Por Gabriela García / La Nación Domingo
Le gusta el invierno, Cerati y las canciones que paren corazones. La hija de Violeta Parra aprovechó la estación gris para relanzar todo su catálogo y un disco doble donde canta a la madre. Aquí su voz y manuscritos hablan sobre el origen del proyecto y revela unos poemas que escribió para el ex Soda Stereo.
Domingo 20 de junio de 2010 | | LND Cultura
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El padre Berríos se llevó mi canción en su celular
“Las canciones son desgarros”, dice Isabel Parra como mirando el horizonte. Y aunque no llueve sobre Santiago, su voz trasluce gotas que ha derramado por años sobre el papel.
Porque los estribillos para la hija de Violeta se construyen a la antigua, con lápiz, ojalá en invierno y con palabras que se estrellan contra la página en blanco.
Con recuerdos, porfías y uno que otro milagro, como el que dio origen a su último alumbramiento: el disco doble “Isabel canta a Violeta”, publicado junto a la reedición del resto de su catálogo por el Sello Oveja Negra, su nueva casa disquera después de Warner.
En la carátula la Chabe aparece en sepia, niña sonriente y mimada por los brazos largos de su madre en 1966.
“Se dice que quien se muda Dios le ayuda y yo creo en ese dicho popular. Este largo camino de canciones son de alguna manera mis diarios de vida. Son lo que soy, lo que he hecho, pero sobre todo mi trabajo. El núcleo de mi vida ha sido cantar, primero con mi madre, luego con mi hermano Ángel, posteriormente con mis hijas y mi nieto”, cuenta bebiendo una copa de agua en el Bar Liguria sobre el quehacer que creció, naturalmente, bajo la sombra de un árbol que hasta hoy riega con amor: Violeta Parra.
VENTE NIÑA
Pero el milagro que dio origen a “Isabel canta a Violeta” comenzó así. “Tengo unas canciones de las hermanas Parra”, le confesó Daniel Heffes a través del correo electrónico a la Chabe un día cualquiera.
Argentino, hombre de radio, ya había permitido a la familia editar una grabación que la Viola había registrado en Buenos Aires el año 61.
La encomienda encerraba, sin embargo, una nueva sorpresa: Isabel no se encontró con la voz de su tía Hilda, sino con la suya saliendo desnuda por los parlantes de su casa.
“Me reconocí cantando a dúo junto a mi madre. Fue fuerte. No tenía más de trece años. Y es que a pesar de la que la Violeta terminó ese grupo, mantuvo la marca y me empezó a llevar a mí para reemplazar a mi tía. Yo no me acordaba, pero mi amigo sí”, cuenta conmovida sobre el primero de cinco registros con los que acabó abriendo su último trabajo.
Canciones tradicionales que la hicieron llorar como alguna vez lo hizo frente al féretro de la Viola en el ’67 y luego en el París de su exilio, año 1975, en el que Isabel se armó de valor para escribir “El libro mayor”: una biografía sobre la mujer que mejor ha retratado la identidad chilena, que se suicidó dejándole una nube de interrogantes y que la Chabe ha ido resolviendo a medida que se encuentra con una herencia dispersa, repartida en pueblos y personas, como las apasionadas cartas que la folclorista le había escrito a su amado Gilbert Favré.
“Cuando mi madre muere yo tengo frente a mí muchos textos que no conocía. Encontré un baúl de papeles, lo agarré y me lo llevé para mi casa, eso fue lo que yo rescaté para este álbum”, explica por ejemplo sobre el tema “Al centro de la injusticia”, que se convirtió en célebre, o el texto “Me beberé tus lágrimas”, que Isabel musicalizó en 1984 y que sólo en febrero de 2010 se lanzó a grabar con arreglos de Roberto Trenca.
“Me ha pasado que he revisado sus escritos y le he puesto música de manera natural, como si en realidad tuvieran otra música además de la que traen esos textos solos. Son maravillas de pensamiento, con ese lenguaje de la Violeta que es magistral y único. Pero lo más impresionante es que no me cuesta nada dialogar con ellos”, revela Isabel y para explicar esa conexión cósmica se traslada a la vieja “Casa de palos” de su infancia.
“Ahí estaba la escuela, la forma de aprender, ahí estaba mi madre tocando la guitarra y nosotros escuchándola. Era improvisado. No nos juntábamos a ensayar. Todo se producía de manera natural. No era profesora, no enseñaba. A veces algunas instrucciones de rasgueos cuando yo empecé a tocar la guitarra. El resto lo aprendíamos solos. Siempre decía que la Chabelita cantaba lindo. Eso era la flor y punto. No era muy halagadora. Confiaba en nosotros”, recuerda sobre un ritual que comenzó cuando Isabel tenía cinco años y entonaba canciones españolas y que en un viaje en los ’60, comenzó a realizar sola. “En ese tren hacia París se estaba rompiendo ese cordón.
