Con un grupo de yámanas, Martin Gusinde y Wilhelm Koppers, también sacerdote y antropólogo, en 1923. Archivo Museo Histórico Nacional |
El Mercurio
La Corporación Cultural Las Condes abre este sábado una muestra que reúne grabaciones de cantos yámana, selk'nam y kawésqar de hace un siglo.
María Soledad Ramírez R.
Cuando el sacerdote de la Congregación del Verbo Divino Martin Gusinde realizó su tercer viaje a Tierra del Fuego, iniciado en diciembre de 1921, llevó consigo no solo su cámara fotográfica, sino también un fonógrafo de cilindros de cera —que hubiese querido llevar desde su primer viaje, en 1918, pero que por falta de medios no pudo— para grabar las voces de los pueblos que estimaba no iban a sobrevivir mucho más tiempo, por su dramática caída demográfica. Otro tanto hizo en su cuarta visita, en 1923; su instinto de científico e investigador sabía que ese material sería importante.
Esos registros de cantos y palabras de selk'nam, yámanas y kawéskar los envió directamente al Berliner Phonogramm-Archiv del Museo Etnológico de Berlín, para que los musicólogos y etnógrafos los pudieran estudiar. Ahí se conservan hasta hoy unas 60 grabaciones, seis de las cuales se podrán escuchar en Santiago en la muestra que este sábado abre en el Centro Cultural Las Condes, organizada con el apoyo de la Fundación Gusinde, hasta el 31 de julio, “Voz fueguina. 100 años de silencio”.
Los registros sonoros son de los tres pueblos y se escucharán en una de las salas destinadas a la exposición. También habrá 25 fotografías tomadas por el sacerdote, que conserva el archivo del Museo Histórico Nacional. Y habrá cuatro antiguos aparatos de reproducción musical, facilitados por el Museo de Ciencia y Tecnología (Mucytec), que no siendo los originales, se asimilan a estos. Los artefactos son dos fonógrafos, uno Edison Standard Phonograph y otro marca Pathé, y dos cilindros de cera de Edison Gold Moulded Record.
“Después de 100 años, estos registros vuelven a estar con nosotros”, señala Mary Anne Le May, directora ejecutiva de la Fundación Gusinde, quien rescata la posibilidad de dar acceso a este material al público.
Dos textos complementan esta exposición, a los que se podrá acceder a todo su contenido por un código QR. Pero en sala habrá un adelanto. Uno de ellos pertenece a la magíster en musicología Fernanda Vera, en el que explica las razones para grabar este material. “Los registros sonoros de Martin Gusinde tuvieron como meta servir a los fines de la demarcación étnica. No eran de uso personal. Por eso los remitió a los musicólogos especializados del Phonogramm-Archiv de Berlín. Ayudó así a incrementar el reservorio de las expresiones musicales consideradas hacia 1921 ‘exóticas y primitivas'. Su labor fue clave pues sirvió para su clasificación, estudio y preservación. Las grabaciones reproducen expresiones musicales evanescentes de miembros del pueblo selk'nam que se encontraban en Punta Remolino, ya que Gusinde no grabó algo ‘ensayado'. Al contrario, usando la tecnología portátil de la época, registró expresiones musicales tan cotidianas como espontáneas”, señala Vera.
El antropólogo de la U. de Chile Daniel Quiroz cuenta la historia de estas grabaciones. “Por el propio Gusinde sabemos que utilizó el fonógrafo en el tercero y en el cuarto viaje. En el informe del primer viaje dice que ‘debido a la escasez de recursos [...] no pude obtener tampoco un fonógrafo con los accesorios indispensables para fijar el lenguaje y los cantos de aquellos indios'; sin embargo, en el tercer viaje logró registrar ‘unos veinticinco cantos completamente desconocidos hasta la fecha y una serie de palabras yaganes con sonidos fonéticos que no existen en nuestro alfabeto'”. Quiroz relata que en el cuarto viaje son más de 20 los registros, entre cantos y series de palabras.
El antropólogo también da cuenta de que Gusinde dejó una cantidad desconocida de cilindros de cera en el Museo de Etnología y Antropología de Chile, antecesor del actual Museo Nacional de Historia Natural, pero hoy están destruidos. La historia cuenta que en 1971 fueron enviados a Berlín para su registro en cintas magnetofónicas y en el viaje de regreso a Chile fueron mal embaladas, lo que provocó su pérdida. Aun así, el contenido de estos cilindros chilenos está en Alemania.