martes, febrero 21, 2017

El último amor de Violeta: La universidad del folklore.



El Mercurio

De regreso en Chile tras su exitoso paso por Francia -Louvre incluido-, la artista puso todo su empeño en un proyecto que resumiría el trabajo de toda su vida: una especie de universidad del folklore. Para ello convocó a grandes exponentes del arte popular, que eran también su círculo más íntimo: nació así la legendaria carpa de La Reina.

Por María Cristina Jurado y Sergio Caro.

Durante la inauguración de la carpa de Violeta Parra, en la tarde del viernes 17 de diciembre de 1965 en el Parque La Quintrala -sector de La Cañada 7200 en La Reina- además de mistelas y globos, se repartió un programa impreso en una hoja de papel doblada que en su cara posterior tenía una ficha de "Solicitud de matrícula" para la "Escuela de Folklore". En ella se indicaba que las clases serían de lunes a miércoles y domingo en la mañana. La oferta de cursos comprendía dos áreas: artesanía (cerámica, escultura y pintura) y música (guitarra, cueca y danzas). Los interesados debían llenar sus datos en la ficha y llevarla o enviarla a la Carpa de La Reina. Al día siguiente, diarios como Las Últimas Noticias consignaron brevemente la noticia, pero indicando que en el recinto, además de espectáculos, se impartirían clases para adultos y niños.

Pero la idea no funcionó.

La escultora Teresa Vicuña, cuyo nombre abría la nómina de profesores que aparecía en el volante, es la única sobreviviente del grupo de docentes que Violeta Parra había convocado para su proyecto educativo popular. Para la "universidad del folklore" como la folclorista la llamaba. Hoy, a sus 93 años, en su casa del Paradero 14 de La Florida, recuerda esa experiencia:

-No era posible que resultara, ni la carpa ni la universidad.

Teresa Vicuña y Violeta Parra eran amigas desde los años 50, se conocieron a través de Nicanor Parra, quien era compañero de trabajo del marido de Vicuña en la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile. Veraneaban juntas en Isla Negra y la escultora llegó a conocer bien su carácter:

-Ella era muy porfiada: siempre hacía las cosas a su manera. Fantásticamente inteligente, muy rápida, muy exigente con todo. Pero lo de la carpa fue terrible. Era una idea desproporcionada: hizo una carpa para mucha gente, pero era tan lejos y casi no había micros para allá. Había casi que ir a pie, era caro y difícil. Nunca hice clases en esa carpa.

 El sueño de Violeta

A mediados de 1965, Violeta Parra llamó desde Suiza al entonces agregado cultural chileno en París, Gastón Soublette -quien había traspasado a partituras unas 300 piezas musicales que Violeta se aprendió de memoria en sus recorridos por los campos- para contarle que se volvía a Chile después de tres años, y quería aprovechar de verlo durante la escala de su avión. "Voy a ver qué están haciendo los cabros", le contó, refiriéndose a sus hijos Ángel e Isabel, que habían vuelto en 1963 y fundado la Peña de los Parra en la calle Carmen 340, en el centro de Santiago.

Desde su casa de Limache, Soublette recuerda que la peña "se puso de moda y empezó a ir gente encopetada, del barrio alto. Tengo la impresión de que a ella no le gustó el ambiente que se había formado, y quiso hacer algo más popular, no tan pituco", y por eso cree que Violeta buscó crearse un espacio propio.

La idea de hacerlo en una carpa habría surgido, contó en Revista La Bicicleta en los 80 el fotógrafo Sergio Larraín, cuando él invitó a  Violeta a cantar en un evento en la Feria Internacional de Santiago (el antiguo Parque Cerrillos), recinto que a petición de la recopiladora debía estar cubierto. Para ese efecto usaron una carpa, que a Violeta le gustó tanto que se la pediría como pago, según la versión del libro "Gracias a la vida: Violeta Parra Testimonio". Ella recorrió varios municipios buscando un terreno para instalarla, hasta que llegó donde el alcalde de La Reina, Fernando Castillo Velasco. Su viuda, Mónica Echeverría -autora de la novela biográfica "Yo, Violeta"- lo recuerda así:

-Fernando le dijo que él le prestaba un lugar para que hiciera ahí lo que ella quisiera, y quedó muy emocionada. Eso quedaba justo detrás del Unimarc actual, en la parte media de La Reina. Llamó a sus hermanos y montaron una carpa grande con la finalidad de presentar sus obras, cantar, pero además, y eso fue lo hermoso, que esta carpa sirviera para instruir al pueblo, enseñarle cerámica, a pintar, a cantar. Nosotros fuimos al estreno, y varias veces más a escucharla cantar y a conversar con ella, hasta unos dos o tres días antes de su muerte. Ella quería que no solo fuera un lugar de canciones (la carpa) sino que también fuera como una universidad; de eso habló varias veces con nosotros.

La folclorista Clarita Parra -hija de Lalo Parra-, quien actualmente y con 68 años imparte talleres de música y canto en Macul, señala:

-De la Universidad Popular del Folklore no sé mucho. Solo supe que no llegó a término.

Agrega que muchos de los Parra evitan los recuerdos de esta época. De hecho su prima María Leonora, quien nació en 1973, cuenta que su papá, Roberto Parra, era muy hermético:

-Yo pienso que la tía Violeta le daba un poco de tristeza, con sus proyectos. Jamás me habló de la carpa.

Clarita añade que dado que los circos daban cabida permanente a la música de raíz folclórica, "toda la familia era circense. En las carpas de circo trabajamos todos, dentro y fuera de Chile". Tal vez ello pudo incidir en que Violeta se entusiasmara con tener una.

El folclorista Osvaldo Cádiz, viudo de Margot Loyola -Premio Nacional de Artes Musicales 1994-, recuerda que poco antes de la inauguración, Violeta le dijo: "Comadre, yo la necesito a usted como profesora acá y el negro, como me decía a mí, te puede ayudar en las clases". Y Margot contestó: "Bueno comadre, si usted me necesita yo le coopero. Y no se preocupe por el pago". Como confiaba en el éxito de alumnos en su universidad, ella le replicó que pago habría. Según Cádiz, Margot tendría que enseñar Danzas Tradicionales a quienes se inscribieran.

-¿Y qué pasó con las clases?

-No se pudieron hacer porque no se inscribió gente, no hubo alumnos interesados. Ella hizo estos programas que se repartieron en papel grueso, casi como un programa de teatro. Más el boca a boca entre los folcloristas.

Las comadres

Según Osvaldo Cádiz, para su sueño docente, Violeta Parra se inspiró en las escuelas de temporada que realizaban planteles como la Universidad de Chile, la Universidad Católica y la Universidad Técnica del Estado, donde llevaban sus académicos a provincias a impartir diversos cursos abiertos a todo público. Lo explica:

-Violeta había hecho clases en Concepción, y conversaba siempre con Margot sobre cuán hermoso sería poder hacer como esas escuelas de temporada, donde había filosofía, pintura, astronomía; ella decía: "qué lindo sería tener algo permanente con temas relacionados con lo chileno". Creo que por ahí le fue surgiendo la idea. Cuando hizo la inauguración (de la carpa) invitó desde el Presidente de la República hasta los vecinos del lugar. Ahí lanzó la idea de esta universidad popular.

Tal como ocurrió con Margot Loyola y su marido, al pensar en quiénes podrían ser parte de su cuerpo académico, Violeta convocó a personas de su círculo cercano, que además de ser sus "comadres" compartían intereses y visión de mundo. Es la misma generación de músicos-investigadores, que en los años 50 se lanzó a recorrer los pueblos de Chile para rescatar la obra musical de la que no había más registro que la tradición oral. De ahí surgió el movimiento conocido como Nueva Canción Chilena: la respuesta al más comercial neofolklore. Esta última tendencia se reflejaba en conjuntos vocales de buena apariencia que interpretaban canciones de inspiración tradicional (tonadas) y cuidados arreglos musicales, que los folcloristas encontraban más cerca del bolero que de la música del campo chileno.

