El Mercurio
Grabaciones en pandemia, registros históricos, ediciones que llegan desde Europa: otra panorámica de creación múltiple.
IÑIGO DÍAZ
Con composiciones para quinteto, fue el último disco de jazz que apareció en 2020. Literalmente el último, puesto que las copias de “Odisea” llegaron a las manos del guitarrista Matías González el 24 de diciembre. Será, además, el primer álbum que se presente ante un público en 2021. “Si nos mantenemos en fase 2 estaremos tocando el 8 de enero en la calle Bombero Núñez”, adelanta González.
Un concierto suyo está programado como parte de la nueva modalidad que el club Thelonious está llevando adelante desde el último tramo del año. Unas diez mesas desperdigadas por la calle y los músicos en un escenario simbólico sobre la vereda. “Grabamos este disco poco antes de entrar en cuarentena. Pero la idea de una odisea quedó como el testimonio del año que hemos vivido”, señala González.
Fue, en efecto, el año más duro del siglo en muchos frentes, entre estos el de los trabajadores de la cultura. Los jazzistas locales nunca bajaron los brazos y los discos mantuvieron su ritmo de publicaciones. Uno de los más interesantes, por su estatus de registro histórico, fue “Inédito”, un rescate realizado por los compositores de Quintessence.
“Cumplimos 15 años y esta es nuestra grabación más antigua. Pero estaba guardada. Se hizo en el (demolido) Club de Jazz de Ñuñoa, a dos micrófonos”, dice Roberto Dañobeitía, cofundador junto con Federico Dannemann. “Fede había vuelto de estudiar en Inglaterra y yo de España. Estábamos viendo cómo queríamos que Quintessence sonara”, agrega.
Paisajes y caminos
En esa misma línea de composición se ubica el pianista Orion Lion, músico vinculado con la escuela de Berklee en Boston, donde se grabó el disco “Tierra del Fuego”. Es una serie de cuartetos con músicos de Francia, Puerto Rico, Israel, Colombia, Corea del Sur y otros países: “Las composiciones se inspiran en los paisajes y la geografía de Chile. Pero ninguno de ellos conocía el país así que la música tiene un tono impresionista: cómo ellos se imaginaban Chile”.
Una oleada de guitarristas se tomó los espacios disponibles en la emergencia. Nicolás Vera publicó “Portal” junto al saxofonista estadounidense Rob Haight; en un departamento en el centro de Santiago y en plena pandemia, Armando Ulloa grabó “Apariencias”, mientras que Felipe Peña volvió a cruzar los territorios musicales en “Sinapsis”, una experimentación libre junto a la rapera Cami Cuesta. Otro nuevo guitarrista, Antonio Faraggi, echó a correr a su trío en “Posición fetal”.
En ese disco toca, además, el bajista Daniel Gazmuri, quien a su vez registró su propio debut como líder en “Camino”. En su totalidad expone música con ritmos de tres tiempos, naturales del folclor sudamericano, lo que estética y éticamente se ha denominado “resistencia ternaria”.
Otro bajista, Stefano Rojas, lanzó “Consciente”, material de jazz fusión para cuarteto y el despliegue de la técnica chordmelody (acordes y melodías en el bajo de seis cuerdas), mientras que desde París el contrabajista Patricio Lisboa envío “Penrose”, una obra para trío pianoless (sin pianista, es decir sin soporte armónico). Y desde Barcelona, donde vivió durante 17 años, el trompetista Sergio Contreras, hoy de vuelta en su Coquimbo natal, estrenó el poderosísimo “Latin side”. Un recuento de su amplio conocimiento de los ritmos afrolatinos permeados jazzísticamente. Su gran momento allí es “Trumpet committe”, una hecatombe con cinco trompetistas de distintas nacionalidades, cada uno más incendiario que el anterior.
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