lunes, mayo 07, 2007

Noches de parreo

La Nación, Domingo 6 de Mayo de 2007
Leonora Parra entra al cuarto oscuro de su padre en una biografía que publicará este año. Putas, siquiátricos, alcohol y homosexuales lanzados a las líneas férreas del sur desfilarán como décimas de cabaret. Acá un adelanto del material y el amor de una hija que aún siente su olor.
Fragmento de Resurrección
Dame solo una palabra
Que ya he perdido la calma
Y todo perfume me marea
Que Dios apure sus tareas
Y te diga de una vez
іDespierta Roberto Parra!.
Leonora Parra

Por Gabriela García

Acaba de recibir el alta médica. Aún no entera 18 años y silba en la puerta del Hospital Psiquiátrico de Santiago. El sol de verano enciende las calles de los años 30. Su nombre es Luis Roberto Parra Sandoval y todavía no tiene bigote. Apenas un puñado de canciones improvisadas en prostíbulos del sur y un prontuario de hambre, frío, alcohol y muerte en sus bolsillos. El hombre silba alejándose del lugar donde había estado interno por pulmonía. La enfermedad la agarró al dormir en el barro.
Quien recuerda esta imagen es su hija Leonora Parra (34), una mujer de ojos oscuros que hace un año pasa en limpio las bitácoras de su padre. Ella bautizó a su pequeño hijo con el nombre del escritor, músico y poeta nacido en el Hospital San Borja el 21 de junio de 1921. Ella también escribe versos y ahora sentada en el “Rincón del Tío Roberto” (un pequeño museo de la calle Las Nieves de Puente Alto) estruja su memoria. En el museo-casa vive Catalina Rojas, su madre y única esposa del creador de las cuecas choras.
“Yo creo que mi mamá quiso ordenar a mi papá y nunca se acercó mucho a los Parra porque sentía que lo devolvían al caos, al vino, al circo. Mi mamá lo civilizó. Los Parra iban y venían, le avivaban la cueca y mi papá volvía a tomar y a enfermarse”, dice a bajo volumen. Porque el lugar -construido gracias a un Fondart tres años después que un cáncer a la próstata enterrara a Roberto el 21 de abril de 1995- es su templo.
En las vitrinas descansan sus camisas, cuadernos, uñetas, escritos en décima, suspensores, zapatos, fotografías y las guitarras que alguna vez construyó en un taller de la calle Serrano, en Pudahuel. También están las boletas de honorario del hermano de Nicanor, Hilda, Violeta, Eduardo, Caupolicán, Elba, Lautaro y Óscar Parra. Los amarillentos comprobantes dicen escritor.
ARCHIVOS X
Leonora empezó a escudriñar en los cuadernos íntimos de su padre, sólo después de su muerte, cuando hace un año la Editorial Pehuén le pidió que escribiese su biografía. “Mi papá era muy hermético con su pasado. Yo sabía que había vivido en prostíbulos, pero sólo leyendo me di cuenta de lo terrible que fue vivir en ese mundo tan decadente. Fue súper triste descubrir que siendo un niño de 14 años, vio muertes injustas de prostitutas y homosexuales que se emborrachaban y que terminaban siendo arrojados a la línea del tren. ‘No les bastaba con quitarles la plata, tenían que matarlos’, dice mi papá en sus décimas. Y eso es sólo en Chillán, después vino Bulnes, Talcahuano…”, confiesa con un nudo en la garganta.
El libro (aún sin título), develará el lado b del artista chileno y saldrá del horno este año. “Va a tener de todo un poco. Música pasada a partituras, fotografías, canciones de cueca e historia: desde su infancia hasta su muerte”, revela.
A esto se suma su aporte en el guión de la película que el actor y director Boris Quercia, prepara sobre el mentor del jazz guachaca para el 2008. “Él me llamó para que lo ayudara con la historia de la cinta, así que le mandé mucha información”, dice entusiasmada.
Pero para esta hija, escribir sobre el “Tío Roberto” fue como entrar en su cuarto privado. Desclasificar un pasado que quedó atrás en 1971, cuando el compositor se enamora de Catalina Rojas, se casa y se convierte en padre de dos hijas (Catalina y Leonora). “No sabía por dónde empezar, así que entré a la DIBAM y empecé a ver todas las fotos de la capital desde 1900 pa’ delante. Encontré una fotografía donde él tiene 16 años y aparece en Mapocho, caminando por la calle con una guitarra. Fue a partir de esa imagen que pude entrar a su mundo. Fue súper bonito quererlo con todas sus contradicciones”, afirma Leonora.
“Cuando mi papá murió creo que no había personas más tristes que mi hermana, el tío Nicanor y yo. En el velorio, yo sentí que me cayó una piedra en el rostro y nunca más me la saqué. Fue en ese momento cuando el tío Nicanor me dijo que teníamos que fabricar una máquina del tiempo e ir a buscarlo. Yo siento que ahora lo encontré. Incluso, a veces hasta siento su olor. Un olor a tierra, a campo, a fruta, a Chile”, admite tocando el lomo de una guitarra burdeo.