Es así como de los cursos musicales para adultos se encargarían, aparte de la propia cantautora, tres folcloristas de reconocida trayectoria académica: Margot Loyola, Raquel Barros (fundadora de la la Agrupación Folclórica de Chile) y Gabriela Pizarro (creadora del grupo "Millaray"). En tanto, las clases para niños iban a ser impartidas por su hermana mayor Hilda, con la que en sus inicios formó el dúo "Las hermanas Parra", y posteriormente se dedicó a hacer clases, creando además algunos conjuntos infantiles. También Rolando Alarcón y Silvia Urbina, director y primera voz, respectivamente, del conjunto folclórico Cuncumén (que en sus inicios se llamaban "Alumnos de Margot Loyola").

El periodista Manuel Vilches, biógrafo de Alarcón, destaca la cercanía de Violeta con ambos:

-Ella y Margot Loyola les pasaban canciones a Cuncumén, se hicieron muy amigos, al nivel que cuando Violeta se fue en uno de sus viajes, Silvia quedó como tutora de su hijo Ángel.

Manuel Vilches cuenta que Rolando Alarcón también tenía una relación muy cercana con Violeta. Lo retrata con un episodio consignado en su libro, donde el folclorista, para estrenar su Renoleta (modelo de auto muy popular en los años 60-70) fue a verla a su casa, y la cantautora lo recibió a garabatos por tocar la bocina. Silvia Urbina, quien falleció a comienzos del año pasado a los 88 años, se destacó por su labor docente con niños. Entre sus últimos trabajos estuvo asesorar a la producción de la película de Andrés Wood, "Violeta se fue a los cielos", donde le hizo clases a la protagonista, Francisca Gavilán.

En el área de artes plásticas, donde Violeta quería enseñar pintura, cerámica, escultura y esmalte sobre metal, convocó a dos artistas femeninas. Una fue la pintora Margot Guerra, destacada acuarelista que, sin embargo, como señaló en una entrevista a "El Mercurio" en 1987, su gran pasión era enseñar: "Desde que empecé, me encariñé con la docencia". Aunque no lo pudo hacer en la carpa de La Reina, en 1972, Nemesio Antúnez la convocó para hacer un taller infantil en el Museo Nacional de Bellas Artes, donde estuvo ocho años.

La escultora Teresa Vicuña, quien entonces hacía clases de Artes en la Universidad Católica, recuerda vagamente el día en que la folclorista le pidió colaboración para su proyecto educacional.

-Todos quisimos ayudar. Pero no funcionó porque la gente no llegaba, hacía mucho frío siempre. Habían hecho unos braseritos preciosos para calentarse, pero nunca hubo gente que llenara eso -afirma.

Teresa jamás llegó a inaugurar su clase, tampoco el resto de los profesores:

-Nadie se inscribió y ella lo resintió tanto que... después tomó esa pistola y se suicidó. Esa carpa superó sus posibilidades.

-¿Usted nunca se lo advirtió?

-¡Sí, todo el mundo le dijo! Pero ella era, como dicen en el campo, llevada de su idea. No escuchaba. Y sus hijos, bueno, estaban en lo de ellos. Y Violeta era buena para escabullirse si nosotros la queríamos hacer entrar en razón.

Los pilares

Aunque la carpa no llegó a funcionar como la universidad popular que soñaba Violeta, los convocados a hacer las clases se convirtieron en puntales ya no del fallido proyecto, sino de la última etapa de la artista, que coincidió con la ruptura con la más importante de sus parejas, el antropólogo suizo Gilbert Favre, "Run Run". Después se le relacionó con el cantor uruguayo Alberto Zapicán -a quien le dedicó la canción "El Albertío"-, pero este, en una entrevista de la Revista del Domingo en 1987 aclaró que se había encargado de acompañarla y cuidarla: "Me fui a su pieza, pero con mi cama. No me importa si por ahí dicen que yo era el amante". Violeta, más bien, se aferró a su carpa que literalmente se vino abajo en el invierno de 1966 con la lluvia.

