El Mercurio
En los últimos años, diversos estudios muestran los beneficios de aprender a tocar un instrumento en la infancia. En algunos países nórdicos, la enseñanza musical es considerada una parte esencial en el desarrollo de los niños. ¿Qué tiene que hacer Chile para mejorar en este ámbito?
Guillermo Tupper
Cuando iba en séptimo básico, Ana Leiva (21) se enamoró del cello. Fue en taller de música de su colegio, el Hispano Italiano de Iquique, donde pasó a formar parte de la orquesta del establecimiento. Después de las clases regulares, sus integrantes tenían lecciones particulares y un ensayo semanal para repasar el repertorio grupal. "Pasó a ser mi segunda prioridad después del colegio", dice. "Te enseña a relacionarte y a compartir con los demás. Y uno empieza a asimilar la frustración: como es un proceso de años, la música te va desarrollando la paciencia y disciplina. Y yo veía que me ayudaba mucho en otras áreas".
Originaria de Alto Hospicio, Leiva encontró su vía de escape a un entorno social precario. Gracias a la orquesta viajó por primera vez en avión y sus presentaciones cubrieron desde las poblaciones más peligrosas de Iquique hasta zonas rurales del sur. Hoy cursa tercer año de Licenciatura en Música en la Universidad Católica y rescata los múltiples beneficios de aprender a tocar un instrumento. "Yo pude ver cómo a mis compañeros de la orquesta les empezó a ir mejor en los ramos que tenían problemas, como matemática, porque se desarrolla una disciplina", señala. "Y no es un desarrollo obligado y latoso. Es algo que ejecutas por gusto".
La profesora de esta joven cellista, e ideóloga de la orquesta, fue Ximena Valverde, una docente de música que trabajó durante diez años en Iquique y Alto Hospicio. En vez de seguir los rígidos métodos de la academia, Valverde -quien hoy cursa un doctorado en España- decidió innovar en sus clases para acercar la música a sus alumnos. Una de sus ideas fue estimular la creación a través del estilo favorito de sus estudiantes: el reggaetón. "Trabajábamos los textos. Ya no vamos a hablar de sexualizar a la mujer, sino de las problemáticas sociales que atañen a la cultura de Alto Hospicio", dice. "Los chiquillos expresaron sus sentimientos y emociones a partir de su propia música".
En sus clases, Valverde pudo comprobar in situ los beneficios de este tipo de enseñanza. "Lo que logramos, al final, son estudiantes más creativos y expresivos, lo que es tremendo en un liceo de Alto Hospicio", apunta. "Hay indicadores cuantitativos que dicen que la educación musical mejora los niveles de autoestima y de trabajo en equipo. El problema que tenemos en Chile es que cada vez nos van reduciendo más las horas de clases. A largo plazo, los principales afectados son los estudiantes que, probablemente, no van a tener en su vida otra opción de acercarse a la música".
Música para el cerebro
En los últimos años, distintos estudios muestran que aprender a tocar un instrumento en la infancia contribuye al desarrollo cerebral de los niños. Esta práctica permite desarrollar una "distinción neurofisiológica" de ciertos sonidos, los que ayudan en la alfabetización y pueden traducirse en mejores resultados académicos. "Tocar un instrumento en la infancia afecta el procesamiento de sonido en el cerebro", dice Nina Kraus, profesora y neurocientífica de la Universidad de Northwestern de Estados Unidos. "El procesamiento del sonido es importante, no solo para la música, sino para la comunicación en general, por ejemplo, a través del habla".
En el 2014, Kraus lideró un estudio que concluyó que, para aprovechar los beneficios cognitivos de una clase de música, los niños no deben ser meros espectadores, sino que involucrarse de forma activa. Midiendo las respuestas cerebrales de un grupo de niños de bajos ingresos de Los Angeles (California) , se demostró que los que tocaban instrumentos tenían un mejor procesamiento neuronal que aquellos que solo apreciaban la música. "Cuando tocan un instrumento, se activan las redes sensoriales, cognitivas y de recompensa", dice.
En la última década, una serie de estudios han establecido que la práctica instrumental también puede ser una defensa adicional a la pérdida de memoria y el deterioro cognitivo. Dos de ellos fueron conducidos por la neuropsicóloga clínica estadounidense Brenda Hanna-Pladdy: en el primero, dividió en grupos a 70 adultos sanos, de entre 60 y 83 años, y determinó que el grupo de los músicos (los que habían tocado un instrumento por diez años o más) marcaba los puntajes más altos en memoria no verbal y visuoespacial. En el segundo, evaluó la edad de adquisición musical y su impacto cognitivo. "Los individuos con una edad de adquisición anterior a los nueve años de edad tuvieron puntuaciones más altas en la memoria de trabajo auditiva, en consonancia con períodos sensibles de desarrollo del lenguaje", dice la investigadora.
Según los expertos, los beneficios de la práctica instrumental van desde cosas simples, como el desarrollo de la psicomotricidad de los niños, hasta otras más profundas, como el desarrollo del pensamiento creativo. "No es solo desde la perspectiva artística, sino que desde la resolución de problemas: cómo un chico, con su instrumento musical, es capaz de descubrir caminos de resolución, por ejemplo, para la ejecución de cualquier tipo de repertorio", afirma Óscar Pino, musicólogo y profesor de música en el Instituto de Humanidades Luis Campino y la Academia de Humanismo Cristiano. "Te autoafirmas como persona, porque adquieres una forma de expresarte nueva que se complementa con las formas tradicionales en las que te relacionas con el mundo o tus pares. Y, tratándose de niños, eso es muy importante".
