El Mercurio
El pianista de 80 años y compañero de Don Francisco es testigo en primera persona del surgimiento de la música popular chilena. En el libro, que será lanzado mañana, incluye sabrosas anécdotas.
José Vásquez
Funciona como una extensión de su cuerpo. Y de su boca. Y no es precisamente porque Valentín Trujillo sea un hombre de pocas palabras -porque claramente no lo es-. Las historias de su vida, con 80 años y una memoria de almanaque, fluyen naturales. En escenas, en capítulos o como las relate, son ricas en recuerdos. Pueden ir desde opinión política dura, cuestionar severamente el estado de la música actual en televisión o comparar canciones que en español y en inglés tuvieron diferentes vidas. Entonces ahí abraza el piano y lo acaricia eligiendo siempre la tecla indicada que actúa también como la palabra precisa.
Se pone de pie con dificultad para ir a sentarse junto al Ibach, un piano alemán traído a Chile en 1937 y que Francisco Flores del Campo le dejó en su testamento. "Este piano tiene mucha historia, con él se compuso 'La pérgola de las flores'", dice. Y comienza a tocar un tesoro de la música popular chilena que llena la sala de estar de su casa en Ñuñoa.
Valentín Trujillo es un Wurlitzer con una capacidad que parece ilimitada. Aunque él le pone freno a los piropos: "Nunca me puse un traje de genio, porque no lo soy. Tampoco me puse metas tan altas como Vicente Huidobro. He llegado a pensar que si no se inventaba el piano, me moría de hambre".
De pronto, el compañero de toda una vida de Don Francisco recuerda, entre divagaciones, que muchísimo antes de que Myriam Hernández alcanzara el éxito con "El hombre que yo amo", George Gershwin, su máximo referente musical, había compuesto en 1924 "The man I love". Acariciar las teclas una vez más se le vuelve irresistible y sirve de puerta de entrada a su vida, la que será expuesta en un libro biográfico editado por la SCD. El texto fue escrito por Darío Oses y será lanzado mañana a las 20:00 horas en el Auditorio de la Fundación Telefónica.
Ahí, entre otras cosas, cuenta que fue el baile de "la colita" el que salvó del desastre a Don Francisco en Miami y que Benjamín Mackenna, de los Huasos Quincheros, le envió un mensaje de tranquilidad luego del golpe de Estado de 1973. "Lo que recibí entonces fueron apenas coscorrones comparados con otros músicos que pensaban distinto en esa época", dice. Y recalca: "Es un libro escrito con compromiso. No dejé nada en el tintero".
-Tiene dos pianos en su casa, pero salvo una Gaviota, sus principales recuerdos son de boxeo. Cualquiera podría pensar que le interesa más que la música.
"Tengo más cosas de boxeo que de artistas con los que he trabajado, pero no es porque me interesen menos, pasa que el boxeo es una chifladura que me encanta. Veo boxeo todos los sábados en televisión y cuando no puedo, mi mujer me lo graba. Fui jurado y árbitro internacional".
-En el libro hay una historia muy bonita de cuando usted siendo un niño "noqueó" a la estrella del momento. ¿Nunca pensó en practicarlo?
"Arturo Godoy era un superclase y se hospedó una vez muy cerca de mi casa, en el centro, donde vivía. Entonces me llevaron a conocerlo y él jugó conmigo. Me pidió que le tirara un golpe, tenía 7 años, y se tiró al suelo. Fue muy simpático. Imagínate lo que era eso para un niño. En esa época los famosos no eran los futbolistas, sino los boxeadores. Más grande intenté practicarlo, pero era remalo, como tenía mala vista recibía muchos golpes. Una vez llegué con las manos hinchadas al conservatorio y la profesora me dijo: 'No lo haga más'... Y le hice caso".
-Cuesta imaginar a un pianista boxeador. De todos modos, en el libro aparecen golpes certeros, como su crítica a la pobre tradición musical chilena.
