martes, septiembre 19, 2023

Los Huasos de Algarrobal presentarán su nueva formación

Los antiguos miembros de la agrupación quisieron formar personalmente a los nuevos.


 El Mercurio


El emblemático grupo folclórico dará el próximo domingo un concierto en el Teatro Municipal de Las Condes, que servirá para despedir a sus antiguos integrantes y darles la bienvenida a los recién llegados.

Raimundo Flores S.

Eugenio Rengifo, Cristián Donoso y Rafael Rodríguez son los tres integrantes de Los Huasos de Algarrobal que han estado más años en las filas del conjunto, fundado en 1966. Según cuenta Rengifo, hace algunos años empezaron a conversar sobre qué pasaría con la agrupación una vez que ellos envejecieran y, aunque pensaron en disolverse, finalmente decidieron que lo mejor era preparar ellos mismos una nueva formación.


Ya en 2017 sumaron a Raimundo Rodríguez como integrante reemplazante y un año después como titular, tras el retiro de Enrique Barros. En 2021 también incorporaron a Cristian O'Ryan, con quien ya habían trabajado, y finalmente añadieron a Cristóbal Walker y Enrique Rodríguez. Con ese cuarteto ya creado, los integrantes antiguos han estado trabajando casi dos años en conjunto, preparándolos para que asuman la formación titular.


“Esto no es una situación improvisada, sino que se ha preparado con mucho cariño, esfuerzo y trabajo de parte de los huasos históricos apoyando a los nuevos huasos para lograr que sigan en la ruta del Algarrobal en el tiempo. Hemos estado trabajando juntos, entregándoles primero el espíritu Algarrobal, traspasándoles en qué consiste, enseñándoles el repertorio que hemos desarrollado en la historia y enseñándoles armonías y arreglos musicales”, comenta Rengifo.


El cambio de formación se realizará oficialmente este domingo, a las 18:30 horas, con un concierto en el Teatro Municipal de Las Condes, donde participarán ambas versiones del conjunto. El show incluirá una obertura musical en guitarra de Eugenio González, colaborador habitual del conjunto, y presentaciones de las alineaciones antigua y nueva, por separado y en conjunto.


“Es un honor y también hay un sentimiento de agradecimiento hacia los huasos históricos por confiar en nosotros y tener la generosidad de dejar el conjunto en otras manos porque para ellos son más de 50 años, entonces es como entregar un hijo que ya está criado en adopción. Y eso lo hacen porque precisamente sienten que todavía el conjunto como institución tiene mucho que seguir entregando y reposicionando la música chilena en nuestro país, porque las tradiciones hoy día están medias trastocadas”, dice Cristián O'Ryan.


Por su lado, Rengifo también usa la metáfora del hijo para explicar lo que significa dejar el grupo después de más de 50 años. “Es difícil, pero es lindo porque es como cuando un hijo ya se va poniendo adulto y dice ‘me voy a ir de la casa porque tengo que hacer mi vida.' Con Los Huasos de Algarrobal nos ha pasado que hemos construido un mundo maravilloso que nos ha entregado muchas cosas fantásticas, como el público en todas partes, tanto en Chile como en el extranjero, con aquellos chilenos que viven afuera. Eso para nosotros ha sido una base fundamental de motivación para seguir adelante. Se siente una emoción y una alegría porque lo que hemos hecho en estos 57 años no ha sido en vano, porque hay gente a la que le interesa mantener ese espíritu de rescatar nuestra identidad y transformarla en música, en canciones”, señala.


El estado del folclor en Chile


Tanto la generación antigua como la nueva de Los Huasos de Algarrobal coinciden en que uno de los desafíos actuales de la agrupación es preservar y transmitir las tradiciones culturales chilenas. Aunque Rengifo admite que las expresiones ligadas al folclor hoy tienen muy poca cabida a nivel masivo, sí cree que esa llama sigue viva en otros sectores. “Si uno va a las regiones, va a intercambiar con las comunidades de los distintos pueblos del país, cuando uno va y se sienta en las cocinas de la gente a conversar en la noche, junto a un buen vaso de vino, se da cuenta de que hay una tradición, que hay una cultura que ellos heredan de sus padres, de sus abuelos y que la van transmitiendo”, dice.


En la opinión de O'Ryan, una de las grandes dificultades de hoy es que el folclor tenga que competir con toda clase de música que viene de fuera. “Eso está bien, pero la música chilena es la que nos interpreta como pueblo y creo que no la podemos perder”, plantea y agrega: “Yo creo que esos son los desafíos que tenemos: traer la música chilena a nuestros tiempos, ir leyendo el contexto e ir tomando distintos estilos, y también hacer un aporte desde el estilo del Algarrobal”.


En esa línea, O'Ryan adelanta que uno de los primeros proyectos de la nueva formación es grabar un disco con las canciones más representativas de Los Huasos de Algarrobal, para dar cuenta del sonido que impregnarán las flamantes voces del conjunto.

Katy Perry vendió su catálogo musical

 El Mercurio


La artista pop recibió US$ 225 millones por ceder los derechos de las canciones de sus álbumes “One of the Boys”, “Teenage Dream”, “Prism”, “Witness” y “Smile” a la compañía Litmus Music. La decisión de vender su música se explica por su deseo de volver a trabajar con Dan McCarroll, cofundador de la compañía, y con quien había colaborado antes, cuando él presidía Capitol Records. Perry se suma así a otros músicos que también han vendido recientemente sus catálogos, como Justin Bieber, Phil Collins, Sting y Justin Timberlake.

