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Gastón fundó en los años 70 la Asociación de organistas y clavecinistas de Chile. Hoy, a sus 89 años, ya no fabrica clavecines. Gentileza Andrea Lafourcade |
El Mercurio
Desconocido para muchos chilenos, el destacado músico, hermano de Enrique y padre de Natalia Lafourcade —con la que fueron nominados a un Grammy Latino— tiene su propia historia: una larga que incluye haber fabricado el primer clavecín en nuestro país y haber partido al exilio en México, que se convirtió en su lugar de residencia.
Por Josemaría Ruy-Pérez
“El primer teclado que hice no sirvió para nada. Nada más de leña”, recuerda el músico, profesor y ebanista Gastón Lafourcade, al contar cómo llegó a construir su primer clavecín. Fue, además, el primero de estos instrumentos construido a partir de cero en nuestro país. Dos años de aciertos y errores le tomaron terminar su intento, en agosto de 1973. “Lafourcade [...] proyecta formar un grupo de cámara y dar comienzo, con el clavecín a cuestas, a una serie de conciertos de difusión cultural”, reza una entrevista que le hicieron en “El Mercurio”, el 12 de ese mismo mes. Y el 13 de septiembre, con “un cepillo de dientes, una flauta y una pipa”, se iba a la Embajada de México, al igual que su entonces esposa, Rosa Bracho, desde donde gestionarían la salida hacia el país azteca, por el golpe de Estado, en el mismo avión que la familia de Salvador Allende.
Con dificultad, ya que anda “medio peleado con la tecnología”, el hombre de ahora 89 años, radicado en Querétaro, atiende una videollamada junto a su señora de hace más de 30 años, Susana Avendaño, y aprovecha de mostrar su casa: los barcos a escala que construye, los cuadros que su hijo menor pinta, el piano en la sala de estar. Y cuando empieza a entrar en detalles de la entrevista, él mismo se interrumpe. “Bueno, aquí está mi nieto, que va a tocar. Tiene nueve y lo estamos poniendo en contacto con la gran música, con música clásica. ¿Qué vas a tocar, Damián?”. A lo que el talentoso joven contesta: “Polonesa, en sol menor, de Anna Magdalena Bach”. La historia se posterga: que pase la música.
“Nací en Angol, pero llegué a Santiago a los uno o dos años”, dice el músico padre de cuatro hijos: Catherine, Andrea (chilenas), Natalia —la cantante— y Gastón (mexicanos); y hermano de cuatro: Raquel, Enrique —el escritor—, Eliana y Ximena. Gastón era el menor de todos, por lo que asegura “le tocaban menos atenciones, y tenía que procurarme mis diversiones con gente del barrio, de todos los pelajes”, comenta. Ximena fue la primera en morir, cuando en 1949 una tuberculosis afectó a las tres hermanas y ella no logró recuperarse. Gastón no sabe si es el único que queda de los hermanos, ya que quizás Eliana esté viva en Perú. “Ella vivió una vida un poco aparte de nosotros”.
La familia vivía en el barrio Santa Isabel, cerca de donde pasaba el ferrocarril a Puente Alto. Su padre, inspector en Impuestos Internos, solía complementar su renta con otras actividades, como cuando fabricaban frazadas o cuando pusieron una lavandería. Ahí en casa, a Gastón le llamaba la atención un piano antiguo. “Mi hermana mayor, Raquel —‘Quety'—, tomaba clases y me gustaba mucho escuchar”, dice Gastón y recuerda: “El programa ‘La música por sus hombres', de Radio Chilena, tenía de cortina una obra de Johann Sebastian Bach, la ‘Tocata y Fuga en re menor', que a mí me fascinaba mucho y trataba de sacarla en el piano, así más o menos. Tendría unos cinco o seis años”.
En los años 50, la familia se cambiaría a Paula Jaraquemada 115, en La Reina, casona que perteneció al antipoeta Nicanor Parra y que fue epicentro de grandes veladas artísticas, que contaron con la presencia de Neruda, Violeta, entre otros. También fue lugar de reunión de los Lafourcade, como en una celebración en 2013, en que Gastón compartió por última vez con su hermano Enrique. Sentados ambos al piano, estando el autor de Palomita Blanca ya con un alzhéimer avanzado, cantaron juntos “Volver” de Carlos Gardel, con toda la familia coreando.
