El Mercurio- Revista El Sábado
Rodeado de Grammys y discos de oro y platino, y considerado uno de los productores musicales más importantes del mundo, abre a "Sábado" las puertas de su estudio en Los Angeles para hablar de su adolescencia en Rancagua, del borroso recuerdo de su padre, de sus primeros años en Estados Unidos, de su tío Lucho Gatica, de la hija que tiene en Chile y de la crisis discográfica, que lo obligó a controlar su estilo de vida.
Por Andrea Muñoz H., desde Los Angeles, California, fotos Sergio López I.
No llega la luz del sol, ni las voces de los obreros que trabajan en la vereda, ni el runrún de los autos en Beverly Boulevard. Al estudio de Humberto Gatica no entra nada que venga de afuera -ni olores, ni señal de celular, ni el calor seco del mediodía en Los Angeles, California, donde vive desde hace 45 años, haciendo lo que sabe hacer mejor: convirtiendo sonidos en una canción.
Como ingeniero, ha trabajado en discos tan memorables como Bad, de Michael Jackson, o Private Dancer, de Tina Turner. Ha colaborado con Chicago, Barbra Streisand y Carole King. Lo ha hecho para artistas brasileños (Djavan, Milton Nascimento), italianos (Andrea Bocelli, Laura Pausini) y chilenos (Myriam Hernández, La Ley). Gatica ha trabajado en su propio estudio y también como empleado; al principio, era empleado de un estudio que ya no existe, MGM. Era comienzos de los 70 y empezaba como asistente (del ingeniero en sonido Val Valentin) y sirviendo bebidas (a Duke Ellington, la leyenda del jazz). Se convirtió en sonidista el día en que el ingeniero de planta se ausentó de una grabación y el productor que estaba a cargo (Don Costa, el mismo que producía a Frank Sinatra) lo eligió a él para reemplazarlo. El joven Gatica -veintipocos años- se atrevió.
El resto es historia, como dicen: sus triunfos están sobre la mesa, aunque en su caso no es exactamente así. Esta mañana de fines de noviembre, los triunfos de Gatica están sobre un piano de cola que hay en su cabina de grabación, donde ha colocado 16 gramófonos miniatura, para que podamos hacer unas fotos. Ocho de esos son Latin Grammys; el resto son Grammys sin apellido. En nueve de ellos aparece como productor.
Meticuloso, Gatica los lustra, con una toalla blanca. Tiene 62 años y anda de bluyines y suéter azul. En la orilla del mentón, una barba mínima, bien recortada, con forma de triángulo. Es canoso y bronceado, de un bronceado casi milagroso, porque trabaja varias horas y en su estudio no hay ninguna ventana. Hay alfombras, paredes acolchadas, cortinas rojas y espesas. Pero toda la luz es eléctrica.
Los discos de oro y platino que ha acumulado están repartidos entre el baño y un pasillo que comunica la cabina con la sala de mezclas. Hay una placa conmemorativa del primer millón de copias de Amore, de Andrea Bocelli. Otra celebra los seis millones de Bad. Más allá, una que celebra los 10 millones de Falling into you, el disco de Celine Dion.
Era otra época, la época de los discos.
Una época que fue acabándose sin que nadie se diera tanta cuenta, cuando comenzaron a declinar las ventas, de a poco, y también los royalties que recibían artistas, ingenieros, productores.
Sentado al piano, Gatica cuenta que los cambios lo tomaron por sorpresa:
-Si tú en una época estabas aquí, y eras un afortunado, de repente te sacaron la alfombra debajo de los pies y te caíste de panza. Heavy. Eso afecta. Tuviste que recurrir a lo que en algún momento pusiste en un bolsito.
Apoya una mano sobre el piano. Dice:
-No es fácil desplomarte del cincuentavo piso y ponerte a funcionar en el décimo.
De fondo se oye el sonido de la canción en la que está trabajando ahora. Es un cover de Rod Stewart, para una versión musical de Peter Pan, producida por Mall Plaza, que se estrenará el 11 de enero en Mall Plaza Norte de Santiago.
Gatica está puliendo la mezcla, junto a Martín Nessi, chileno, ingeniero de audio. Nessi anda con parka, porque en el estudio hace frío. Lo de la temperatura es a propósito. Con frío no da sueño. Con frío y luz eléctrica, uno nunca sabe qué hora es.
Fo-re-ver young, suena el coro de la canción.
Sentado al piano, bajo un reloj de neón, Humberto Gatica dice:
-Nada dura forever. No existe eso. ¿Me entiendes?
Entrar en trance
Antes, mientras le sacaban fotos, puso una canción. Puso, como si fuera una broma, Cuando nadie me ve, de Alejandro Sanz.
Al principio, no se oye nada más que un piano y silencio. Luego aparece la voz de Sanz, cruda. Es una voz raspada, medio aguardentosa, y se oye al centro, sin competir con el piano ni los demás instrumentos.
La producción la hizo Gatica, junto con el resto del Unplugged, que ganó un Latin Grammy al disco del año. Un crítico del Los Angeles Times escribió que su trabajo "acentuaba el impacto emocional de las canciones de Sanz, con sus arremolinados crescendos y letras que divagan eternamente". Su producción, explicaba la reseña, "permitía que su voz grave mostrara algo de la fuerza cruda y rústica flamenca".
Si hay algo que define su estilo, es eso. Como productor, Gatica organiza todo en función de la voz, me cuenta Nessi, el ingeniero de audio. Dice que hace lo mismo cuando se pone a trabajar en una mezcla:
-A veces yo trato de irme, de dejarlo solo, porque es como que entrara en un trance. Se pone a cantar, canta con el cantante, se aprende el fraseo, y con el dedo va moviendo los faders, que son los que controlan el volumen, acentuando cosas que le dan más emoción a la interpretación. Porque si todo está al mismo volumen, la música no vibra, no te hace sentir cosas.
Gatica tiene el mismo cuidado a la hora de capturar el canto, como hace este fin de semana en Los Angeles, con el grupo de actores y cantantes chilenos. Sentado frente a su consola, micrófono en mano, le habla a la cabina, directo a los audífonos de la cantante Daniela Castillo.
Misma toma, varias veces:
"Una más", la anima.
"Eco. Perfecto", dice cuando repite la frase.
"Esta sí que es la última", pide.
Antes había sido el turno del actor Augusto Schuster, quien cantó una misma línea por lo menos 30 veces. Cuando finalmente salió de la cabina, garganta apretada, Gatica lo felicitó de un abrazo. Había terminado su trabajo; "por ahora", dijo. En realidad, Schuster tendría que volver a cantar la línea, pero eso el productor se lo calló en ese momento. Schuster tenía hambre y quería tomar un poco de aire. Partió.
La memoria del tío
Los artistas se van, se mueren, se jubilan, se cansan, pero en las grabaciones sus voces quedan como sonaron en ese momento, de la misma edad para siempre. Por eso es curioso que Gatica diga: "Nada es forever".
Él, que se dedica a capturar instantes de voz.
La voz de su tío Lucho Gatica, por ejemplo. A fines del año pasado, estrenó el disco Historia de un amor, donde cantó boleros emblemáticos, a dúo con diferentes artistas. Como productor del disco, Humberto consiguió capturar momentos donde la voz de su tío sorprende, pero no le tuvo miedo a capturar eso otro, lo del adiós.
-Lástima que el disco no tuvo el éxito que debería haber tenido.
-¿En qué sentido? ¿De ventas?
-En todos los sentidos de la palabra. Ventas hoy día, imagínate: son regalos de Dios, las ventas son rarísimas. Pero era un disco que se merecía el reconocimiento de la gran labor que él hizo a su edad, porque Lucho lo cantó a los 80 años. Obviamente no es la voz, la afinación y la claridad que tenía a los 23, absolutamente no, pero en el disco se preservó su integridad hasta la última nota que grabó.
-Probablemente es el último.
-Lo es. Para mí era su último tren, indudablemente.
-¿Cómo era eso? ¿Mostrar una voz que se estaba despidiendo?
-Por eso te digo. Era importante que el disco tuviera su integridad. La voz nunca se escondió, ni se puso detrás de las sombras, ni hubo un artista que lo aguantaba de la mano. No, no. Era muy paralelo.
-Es bonito eso.
-Y lo pasamos bien. Yo no hubiera permitido ser parte de un proyecto de Lucho Gatica sin haber estado a cargo de la producción de su voz. ¿Razones? Porque entiendo el tratamiento que se merece. Luego, técnicamente, sé cómo amplificarla y desarrollarla en la mezcla final. Y finalmente tengo la paciencia que viene del cariño. Había días donde todo se convertía en talla. Él hacía unos ejercicios vocales que nos moríamos de la risa, unas maniobras con su garganta, para relajar las cuerdas. Entonces, la conversación se volvía más de hombres. Hacíamos tallas, en ese sentido.
-¿En el tercero y el cuarto?
-Claro. El triple equis. Pero el tío lo pasaba bien, aunque hubo un tiempo donde se me cansó también. Me sacó las pistolas.
-Me lo imagino cascarrabias, ¿es así?
-Sí, aunque yo me lo daba vuelta rápido con la sonrisita y las tallas. Pero un día me sacó las pistolas y se fue. Me voy. Ya no más. Tiró la toalla.
-¿Por qué?
-Cierta frustración de no poder hacer lo que hacía antes. De repente la voz tenía una carraspera y había notas que no le salían. Le pasa a todo el mundo. Hay días buenos para un cantante y hay días horribles.
-¿Le parece que en Chile se lo valora lo suficiente?
-Pienso que sí, porque siempre se lo recuerda, se le hacen homenajes. De alguna manera, están afinados con Lucho. Pero así pasa.
Suspira.
-Hoy la música está en un lugar muy particular. No hay esa nostalgia, esa cosa. Todo lo que tiene seis meses ya está afuera, está viejo. Pero pienso que Chile se ha portado lindo con el tío.
-¿Y cómo está él de salud?
-El tío está perfecto, pero tiene problemas de memoria. Tiene sus zonas oscuras. Tiene black outs.
-¿Pasó mientras estaban grabando?
-No. Esa cuestión nunca se manifestó ahí. Fue cuando se acabó la grabación. Pasó un año y de ahí, ¡bum! Está bien, pero de repente tiene esos black outs. Como le pasó a Frank (Sinatra).
Sueño americano
Entre la cabina de grabación y la sala de mezclas hay un vidrio. Gatica canta a este lado de la ventana. Así dirige a músicos y cantantes. No les dicta notas ni les habla con palabras técnicas. Canta nomás.
-Pero solo de este lado del vidrio -dice él.
Pese a que tiene un vozarrón poderoso y "los mejores oídos de la industria" (según Michael Bublé), nunca pensó ser músico ni cantante. No lo pensó, aunque creció rodeado de voces e instrumentos. La cosa iba más allá de sus tíos, Lucho y Arturo. También sus abuelos cantaban, en una cantina que tenían en Rancagua, acompañados de un piano y un arpa, que afinaban ellos mismos, aunque nadie sabía de quintas ni octavas.
El Humberto Gatica adolescente tocaba la guitarra. No quería formar una banda; lo que le interesaba era el sonido del instrumento, la manera en que las cuerdas reverberaban en el baño de la casa de su abuela, donde se encerraba a tocarla.
En esa época quería ser futbolista. También quería irse de Chile.
Su papá había muerto cuando él tenía 9 años. Su mamá encontró un trabajo, pero quedaba lejos de Rancagua.
-Para poder sustentarnos, la mamá partió al norte de Chile. Ella cocinaba muy rico, entonces conseguía trabajos en una concesión de una compañía que construía caminos. Cómo iba a andar yo por allá, si tenía que ir al colegio.
-¿Y se acuerda de su padre? ¿De su voz, por ejemplo?
-Yo tengo recuerdos muy limitados. Parece que bloqueé muchas cosas. Mi papá tuvo una enfermedad que le cambió la forma de ver las cosas, de poder aceptarlas, se puso amargo. No sé qué le pasó, pero de a poco el papá empezó a perder su poder y fuerza en las manos, y eventualmente se le paralizaron los brazos.
Dice, después de una pausa:
-Entonces, cuando tú me preguntas si me acuerdo de la voz de mi padre; uf, no. Me acuerdo del rechinar de dientes cuando le molestaban las cosas. Me acuerdo de su mirada, fuertísima. ¿Me acuerdo de su risa? No me acuerdo. Puedo sentir el sonido de la risa de mi mamá en mi cabeza. De mi papá, no.
Se fue a vivir con su abuela, después de que falleciera su papá, y su mamá partiera al norte. Y cuando murió su abuela, quiso irse a Los Angeles. Irse a qué, no sabía; tenía 16 años. Se fue con un primo, con poca plata y se puso a trabajar en lo que pudo al llegar. Estacionó autos y manejó una grúa horquilla.
Al estudio de MGM llegó por casualidad, de la mano de su tío Lucho Gatica, que andaba de visita en Los Angeles. Ahí descubrió el mundo de la producción de música. Ahí dijo:
-Este es el lugar. This is the place.
-Cuando llegaste a Los Angeles todavía no sabías que querías ser productor.
-No po'. Pero quería trabajar en América, ganar dólares y poder sustentar a mi madre. Quería tener una casa, ser alguien.
Hizo todo eso.
-Tuve la suerte de ser parte de un período, donde era normal que un artista vendiera 12, 14, 30 millones de copias, en las producciones donde yo participaba, como productor o ingeniero. Una Celine Dion. Un Michael Jackson.
Hoy no es lo mismo. Este año, en Estados Unidos, un solo disco ha logrado alcanzar los 10 millones de copias.
-La música cambió.
-¿Y usted? ¿Tuvo que cambiar su estilo de vida?
-Más que cambiar mi estilo de vida, tuve que controlarlo.
-¿Por ejemplo?
-Cualquier desarreglo. Lo que fuera. Si algo costaba dos dólares, no te importaba pagar 200. Ya no. Y muchas cosas que dijiste, "te lo hago gratis porque eres mi amigo", tuviste que dejar de hacerlas.
-¿Cómo se inserta en este nuevo modelo de industria?
-Es otro tipo de negocios. Ahora tienes que buscar talento. El negocio ya no está solamente en hacer la producción. Si vendes un CD, es la frutilla de la torta. Yo como productor no quiero cuatro ni cinco puntos. Quiero un pedazo de este individuo, de este artista.
Eso es lo que está intentando hacer con su sello, Lion Share Music. Me dice que no ha despegado tanto como le hubiese gustado, pero que sí han descubierto nuevas voces. Un ejemplo es el cantante Josh Groban.
Además del sello, sigue dedicado a la producción, tiempo completo. En Estados Unidos producirá para el mismo Groban. También un disco para Gloria Trevi, quien estuvo esta misma semana grabando en su estudio. Y en el futuro, el nuevo álbum de Andrea Bocelli.
Tiene suerte. Me cuenta que conoce a muchos ingenieros sin empleo. Muchos, también que, en vez de hacer discos, están trabajando en televisión, haciendo ingeniería de sonido para un show con aplausos.
-¿Y cuál sería su límite?
-Yo he hecho producciones de artistas que no conoce nadie. No es que Humberto Gatica solamente trabaje con los grandes. Pero si el negocio se complicara, ¿qué podría hacer? Yo soy un buen líder. Soy un buen cabecilla. Tengo la habilidad de poner gente junta y crear resultados. Yo podría ser mánager, fácil.
-Artistas chilenos. ¿Le gustaría trabajar con alguno en particular?
-En este momento no estoy ciento por ciento al día de lo que está pasando en Chile. Pero me gustaría hacerlo.
Su ancla en Chile
Ese día que grabó con los chilenos, la sala de mezclas estaba más iluminada que la cabina de grabación. Se supone que la ventana entre ambas es para que cantante y productor puedan mirarse. Pero por la diferencia de luz, Gatica se reflejaba en el vidrio, por lo menos desde el ángulo que lo estaba mirando.
Después me dice que sí, se refleja.
-Uno inyecta esas emociones en la música. Siempre lo he dicho: cada vez que estoy pasando por una etapa de mi vida, el que más se beneficia es el artista.
-¿A qué se refiere?
-La etapa de Bocelli, por ejemplo, cuando se hizo el álbum Amore. Estaba pasando por una etapa muy heavy en mi vida. Muy bella en muchos aspectos. Y al mismo tiempo había sentimientos confusos. Es algo muy privado, muy mío. Algo extraordinario y triste a la vez. Pero bueno, el que se benefició al final fue la música, las canciones. Por ejemplo, "Solamente una vez" (se refiere a la versión de Bocelli del bolero). Escucha la letra y te podrás identificar con lo que te estoy tratando de decir.
-¿Estaba enamorado, entonces?
-Tú verás qué palabra ocupas.
El último día, cuando nos sentamos al piano, le pregunto cómo está ahora él.
Se lo pregunto, porque mientras hemos estado conversando, Gatica se ha ido encogiendo, cerrando los ojos, pasándose la mano por la frente, como si le doliera la cabeza. No le duele, me dice. Me insiste en que se siente súper bien.
-Cuando no está acá, ¿qué hace?
-Hago un poco de deporte, trato de vivir mi vida. Pero soy un trabajólico y los días no pasan en vano. A veces, mi trabajo me impide poder estar en lugares y momentos que son críticos en la vida de mis seres queridos. Eso tiene un precio. Pero, bueno, cada día trato de poder mejorar las cosas y disfrutar un poco más lo que pasa fuera del estudio.
-Cuando llega a su casa y se toma un trago, ¿qué música pone?
-Nada. En mi casa yo no toco nada.
-¿Puro silencio?
-Es que es muy poco el tiempo que paso en mi casa.
-¿Solo duerme ahí?
-En otras palabras. Y momentos aquí y allá. Es lo que te digo. La vida pasa.
Suena el coro de la canción que está produciendo, en el estudio frío, sin ventanas.
Fo-re-ver young, se oye en la cabina, donde estamos conversando.
Hubo un tiempo en que Humberto Gatica no quería saber nada de Chile.
-A ver, déjame retroceder. Yo quería irme y lo hice. Pero tenía latente la idea de que algún día iba a volver. Piensa que llevo 45 años en este país y te hablo más chileno que cualquier chileno.
-Iba a volver. ¿Y qué pasó?
-Yo creo que sí volví.
-¿Cómo?
-Tengo una hija en Chile. Una hija bella. Se llama Lorenza Sofía Gatica. Por eso te digo, volví. Porque estoy muy anclado todavía. Y esa hija es producto de cosas lindas, de todo lo bueno.
El negocio de la música cambia, pasan de moda los boleros, se venden menos discos. "Nada dura forever", había dicho Gatica. Pero hacia el final, habla de su hija y se desdice. Es como las voces que graba en sus canciones:
-Eso jamás tendrá fin.
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