Buenos Aires celebró un histórico festival musical femenino

 El Mercurio


“Equal” se llamó el primer concierto con solo cantantes mujeres realizado en la capital argentina el fin de semana recién pasado, que se efectuó en el Hipódromo de Palermo y contó con la presencia de alrededor de 18 mil personas. Lali —presentada a través de una pantalla por Moria Casán—, Soledad, María Becerra, Emilia, Marilina Bertoldi y Connie Isla estuvieron dentro del variado cartel de ocho exponentes que buscó exponer cómo solo el 25% de los intérpretes y menos del 13% de los compositores son mujeres.

lunes, septiembre 11, 2023

Isabel Parra: “Hay muchas cosas estimulantes para seguir viviendo”





El Mercurio

 

La cantautora y guardiana de la obra de Violeta prepara la publicación de su primer cancionero y del nuevo espacio que albergará el patrimonio de la folclorista. “Me he hecho cargo de esa mochila, y me alegro de haberlo hecho”, dice a sus casi 84 años. Aquí repasa parte de su vida, sus duelos y renacimientos.

María Florencia Polanco


Si Isabel Violeta Parra Cereceda fuera un árbol, probablemente sería un roble, y si fuera un animal, un águila. Su espíritu es como el de un bosque milenario cuyo eco nunca deja de cantar: sobre el amor, las tragedias, la vida, el renacer.


Son casi 84 años. El suicidio de su madre. El exilio. La muerte de su padre. El regreso a Chile. El último aliento de Antar, su único nieto. El incendio del Museo Violeta Parra.


“Yo me he sostenido con la música. La música ha sido el árbol potente, inspirador, protector, amable, permanente de mi vida”, dice una mujer de cuero curtido, convicciones fuertes, opiniones tajantes, de signo géminis y devota, desde niña, de la Virgen de Lourdes.


Sentada en su departamento en Providencia, que es la sede de la fundación que lleva el nombre de su madre, la cual preside y es responsable del patrimonio de la folclorista, enumera los proyectos que la tienen “cantando por la vida”.


No solo sigue haciendo recitales, también está preparando su primer cancionero, que será publicado por Ediciones UC, y trabaja en manuscritos inéditos de Violeta. “Estoy súper entusiasmada. Tengo que empezar a recordar, remontarme para atrás”, cuenta.


—¿Qué recuerdos se le han venido a la memoria?

“Yo he tenido una vida complicada. Mi mamá era re buena mamá, pero andaba en su gitanería y buscando su destino. Lo buscó toda la vida. Sufrimos esta irregularidad afectiva y de tanto movimiento”.


—¿Cómo es repasar esa etapa con la distancia que dan los años?

“A estas alturas de la vida, no lo califico. No es bueno ni es malo. Es lo que a uno le tocó. No reniego de la vida que tuve. Jamás de los jamases. Creo que es positivo que, en medio de estos desórdenes, yo me haya convertido en una cantante profesional”.


—También volvió a presentar “Canto para una semilla”, después de medio siglo.

“Están pasando cosas. Yo creo en el año del conejo. Ese conejo está haciendo bien las cosas y nos está ayudando. Y tengo a la Virgen de Lourdes ahí, la veo desde mi balcón. Le doy las gracias, le pido ayuda. Es de esos pilares fundamentales para la existencia”.


—Se ve radiante. ¿Cuál es el secreto?

“Soy cuidadosa. Nunca he sido una artista bohemia. Yo vengo de una familia alcohólica. Eso me ha abierto los ojos y el corazón para salir de ese recuento deprimente y doloroso. Así como dejé de fumar de un día para otro. Yo me quiero mucho, me respeto mucho”.


—¿Cómo es ser adulto mayor en Chile?

“Hay altanería, un desprecio por la historia de otros, quienes han sido gestores”.


—¿En qué nota ese desprecio?

“En una falta de cariño tremendo por los que han hecho cosas importantes para Chile. Pero es un desprecio antiguo. Con la Gabriela Mistral, con la Cecilia Vicuña (Premio Nacional de Artes Visuales, a sus 75 años) que dice ‘Este premio cambia mi muerte', con Gastón Soublette, que recién lo recibió (el de Humanidades y Ciencias Sociales) a los 93 años”.


—¿Cómo ve a sus pares generacionales?

“Empobrecidos. No se arreglan los problemas básicos, como las pensiones, la seguridad social, la vivienda, los alimentos. Los artistas no tienen jubilación que los proteja”.


—Y usted, ¿cómo está?

“Haciendo las cosas que quiero hacer. Soy jefa de mí misma. Mientras sienta que tengo las herramientas para hacer las cosas que me he propuesto, que pueden ser insignificantes o importantes, las hago con la misma pasión”.


Isabel Parra es una joven que, el 29 de septiembre, cumple 84 años. Se desplaza con agilidad para preparar el té, contestar el celular y silenciar las notificaciones de WhatsApp. Camina a diario, toma clases de respiración, canturrea, toca el cuatro, cuida a “Brunito”, el perro que comparte con su hija Milena, que vive en su mismo edificio, va al cine y navega por Netflix. “Ahora estoy viendo un documental sobre la gente más longeva del planeta, que está en Japón. Hay una señora que tiene 101 años y baila con una botella en la cabeza. Los consejos que ella da son no enojarse y reírse”, dice.