Gastón refiere escuetamente que no le gustó nada una novela de Enrique, Salvador Allende, terminada en diciembre de 1973. “La hizo tratando de quedar bien con la junta, ¿no? Creo que el gran error de Enrique fue haber escrito ese libro. Habla mal de Allende, en un momento en que el golpe militar era una noticia mundial y un golpe a la democracia”.
El músico, que según personas de su familia tiene un carácter muy diferente al de su hermano escritor, fue muy cercano a los hijos de Enrique: Dominique, con quien aún mantiene contacto; y Octavio, que falleció en 2019. Ambos tenían una relación complicada con su padre. Según cuenta Dominique a Sábado, se refugiaron a menudo donde Gastón.
“Era uno de los nuestros. (…) Cuando nos acompañaba, su mirada se suavizaba, se le relajaba el cuerpo y su risa adquiría un sonido agradable y genuino que no se parecía en nada al que emitía de forma convencional. Nosotros nunca lo consideramos un adulto”, escribe Dominique Lafourcade sobre su tío en el libro Una infancia para toda la vida, en el que reconstruye la historia familiar —con una segunda parte: Florecer—.
“Dominique ha resultado ser una chica excelente. Yo creo que mejor que su papá”, dice Gastón con una amplia sonrisa.
“En Chile alcancé a dar un concierto de inauguración el 24 de agosto del 73, en el Liceo Manuel de Salas. Y después tuve que salir y se quedó allá el clavecín”, dice Gastón. Había conocido a gente que había llegado de México por la persecución política del 68. Se hicieron amigos y vivían prácticamente en su casa. “Y ellos me dijeron ‘tienes que irte porque tú ya nos recibiste en tu casa. La dictadura está enterada y te van a venir a buscar'. Y así fue. Llegó la policía de Pinochet a mi casa y yo ya no estaba”.
Ya separado de la madre de sus dos hijas chilenas, la modelo alemana Madeleine Arnold, no tuvo oportunidad de despedirse. Recordando esa época, reflexiona: “En realidad, la gente lo que quería era vivir mejor. Tenemos testimonios de todos los regímenes dictatoriales que ha habido en Cuba, en Haití, en Venezuela, en fin, y el problema es la corrupción que ha existido en los gobiernos. Yo no era de ningún partido, pero sí mis tendencias eran hacia otro tipo de vida. Y eso bastó para marcarme”. Gastón no volvería a Chile hasta el retorno de la democracia, y fueron pocas las veces que lo hizo. Además, recuerda con mal sabor cuando se interesó en las Semanas Musicales de Frutillar, en los 2000, instancia a la que donó un clavecín —el único de los suyos que está en nuestro país— y desde la que, según dice, le negaron una invitación para presentarse.
En la videollamada, Gastón ojea documentos del pasado, que dan cuenta de las múltiples veces que se ha tenido que recomponer ante la adversidad. Entre medio, su pasaporte de asilado político, la entrevista con “El Mercurio” en el 73, un certificado del Conservatorio Tchaikovsky de Rusia, un afiche sobre un concierto en homenaje a su maestro, Julio Perceval, en 1963, y otro del 13 de octubre del 56: “Este es el primer concierto que di, en la Casa de la Cultura de Ñuñoa”. Volvamos atrás.
Después de mostrar interés en el coro de su colegio y en insistir en que lo suyo era la música instrumental, comenzó con clases de piano en el año 1951, cuando ya era adolescente. “Hubiera querido ingresar al conservatorio o algo. Pero superaba el límite de edad para ingresar”. Tomó clases en una escuela en la calle Pedro de Valdivia, con el maestro Armando Moraga.
