domingo, mayo 27, 2018

Arica y Parinacota: La fiesta de las cruces andinas


El Mercurio

La cruz, el principal símbolo del cristianismo, traída por los misioneros católicos en la conquista española, se ancla con profundidad y eficacia en la espiritualidad, el territorio, el calendario agrícola y la cultura ancestral de los pueblos originarios del norte de Chile. En homenaje a centenares de cruces vestidas colocadas sobre apachetas en cerros, quebradas y valles de la región de Arica y Parinacota, se desarrollan durante este mes diversos rituales y celebraciones en las llamadas fiestas de la Cruz de Mayo, revitalizando la identidad y los vínculos comunitarios. 

Por Rosario Mena

Desde Arica y Parinacota hasta la región de La Araucanía, desde el siglo XVI y hasta el día de hoy, se celebran este mes, a lo largo del país, las llamadas Cruces de Mayo, en torno al día de la Santa Cruz (3 de mayo), cuando la iglesia católica conmemora el hallazgo del Sagrado Madero por la emperatriz Santa Helena en el siglo IV. Una tradición que llega a Chile con los misioneros durante la conquista española. De bajo costo y fácil confección, la cruz resultó ser el ícono perfecto para los evangelizadores, siendo colocada en un lugar visible cerca de las misiones. Transformadas en objetos de gran veneración, las cruces comenzaron a ser arregladas con flores y variados adornos y conducidas en procesión. Se les rezaba y cantaba y se celebraba con comida y bebida.

En los valles, la precordillera y el altiplano del extremo norte de Chile, las cruces se ensamblan en el calendario agrícola, la espiritualidad, la noción del tiempo y el espacio. Es así como se instalan en lugares de significación sagrada ancestral y se multiplican en el paisaje generando en torno a ellas una tradición profundamente arraigada entre las comunidades aimaras, así como también entre los afrodescendientes del valle de Azapa en Arica. La celebración se asocia a las cosechas, pidiendo a la pachamama, mediante ofrendas, que siga entregando el alimento y la vida, de acuerdo con el principio andino de la reciprocidad.

Cruces mestizas

"En el caso de Arica y Tarapacá hubo una escasa presencia de los misioneros, lo que permitió que las comunidades andinas llevaran las cruces a sus espacios ceremoniales y productivos. Estos pueblos agencian este símbolo y le dan una connotación vinculada a sus linajes, a su membresía comunitaria", explica Alberto Díaz, doctor en Antropología de la Universidad de Tarapacá y uno de los mayores conocedores del tema. Según este historiador, y dado el aislamiento geográfico, "a partir de un proceso de evangelización que fue intenso solo en algunos momentos, los indígenas se empoderan, construyen iglesias, desarrollan una arquitectura de la fe y una práctica religiosa autónoma, inserta en su cosmovisión, con autoridades locales y el apoyo del Estado colonial".

Renovándose cada año y reuniendo a las familias cuyos integrantes, emigrados a la ciudad, regresan a sus pueblos de origen -algunos prácticamente deshabitados-, las Cruces de Mayo son ocasiones de gran importancia para la comunidad, ya que en ellas se refuerzan los vínculos identitarios, el arraigo a la tierra y a su cultura ancestral. Una tradición que, lejos de tender a desaparecer con la modernidad, parece fortalecerse cada vez más, comprometiendo a los más jóvenes, interesados en recuperar y proyectar sus raíces. A ellos se suman profesionales y artistas locales con valiosas iniciativas de rescate y difusión de este patrimonio. Es el caso del trabajo editorial de Fundación Challa, cuyo equipo interdisciplinario lo componen los ariqueños Fernando Rivera, publicista; Rodrigo Villalón, fotógrafo, y Wilson Muñoz, antropólogo, además de la historiadora del arte española Anna Hurtado.

Mapa espiritual

Emplazadas en los mallku, o cerros tutelares que identifican a cada comunidad y sus ancestros protectores, las cruces mayores se acompañan de otras muchas de menor jerarquía, asociadas a familias y linajes, tanto en los valles, como en la pampa y el altiplano. En el territorio de Arica y Parinacota existen más de ochocientas cruces. Muchas se ubican en apachetas, montículos de piedras colocadas en forma cónica una sobre la otra desde tiempos remotos por los peregrinos en el camino, como ofrendas a la pachamama y otras deidades del lugar, para su protección.