—¿Le hace sentido?

“Llegar a eso sería estupendo”.


Vaciar la mochila


“Qué suerte llamarse Parra y qué desgracia también, lidiar con este apellido y con nombre de mujer”, confiesa la cantautora en “Con los pies en la tierra”, tema de su disco homónimo. Es el grito de desahogo de una artista que, a corta edad, se transformó en la guardiana del inagotable patrimonio de Violeta.


—¿No se cansa?

“No de mi trabajo, sino que me he cansado de la mochila que se llama Violeta Parra, que a veces es muy pesada. Amorosamente, me he hecho cargo de esa mochila, y me alegro de haberlo hecho. Admiro a mi mamá por encima de todas las cosas. Ahora la vamos a dejar feliz y tranquila en la Universidad Católica”.


El 7 de febrero de 2020, las manifestaciones en la “zona cero” no daban tregua tras el estallido social, cuando la tragedia volvió a golpear a la familia Parra. El museo que resguardaba las arpilleras y creaciones de Violeta —exhibidas en el pasado en el Louvre de París— era devorado por el fuego. Veinte años demoró concretarlo, un día destruirlo.


“Lloré mucho. Todavía están los carbones. Nos quedamos huérfanos, de nuevo. Y ocurrió este milagro”, dice, refiriéndose a la llamada que recibió del rector de la Universidad Católica, Ignacio Sánchez, proponiéndole crear la “Casa de Violeta Parra” en el Campus Oriente. “Nos volvió el alma al cuerpo”. Tendrá 350 metros cuadrados, 60 obras, una sala de música y un área infantil. Su apertura se proyecta para octubre.


—¿Cómo la pilla este proyecto?

“Estoy en un período de mucho agradecimiento. Ando cantando por la vida. Es una cosa tan mágica. Cuando se cuelgue cada cuadro, cada bordadito de lana, cada instrumento, que va a ocurrir pronto, va a ser una fiesta de dicha. Me salta el corazón y me emociono. A mí no me desalientan los fracasos”.


—¿Qué la mantiene en pie?

“Fortaleza, optimismo, confianza en que las cosas serán mejores, que tendremos un mundo mejor”.


—¿Ese optimismo nunca la ha abandonado?

“Nunca. Siempre que se cierra una puerta se abre otra. No hay mal que por bien no venga. Hay muchas cosas estimulantes para seguir viviendo”.


—¿De dónde saca la fuerza?

“No tengo idea, pero está ahí. No me ha pasado que me deprima, que me desaliente, que no tenga ganas de levantarme, que no quiera seguir luchando, que no pueda hacer una canción, un texto, que deje de reírme. Dios quiera que no me ocurra todavía, porque hay cosas que me faltan por ver”.


—¿Cómo cuáles?

“Como la ‘Casa de Violeta' llena”.


—¿Quién le gustaría que siguiera su posta?

“No sé, porque no quiero dejarle mochilas a nadie. Quiero vaciarla y que mis hijas vivan sus vidas felices y hagan lo que quieran”.


Una vida que contar


Era 1982 y un niño de pulmones fuertes se hacía escuchar mientras su mamá, “Tita”, sostenía el auricular de un teléfono público en Horcón, a 11 mil kilómetros de París. “Hay una nueva vida que contar. Lo escuché en el teléfono llorar. Dicen que lo llamarán Antar”, le cantaba desde el exilio a su nieto, que conoció a los cuatro meses. A los 28 años, lo despidió. “No tengo nieto y me muero de dolor”, dice con la triste serenidad de quien aprende a convivir con la muerte. “Yo disfruté de mi Antar”, sigue.


—¿Tenían una relación cercana?

“Estrechísima. Hacíamos giras, recitales los dos solos. En su corta vida, le sacó el jugo al estar vivo, y se enfermó de un tumor cerebral. Con la mamá y la abuela ausente”.


—Un nuevo duelo para la familia Parra.

“Un duelo enorme y permanente. La vida que se extingue de alguien que uno adora no se explica. No hay consuelo para eso. Siempre lo estoy viendo. Él mismo se ha encargado de que este sufrimiento no sea tan tremendo. Me acompaña y me está consolando”.


—¿Cómo era Antar?

“Era adorable. Un niño muy iluminado. Tenía mucho talento para la música y un carácter estupendo, puro, fresquito, risueño”.


—¿Cómo se conecta con él?

“Creo que todos los seres humanos estamos rodeados de nuestros muertos. De eso no me cabe duda. Es una buena y necesaria compañía. La pérdida de mi madre la tengo presente en mi vida. Estos seres me sostienen, no me tiran para abajo”.


—¿Eso lo ha sentido siempre?

“Lo empecé a sentir con mi padre, que murió cuando yo estaba en el exilio; con mi madre, que decidió poner fin a su vida, y con otros seres que he amado mucho, como Víctor Jara”.


—El día que se publica esta entrevista, se cumplen 50 años del golpe de Estado. ¿Cómo debería conmemorarse?

“Con una cosa muy sencilla y que la necesitamos: que algún día el 11 de septiembre sea duelo nacional. Sería una acción benéfica para todos”.


Nicanor Parra y su hija Colombina, junto a Isabel.


Ángel, Tita e Isabel cantando en los 90 una canción de Violeta Parra. 


