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Está su madre, que lo protegió desde pequeño ante su temperamento débil e inseguro. Está Víctor Jara, el director de sus obras y amigo, cuya muerte motivó su autoexilio en Costa Rica. Está Bélgica Castro, su mujer y mentora. Y está, también, el teatro, la pasión que ha movido su existencia. Ellos son los personajes que han protagonizado la historia del dramaturgo Alejandro Sieveking -quien por estos días está en los cines en la película "Gatos viejos"- y éstas, las escenas que han marcado su vida.
Por Magdalena Andrade N.
Está la foto, y en el centro de ella, una mujer de rasgos finos, piel blanca, pelo ondulado y ojos claros que sonríe a la cámara. Dos niños la acompañan: al lado izquierdo, uno de mejillas redondas, cejas negras y tupidas. Al derecho, uno delgado y pálido, y también más parecido a la mujer que lo abraza.
Alejandro Sieveking Campano sostiene la imagen entre los dedos de su mano derecha, amarillos por los más de 16 cigarrillos que se fuma al día desde que tenía 23 años.
-Adivina quién era yo -dice, y su silueta, larga y delgada, ágil y flexible -demasiado, quizás, para sus 77 años- no da mucho lugar a la adivinación.
-El delgado.
-No, no, no. Yo era el gordito: pesé seis kilos al nacer, el 5 de septiembre de 1934. La gente creía que mi mamá mentía, que decía que me había tenido recién, pero que en realidad yo ya tenía cinco meses. Tan grande era que la pobre se desmayó cuando me tuvo. Después, de grande, fui porro e hiperquinético. O sea, un suplicio desde que nací -dice Alejandro Sieveking, uno de los dramaturgos vivos más importantes de Chile, autor de un centenar de piezas teatrales, actor, escritor de novelas, artista visual en sus ratos libres y el hombre que interpreta a un abatido Enrique en la película "Gatos viejos", el marido de la protagonista, la actriz Bélgica Castro, de quien también es su marido en la vida real.
Dice que fue un suplicio porque desde chico fue el objeto de cuidado de sus padres y de Enrique, su hermano un año y medio mayor. Quizás por su temprano déficit atencional que su padre trataba de aplacar comprándole toneladas de historietas para que leyera y se calmara. Quizás por su torpeza física, defecto que le impidió aprender deportes -salvo la natación- y le impregnó una temprana aura de debilidad y torpeza.
Un accidente vivido a los 15 años corroboró ese sentimiento: en un paseo al volcán Llaima con su padre y su hermano, se cayó en la nieve y quedó enterrado hasta el pecho. Tuvo principio de hipotermia, sinusitis y luego, una nefritis que lo tuvo seis meses en cama, y un año sin ir al colegio y sin comer sal.
-Yo me sentía como el hijo de Superman. Mi papá sabía hacer de todo y mi hermano era perfecto, precioso. Nunca pude seguirles el paso. Era el patito feo, pero siempre me quedé en pato. Nunca llegué a cisne -dice al recordar la escena, mientras prende un cigarro con uno de los seis encendedores -dos rojos, dos amarillos, dos azules- que maneja en uno de los arrimos que está detrás de la mesa del comedor, y a los que llega con sólo estirar su brazo hacia atrás.
Nunca se ha sentido cisne porque ni el éxito de sus obras, ni el elogio de sus actuaciones, ni el reconocimiento de sus pares lo han librado de esa sensación de inseguridad que lo ha acompañado toda la vida. Aunque ahora la crítica aplauda su actuación en la película "Gatos Viejos", aunque los cineastas jóvenes lo busquen para que participe en sus trabajos, y aunque el próximo año estrenará -después de cinco años sin escribir- su nueva obra de teatro "Todo pasajero debe descender".
Nunca se ha sentido cisne, y menos ahora, a los 77 años.
-No soy más raro porque no puedo.
Está la maleta pequeña sobre la camay la madre metiendo ropa; ropa para ella, para Alejandro y para su hermano Enrique. Está el llamado del padre explicándoles que ya no vivirán más juntos. Está la imagen de la llegada a la casa de la abuela, y luego a una pensión muy pobre, donde los tres debían dormir en la misma cama.
En la mente de Sievekingun lugar especial lo ocupa la separación de sus padrs,que se distanciaron cuando él tenía ocho años. Su madre no soportó tener a su lado a un hombre celoso y controlador.
-Desde ese momento empezamos a ser pobres como las ratas. Vivimos dos años en una pensión, y luego de eso mi mamá arrendó una casa cuando entró a trabajar al Banco del Estado. Éramos pobres, pobres durante el año escolar, y ricos, ricos, cuando íbamos a ver a mi papá. Con él lo pasábamos bien, pero con mi mamá mejor. Ella nos protegía.