La Viola se quedó sola tres días en Génova. Y con mi hermano dimos una audición y al rato estábamos cantando canciones argentinas. Yo tenía un bombo que tocaba a la chilena. Y a los tres días estaba mi madre afuera de La Candelaria aplaudiendo como espectadora. Todo pasaba así de espontáneo en nuestras vidas”, revela Isabel sobre el trayecto que la llevaría más temprano que tarde a componer.
Luego vinieron los “15 minutos de fama” en las peñas, el compromiso político, los discos de Silvio cambiándole todos los parámetros del oído, el exilio, el retorno y la poesía de Cerati inspirando la suya al otro lado de la cordillera.
“Yo tenía la necesidad de decir cosas por mí misma y lo hice. Pero no sufrí. Hay canciones que son mías que son horribles, pero a la gente le gustan. Uno tiene que empezar por algo y bueno… son historias que están en el disco ‘Isabel canta a Violeta’, que he sentido necesario contar. Sufro mucho haciendo canciones. Son desgarros. La vida es una cuestión extrañísima, pero al menos en las canciones la dueña de la pelota soy yo”, dice riendo.
CON AMOR DE CONCÓN
1) Me simultáneamente halaga y asusta escribir acerca de tu música porque no la conozco. Tengo un solo disco de música folclórica chilena y es de tu mamá. Aunque no me gusta -te confieso- hablar de música intrínsecamente de ninguna parte. Ha pasado, me parece, demasiada agua bajo los puentes: Víctor Jara, Los Blops, Bach, Elvis Presley, Schoenberg, Los Beatles, John Cage, Buddy Richard, Los Tres, Charly Parker, toda la discografía del sello ECM, toda la discografía del sello Winter & Winter, la Lucha Reyes, Silvio Rodríguez, Rolando Alarcón y Cuncumén, entre otros. Es música irlandesa, es verdad, pero primero es música y después irlandesa. Es música chilena, es verdad, pero primero es música, y después chilena, etc.
2) Cuando escuché tu voz en el buzón del celular: “Soy Isabel Parra…”, pensé altiro: “Es igual de bonita que en un disco”, igual de clarita, limpia y luminosa. Más de una vez por supuesto escuché tu canto en la radio y me lo guardé hasta hoy día: Tienes la voz de chilena más linda que conozco.
3) Es de noche y hoy día te conocí a la hora de almuerzo y a Milena: me diste 5 cidís que no escucho todavía.
4) Una selección de títulos: Ay qué vida, Dulcecita, Por primera vez, Ni pan ni flores, Vengan conmigo chiquillos, Como un rayo de sol, La flor del olvido, Un puente en el aire, Las cosas van y vienen, Y cantan a veces, Miguelito.
5) Nietzsche no hacía diferencia entre lágrimas y música, y la dedicatoria del librito que te di: “Isabel tienes una voz como para llorar”, no es una invención ni cosa que se le parezca, es la pura verdad. Hace muchos años una vez escuché una de esas músicas una de esas voces que salen de una ventana o de una radio a la pasada y lo agarran por sorpresa a uno y sentí ese dolor en los ojos que viene antes de llorar. Era tu voz antes cantando una canción (creo) de tu mamá. Es lo primero que sentí ahora, cuando escuché tus cidís. Para bien o para mal tu voz no puede nunca caer del lado oscuro de la Fuerza (como cayó Darth Vader en “La Guerra de las Galaxias”. Pensando así a la rápida no conozco nada igual (en ningún idioma). Es como si las sacaras del vientecito, el ánima feliz, a todo lo que cantas. Da lo mismo que compres una boleta de compraventa.
O una canción. Siempre traes lo mismo: luz, cuidado, calorcito, ingravidez. Tu voz no brota de las cosas, se posa encima y las encanta. Es lo que me hace doler los ojos cuando la escucho (no todo el tiempo eso sí: no hay que exagerar). Tu voz y el Cuatro: ¡…….!
6) Nada más.
Claudio Bertoni Lemus
Poeta, vive en Concón, V Región Chile
junio de 2010.
Cerati 15A
Gustavo se llama el hombre
que ahora y siempre me conmueve
desde lejos Buenos Aires
al aliento que me lleve
Sus guitarras eternas
una tras otra
florecen en sus manos
cuando las toca
cuando las toca siempre
vuelan sus letras
por el espacio limpio
de este planeta
No necesito verlo
para quererlo
21 de agosto de 2000
Gustavo 15B
Gustavo se llama el hombre
que guarda plenos poderes
en la soledad del tiempo
en estaciones de trenes
Inventador de vidas
de tierra y sal
de misterios del aire
su claridad
su claridad a veces
se vuelve oscura
y allí sale a buscarla
con su ternura
De fuego y de dolor
su corazón
27 de octubre de 2000
http://www.lanacion.cl/-sufro-mucho-haciendo-canciones/noticias/2010-06-19/013218.html
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