Isabel Parra y Paulina Esquenazi en “El Mercurio”, durante la ceremonia de distinción de “100 Líderes Mayores 2022”. Yasna Kelly

Tommy Rey, a sus 79 años: “Felizmente y gracias a Dios tengo la suerte de mantenerme cantando”



 El Mercurio


No son 20, ni 30, ni 40, son 60 años de cumbia. La voz de “Un Año Más” repasa su larga trayectoria musical, sus inicios en Radio Portales, cómo todavía algunos creen que se llama Tomás y los duelos de la vejez. “Cuando estoy en el escenario, me siento joven”, dice.

María Florencia Polanco

El rey de la cumbia, la voz melódica inconfundible que —sagradamente— cada 31 de diciembre entona “un año más que se va” mientras su público gasta las suelas, en realidad es una persona tranquila. Cuando Patricio Fernando Zúñiga Jorquera se sube al escenario, impecablemente vestido de traje, humita y comienza a cantar, se transforma.


Tommy Rey, como le gritan en la calle, tiene 79 años, pero no lo parece. “Dicen que no se me nota mucho”, comenta acomodándose en el sillón principal del living de su departamento en Reñaca, el que tiene una vista preferencial a un televisor plasma en el que navegará buscando videos de sus shows más antiguos. Uno es del 31 de diciembre de 1982, cuando con la recién conformada “Sonora Tommy Rey” que lidera participaron en el programa “Esperando El Año Nuevo”, conducido por Enrique Maluenda.


—“Es el tiempo el que no se detiene”, canta en “Un año más”. ¿Lo siente así?

“Cuando estoy en el escenario me siento joven. Después, cuando me bajo, me siento cansado. Es que a veces tocamos más de una hora”.


Hace meses, confiesa el vocalista, convive con un fuerte dolor lumbar que se le irradia a una pierna y que se intensifica de noche o cuando está acostado. “Tengo que operarme, pero le dije al médico que después de las Fiestas Patrias”, dice la voz de “Daniela”. Como cada septiembre, la sonora “corre de aquí para acá” para llegar a las distintas fiestas y eventos que tienen programados.


—¿Sus 60 años de cumbia y trabajar de noche no le han pasado la cuenta?

“A veces ando decaído, pero cuando voy a actuar me doy ánimo. Cuando me subo al escenario me olvido de todo. Uno tiene que entregarle alegría a la gente”.


—¿Ha sentido alguna vez, ‘ya, Tommy, hasta aquí llegaste'?

“No puedo, porque es mi trabajo. Tengo que seguir hasta que Dios diga. Yo creo en Dios y le doy las gracias por los tantos años que llevo trabajando en la música. En noviembre voy a cumplir 61 años trabajando, partí a los 18”.


—¿Cómo fue pasar de ser el alma de la fiesta a estar encerrado en pandemia?

“Fue muy triste. Hacíamos ciertas cosas por Zoom, cada uno tocando en su casa. La pandemia fue fatal para todos los músicos”.


—¿Qué fue lo que más le costó?

“La gente, que es muy buena con nosotros. Siempre, en todas partes donde vamos, el público disfruta. Es muy bonito. Se nota un cariño. Eso le agradezco a Dios. Después de tantos años, la gente se me acerca y me pide fotos. Están todos descansando y cambiándose de ropa en el camarín y yo sacándome fotos, pero es bonito. Es bonito que la gente lo quiera a uno, lo disfrute, lo admire”.


—Y usted, ¿lo disfruta?

“Sí, en todas partes. Especialmente en lugares al aire libre, llenos de gente”.


—¿Cómo es la relación con sus compañeros de la Sonora, después de tantos años juntos?

“Somos como una familia. Son todos muy amigos y muy cariñosos conmigo. Me cuidan, me ayudan”.


—¿Qué ha sido lo más bonito y lo más difícil en esta etapa de su vida?

“Cuando uno empieza a hacerse más viejo le cuesta un poquito más. Pero felizmente y gracias a Dios tengo la suerte de mantenerme cantando. A veces ando un poquito mal de la garganta, pero me tomo unas aspirinitas”.


Cueva musical


Casi nadie lo conoce por su nombre real. Patricio Zúñiga fue rápidamente reemplazado por “Tommy” en todas las esferas de su vida. El autor intelectual de su —supuesto— nombre de fantasía fue el baterista de “Los Peniques”, Silvio Ceballos. Le dijo que Patricio no pegaba para una banda de cumbia, así que lo bautizó como “Tony Rey”. Pero Tony parecía nombre de payaso, así que se rebautizó como “Tommy”.


—¿Alguna vez le han dicho “Tomás”?

“Más de una vez (ríe). Todos creen que me llamo Tomás Reyes”.


—Su nombre incluso inspiró a otra banda de músicos, “Tomo como Rey”.

“Nosotros los conocimos en el Instituto Nacional. Siempre íbamos a tocar para la fiesta de los profesores. Un día se nos acercaron unos muchachos jovencitos y dijeron: ‘Oiga, Tommy, sabe qué, estamos formando un grupo y queremos ponerle un nombre, pero no sé si se puede enojar usted'. ¿Y cómo es el nombre?, les digo, ‘Tomo como Rey'. Nosotros nos reímos. Y al final se hicieron bien populares. Hemos estado con ellos. Nos dicen ‘llegaron los papás', y yo les digo ‘llegaron los abuelos'”.


Tommy Rey —que no toma alcohol— vive hace tres años en Reñaca. Emigró buscando tranquilidad. Con él viven su esposa, Gloria Sáez, una de sus nietas y el gato Darwin.