Fue ella quien le contrató una profesora de matemática cuando su hijo Alejandro llegó a contarle que ya no daba más con el álgebra y la geometría que le enseñaban en Arquitectura, la carrera que eligió estudiar cuando salió del colegio alentado por su gusto por el dibujo. Fue ella quien lo apoyó cuando decidió cambiarse de la Universidad Católica a Arquitectura en la Universidad de Chile. Y fue ella la primera en aplaudirlo cuando descubrió que su verdadera vocación era el teatro.
-Al final del primer año en la Universidad de Chile se me produjo una crisis. Durante el año había estado participando en el grupo de teatro aficionado de la escuela, hacía el vestuario de las obras y además papelitos pequeños. Podía trabajar como mula y no me producía ningún cansancio, ninguna angustia. En cambio hacer maquetas, trabajar con greda, era muy trabajoso.
Al año siguiente, Alejandro Sieveking dio la prueba de teatro y se cambió de carrera. En primer año se encontró con Víctor Jara, entonces un estudiante muy pobre al que Alejandro llevaba todos los lunes a almorzar a su casa, y quien, años más tarde, se convirtió en su dupla teatral: Alejandro escribía y Víctor dirigía las obras.
-Mi mamá le hacía unos bistecs gigantes para que se fuera bien comido.
A los 23 años, con "Mi hermano Cristián", que escribió y protagonizó -y para la cual tuvo que aprender a fumar para interpretar a un joven paralítico después de haber recibido un balazo accidental de parte de su hermano-, Alejandro Sieveking se convirtió en el dramaturgo joven del momento. Fue durante esos años, al alero del Instituto de Teatro de la Universidad de Chile, y después de la compañía Teatro El Ángel, cuando escribió los que han sido sus grandes éxitos hasta hoy: "La remolienda", "Ánimas de día claro", "Tres tristes tigres", "Parecido a la felicidad" y "La mantis religiosa". Años en que esa inseguridad que desarrolló de niño también lo acompañaba. Años en que era capaz -confiesa- de estar dos horas rizando su pelo en el camarín para que le quedara perfecto y el hombre guapo que le tocaba interpretar en alguna obra como actor se viera como tal. Porque él, en el fondo, sentía que no lo era para nada.
-Cuántos personajes me quedaron pésimos -dice ahora- porque estaba más preocupado de verme bien que de hacer bien el papel.
Está la morgue y, dentro de ella, el salón principal. Están los cuerpos -unos 200 calcula Alejandro Sieveking-, todos con la etiqueta N.N. Está la angustia también. ¿Será él? ¿Se habrán equivocado?
Cuando Víctor Jara murió en el Estadio Chile, cinco días después del golpe militar, él y Alejandro Sieveking se estaban preparando para volver a trabajar juntos en la obra "La virgen del puño cerrado", después de que en 1971 Víctor Jara decidiera dejar la dirección teatral para dedicarse por completo a su carrera como cantautor. Habían alcanzado a hacer algunos ensayos cuando ocurrió todo.
-Alguien nos avisó que Víctor estaba en la morgue. Nosotros no nos atrevíamos a decirle nada a Joan (Jara, la mujer de Víctor Jara). Fuimos directamente a buscarlo. ¿Qué pasaba si esa persona que nos llamó se había equivocado? No era posible que lo hubieran matado porque él era pacifista. Llegamos a la morgue pensando que había habido una confusión. No nos dejaron pasar más allá del salón donde estaban todos los cuerpos. Después supimos que Joan estaba dentro, retirando el cuerpo.
Alejandro Sieveking toma aire, se saca los lentes, restriega sus ojos, prende otro cigarro.
-Siempre creo -tengo la ingenuidad- de que voy a poder hablar de Víctor con tranquilidad. Pero los traumas son heridas: apenas tú te tocas esa partecita, sangra de nuevo. Uno comprende las muertes que se pueden comprender: un ataque al corazón, una enfermedad. Uno dice "le tocó". Pero a nadie le toca morir de 30 y tantos balazos.
Por eso -dice- cada vez que hablan de Víctor Jara, él y su mujer, la actriz Bélgica Castro, se juran a sí mismos que nunca más hablarán de él.
Está el escenario, y sobre él, una mujer haciendo un papel de hombre. Así fue como Alejandro Sieveking conoció a Bélgica Castro, quien ha sido su mujer por más de cincuenta años.
A ella la vio actuar por primera vez en una obra de Anton Chéjov, "Tío Vania", a comienzos de los cincuenta.