"Algunas demarcan rutas o señalan cuestas en los senderos y otras corresponden a espacios ceremoniales que son lugares de peregrinaje. Pero siempre son un lugar de llegada: un umbral o punku. La puerta a un espacio sacro en el que habitan los apus, que son divinidades de las alturas. Allí se pasa a otra dimensión. El paisaje natural se transforma en un paisaje sacralizado", señala Díaz.

Las cruces dibujan sobre el territorio un mapa espiritual, uniendo los poblados y zonas de cultivo con los sitios más altos y alejados en un circuito festivo y devocional de enorme alcance y vitalidad que se extiende durante más de un mes.

Movimiento ritual

Las cruces son trasladadas desde los cerros y apachetas hasta los poblados y luego de las celebraciones, siempre en romería, regresan a su lugar desde donde serán recogidas otra vez el próximo año. Estos viajes implican largas caminatas durante varias horas, en las que se demuestra la devoción. Actualmente, cuando las distancias son muy largas, algunos realizan parte del trayecto en vehículos, para luego continuar caminando en procesión.

"En algunas comunidades las cruces se van a buscar y se bajan para semana santa y se dejan cerca del pueblo hasta la celebración. En otras comunidades se va a buscar el día 2 al amanecer, ahí se hace una wilancha (sacrificio de llamo o cordero) en la cima, también llamada "el cielo", luego se bajan hasta al poblado y ahí se celebra. A los siete, ocho días se retorna a la cumbre. En otros lugares las cruces se regresan varias semanas después de las celebraciones. En los valles bajos como Azapa o Lluta se va a buscar la semana anterior a la fiesta y se baja cerca de los cultivos, ahí las familias las celebran en diferentes fechas de mayo, junio o julio", explica el especialista.

La vestimenta y ornamentación de las cruces es una labor fundamental en todas las celebraciones. Las cruces son forradas con tela (o pintadas de color verde en el caso de los afrodescendientes) y luego adornadas con flores, cintas y sudarios. Así, despojadas de los trajes del año anterior y vistiendo sus nuevos atuendos, son guardadas en la iglesia del pueblo o en las casas de sus "mayordomos" hasta su regreso. Tanto los recorridos como los rituales se acompañan de oraciones, cantos y música.

Fuegos artificiales y petardos son utilizados para marcar hitos de la celebración o como señales para indicar el lugar donde se encuentran los caminantes. Sacrificios de corderos, llamos o gallos; ofrendas de incienso, hojas de coca y otros productos; libaciones con alcohol y comidas compartidas (watia) forman también parte de la fiesta, durante la cual permanentemente se consume vino, cerveza, pisco y otras bebidas alcohólicas "challando" a la pachamama antes de cada trago.

Al igual que en otras fiestas andinas, los alféreces son los encargados de organizar y financiar la celebración -"pasar la fiesta"-, rol que va rotando cada año. A diferencia de las fiestas patronales, "las cruces" son instancias comunitarias e íntimas que no están abiertas al turismo ni cuentan con despliegue de grupos de baile.

Fervor musical

En Alto Ramírez, valle de Azapa, participamos del ascenso en romería al cerro Sombrero y un ritual que incluyó el sacrificio de un cordero y la comida a los pies de la cruz. La música está a cargo de las lakitas, bandas de zampoñas de origen precolombino, muy populares en la región y que cada vez atraen más a integrantes jóvenes, con instrumentos que hoy se fabrican en pvc. Dando cuenta de un gran dinamismo cultural, incorporan a su repertorio andino géneros diversos que van desde la cueca y el vals hasta la cumbia y el reguetón.

En el poblado de Socoroma, a 3.006 metros de altura, y con solo 30 habitantes, compartimos la vestimenta y ofrenda a una pequeña cruz familiar. "Yo le prometí a mi mamita que no la iba a dejar, que todos los años la iba a venir a vestir y ofrendar", dice su "mayordoma" (encargada de la cruz) mientras prepara el incienso, el alcohol y las hojas de coca para la chalta.

Luego acompañamos en romería la traída, vestimenta y celebración de la Cruz de Milagros, una de las tres mayores del pueblo. En los diferentes momentos, un cantor con su guitarra afinada "al diablo" entona los llamados kukulis. Esta manifestación de origen colonial, singular y específica de algunas zonas del área andina, se interpreta también con acordeón y violín. En sus coplas se mezclan motivos religiosos y paganos o picarescos, además de aquellos vinculados a la naturaleza. En muchos pueblos, suenan también las bandas de bronces invitadas. En la noche la fiesta continúa con música en vivo amplificada, siendo la "cumbia chicha" la reina en estas ocasiones.

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