El Mercurio
Durante cuatro años itineraron de un lado a otro, porque el terremoto del 27-F dañó gravemente su sede de Macul. Pero el Club de Jazz de Santiago ya tiene un nuevo local al lado del Mall Plaza Egaña. Muchos dicen que la mística se perdió y que el restaurante es más importante. Otros, alaban que hoy exista una academia. Aquí, algunos de sus miembros fundadores repasan los momentos de gloria del pasado y reflexionan sobre el presente.
CAMILA SÁEZ
Poco se acercan al jazz Pedropiedra, Javiera Parra y Dënver. Sin embargo, son algunos de los artistas que ya tienen programado tocar en la nueva sede del Club de Jazz de Santiago, que abrió hace dos semanas en una casa patrimonial de los años 20, al lado del Mall Plaza Egaña. El terremoto del 27-F dañó la sede de Macul donde funcionaban hasta entonces, y el Club de Jazz de Santiago -que hoy cuenta con más de 50 agrupaciones y solistas de forma estable- estuvo itinerando por cuatro años, dando conciertos en la Corporación Cultural de La Reina, de Las Condes y en el restaurante La Chimenea. La nueva sede, entonces, es una buena noticia. Pero ya se han escuchado algunas voces de alerta.
-Antes, tocar en el club algo que no fuera jazz era profanarlo -dice Víctor Roa, socio veterano y miembro de Santiago Stompers, una de las primeras bandas de jazz chilenas. -Pero hoy las cosas han cambiado, hay mucho más público y ya no hay mecenas -reconoce.
Aunque esperaron por cuatro años una nueva sede, los miembros más antiguos dicen que ahora solo han ido cuando les ha tocado presentarse. "Antes íbamos casi todos los días, o los fines de semana. Yo llegaba no más y conocía a todo el mundo. Ahora vengo y no conozco a nadie", dice Jorge Espíndola, otro miembro veterano del club.
Patricio Ramírez, quien grabó el primer long play de jazz en Chile con la banda Nahuel Jazz Cuartet, también asistía al club semanalmente, pero aún no conoce la nueva sede. "Todavía le falta la patente de alcoholes, y un jazzista no funciona sin alcohol", bromea.
Hoy una parte importante del club es el restaurante italiano La Fabbrica, que funciona en su interior y que tiene pastas y pizzas. Y aunque para muchos esta oferta gastronómica representa un upgrade respecto de lo que había antes, a muchos antiguos miembros no les gusta que funcione un restaurante dentro del local. Dicen que eso hace que se pierda la mística de antes. Víctor Roa es uno de ellos: "Lo bonito que tenía la antigua sede de Macul era que estaba ambientada como club. Tenía las fotos, el escenario grande, los instrumentos. Lo único que queda de eso ahora es ese logo chico que dice 'Club de Jazz' ahí en la cortina detrás de este escenario diminuto. Esto es un restaurante".
Cucho Cruz, actual presidente del club, matiza: "Queremos que el restaurante sea un aliado. Eso va a depender también de los precios", dice. "Mucha gente ha conocido el lugar porque ha ido a comer, y no saben que hay conciertos. Por eso ahora optamos por avisarles antes que el concierto empieza a las 10 y que, si se quedan, les vamos a cobrar. Si no quieren quedarse, también les damos el tiempo para que terminen de comer. Tampoco le podemos decir a la gente, 'si no quiere escuchar, váyase"', agrega.
Esa mezcla de familiaridad y bohemia que se respiraba en el Club de Jazz en sus inicios estaba dada porque el club fue acuñado en lo más purista del jazz, cuando por los años 50, sus miembros hacían lo imposible por conseguir vinilos y reunir el dinero suficiente para arrendar una pieza para juntarse a escucharlos. Las reuniones en casas de generosos mecenas, donde se conversaba de esa música que apenas llegaba a Chile -los pocos discos o revistas que llegaban, eran de rock-, y las largas sesiones para sacar temas de oído, porque no había acceso a partituras, quedaron en el recuerdo.
El nuevo Club de Jazz se ha ajustado a los tiempos y apunta al futuro. Pero es imposible hacerlo sin revivir las glorias del pasado.
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Hoy, sentado en una silla en el único escenario de la nueva sede, de unos tres metros de ancho y no más de 50 cm de alto, José "Pepe" Hosiasson (82), uno de los primeros miembros del mítico Club de Jazz de Santiago en la década del 50, recuerda la época de oro. "Nos juntábamos para escuchar y conversar. Algunos de nosotros tocábamos, pero más o menos no más", se ríe.
Junto a Pepe están Felipe Harrison, actual vicepresidente del club, y Jorge Alvarado, director secretario. Además los acompañan Jorge Espíndola y Víctor Roa, miembros de la banda Santiago Stompers, que además son dos de los miembros más antiguos. Todos recuerdan cuando debían sortear las carencias económicas para mantener el club en marcha.