-Estaba fantástica. Luego me tocó de profesora durante primer año de la Escuela de Teatro, y al final de ese año, la conocí como actriz en una obra donde yo hacía de comparsa (actores que no hablan) y ella, de niñito. Yo caía en éxtasis con ella. Un día le pasé una obra que había escrito, que se llamaba "Una plaza sin pájaros". Empezamos a conversar y conversar, y nos dimos cuenta de que en esa época éramos unas personas absolutamente compatibles. ¿Nunca te ha pasado que conoces a alguien y sientes que no tienes que explicar nada porque esa persona ya lo entiende? Eso me pasó a mí. Entonces empezamos a andar. Para qué te explico el pelambre.
Ese pelambre tenía dos razones. La primera: Alejandro Sieveking era trece años menor que Bélgica Castro, recién separada y con un hijo chico. La segunda: muchos compañeros de Alejandro empezaron a rumorear que Bélgica -actriz consagrada del teatro nacional de entonces- hacía "arreglos" para que se montaran las obras de su joven pareja.
-Ese fue el comienzo del mal -dice Alejandro. Y por mal, se refiere a los conflictos que comenzaron a tener con los compañeros del Instituto del Teatro de la Universidad de Chile, y que hicieron que ambos se fueran para formar otra compañía, El Ángel, junto a Ana González y Héctor Noguera.
Alejandro Sieveking descubrió en Bélgica una forma de ser más seguro, en la vida y en su carrera.
-¿Sabes? Nunca me he sentido un príncipe consorte. O quizás me haya acostumbrado a una mujer como ella, porque mi mamá era una mujer muy fuerte. Pero ella es actriz, y yo principalmente dramaturgo. Aunque hay muchas cosas de ella que se me han pegado. Dos que duermen en el mismo colchón, son de la misma opinión. Admiro su capacidad de trabajo, su interés en el mundo. Eso me lo ha contagiado. Yo le he contagiado mi amor por los gatos, por los libros, por las historietas y por el cine americano. Porque ella antes sólo veía cine europeo; pensaba que las películas americanas eran una picantería.
Están los volcanes, el clima tropical y las tortillas de maíz de Costa Rica. Después de la muerte de Víctor Jara, Alejandro Sieveking y Bélgica Castro se autoexiliaron en ese país en 1974, donde vivieron 11 años. Allá refundaron la Compañía del Ángel, hicieron centenares de obras, café concerts -con versos de Nicanor Parra- y series de televisión. Pero decidieron volver. Bélgica, porque echaba de menos a su hijo, ya adulto, y el teatro costarricense no les dejaba ganancias para viajar seguido. Alejandro Sieveking extrañaba su departamento de Santa Lucía, la vista desde su balcón del cerro, el trabajo con otros actores chilenos.
Le costó adaptarse. En sus años en el extranjero había perdido contacto con toda la nueva generación de directores. Y un dramaturgo sin directores tiene la batalla perdida, dice. Durante esos años fue poco a poco integrándose al circuito, escribiendo guiones para TV, haciendo clases y participando en distintas obras. Hasta que en el año 2005 vino la sequía.
-Un día pensé que mi carrera como dramaturgo estaba terminada. Había escrito una obra que finalmente no se estrenó. Será por algo, pensé. No será interesante. Estoy en decadencia.
Empezó a hacer collages. Cuadros de distintos formatos, hechos con papeles de revistas, que vende y ha expuesto en distintas muestras. Imágenes como un hombre tratando de vestirse mientras un ángel regordete aparece en el cielo y lo mira por la ventana de su departamento. "Inadvertida aparición de Jesús en Nueva York", se trata. Hay otros con cabezas de animales y cuerpos de humanos.
-Escribir es como hacer collages. Qué cosa tan rara que un papel combine con otro. Es un milagro extraño. Este año, a partir de una de mis figuras, se me ocurrió una idea para una obra que escribí en dos días. De un zuácate. Su nombre es brutal: "Todo pasajero debe descender". Es por el mensaje que el metro da en las estaciones terminales, y también porque ese es nuestro destino. Todos somos pasajeros que en algún momento tenemos que bajarnos. Es brutal. Pero yo, con el tiempo, aprendí a disfrutar más ese pasaje. Me relajé.
-¿Qué significa el reconocimiento para usted? ¿Le gustaría que algún día le dieran el Premio Nacional de Arte?
-Harta falta que me hace un premio, porque gano poco. No tengo jubilación porque he boleteado toda mi vida. Y no hice nada para ponerme al día. Pero para mí, el reconocimiento está en que la gente quiera ver tus obras. La gente no tiene idea de muchos que se han ganado el Premio Nacional. En cambio a mí, muchas veces en mi biografía me han puesto "ganador del Premio Nacional de Arte", que no me he ganado, pero ellos creen que me lo he ganado. Qué amorosos. Pero no quiero aparecer reclamando como otros actores que se han muerto sin ser reconocidos. Y qué plancha presentarse, postular al premio y que se lo den al Pato Donald.