—¿Cómo es Tommy Rey en su casa?

“Yo soy súper tranquilo. No tomo. Antes me tomaba un whiskicito antes de actuar y todo eso, pero ya no, porque tengo hipertensión. Cuando vamos a tocar nos ponen una botella de tequila, y nada. Tomo pura agua mineral sin gas, porque el gas me hace mal, me produce calambres. Hay que cuidarse, es la única manera”.


—¿Qué hace cuando no está arriba del escenario?

“Me entretengo en el computador, buscando cosas. Tengo una colección enorme”.


Este hombre tranquilo, de personalidad nerviosa y noctámbulo —se queda despierto hasta las cuatro de la mañana— tiene una guarida en su casa que llama cariñosamente su “cueva musical”. La enseña con orgullo, como si la habitación hablara por él. Es un espacio amplio e iluminado donde exhibe una colección de figuras de Cantinflas, compact disc y fotos con rostros emblemáticos de la canción chilena. Posa sonriente con Cecilia “la incomparable”, el Puma Rodríguez, Zalo Reyes, Peter Rock, Antonio Prieto, Buddy Richard y Myriam Hernández.


También tiene acumulados cientos de galardones y reconocimientos que ha recibido en sus 60 años de trayectoria musical. Algunos son el primer cassette de oro que logró la “Sonora Tommy Rey”, en 1989, el Premio a la Música Nacional Presidente de la República, que le otorgaron en 2005, y una gaviota de oro del Festival de Viña del Mar, de 2013, la última vez que cantaron frente al monstruo.


“Salimos a las tres de la mañana y cuando terminamos ya habían cortado la transmisión. La gente no alcanzó a ver que nos habían entregado la gaviota. Estábamos enojados. Eso no se hace. ¿Por qué prefieren a los artistas extranjeros? A los artistas chilenos se nos ningunea”, dice molesto.


—Y a los adultos mayores, ¿se los ningunea?

“Hay gente que no respeta mucho a la gente mayor, pero generalmente sí. Yo la respeto mucho. Bueno, yo soy mayor ya. Pero siempre los respeté”.


—¿No se aburre de cantar siempre las mismas canciones?

“A casi todos les gusta escuchar lo que conocen. Las cantan y bailan. Hay muchos temas que uno los quiere mucho, les toma cariño”.


—Como el infaltable “Un Año Más”

“‘Un Año Más' es de un coquimbano, Hernán Gallardo, que murió desgraciadamente. Él hizo ese tema, y era leeeeento, más nostálgico. Y nos dejó una grabación en cassette. En ese tiempo no existían los pendrive. Y lo escuchamos. Bonito el tema, pero no hubo mucho interés en grabarlo. Entonces yo dije, ‘¿por qué no lo cambiamos a cumbia? Y quedó bien bueno. Yo estaba en la ‘Sonora Palacios' en ese tiempo”.


—¿De dónde vino el talento musical?

“Mi papá tocaba la guitarra, pero no era músico, era mueblista. Yo después aprendí a tocar la guitarra, mirando, sin clases, sin nada. Después, como a los 16 años, empecé a ir a un programa en la radio Portales que se llamaba “Calducho”, donde iban los aficionados, Fresia Soto, Luis Dimas, yo. Incluso, la Fresia iba vestida de colegial en ese momento”.


—¿Y qué cantaba?

“Yo cantaba melódico. En ese tiempo estaba de moda el rock and roll y el twist. No me daban mucha esférica. Una sola vez me hicieron cantar, entonces me fui a la radio Agricultura”.


—Donde le cambió la vida.

“Allí estaba Enrique Valladares, que fue un gran locutor y cantante. A él le gustó como cantaba. En las noches había un show, con la orquesta ‘Los Peniques', que acompañaba a otros artistas. Y entonces Valladares les dijo, ‘¿por qué no lo prueban a él?'. Y un día en la tarde ensayé con ellos y les gustó. Sabía varios de sus temas, los escuchaba desde chico. En poco tiempo nos fuimos a trabajar a Concepción en el Hotel City, donde estuve un año”.


Cuando volvió a Santiago supo que quería seguir en el mundo del espectáculo. Itineró por varios grupos hasta que integró la “Sonora Palacios”, donde grabó canciones emblemáticas como “Un año más”, “El caminante” y “La peineta”. “Grabé más de 100 temas en los casi 20 años que estuve con ellos, hasta que nos separamos”. Con la “Sonora Tommy Rey” grabó otros, como “Daniela” y “La parabólica”.


—¿Hay algún show que recuerde con especial aprecio?

“Una gira por Europa en los años 80. En las Fiestas Patrias, estaba lleno de chilenos. Y no empezamos tocando el tradicional repertorio, empezamos con el himno nacional y la gente se puso a llorar. Después tocamos tres pies de cueca y bailables. Eso fue muy emocionante e inolvidable. Era como llevarles un pedacito de Chile. Había muchos exiliados”.


—¿Qué es lo que más le agradece a la vida?

“Le agradezco a Dios que me haya dado esta voz. La gente se me acerca y me dice que sigo cantando igual. Eso me llena de satisfacción. Son cosas lindas. Y bueno, le agradezco especialmente a mi esposa, que me cuida mucho”.

sábado, septiembre 02, 2023

Bebel Gilberto regresa con tributo a su padre, Joao

 El Mercurio


A más de dos décadas de irrumpir con uno de los discos más exitosos de la música brasileña, lanza uno en el que interpreta canciones del creador del bossanova.