Terminada la educación escolar, Gastón estudió Psicología en el Instituto Pedagógico. Pero solo un año, pues pronto se dio cuenta de que quería dedicar todo su tiempo a la música. “Mi padre no estaba muy de acuerdo con eso, me dijo ‘vas a tener que arreglártelas solo'. Y así lo hice. Empecé a dar clases a muy temprana edad con lo poco que yo sabía, a otros alumnos que sabían menos que yo”, comenta con humor.
Con el tiempo se fue acentuando su gusto por la docencia, que lo llevaría a ser profesor en la prestigiosa Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) mucho más adelante. Con Susana, su esposa, además, abrieron en Querétaro, frente a su casa, la Academia de Música Santa Cecilia, en donde han formado músicos destacados nacional e internacionalmente —como Juan Salvador Zurutuza—.
El maestro que lo marcó, a inicios de los 60, fue Julio Perceval. Él era belga y venía de Argentina, donde había formado la Escuela de Órgano en Buenos Aires. El 59 llegó a Chile, contratado por la Universidad de Chile, para crear la cátedra de Órgano.
Gastón audicionó y quedó en esa cátedra. Coincidió en que conoció al cantante de la Basílica de la Merced, Boris Subiabre, quien lo invitó a tomar el cargo de organista de la iglesia debido a la muerte del músico titular. “Entonces, hablé con el maestro Perceval, quien me dijo: ‘Acepte inmediatamente. Porque ahí va a tener usted un instrumento donde estudiar'”. El de La Merced era un órgano de tres teclados y 42 registros, uno de los más completos que había en Santiago. “Nos juntábamos en la iglesia con Perceval a la hora en que no había misas, y estábamos hasta que comenzaban las señoras a ronronear el rosario”. De ahí surgió no solo una relación profesor-alumno, sino una amistad con don Julio. Amistad con un abrupto desenlace.
“Me llamaron para organizar una misa de difuntos del cuerpo presente. Entonces fui y hablé con Boris, que iba a estar también”, recuerda el músico. Era el 7 de septiembre de 1963 y alguien había sido atropellado. “Y yo no sabía quién era el difunto. Era mi maestro”. Julio Perceval falleció, dejando tras de sí un legado de músicos en nuestro país.
—¿Cómo empezó la fabricación de instrumentos?
—En Chile, cerca del 65, asistí a un curso donde se explicaba la pedagogía del método Orff, creado por Carl Orff (Carmina Burana) y Gunild Keetman. Me gustó muchísimo, para la formación sobre todo en niños, y se trabajaba con xilófonos que no existían en Santiago. No tenía yo la menor idea de cómo hacer para que un trozo de madera pudiera dar una nota determinada al hacerlo vibrar, pero empecé a ver si podía construirlo
Con esta metodología y el estudio de la luthería, Gastón consiguió un trabajo en el colegio The Grange School, donde trabajaba un carpintero que le ayudó a optimizar el trabajo. Pero después de un par de años, dejó ese trabajo y los xilófonos. “Ya no tenían ningún misterio para mí. Y ya en esa época yo tenía inquietud por el clavecín. Entonces creamos la Asociación de organistas y clavecinistas de Chile. Si bien no teníamos clavecín, había algunas personas que sí lo tenían y que lo facilitaban. Ahí fue naciendo la idea de fabricar. Lo peor que podía pasar es que no resultara y ya”.
Buscando contar con un clavecín y, a partir de una espineta que le llevaron para reparar a principios de los 70, empezó a armar un plano para el que sería el primer clavecín construido enteramente en nuestro país. “Pude conseguir algunas herramientas elementales e instalarme en un gallinero abandonado en la casa de mi mamá. Y empecé a trabajar, con muy poca información. El desafío principal en la construcción de un buen instrumento es combinar fortaleza con ligereza. Después de unos dos años de trabajo, surgió un clavecín. No sonaba tan bien como me hubiera querido. Pero poco a poco lo fui mejorando”.
Gastón recuerda vivamente el discurso de Salvador Allende del 11 de septiembre. Pasado un primer momento paralizante, pensaron en que la bailarina Rosa Bracho, esposa de Gastón, fuera a la embajada de su país, México. “Rosa se fue con mucho riesgo y se pudo refugiar en la embajada. El día 13 conseguí que un amigo con auto me llevara también”.
