domingo, abril 06, 2025

Hagamos un trencito: Chile, país de cumbias



 El Mercurio

La partida de Tommy Rey desató múltiples expresiones de pesar en el medio artístico nacional y masivas muestras de cariño popular. Su propia trayectoria de casi 60 años en el ámbito de la cumbia sintetiza toda la evolución musical y social de este baile desde que se tornó dominante en los gustos del público. Gracias a Tommy Rey y otros grupos, la cumbia desarrolló numerosas variantes propias de Chile, un baile popular que se ha hecho totalmente transversal.


Juan Pablo González 

Universidad Alberto Hurtado


La partida de Tommy Rey, nombre artístico de Patricio Zúñiga (1944-2025), ha dejado en Chile una sensación de orfandad. Es como si la cumbia perdiera a un padre muy querido que nos acompañó por muchos años en momentos cruciales de nuestras vidas. Las múltiples manifestaciones de pesar del medio artístico nacional y las masivas muestras de cariño del público dejan a Tommy Rey en un lugar muy alto en la historia de la música popular en el país. Incluso se ha llegado a pedir que el 26 de marzo, día de su partida, sea declarado el Día Nacional de la Cumbia. ¿Porqué tanto fervor y durante tanto tiempo por Tommy Rey y por la cumbia en nuestro medio?

Siendo justos, al hablar de cumbia estamos hablando de una variedad de ritmos de la costa atlántica colombiana como el porro, el fandango, la puya, o el paseo, que junto con la propia cumbia y sus derivaciones fueron denominados simplemente “cumbia” por la industria discográfica internacional. Es así como estas músicas colombianas se han proyectado hacia Centroamérica, México, Venezuela, Ecuador, Perú, Uruguay, Argentina y Chile, demostrando su adaptación a distintas sensibilidades locales. De hecho, el primer grupo de “cumbia” de impacto internacional, Los Wawancó (1956), fue formado en Argentina por un costarricense, un peruano, un chileno, un argentino y dos colombianos, expresando muy bien la capacidad de la música costeña de adquirir distintos acentos y ropajes.

Parece un misterio la capacidad de lo que llamamos cumbia de constituirse en música de tantas naciones y de desarrollar sus propias variantes locales a la vez. ¿A qué se puede deber eso? ¿Tal vez a la simplicidad de su baile? ¿A la estrategia de la industria de ofrecer distintos ritmos bajo una misma etiqueta? ¿A su vínculo con el imaginario de García Márquez, que la promovió ante la élite política e intelectual bogotana que tanto la despreciaba?


Explosión de cumbias

Lo que tenemos claro es que la explosión de la cumbia en América Latina fue un fenómeno que se produjo en la década del sesenta, justamente cuando Cuba dejaba de exportar nuevos bailes tropicales a la región como lo venía haciendo desde los años treinta con la ayuda de la industria musical y cinematográfica mexicana y estadounidense. Primero fue la rumba, luego vino la conga, y después llegaron el mambo y el chachachá. Entonces, el triunfo de la revolución interrumpió el vínculo cubano con la industria internacional y nos quedamos sin un nuevo baile tropical de moda para los movidos años sesenta. Ese es el vacío que fue ocupado por la cumbia hasta el día de hoy, pues ha sabido compartir espacios con la salsa desde los años setenta, con el merengue desde los ochenta y con el reguetón desde los noventa.

Los bailes costeños colombianos ya eran conocidos fuera de Colombia a mediados de los años cuarenta, en pleno reinado de la conga, especialmente por las giras de Lucho Bermúdez y su Orquesta del Caribe, quien los vistió de frac y logró imponerlos ante la sociedad blanca de Bogotá. La necesidad de grabar en Buenos Aires expuso a la orquesta de Bermúdez al desarrollo instrumental del tango, mejorando el sonido de su agrupación. Esto de algún modo marca el destino de la cumbia, que es su capacidad de adaptación, lo que en gran medida explicaría su dispersión y longevidad. Entonces, a lo largo del tiempo y de la geografía, la cumbia se ha adaptado a distintos estilos y formatos instrumentales, casi todos practicados, sorprendentemente, en Chile.

En efecto, no resulta fácil encontrar un país donde se practiquen hasta nueve variedades de cumbia, como ocurre en el nuestro. En esta larga y angosta faja de tierra podemos encontrar la cumbia orquestal de la colombiana Amparito Jiménez y del venezolano Luisín Landáez; la adaptada al formato de la sonora cubana (con trompetas y percusión latina) de La Sonora Palacios y de La Sonora de Tommy Rey; el chucu-chucu con guitarras eléctricas de Los Viking 5; la cumbia norteña mexicana de Los Luceros del Valle; la cumbia tecno de Amerikan Sound; la cumbia romántica de Américo, y la nueva cumbia de Chico Trujillo, a las que se suman la cumbia villera argentina y la chicha peruana, derivaciones de la cumbia también bailadas en el país.

Sin embargo, estimado lector, es muy probable que usted no haya bailado ninguna de estas cumbias en sus fiestas o bailoteos de adolescente en el siglo pasado, pero que se haya encontrado con alguna de ellas durante la celebración de un Año Nuevo o de un matrimonio en el presente siglo. Como nadie ha tomado clases para bailar cumbia, quizás se haya animado a ingresar a la pista y hasta se haya sumado a un trencito. ¿Qué sucedió, entonces, para que la cumbia se hiciera tan transversal en Chile?