Los países nórdicos
Uno de los países que tiene a la música como un eje importante de su educación es Finlandia. En su educación general, que es gratuita, la música es una asignatura obligatoria de primero a octavo grado, con una clase semanal. En noveno grado se convierte en electivo y, entre décimo y duodécimo grado, hay un curso obligatorio de música. Sus contenidos son fijados por el Consejo Nacional de Educación -que depende del Ministerio de Educación- y los profesores gozan de mucha autonomía para determinar los materiales y métodos específicos de su enseñanza.
"Yo diría que la educación musical todavía tiene un rol importante en la educación finlandesa, a pesar de que las horas de música han sido poco a poco reducidas", dice Marja-Leena Juntunen, profesora de Educación Musical en la Academia Sibelius de la Universidad de las Artes de Helsinki. "Es considerada una parte esencial de la educación general, una asignatura que apoya el crecimiento holístico y comprensivo de un niño. Tiene un importante rol en su crecimiento, especialmente en los primeros años".
En el sistema de educación artística extracurricular destaca la Asociación Finlandesa de Escuelas Musicales. Activa desde 1956, esta entidad posee 97 escuelas y conservatorios repartidos a lo largo del país, con más de 60 mil alumnos, y sus gastos son financiados por el Estado (57%), la municipalidad (27%) y las familias (16%). Aquí, los estudiantes son instruidos para dominar un instrumento principal y saber de teoría musical, composición, historia de la música, tecnología musical y tocar en ensambles y orquestas. "Los niños son aprendices activos al hacer, experimentar y descubrir cosas", dice Timo Klemettinen, director de la Asociación de Escuelas Musicales en Finlandia y Europa.
Otro país nórdico con un fuerte acento en la educación musical es Suecia. Su modelo de escuelas municipales de música fue fundado en la década del 40, pero no fue hasta los 60 que se esparció rápidamente. Su objetivo general era darles a las nuevas generaciones la oportunidad de tocar un instrumento o cantar, sin importar sus antecedentes culturales o sociales. En la actualidad, existen 283 de estas escuelas en los 290 municipios del país nórdico, las que suman 230 mil alumnos. En los colegios "convencionales", en tanto, la educación musical es obligatoria hasta los 16 años de edad y, en la secundaria superior, los alumnos pueden elegir el "Programa de Estética", donde optan entre música, artes visuales y teatro, entre otras disciplinas.
"En un nivel más general, confío en que la importancia de la educación musical, primero y ante todo, es un asunto de democracia. Dar a los estudiantes acceso a toda la variedad de posibilidades que la música aporta: sociales, musicales y emocionales", apunta Eva Georgii-Hemming, profesora de musicología en la Universidad de Örebro (Suecia) y docente de música en la secundaria durante quince años. "Los estudiantes pueden obtener herramientas para ideas y expresiones y desarrollar un entendimiento de sí mismos y de los demás: cuestiones de identidad, colaboración y habilidades sociales, pero también emocionales y, quizás, existenciales".
El caso chileno
A finales del siglo XIX, la música se transformó en una asignatura obligatoria en la educación pública chilena. Después de la Guerra del Pacífico, el gobierno de Domingo Santa María vio que a través de la música se podía desarrollar y reforzar una serie de características que el ciudadano promedio tenía que cumplir. "Todas esas cualidades de tipo valórico, como aprender a ser buen chileno, a ser patriota, respetar a las mujeres, las instituciones y los padres se podían enseñar a través de la música y, especialmente, a través del canto", dice Óscar Pino. "Se instaló en el currículum porque se hizo una conexión con ese objetivo moralizante, más que por la música en sí misma".
Entre los años 40 y 60, la Facultad de Artes de la U. de Chile fue el eje de una serie de instituciones aglutinantes -como la Orquesta y Coro Sinfónico y el Instituto de Extensión Musical- que convirtió a Chile en una vanguardia continental de educación musical. "Se instalaron instituciones de capacitación de profesores a nivel iberoamericano y primaba una visión más artística de la música. Así, en el currículo escolar empezaron las primeras indicaciones para que los chicos tocaran instrumentos e incorporaran repertorio folclórico", relata Pino. "Pero, después, con el régimen militar, perdimos la posibilidad de interactuar con el mundo. Mientras, a inicios de los 70, en Occidente se produce una revolución en educación musical súper potente, con la figura señera del canadiense (Raymond) Murray Schafer, que instala el concepto de paisaje sonoro y ecología acústica, nosotros nos perdimos de todo eso".
En julio del 2011, se instaló un debate académico cuando el Ministerio de Educación de la época fijó una reducción para el Subsector de Educación Artística (Artes Visuales y Artes Musicales) de tres a dos horas en quinto y sexto básico, en los establecimientos que no implementan la Jornada Escolar Completa; de cuatro a dos horas en séptimo y octavo básico en el mismo tipo de establecimientos; y de cuatro a tres horas en séptimo y octavo, en aquellos que cuentan con Jornada Escolar Completa. "A nivel de país no se le da la relevancia que tiene la educación musical para la formación, desde los niños de sala cuna en adelante", señala Patricia Vásquez, cantante profesional y decana de la Facultad de Artes y Educación Física de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (UMCE). "Me encantaría que las autoridades entendiesen que la música, en ningún nivel de la formación de niños, es prescindible".
Más allá de esta medida, los expertos coinciden en que la educación musical nunca ha sido una prioridad. "Históricamente, ha tenido una visión bien accesoria en la educación. Mucho de esto tiene que ver con que la enseñanza básica no requiere de especialistas para este tema", señala Francisco Valdés, docente de Pedagogía en Música en la Universidad Alberto Hurtado. "¿Qué hacer para mejorarla? Una cosa muy importante es que todos los niños tengan la experiencia musical desde temprana edad, que se convierta en una actividad habitual y que puedan desarrollar su relación con la música a partir de la creatividad".