Felipe Ramos Hajna

A fines de los años 90 era casi imposible escapar del embrujo de Bebel Gilberto, quien se colaba con su voz aterciopelada hipnotizando con su cóctel de bossanova y música electrónica. Eran los tiempos en que el chill-out ofrecía relajo y en los bares de moda se imponían los sillones y cojines por sobre las sillas rectas y las mesas convencionales. Fue en esa escena que canciones como “Samba de Bencao” y “So Nice (Summer Samba)” hicieron su verano.


A más de 20 años del lanzamiento de “Tanto Tempo” y “Tanto Tempo Remixes”, la cantante brasileña ya no quiere hablar de esos discos. Dice vía Zoom desde su casa en Río de Janeiro que “a veces cansa que todo el mundo me pregunte por ese álbum cuando han pasado 23 años y en todo este tiempo he hecho muchas más cosas, además de ser una persona distinta. Creo que su recuerdo tiene que ver también con que salió en la última etapa de gloria del disco compacto, donde todos iban a la tienda, compraban el disco y leían las letras y hasta los créditos. Eso hoy no pasa”.


Luego del éxito planetario de “Tanto Tempo”, que se transformó en uno de los tres álbumes brasileños más vendidos de todos los tiempos, la cantante editó seis discos y por estos días lanza “Joao” (PIAS), un álbum que tributa a su padre, el difunto creador del bossanova Joao Gilberto, el que sirve no solo para recordar las carreras de ambos, sino para entender una relación de padre e hija que no siempre estuvo exenta de dificultades.


Con canciones como “É preciso perdonar”, “Desafinado” y “Ela E Carioca”, el disco respeta la estructura tradicional, sin coquetear con arreglos modernos o electrónicos. Es en su simpleza donde se siente la conexión. “A la hora de seleccionar las canciones quise que no fuesen solo las más famosas, sino que estuviesen las más significativas para mí”, y añade que algunas no las conoció en su momento porque era muy pequeña, “pero para cuando sacó ‘Amoroso' (1977) ya entendía lo que estaba cantando y ese disco se convirtió en mi favorito”.


Conocido por ser implacable a la hora de tocar y por su preferencia por el aislamiento, Joao Gilberto crió a su hija entre Nueva York y México, dejándola por largos años a cargo de cuidadores mientras él y su mujer, la cantante Miúcha, salían de gira. Fue su genio difícil, que la misma Bebel atribuye a alguna condición mental, el que hizo que ella esperase tributarlo hasta después de que falleciera.


“Joao” abarca todo espectro de emociones del bossanova, como la alegría, tristeza y melancolía. Según la cantante, “realmente es un disco muy emocional, que recorre la alegría, tristeza y melancolía. Pero está muy situado en el presente, ya que creo que los muertos deben descansar”.


Entre las 11 canciones del disco aparece “Eclipse de luna”, de la compositora Margarita Lecuona, que interpretase Joao Gilberto en la estancia en México con su familia. Bebel cuenta que “esta era la canción favorita de mi madre cuando vivimos allá y que es parte de su disco ‘En México', es por eso que quise grabarla. ¿Cómo está mi español?”, pregunta entre risas.


Consultada por lo que siente cuando escucha que le dicen la “Reina del bossa eléctrico”, afirma que es algo sin importancia. “El rótulo de ‘Reina del bossa electrónico' no es nada más que eso, ya que incluso cuando apareció ni yo misma hacía bossanova. Incluso mi padre decía que él ya no hacía bossanova, por lo que no es más que un apodo”.


En un año difícil para la música brasileña, que ha perdido a destacadas cantantes como Gal Costa, Astrud Gilberto (la primera mujer de Joao) y Rita Lee, la aparición de “Joao” no deja de ser un reconocimiento no solo para “el padre del bossanova”, sino para toda una generación de artistas.


En ese sentido, Bebel admite que “la muerte de Rita Lee me tocó porque a ella la conocí cuando mi padre volvió a vivir a Brasil, siendo una de las cantantes que se presentó en el show de bienvenida. Además, yo canté la versión de ‘Baby' de Os Mutantes con sus arreglos y ella siempre fue muy cariñosa conmigo. Y la muerte de Gal Costa me tocó fuerte porque ella era la gran musa y cuando comencé fue porque quería ser como ella”.

Programa del Royal Opera House profundiza su búsqueda de talentos en la región

 El Mercurio


David Gowland, director del Jette Parker Artists Programme, habla de la alianza que acaba de firmar con la Fundación Ibáñez Atkinson.

Maureen Lennon Zaninovic

Con el fin de que las promesas líricas del Cono Sur puedan ampliar sus posibilidades de perfeccionamiento, la Fundación Ibáñez Atkinson (FIA) y el Jette Parker Artists Programme (instancia académica del Royal Opera House de Londres) acaban de sellar una auspiciosa alianza.


“La idea es abrir a Latinoamérica este programa inglés y ser una contraparte para que todas las giras y master classes que sus equipos docentes realicen en la región sean con la colaboración nuestra, para que los cantantes de este continente tengan acceso a este nivel de formación”, asegura Andrés Rodríguez Spoerer, gerente de Música de Fundación Ibáñez Atkinson.


Como parte de este acuerdo, hace unos días visitó Chile David Gowland, director artístico y fundador, desde 2000, del Jette Parker Artists Programme. “Para nosotros es muy importante este apoyo conjunto. He podido recorrer varios países de Latinoamérica y veo mucho futuro”, señala desde uno de los palcos del Teatro Municipal de Santiago. El profesional destaca su aporte en la detección de nuevas figuras para el género lírico y que hoy brillan en los principales coliseos, como la mezzosoprano rusa Aigul Akhmetshina, que a sus 26 años acaba “de cantar Charlotte (‘Werther') con Jonnas Kaufmann y está confirmada para la próxima temporada del Met de Nueva York en una nueva producción de ‘Carmen', de Bizet. La escuché cuando tenía apenas 19 años y pude constatar su tremendo potencial”, dice.


Hace seis años, en su primera visita a Chile, Gowland aquilató en vivo el registro de la soprano coquimbana Yaritza Véliz y le aconsejó que postulara a este programa. Hoy es una figura fulgurante. “La escuché el año pasado en el Festival de Glyndebourne, en ‘La bohème', y estuvo maravillosa. La veo, probablemente en mucho tiempo más, en ‘Madama Butterfly', de Puccini, y como Desdémona en ‘Otello', de Verdi”, sostiene.


El ejecutivo también alaba la proyección de otra cantante chilena que acaba de ingresar al Jette Parker Artists Programme: Isabela Díaz. “Recientemente estuvo trabajando y formándose en el Teatro Colón de Buenos Aires. La oí el año pasado en un viaje a Uruguay, le dije que aplicara. Para esta última edición postularon más de 500 intérpretes de todo el mundo, pero seleccionamos solo a seis sopranos e Isabela fue una de ellas. ¡Es muy especial!”, apunta.


Se aprende en el teatro


Gowland profundiza en los alcances y en la formación del Jette Parker Artists Programme. “Muchos teatros en Alemania e Italia, y el mismo Met de Nueva York, tienen un Opera Studio. La diferencia es que los alumnos que ingresan tienen pocas oportunidades de cantar en las temporadas. En nuestro programa, en cambio, se aprende sobre el escenario”.


Agrega que otro elemento importante es que los papeles de cover de los grandes artistas son asumidos por los propios seleccionados de esta exclusiva instancia formativa británica y “ellos tienen que ensayar con las estrellas de cada título. ¡Eso es un tremendo aprendizaje! También nos preocupa el futuro de los participantes. El Covent Garden tiene cerca de 2.200 butacas y el Met es casi el doble de aforo. Creo que este último es un escenario muy grande para probar una voz en formación”, concluye Gowland.

Chi, chi, cha: Crónica larga y tendida de las comidas chilenas

 El Mercurio


“Chile, chicha y chancho”, del crítico gastronómico Esteban Cabezas, rearma un rompecabezas de ingredientes, preparaciones y platos que han recorrido la historia, desde tiempos precolombinos hasta las actuales contribuciones de los inmigrantes.

IÑIGO DÍAZ

“Antes fui flaco y ahora soy feliz”, dice Esteban Cabezas (1965), escritor de libros infantiles y crítico gastronómico. Tal vez haya sido esa misma práctica de 25 años reseñando platos, restoranes y comedores en “El Mercurio” la que definiera tan favorable transformación.


“Siempre ando atento a ver si encuentro algo, abierto a sorprenderme con un plato o un lugar. Hago una reseña semanal en Wikén, pero cuando soy comedor voy muchas más veces. Voy solo. Soy muy de comer solo. Ahora quiero ir a una picada vietnamita que apareció por ahí”, dice.


“Chile, chicha y chancho” (Escrito con Tiza, $16.000) es su nuevo título entre los 40 que ha publicado desde 2003. Justo ahora aparecen otros dos de su autoría, libros ilustrados para la niñez: “Gracias por comer (Itadakimasu!)”, por Planeta Lector, y “El maestro topo”, por SM. Pero en esta entrega, que cuenta con ilustraciones tipo collage de Alejandra Acosta, se adentra en las profundidades de las comidas chilenas como cronista. Es una historia larga que proviene desde tiempos prehispánicos, reconstituida aquí en breves capítulos que asaltan al lector: prácticamente es imposible no leerlo sin ir de pronto a la cocina en busca de algo.


“No existe una única cocina chilena porque ha tenido distintas influencias. Existe una comida de los pueblos originarios, pero también está el sabor de los españoles o la influencia de los franceses. También aparece la comida china, que se adapta a lo que le gusta al chileno”, dice Cabezas. “Y luego está la comida peruana, que se metió directamente en las casas chilenas y amplió la paleta de sabores: hoy se cierra un restorán chino y se pone uno limeño”, agrega.


En esa secuencia de migrantes que proponen sus sabores, ingredientes y preparaciones —comenta el autor— algo pasó con los haitianos, cuya comida no está presente en la cocina nacional, salvo la joumou, sopa de zapallo “de la libertad”, pero sí se han instalado la arepa colombiana y la cachapa venezolana. “La comida coreana es la más reciente y ha marcado a las generaciones jóvenes influenciadas por la música pop coreana o los doramas. Es la última revolución”, dice.


El libro contiene un mapa desplegable del territorio nacional, donde se localizan llamativas preparaciones, región por región: el chumbeque, dulce de Tarapacá; la patasca, guiso de choclo mote de Atacama: la cazuela de cordero del secano en O'Higgins; las longanizas y todo el resto del chancho en Ñuble; el ponche de picorocos del Biobío; los catutos con miel, el lado dulce de la cocina guerrera, en La Araucanía; o el cancato, célebre pescado a la parrilla relleno con queso, tomate y longaniza, que se prepara en Los Lagos.


Y entre todos esos platos, Cabezas se pregunta por lo chileno chileno: “Más chileno que… el pebre, el mariscal, los porotos granados, el mote con huesillos y la chicha”, aunque nada podría superar a la empanada de pino, la Doña Empanada, un capítulo aparte en el libro. Eugenio Pereira Salas, fuente central en esta investigación, había advertido sobre la existencia de un cuadro de “La última cena” en la Catedral de Santiago, de 1652, donde aparecía una empanada en la mesa de Cristo y los apóstoles.


Menú de cinco tiempos


Calapurca. “Un plato reponedor para después de las fiestas”, define Cabezas sobre la sopa que probó en San Pedro de Atacama, con carne de alpaca, papas y maíz pelado a la que se le introducen dos o tres piedras al rojo vivo.


Churrasco marino. Es como llaman en Antofagasta al sánguche de pescado frito con chilena, acompañamiento de tomate y cebolla. Se inició en las caletas nortinas, pero llegó a la capital muy tardíamente.


Caldillo de pejesapo. “En Los Vilos probé el caldillo del pescado más feo pero rico, como la canción de La Combo Tortuga”.


Ñachi. Nuestro crítico y comensal, un hombre preparado para ingestas difíciles, confiesa haber sufrido taquicardia después de probar por Temuco el ñachi: sangre fresca de cordero aliñada con cilantro y ají. Y coagulada.


Choros zapato al alicate. Amarrados con alambre, se les inyecta vino blanco y luego se ponen a la parrilla o a las brasas. Cabezas lo descubrió en Tomé.

viernes, septiembre 01, 2023

Mañana en la Sala Eugenio Dittborn del Teatro UC: Un concierto con música de nadie y detrás de escena en los teatros

Marcello Martínez (a la derecha) junto a Jesús Urqueta, director de varios montajes que cuentan con sus piezas incidentales. Actualmente coinciden en la Sala La Comedia con la reposición adaptada “Primavera con una esquina rota”, del Ictus. CÉSAR PACHECO



 El Mercurio


Interpretadas por 30 músicos y un grupo de actores, son piezas de Marcello Martínez escritas para 15 montajes. Ponen en relieve esta música aplicada y con narrativa propia.

IÑIGO DÍAZ

La conversación la escuchó el propio músico Marcello Martínez (48) al término de la función de una obra teatral que contaba con composiciones incidentales suyas. Un asistente preguntó “de quién era la música”, a lo que su interlocutor le contestó “no sé, parece que de nadie”.


La idea era elocuente, pues borraba de un paraguazo toda esa otra creación existente, la música que acompaña el relato principal en una obra escénica, con actores o con bailarines. “Ennio Morricone hablaba de ‘música aplicada', y yo estoy de acuerdo, porque está en función de algo más, el cine, el teatro o la danza”, dice Marcello Martínez.


“Música de nadie” se titula el concierto que mañana en el Teatro UC (Plaza Ñuñoa, 19:00 horas, $12.000) dará un ensamble de 30 músicos, dirigidos por Juan Pablo Aguayo. El programa aborda piezas de 15 montajes para los que Martínez ha escrito material durante dos décadas: desde la obra de danza “21 son las razones en Violeta” (2003), estrenada en la Sala Agustín Siré con la compañía Lluvia Bajo Luna, hasta “El mar en la muralla” (2022), en el mismo Teatro UC, con dramaturgia de Luis Alberto Heiremans.


“En los años 50 la música para teatro estaba escrita por compositores como Gustavo Becerra o Celso Garrido-Lecca y era bastante rupturista y experimental. Más adelante apareció la canción en montajes como ‘La pérgola de las flores'. Ya en los 90 se instaló la estética de los músicos que tocaban en el escenario junto a los actores, intentando emular la música para cine, de ambientes y texturas, con cuartetos de cuerdas o teclados electrónicos. Desde ahí la música para teatro tuvo una idea más definida”, explica el compositor.


“Música de nadie” es corolario de los conciertos que desde 2018 compositores agrupados en el colectivo Maes, o sea Músicos de Artes Escénicas, promovieron en espacios como el GAM y Matucana 100: Ángela Acuña, quien estará mañana tocando el chelo; José Miguel Candela, José Miguel Miranda y el actor y músico Diego Noguera, entre varios otros artífices.


El ensamble considera una orquesta de 18 cuerdas, septeto de flautas, cornos, trompetas y saxofones, y percusiones sinfónicas, además de instrumentos solistas, piano, teclado, acordeón y guitarra. Junto con ello, actores realizarán lecturas de las escenas a las que correspondía cada pieza. “La música aquí estará fuera de contexto, porque es solo música, sin escena. Eso hace que sea bastante única la experiencia de audición”, dice Martínez sobre las composiciones que integran el programa, material que escribió para “A/B ventana o pasillo” (2006), “Antártica” (2011), “De Rokha” (2014), “La soga” (2016), “Arpeggione” (2018) o “Invasión” (2021).


“Y es una experiencia única porque también se trata de música de un instante, que está detrás de la escena y que se termina cuando se termina la temporada teatral”, dice. Con todo, al menos existen algunos discos que han registrado esta creación y también el gran archivo sonoro disponible MusicaTeatral.cl, desarrollado por el musicólogo Martín Farías.