Hagamos un trencito

La respuesta nos remonta a los años noventa, que fue una década revisionista en el campo de la música popular. Bandas que se habían separado en los setenta se volvían a juntar, canciones olvidadas se grababan nuevamente, estilos del pasado volvían a estar en boga, el sonido analógico se ponía de moda en plena era digital, y géneros asociados a otras épocas o sectores sociales ampliaban su alcance. Todo esto promovido por una industria discográfica que no paraba de crecer.

Es así como la cumbia empezó a ser valorada por sectores que en el pasado la ignoraban o simplemente la despreciaban. Entonces, estrellas juveniles de entonces como Joe Vasconcellos encontraron en La Sonora de Tommy Rey una nueva fuente de inspiración, produciendo un cruce de estilos que la industria no tardaría en apoyar. Esto permitió legitimar la cumbia ante sectores más expuestos a músicas de autor, pero también señaló el camino de una cumbia de fusión que se cristalizaría en los años dos mil con la nueva cumbia chilena, apelando a públicos que en el pasado la rechazaban. Tal como había ocurrido con la música costeña para la élite bogotana en los cuarenta, pero también con el tango en Buenos Aires en los años diez y con la samba en Río de Janeiro y el son en La Habana en los años veinte.

Es que en forma recurrente se han blanqueado en América Latina manifestaciones culturales que permanecían al margen de los imaginarios hegemónicos de nación por haber surgido de clases y razas subalternas. Sin embargo, en el caso de la cumbia, también se trata de la tendencia posmoderna del “gusto por el mal gusto”, expresada en el cine de Almodóvar, por ejemplo, o en el auge de la llamada música cebolla en Chile, donde la cumbia comparte espacios con el bolero de Los Panchos o el vals peruano de Lucho Barrios. Es así como el siglo XX terminaba con toda la música de baile a nuestra entera disposición, y con una industria musical que solo acumulaba ganancias.


El papá de la cumbia

La longeva carrera de Tommy Rey, primero como vocalista de la orquesta de música tropical Los Peniques (1953), luego de La Sonora Palacios (1962), y finalmente independizándose con su propia agrupación, La Sonora de Tommy Rey (1982), lo mantuvo vigente en los escenarios chilenos por más de seis décadas. Si bien el comienzo de los años ochenta no era el mejor momento para que un cantante iniciara una carrera independiente debido a las restricciones a la industria y la vida nocturna imperantes en el país, hubo dos factores que ayudaron al despegue de Tommy Rey: el auge del casete, que reducía los costos de producción, favoreciendo la masificación de la música grabada, y el auge de la televisión abierta y en color. En efecto, fueron dos los programas de televisión que contribuyeron a popularizar a Tommy Rey y su sonora: “Sábados Gigantes” de Canal 13 y, en especial, “El Festival de la Una” de TVN, que le permitió a la nueva agrupación aparecer a diario en las pantallas de las familias chilenas tocando cumbia a mediodía, en una época de enorme consumo de televisión abierta.

El modo de cantar pausado de Tommy Rey, con una voz redonda y suave, similar a la de un baladista, dignificaba la cumbia y la hacía propicia para el ambiente familiar de celebración. Entonces, más que el padre de la cumbia en Chile, como se le ha llamado, Tommy Rey sería el papá de la cumbia chilena: el que nos canta en familia en momentos cruciales de nuestras vidas, que lo hace sin estridencias ni gestos extraños, bien vestido, con respeto, discreto, todo un caballero. Curiosamente, en su canto se percibe algo de nostalgia, quizás porque el “año más” que celebramos sea también un año menos; porque está pensando “dejar a Daniela” mientras bailamos con aparente felicidad; porque canta “Cumbia para adormecerte” cuando debemos mantenernos despiertos, o sencillamente, porque en sus cumbias impera la tonalidad menor asociada a la tristeza.

En este país de gustos tan diversos, la cumbia ha contribuido a amalgamarnos como sociedad, desempeñado un papel central en nuestros modos de celebración y permitiéndonos experimentar nuestros cuerpos. La liberación que sentimos al bailar cumbia nos puede llevar a usar la corbata de cintillo o hacer girar a nuestra pareja como si fuera la reina de la pista. Además, la cumbia nos entrega la única coreografía grupal que podemos practicar, sumándonos al famoso trencito en el clímax de la celebración. Todos nos sentimos bien bailando cumbia, así que la próxima vez que la toquen en una fiesta, estimado lector, anímese y báilela con fervor. Esa sea tal vez la única forma de mantener a raya el reguetón.


El grupo de nueva cumbia chilena Chico Trujillo.

La Banda Viking 5, en el Festival de Viña del Mar. TOMAS FERNANDEZ

La Sonora de Tommy Rey , formada en 1982, luego de independizarse su titular de la Sonora Palacios Sonora Tommy Rey

Funerales de Tommy Rey el 26 de marzo pasado, a la salida de la Catedral. Metropolitana. Aton