"Es que es fácil para un pianista chileno tener éxito en el extranjero, porque absorbe temas de todos los países del mundo. Los chilenos siempre hemos recibido la música de afuera, no hay una identidad, y eso se nota con los imitadores en televisión, ¡hay miles! de Cecilia, Juan Gabriel o Camilo Sesto. Pero a ninguno se le ocurre imitar a Lucho Gatica o Antonio Prieto".
-En su biografía deja muy clara su postura política. ¿Cree que un artista debe hacerlo?
"Es que no concibo a un músico sin sensibilidad. No basta descubrir una música linda, también hay que tener comprensión con el que sufre. En el aeropuerto José Martí de La Habana hay un letrero maravilloso: 'Cada noche 250 millones de niños duermen en la calle, ninguno es cubano'". A mí en dictadura me vetaron, no grabé música en 17 años. Todas las semanas grababa para el sello Odeón y de pronto, nada. Y eso que las marchas las toco bien bonitas", ríe.
-¿Pensó en el exilio?
"Sí, una vez estando de gira con Los Huasos Quincheros me iba a exiliar en la RDA, pero lo habría lamentado mucho. No poder entrar a mi país no lo hubiera aceptado". Después Giolito me trajo un mensaje que venía de Benjamín Mackenna, de los Quincheros, que entonces era secretario de Cultura de la Junta Militar. Me dijo que estuviera tranquilo, que no iba a tener ningún problema".
-En el libro usted dice que cree en una utopía como un camino decente de vida. ¿Esta actitud, entraría dentro de esa utopía?
"Creo que sí, porque hay cosas que no se pueden confundir. Yo he trabajado mucho con Los Quincheros, Gloria Simonetti, Ginette Acevedo, entre varios otros artistas que piensan distinto a mí, pero nunca me lo han hecho sentir, ni yo tampoco a ellos. Hay una solidaridad entre músicos a pesar de pensar diferente".
-Su vida tuvo muchos matices y en televisión, junto a Don Francisco, uno que llama la atención: ¿Cómo es que "La colita" salvó a "Sábado Gigante" en Miami?
"Es cierto, el programa al comienzo marcaba muy poca sintonía y las oportunidades se estaban acabando. Fue de película. Estábamos en una especie de última cena, cuando alguien llega alborotado diciendo que había subido el rating . Así, 'La colita' se transformó en un himno en los tres primeros años allá, y eso, porque el público cubano es gracioso y con mucho calor", ríe.
-¿Cómo se ve en el futuro?
"¡Este es mi futuro! Siento que no estoy tan arruinado para tener 80 años, mi cabeza está perfecta, los pies, más o menos nomás. Pero es bueno seguir en actividad. Con Mario Kreutzberger hicimos una dupla no repetible en la América hispana".
-¿Cree que será irrepetible?
"Yo no soy un superhombre, pero el día en que lo crea estaré mostrando la primera hilacha de la decadencia. Así es que creo que voy bien".
Su carrera musical
A los 7 años ingresó al conservatorio como un niño prodigio que tocaba piano desde los 4 años cuando llegó el instrumento a su casa, un piano vertical francés, "ahí entró la cultura a mi casa, dijo mi madre", recuerda Valentín Trujillo. Estuvo 12 años en el conservatorio hasta que lo dejó porque se sintió atraído por la música popular y el trabajo en orquestas. En 1958 graba "Un piano con alma", el primero de una larga trayectoria musical de álbumes. En esa época ya era el acompañante idóneo para las estrellas que llegaban al país. Por eso fue él quien se sentó al piano junto a Nat King Cole y Bill Halley, entre otros. También participó en la primera grabación de Los Huasos Quincheros y trabajó con gente como Vicente Bianchi y Lucho Gatica. Todo eso lo complementó luego con su trabajo en televisión, donde ingresó en 1963 a "Esto es Chile", de Canal 13. Ahí también compartió roles con Pin Pon, el Profesor Rossa y Don Francisco.