De su partida improvisada, Gastón extraña dos objetos: un piano de cola entera, que hubiera querido dejarles a sus hijas, pero que desapareció. Y un cuadro: “un retrato que me hizo Claudio Bravo, pintor extraordinario. Yo apreciaba mucho ese cuadro”.
Becado para ir al Conservatorio de Moscú a estudiar un posgrado en órgano y dirección orquestal en el 73, gestionó en la embajada soviética para que se pospusiera dos años. Mientras, tanto él como Rosa entraron a trabajar en una escuela de danza en México, en que él daba clases de música y ella de danza.
Fueron a Moscú en 1975 y regresaron a México dos años después, donde Gastón no podía trabajar por su situación migratoria. “No había entradas de dinero, salvo lo que tenía Rosa, que era muy poco. En Ciudad de México buscamos dónde vivir, pero no había nada que se ajustara a nuestro presupuesto. Entonces tuvimos que irnos a vivir a un pueblito de las afueras, a 30 kilómetros de la ciudad, llamado Atlapulco”.
Viajando para allá, a su nuevo hogar en la sierra, tuvieron un accidente en la carretera. “Una camioneta se salió de su carril y nos chocó. Estuve dos días inconsciente, sin saber qué había pasado. Cuando desperté supe que Rosa había fallecido”. Estuvo 40 días en el hospital recuperándose. “Un tiempo sí tuve que andar con muletas, porque tuve una fractura expuesta de fémur y muchas fracturas en la cara”. En Ciudad de México, la familia de José Ibarra, un asilado chileno amigo suyo, lo acogió y lo cuidó.
Se fueron arreglando poco a poco las cosas. Pudo ingresar a la UNAM a trabajar. “No alcanzaba para mucho, pero pude rentar un departamento muy chiquito donde vivir. Me fui reponiendo de las heridas, de las secuelas”. ¿Y de qué forma un músico puede empezar a rearmar su vida? Pues tocando. “Me gusta, como dicen en inglés, to play. Yo juego”, dice Gastón Lafourcade.
En ese 1977, necesitaba como el agua volver a ser un músico activo. Y recibió una invitación para dar un par de conciertos de clavecín. “Fue muy bueno eso, me reconfortó haber podido cumplir. Este concierto lo hice con el clavecín que había hecho en Chile”, recuerda. Se lo había llevado un amigo que trabajaba en la Cepal, que tuvo la oportunidad de traerlo con su menaje de casa.
Con ese clavecín alcanzó a dar muchos conciertos en distintas partes de México, su hogar definitivo. Luego conocería a la madre de Natalia, María del Carmen Silva, y, por último, a Susana, su esposa y madre de su hijo menor, Gastón —padre de Damián, el nuevo pianista—.
Hoy ya ha dejado la construcción de clavecines: una producción de aproximadamente una docena, siendo los últimos de 186 cuerdas. Puede jactarse de haber sido condecorado con una medalla de honor por la Legislatura de Querétaro, de una nominación a Grammy Latino por un video musical extendido, Quien me tañe escucha mis voces, que grabó junto a su hija Natalia, la famosa cantante mexicana ganadora de 4 Grammys y 18 Grammys Latinos —de quien no le gusta mucho hablar, aunque se llevan muy bien—, que muestra el proceso de grabación de su único disco, Qui me tangit avdit vocem meam, en el que Gastón interpreta principalmente a Bach y Brahms.
Gastón descansa algo ofuscado. No hay más entrevista.
—¿Y qué pasó con ese clavecín?
—Se lo regalé a Natalia. No lo usa, pero bueno, lo tiene.
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Gastón en brazos de su madre , junto a sus cuatro hermanos. De izquierda a derecha: Enrique, Eliana, Raquel y Ximena. GENTILEZA DOMINIQUE LAFOURCADE |
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En la foto, la última vez que Gastón y Enrique compartieron en 2013. Junto a ellos, su hermana mayor, Raquel. GENTILEZA DOMINIQUE LAFOURCADE |
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Natalia Lafourcade |
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