La Tercera
Socio de Calamaro, ex integrante de Las Pelotas e ingeniero de Spinetta y Charly García, Guido Nisenson se radicó en Chile para escribir un nuevo capítulo en el cancionero local.
Por Andrés del Real
Al menos acá en Chile, el de Guido Nisenson es un talento que sólo conocen los más entendidos. Un nombre con el que están familiarizados algunos músicos, mánagers, uno que otro ingeniero en sonido y quienes aún revisan con detención los créditos de los discos editados en el país. Porque si bien nació y desarrolló buena parte de su carrera en Argentina, Nisenson ha sido pieza clave de dos épocas distintas de la música popular chilena, dejando su huella en discos emblemáticos y tan distintos como La espada y la pared de Los Tres, Traga de Fiskales Ad-Hok y Vivo, el álbum súperventas de Joe Vasconcellos.
“En esa época, la de los años 90, el rock chileno se estaba descubriendo a sí mismo. No había mucho antes, salvo Los Prisioneros o Electrodomésticos, pero comenzaron a descubrir el valor de lo que estaban haciendo”, rememora el transandino, uno de los ingenieros de grabación y productores más reputados de Latinoamérica, sentado en su oficina-estudio en una tranquila calle de Ñuñoa. Tras casi dos décadas viviendo en Europa, el año pasado se radicó definitivamente en Santiago -por su familia chilena- y desde entonces retomó su vínculo con la escena local, una que ha visto evolucionar de cerca y que conoce al detalle.
Por lo mismo, no le ha faltado trabajo desde su regreso y se ha hecho presente en algunos de los lanzamientos más destacados de la última temporada. Entre ellos, Harmony Lane, de Manuel García, y Funkybarítico, hedónico, fantástico, de Chancho en Piedra, además del próximo LP de Colombina Parra. Todos ellos coinciden en que Nisenson es un tipo distinto, uno que no se encuentra en cualquier estudio de grabación del país. “No es que haya una lista y por azar terminen llamándome. De hecho, no soy barato y menos para este mercado, pero los que me llaman saben y les gusta la forma en que pienso. Es una cuestión de criterio”, explica Nisenson, en cuyo currículum destaca la mezcla y producción de títulos de Charly García (Say no more, Alta fidelidad), Luis Alberto Spinetta (Silver sorgo) y también de Andrés Calamaro y Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, sus amigos más antiguos dentro del panteón de próceres del rock trasandino.
Eso sí, su carrera musical, según cuenta, comenzó como intérprete. A comienzos de los 80 fue bajista de diversas bandas de su país, como Los Twist, Fricción -el legendario grupo que tuvo entre sus filas a Gustavo Cerati antes de Soda Stereo- y también de Las Pelotas, conjunto formado por ex integrantes de Sumo. Fue en esta última agrupación donde Nisenson se aburrió de tocar en vivo (“lo que ahora llamarían un ataque de pánico”, dice) y decidió dedicarse de lleno al trabajo de estudio, una vocación que tenía desde su adolescencia pero poco profesionalizada por esos días, “en que el productor era el ingeniero o alguno de los músicos”, recuerda.
Así llegaron sus primeros encargos y también su primer gran éxito en las perillas: Big Yuyo (1992), de Los Pericos, que lo trajo por primera vez a Chile en medio de una gira apoteósica. Aquí conoció a quien ahora es su esposa, y se quedó grabando discos de Los Tres, La Dolce Vita, Fiskales Ad-Hok y Los Ex, entre otros. Su sociedad más fructífera, eso sí, se inició junto a un entonces poco conocido Joe Vasconcellos, para quien grabó los tres álbumes que lo convirtieron en un nombre de masas y hits radiales: Toque (1995), Transformación (1997) y Vivo (1999). “Un salto cualitativo gigante, que no me lo atribuyo pero del que sí fui parte”, dice.
Y aunque dos décadas después volvió a una industria en la que ya no se venden 150 mil copias de un LP, Nisenson ve un crecimiento en la escena criolla. “Hoy ya existe la música popular contemporánea chilena, una identidad mucho más definida que abarca desde Francisca Valenzuela hasta Club de Surf. Ponle el nombre que quieras, pero en cualquier país que estés puedes escuchar una canción y te das cuenta que es chilena, no argentina ni mexicana”, asegura el productor, quien colabora por estos días con el sanantonino Chinoy.
Claro que no todo son elogios cuando se refiere al circuito musical criollo. “Hay un temor bestial al cruce, al crossover. No sé si es algo idiosincrático pero aquí no se juntan”, asegura el productor, quien en los últimos años ha volcado su aprendizaje en diversas fundaciones globales ligadas a la música. En su opinión, “en esta época sólo van a sobrevivir los que actúan en bloque”. ¿Y su visión de la música argentina? “Allá hay público pero no hay ideas. La gente va a cantar a los shows pero nadie escucha”, sentencia.
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