Está, desde que tiene uso de razón,el ejercicio. Si no es subir los ocho pisos que hay entre su departamento y la calle, lo hace caminando 15 a 20 cuadras diarias. Alejandro Sieveking tiene 77 años pero él no se siente viejo. Tampoco le tiene miedo a la vejez. Siente que el trabajo le da, más que cualquier otro medicamento inmunidad ante el paso del tiempo, tanto a él como a su mujer, que ya tiene 90 años.
-Tengo miedo, pero a caerme -se ríe-.
-Cuando uno está trabajando está igual de joven, no tiene edad. Siempre he tenido mala memoria para algunas cosas, como los números. Me demoré seis años en memorizar el número de teléfono, y cuando veo una película antigua no me acuerdo del nombre de Clark Gable, pero sí me acuerdo del nombre del actor secundario. Es un olvido incómodo, sin sentido. Es una cosa que me ha pasado ahora último, de repente. A todo el mundo le pasa que va a la cocina y dice: ¿A qué vine? Bueno, ahora pasa un poquitito más. Por supuesto que con la Bélgica tomamos Omega 3, vitamina E para la piel y una aspirina diaria, para mantenerse bien del corazón. Ahora, sí creo que uno tiene menos fuerzas, menos resistencia. Pero a lo que yo tengo pánico es a transformarme en un viejo enojón. He tenido un par de ataques, de rabietas muy tontas. Y no hay cosa más desagradable que un viejo cascarrabias.
Está, también, la muerte. Alejandro Sieveking tiene cáncer a la piel desde hace 27 años. Desde el día en que su médico le comunicó la noticia, nunca más ha dejado de pensar en la posibilidad de morir. Claro que no piensa su muerte como algo propio. Piensa en su mujer, en Bélgica, y en que hoy, a los 90 años, ella lo necesita vivo y bien más que en ninguna otra etapa de su vida juntos.
-Cada vez que me operan pienso un minuto en la muerte. Después digo: no va a ser todavía. Una vez le pregunté a mi dermatólogo: si me muero de esto, ¿voy a sufrir? Y me dijo que no, así es que me quedé tranquilo. Dije: no voy a sufrir por esto.
Ya perdió la cuenta de cuántas veces lo han operado en su mejilla izquierda, donde una cicatriz, larga y enrojecida, recorre su perfil. Unas sesenta, setenta, ochenta veces, calcula. El procedimiento siempre es el mismo: retirar las células malignas, enviarlas a biopsia. Esperar a que vuelvan a reproducirse. Cuidarse la cicatriz del sol y de las infecciones. Esperar a que crezca nuevamente el tumor y volver a extirparlo.
Al día siguiente de esta entrevista, Alejandro volverá a entrar a pabellón.
-Pero lo hago cada vez más tranquilo. Hace poco, mi médico me dijo: "Usted debe tener un ángel de la guarda que lo cuida".
Alejandro Sieveking cree -está seguro- de que ese ángel es su mamá.
Gatos Viejos
En "Gatos viejos" -actualmente en cartelera- Alejandro Sieveking hace prácticamente de sí mismo: en la cinta de Sebastián Silva y Pedro Peirano, personifica al marido de Bélgica Castro y ambos, en la ficción, viven en el departamento de la calle Santa Lucía que realmente habitan el dramaturgo y la actriz, pareja en la vida real. Pero hay sutilezas, diferencias entre su personaje y él mismo. Sieveking interpreta a Enrique, el segundo marido de Isidora (Bélgica Castro), la protagonista de la historia. "Es un hombre aparentemente débil, un estudioso del arte latinoamericano muy volado, que nunca lleva la acción, sino que está tratando de solucionar los problemas que se dan en la casa", cuenta el actor sobre un rol secundario pero de vital resorte en la trama de una de las mejores películas chilenas de 2011.
Su Legado
Alejandro Sieveking ha escrito varias de las obras de teatro más memorables de la historia de las tablas chilenas. Además de "La remolienda", "Ánimas de día claro" y "Tres tristes tigres", es creador de un centenar de textos que escribió en el Instituto de Teatro de la Universidad de Chile, en el Teatro del Ángel y luego en el Teatro Itinerante en Chile. En sus 11 años en Costa Rica, además de estrenar obras propias y hacer versiones de clásicos, escribió para la televisión "Hay que casar a Marcela" inspirada en la serie "Juany en sociedad". En cine ha tenido papeles en las películas "Play" (2005), "La vida me mata" (2007), "Gatos viejos" (2011) y en "La pasión de Michelangelo", que aún no tiene fecha de estreno.
Por Magdalena Andrade N..
Que gran aporte, gracias!
ResponderBorrarGRAN MAESTRO MERECE TODO MI RESPETO
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