De los años junto a él recuerda el barrio Pudahuel. “Ahí vivimos los tiempos más duros y pobres de la dictadura. Todos los días salía con mi mamá a tocar a La Vega. Y llegaban pasado el almuerzo con mucho sencillo, con canastos de fruta. Eran días muy bonitos pero muy extremos también por la pobreza de mi barrio y de la época. En esa época él estaba al margen de todo medio de comunicación. Por otro lado estaba la gente amiga, las peñas, las reuniones sociales en parroquias. Recuerdo que mi papá nos llevaba a ese mundo y nos contaba millones de cuentos. Lo pasábamos muy bien con él. Era picarón como el folclore. Nos hacía mucho reír”, cuenta soltando una carcajada de cabra chica.
PUTA MADRE
Roberto Parra nació en Santiago pero fue criado por sus padres, Clara Sandoval Navarrete y Nicanor Parra Parra, en Chillán. Su vida trashumante comienza a muy temprana edad, ya que su progenitor muere repentinamente cuando él cumple los ocho años. Comienzan tiempos de pobreza para la familia Parra y los hermanos recorren pueblos, plazas, mercados y circos con guitarra en mano. Fue esa necesidad de pan lo que llevó a Roberto a los callejones. Ahí dónde las putas redentoras se vendían al mejor postor.
Leonora tose secamente y dice: “Eran calles llenas de casas de mujeres y él se metía en todas, primero como músico y observador, luego como protagonista. Partió como garzón. Más de una vez lo mandaron a dejar comida a la cárcel. Pero luego se fue enamorando de la fiesta, de la alegría y la tristeza de los prostíbulos. Decía que ‘los colitas eran más chistosos que Chaplin’ y se divertía, quizás intuyendo que más adelante iba a escribir cuecas en coa”.
Entre aplausos y polvos pagados apareció la sed compulsiva. “Empezó a tomar vino desde muy chico, en barril y en pipa. Muchas veces para llenar la guata, para ahogar dolores. Cuando leí párrafos de Talcahuano, vivió en el pasaje Cortéz Canto, me deprimí mucho porque él decía que en los prostíbulos tiraban cueros no más para dormir, cueros al lado del barro y que todos los músicos que tocaban con él, murieron de pulmonía”, rememora Leonora.
Él también estuvo con un pie en la tumba. De hecho, fue Clara Sandoval quien tuvo que rescatarlo en Concepción, traerlo a Santiago y hospitalizarlo. “Estuvo como un año enfermo de frío y de enfermedades venéreas. Perdió el conocimiento. Luego, estuvo seis meses más hospitalizado en el siquiatrico, donde lo desintoxicaron. Se volvía medio loco cuando tomaba. De hecho, estuvo tantas veces preso por copete que aprendió a hacer anillos en la cárcel”, dice señalando la vidriera.
Leonora respira profundo antes de seguir buceando en la memoria y agrega: “Él era enfermo, entonces cuando tomaba se largaba y terminaba en el siquiátrico. Más de alguna vez fuimos a verlo con mi mamá. Le íbamos a dejar cuadernos para que escribiera. Cigarros, camisas. Para nosotros era súper difícil ver cómo se sumergía en sus dolores. Pero luego me di cuenta que era parte de su creación. Que su vida era un tobogán de emociones y aprendí a quererlo así. Era todo un cuento porque se disfrazaba para salir a tomar a las picás del barrio. A veces hasta andaba de frac. A mí me daba vergüenza porque tenía 12 años y le decían “el loco Parra”. Ahora en cambio, pienso que todo eso era parte de su fantasía. Que no hay nada más top que salir a tomar disfrazado”, afirma con ternura.
Cuando Leonora le preguntaba al viejo Roberto por “La Negra Ester” (obra que éste escribió para inmortalizar la figura de una prostituta que le robó el corazón en su juventud), el tío le respondía “No se meta en huevás, mijita”. Sin embargo, ella siente que esa mujer, que inspiró uno de los montajes más notables del teatro chileno y que fue adaptada a fines de los 80 por el Gran Circo Teatro de Andrés Pérez, es “parte de su familia”. “Tengo que admitir que la primera vez que vi ‘La Negra Ester’ me salí a la mitad de la obra, porque era una cosa muy fuerte para mí ver a mi papá ahí. Sabía que era una prostituta y que había sido su amor, pero de ahí a verlo….fue chocante. Había todo un pasado que no conocía de él”, confiesa mientras afuera, el ruido de un megáfono anuncia la feria del fin de semana.
-¿Alguna vez viste fotos de ella, te contaron cómo era?
-No, pero dicen que era maciza, no muy bonita de cara pero sí de cuerpo. Que era muy agradable. Fue una etapa muy bonita en la vida de mi papá, de mucha libertad y mucha onda. Creo que si la Negra Ester hubiese estado viva se hubieran seguido comunicando. Recuerdo que un día mi papá fue con el tío Nicanor a San Antonio. Volvieron tarde y sin ganas de comer. Mi abuela preguntó que qué les pasaba y fue la única vez que habló de ella. “Fuimos a ver a la Negra Ester y nos dijeron que ya había muerto”, respondió con tristeza. LCD

http://www.lanacion.cl/cgi-bin/print_page_02.cgi?URL=http%3A//www.lanacion.cl/prontus_noticias/site/artic/20070505/pags/20070505172203.html