El club nunca ha tenido una sede propia. Siempre ha dependido de arrendatarios, o incluso de mecenas para sobrevivir, por lo que a lo largo de sus 71 años de historia, ha tenido que cambiarse varias veces de casa. Pepe recuerda la primera sede oficial en la calle Merced. Después estuvo en una casona en Mac Iver, luego en Infante, Lota, California y finalmente en Macul, hasta el terremoto del 2010.
Los mejores recuerdos son los de la sede de Mac Iver, casa que Jorge Espíndola, de los Stompers, recuerda con más cariño: "La primera vez que fui tenía 14 años. Era un niño. Tuve que pedir permiso para ir en micro con un amigo. Nos bajamos en Mac Iver con la Alameda, y ya se escuchaban los trompetazos del club. Cuando entramos no lo podía creer. Era maravilloso".
Pepe Hossiason concuerda en que los mejores años fueron en Mac Iver. Como no había televisión, las grandes bandas estaban en las radios, y en sus tiempos libres, los músicos se iban a tocar al club. Recuerdan que en ese entonces iba a parar a la casona toda la bohemia santiaguina. También pasaron por el club los máximos exponentes del jazz mundial, como Paquito D'a Rivera, Herbie Hancock, Billy Cobham y Benny Goodman, entre muchos grandes. Pepe Hossiason recuerda, como si hubiese sido ayer, la vez que vino Elvin Jones -uno de los bateristas más influyentes del jazz- en los 80 y, como el concierto terminó tarde, tuvo que quedarse tocando con él, de toque a toque. Incluso en una oportunidad, en 1957, estuvo Louis Armstrong, el rey, que pidió de forma especial a los miembros del club que le prepararan porotos con riendas.
Hubo conciertos memorables, pero el Club de Jazz también pasó por momentos difíciles. En varias ocasiones estuvieron meses sin sede, y muchas veces eran los mismos miembros los que abrían las puertas de sus casas para que no se perdiera la continuidad de los conciertos y las juntas. Hoy, los veteranos recuerdan una de sus etapas más difíciles. En una ocasión arrendaron un departamento en el primer piso de un edificio en la calle Santo Domingo. Víctor Roa asegura que hacían caber a unas 40 personas en el living comedor. "Teníamos hasta un bar clandestino. Servíamos trago en tacitas".
Pero uno de los cambios más grandes del club lo vivieron en la casa de Lota, por los años 70. Ahí dejó de ser un punto de encuentro para amantes de jazz que se juntaban a escuchar discos, y a veces a tocar, y pasó a ser algo más. "Hasta ese entonces, hacíamos conciertos y llegaba mi señora, mi mamá, puros familiares. No teníamos público. Un día uno de los miembros del club, que también trabajaba en televisión, habló con una animadora muy famosa de esa época: Mirella Latorre. Le pidió que pasara el aviso del club, ella lo hizo, y desde ahí en adelante nunca más faltó público", recuerda Jorge Espíndola.
Eso también coincidió con un auge en la formación de músicos. "En una primera etapa no teníamos la posibilidad de conseguir discos. ¡Hoy esta YouTube!", dice Pepe. Jorge recuerda que en ese tiempo nadie leía música. Trataban de sacar los temas de oído y aprendérselos de memoria. Luego cambió drásticamente la situación. Los músicos se empezaron a profesionalizar, a estudiar, comenzaron las escuelas especializadas, y surgieron los primeros músicos que podían vivir del jazz. "Antes eso era impensable. Tocaban en su tiempo libre, y los primeros que se dedicaron a tocar eran unos muertos de hambre", recuerda Cucho Cruz, actual presidente del club.
"Los músicos no cobraban por tocar aquí. De hecho algunos incluso pagaban. Eso hoy es impensable. Los músicos profesionales viven de eso. Ya no hay vuelta atrás", dice Pepe Hossiason.
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No hay vuelta atrás. Pero este nuevo impulso, de la mano de la nueva sede, promete darle un nuevo aire. "Hoy es un club a escala mundial, que no tiene nada que envidiarle a los extranjeros. El restaurante va a permitir que el jazz llegue a más gente", dice Felipe Harrison, actual vicepresidente del Club. El gran orgullo de la directiva actual es que la nueva sede cuenta con el espacio y los fondos para cumplir un sueño que hace décadas tenían en el tintero: la formación de músicos. Hoy tienen salas de ensayo y una pequeña academia que pretende formar músicos de calidad en el jazz. Cucho Cruz, su actual presidente, adelanta que tendrán una biblioteca de libros y discos, y también, una sala de luthier. Para Felipe Harrison, la nueva cara del club es un proyecto cultural: "El club tenía que pensar hacia el futuro, y está entrando en una de las etapas más integrales que ha tenido en su historia".
En el escenario de la nueva sede, los miembros más antiguos, junto a los de la nueva directiva, posan para una foto. Pepe Hossiason se sienta en el sillín del piano de cola, estira sus dedos y se pone a tocar, con la misma destreza que pudo hacerlo hace más de seis décadas atrás. A un costado lo mira Jorge Espíndola: "Estamos todos muy contentos de tener al fin una nueva sede. Creo que hay muchos intereses entrecruzados que, si no se maneja bien la cosa, podemos perder todos. Pero este nuevo local es la gran esperanza que tenemos".
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