Su apoyo principal fueron dos parejas de folcloristas, la de Margot Loyola y Osvaldo Cádiz, y la de Gabriela Pizarro y Héctor Pavez, de quienes fue madrina cuando se casaron y luego de una de sus hijas. Héctor "Gitano" Pavez, músico hijo de este matrimonio, señala que "los dos fueron folcloristas investigadores, pero mi madre era más metódica", por eso Violeta la fue a buscar en 1956 a la Casa de la Cultura de Ñuñoa, donde hacía clases de guitarra, para que le ayudara a recopilar material en Chiloé. Ahí nació una amistad que resultaría fundamental diez años después.

Tanto los Cádiz-Loyola como los Pavez-Pizarro participaban habitualmente en la peña de la Carpa de La Reina y le ayudaban en lo que hiciera falta (preparar anticuchos, empanadas, mistela o navegado). Héctor hijo agrega:

-En los últimos tiempos, cuando estaba trabajando ya en la carpa, como no le resultaba ese proyecto, caía en depresión y terminaba en el hospital. Entonces mi padre la iba a ver, le decía: 'pero Violeta, ¿qué estás haciendo aquí?, tú no eres para esto, tienes que seguir trabajando'. Ella se animaba y le decía: 'si tú me ayudai, yo voy negro'; entonces la Violeta se levantaba y se sacaba las mangueras, y partían del brazo, y las enfermeras detrás de ella: 'pero señora Violeta, si el doctor no la ha dado de alta', y salían del hospital.

Héctor Pavez afirma que sus padres, al igual que todos los convocados por Violeta para trabajar en su carpa, compartían un mismo sueño académico:

-Había un grupo de gente que estaba en pie de realizar ese trabajo, de poder crear planes y programas para fundar una universidad del folklore, que en ese tiempo en Chile no estaba considerado una disciplina formal, era solamente una forma de expresión. Por eso Violeta decía: 'hoy me siento un poquito menos sola'. Para mi madre fue una cosa muy triste (que el proyecto fracasara) porque ella tenía la esperanza, no de trabajar, sino de generar ese cambio cultural tan importante que se pretendía hacer y poder darle el valor a un nivel académico al folklore.

Todos los entrevistados coinciden en que la ubicación alejada fue el principal motivo de que el público fuera disminuyendo y por ende nunca se interesaran en los cursos. Además resultaba un recinto muy grande (cabían unas 400 personas). Decidor resulta el pequeño aviso publicado el 18 de septiembre de 1966 en "El Mercurio", donde junto con asegurar que la Carpa es "Acogedora y calientita", se destaca junto a la dirección que hay tres recorridos de micros y dos de taxis colectivos que sirven para llegar. De poco sirvió, ya que el proyecto no repuntaba. Las deudas y otros problemas administrativos (como permisos) contribuyeron a la depresión de Violeta.

Violeta Parra fue velada en su carpa, con una cobertura de prensa que el proyecto nunca tuvo. Su sobrino "regalón" -como se autocalifica-, el folclorista y dueño de la peña que lleva su nombre, Nano Parra (78), recuerda que entonces habló con su primo Ángel y le pidió la carpa para transformarla en una peña, pero este reaccionó escéptico:

-Nano, si mi mamá no pudo hacer absolutamente nada, ¿qué vas a hacer tú? Si tú ni siquiera cantas, me dijo. Me pasó las llaves y yo comencé una aventura que terminó, naturalmente, muy mal.

La carpa terminó convirtiéndose en casa de la abuela Clara, quien vivió allí ocho años, según el folclorista.

El musicólogo Gastón Soublette tiene en tanto una conclusión distinta de esta historia. Si bien la idea de dar clases en la Carpa de La Reina no se concretó, "Violeta tuvo muchos discípulos que se formaron con ella, entre ellos yo". Con el paso de los años, reinterpretó el último encuentro que tuvo con la artista en el aeropuerto de París.

-Noté algo raro. Almorzamos, tomamos café y de repente dijo: '¿te acuerdas de ese canto a lo divino que me enseñó don Emilio Lobos?' Y yo: claro. 'A ver, cántamelo', dijo, y se lo canté. Después otra vez, y me preguntó por unas diez piezas distintas. Entonces deduje que ella quería cerciorarse de que dejaba en mí un discípulo más.


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