreo se tomó la pista intercalando “Te estoy amando locamente”, con la fuerza inagotable de sus caderas y la aclamación de los miles de asistentes que cantaban verso a verso, aunque no pudieran alcanzar el rango vocal de la joven.

“Barefoot in the park”, colaboración con James Blake trajo unos minutos de calma en medio de la euforia. Como un oasis para respirar y dejarse deleitar por la poco convencional voz de la artista que, aún apoyada por un cuerpo de baile, era capaz de imponerse sola ante miles.

“Catalina”, “Que no salga la luna” y “Maldición” reactivaron el delirio. El público rezaban sus letras con la mirada perdida en los ojos de Rosalía, celebraban cada demostración de la cantaora en medio de aplausos y exclamaciones como “te amo”.

“Chile, es un honor para todos nosotros venir de tan lejos para tocar para vosotros”, dijo pausando por unos minutos el show. Cada mirada, cada sonrisa pícara, cada paso de baile, desataban la locura en un público completamente hipnotizado.

Con un show superior al promedio de conciertos de una hora que configuran el festival, Rosalía brilló con “A ningún hombre” (A ningún hombre consiento que dicte mi sentencia/ sólo Dios puede juzgarme, sólo a él debo obediencia), “De aquí no sales”, “Di mi nombre” y “Bagdad”.

Baila con la misma experticia de su canto y, si bien su repertorio en solitario hubiese sido más que suficiente, las colaboraciones junto a C. Tangana y J Balvin estuvieron en el cierre de show cuyo broche de oro llegó con “Malamente”.

Rosalía Vila eligió su nombre de pila para desarrollar su carrera artística, pero sus logros -merecidos y ratificados tras su presentación en Lollapalooza Chile 2019- bien podrían denominarla Diosalía.


Así fue el show de Rosalía: a palma firme
Por Marisol García

Las palabras importan. Las de El mal querer, su último trabajo, se encienden y calman como los vaivenes distinguibles del amor que se relata en sus cumbres y miserias. Rosalía asume la voz de una mujer adulta, que provoca y desea, que a veces pierde y no está dispuesta a olvidar.

El cuidado en el balance entre diversidad y tendencia que dota al cartel de Lollapalooza de parte de su ventaja tenía este año en Rosalía a un puntal. De nombres con enorme atención encima el festival es pródigo, pero pocos de éstos sostienen a la vez desde el mango el sartén que saltea el sonido y la estética que luego alimentará a la moda. Con la barcelonesa no bastaba la sucesión de su repertorio (de sólo tres años aunque dos poderosos discos), sino que también el despliegue de recursos escénicos que explica su condición de estrella no ya española sino global.

¿Es para tanto el llamado “fenómeno” Rosalía, en tiempos en que el título se gana con clicks? Pues sí: lo es. Su turno de una hora la tarde del domingo confirma que la base sobre la que ella ha elegido desplegar su cante es fabulosa, por inventiva y síntesis, por viveza y elegancia. En el estudio de grabación se ha tratado de conceptos profundos, de desprejuicio en las fusiones y de técnicas de avanzada para convertirlos en sonido. En vivo, en cambio —donde sólo un músico se ocupa en instrumentos (percusión y teclado en manos del prestigioso El Guincho), y la marcha de secuencias sigue con casi todo lo demás—, lo que importa es su presencia, que sin ser histriónica afirma el carácter de una mujer que según el verso se volverá ruda o coqueta, decidida a que su voz se exprese con entonación exigente y a la vez magnética autoconfianza.


Envuelve todo aquello un diseño estético contundente aunque concentrado, con seis bailarinas de blanco en coreografías refrescantes; y al lado y de negro un cuarteto para coros y palmas. Vuelve la tradición en gestos y vítores de tablao —puntuales, no constantes; éste es un show de pop, incluso con cita a su tema a dúo con James Blake—, y al incorporar al repertorio adaptaciones para un viejo tango rumbero popularizado por Chavela Vargas (“Macorina” es, esta vez, “Catalina”) y el mayor éxito del dúo madrileño Las Grecas, “Te estoy amando locamente” (nada es casual, ya había transgresión antiortodoxa en ese contagioso single de 1974 incluido en un disco de título elocuente: Gipsy Rock).

Las palabras importan. Las de El mal querer se encienden y calman como los vaivenes distinguibles del amor que se relata en sus cumbres y miserias. Rosalía asume la voz de una mujer adulta, que provoca y desea, que a veces pierde y no está dispuesta a olvidar (“voy a tatuarme en la piel / tu inicial porque es la mía / p’acordarme para siempre / de lo que me hiciste un día”).

Contrariados por un éxito que atestiguan a lo lejos, los ortodoxos del flamenco e incluso comunidades gitanas han afilado cuchillos para ponernos en guardia de que el cante auténtico no requiere de nuevos estilismos para brillar. Y qué mejor promoción puede haber para una cantante de 25 años que quedar del lado de la historia que antes tuvo en la polémica a clásicos como Camarón de la Isla y Enrique Morente. Que intenten detener los indignados la apropiación cultural que sostuvo al pop del siglo XX y hoy circula imparable por las redes. Rosalía no ha hecho más que reorientarla a su manera. La cosecha es suya. Tra-tra.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario