El Mercurio
La muerte del "Duque Blanco" deja un vacío en la música, en las artes plásticas, en la moda, e incluso en la tecnología, ámbitos que se alimentaron por 50 años del ingenio y creatividad de una de las mentes más brillantes que haya dado la cultura popular.
Felipe Ramos
Ayer, uno de los mensajes más repetidos en Twitter decía "si estás triste, solo recuerda que el mundo tiene 4.543 billones de años y tú, por alguna razón, lograste existir al mismo tiempo que David Bowie", retratando la importancia del músico, actor, forjador de internet, diseñador y gran innovador de nuestros tiempos que lamentablemente falleció la madrugada de ayer, dejando a millones de fans con un vacío que difícilmente otro artista logrará llenar en el futuro cercano.
David Robert Jones dejó de existir en Nueva York a los 69 años producto de un cáncer contra el que combatió durante 18 meses. Esa misma enfermedad que hace pocos días había dado cuentas del líder de Motorhead, Lemmy Kilmister, y que sin misericordia se ha llevado a ídolos, abuelos, padres, hermanos e hijos. Cáncer 2 - Rocanrol 0. Aunque aún no se sabe qué órgano fue el afectado, por años Bowie fue un fumador empedernido, lo que sin dudas repercutió en su salud. Ya en 2004 había tenido un preinfarto que lo llevó a retirarse de los escenarios, y desde entonces poco se sabía de su estado, aunque el lanzamiento de "Blackstar", justo el pasado viernes, y el anuncio de diversos proyectos hacen suponer que estaba lleno de planes. Ahora sabemos que tenía esa urgencia propia de quien sabe que va a morir, pero que aún tiene las energías como para no entregarse antes de terminar su misión.
David Jones puede que esté muerto, pero nadie podrá decir que David Bowie se ha ido. Porque él fue más que un personaje creado por un artista demasiado temeroso como para subirse a un escenario sin usar una careta, sino que es un concepto, un impulso, una estrella guía. Como bien sabemos, las ideas difícilmente mueren.
Ziggy Stardust, Aladdin Sane, el Duque Blanco, todos fueron versiones de él mismo y dieron permiso a generaciones enteras para soñar con que se podía ser otro. En la gris Inglaterra de comienzos de los setenta fue él quien les dio una mano a miles de jóvenes que querían ser más libres y que no se sentían cercanos a la generación de sus padres. "No están solos / Denme sus manos porque son maravillosos", les decía a sus fanáticos en "Rock and Roll Suicide", de 1972, abriendo la puerta entre él y su público, uno de adolescentes inadaptados, nerds, solitarios, raros, o simplemente aburridos; uno que luego derivaría en estrellas del punk, el new romantic y el pop.
Bowie fue uno de los primeros artistas en transformar el rock en espectáculo, donde las vestimentas tenían la misma importancia que la música, y el teatro kabuki y la mímica daban paso a verdaderos cuadros plásticos sobre el escenario. Antes que él, los músicos tocaban en vivo; tras él impactaban, dejaban huellas, transformaban vidas. No solo cambió las de quienes lo vieron en sus conciertos, sino también las de muchos artistas. Si no fuera por su capacidad por captar nuevas tendencias, habrían sido muy pocos los que habrían oído hablar de Lou Reed, The Velvet Undergound o de Iggy Pop y sus Stooges. Fue él quien los escuchó y decidió hacerlos conocidos en Gran Bretaña, dándoles el impulso para transformarse en íconos mundiales. Bowie también grabó dos canciones de un entonces desconocido Bruce Springsteen, y luego tocó con guitarristas como Adrian Belew, Nile Rodgers y Stevie Ray Vaughan. En los 80 habló maravillas de Pixies, se codeó en los noventa con Nine Inch Nails y en los 2000 impulsó las carreras de Arcade Fire y TV on the Radio. Siempre sus ojos (de distintos colores) estaban bien puestos y listos para entregarnos los mejores datos sobre las bandas o músicos que había que escuchar.
Todo melómano tiene un momento Bowie. Algunos prefieren su época folk de comienzos de 1970 o la era glam de Ziggy. Los más conocedores suelen hablar de la trilogía de Berlín como su mejor momento, mientras quienes gustan de los éxitos radiales prefieren a "Ashes to ashes" y "Let's dance", de los 80. Tampoco se puede descartar su época industrial junto a la banda Tin Machine o el dance electrónico post apocalíptico de "Outside" y "Earthling". Y qué se puede decir de su regreso con "The Next Day". Él hizo todo. Tomó prestado e inventó. Cuando para el resto de los artistas era 1978, para Bowie era 1998, o hasta el 2008. Así de adelantado siempre estuvo, y eso lo prueba el que ninguno de sus discos se escucha anticuado.
Las canciones de Bowie muestran una genialidad que pocas veces se ha dado en la música popular. Más que compararlo con sus congéneres, es necesario ir a compositores como Mozart, Beethoven o Debussy para adentrarnos en su mente creadora. "El Camaleón" nos entregó una discografía de canciones repletas de melodías escondidas y subliminales, capas tras capas de sonidos que son como pinturas que se revelan a medida que uno se acerca a ellas. En palabras del propio Bowie en 1998, "para un artista, lo más importante es hurgar entre los escombros de una cultura, ver aquello que ha quedado olvidado o no se ha tomado en serio. Una vez que se ha clasificado y aceptado algo, pasa a formar parte de la tiranía de las tendencias al uso, y pierde su fuerza. Para mí, ha sido siempre así: lo peor para la propia libertad es sentirse encasillado".
Actitud Bowie
Si hay algo que no existe en la carrera de Bowie, es la estabilidad. Esa obsesión por el cambio, combinada con un aire de carisma, superioridad intelectual y eterna curiosidad hicieron de él un personaje sumamente complejo. No por nada cantantes como Annie Lennox o la actriz Tilda Swinton tomaron esos mismos componentes para crear sus propias personas y luego evolucionar en sus carreras. Al igual que ellas, los fanáticos de Bowie han ido sacando actitudes suyas para construir sus identidades. Hace años leí a un escritor que decía que cada vez que estaba enfrente de una situación o persona nueva pensaba cómo actuaría o qué diría él. Así de importante ha sido para sus seguidores.
Si hay algo que agradecer a David Bowie, son sus canciones, pero también haber transformado a quienes lo escucharon en héroes, estrellas de rock espaciales, duques, cantantes de soul blanco, marcianos y piratas. En gente libre. Con él descubrimos a escritores como William Borroughs o artistas como Irving Berlin o Ryuichi Sakamoto. Su visión hizo del rock un desfile de modas a la vez que volvió la moda algo más fascinante que la ropa. Entre "Fashion" (moda) y "Fame" (fama) hizo de las vidas de sus seguidores algo mucho más interesante y los impulsó al cambio, a no quedarse encasillados en un estilo. Por él estuvo bien ser el diferente, el solitario.
Mientras el mundo llora, los mensajes de condolencias colman las redes sociales y la puerta de su edificio en la calle Lafayette de Nueva York se repleta de flores, despedimos a David Jones, porque David Bowie no ha muerto. Simplemente ocurre que su cuerpo terrenal ya no está con nosotros, pero puede ser que quizás nunca lo estuvo. Lo que es seguro es que alguien así, como algunos dicen, no es de este mundo.
Fanáticos en todo el mundo lloraron a su ídolo
En Brixton, barrio al sur de Londres donde el artista creció, se improvisó uno de los altares más masivos. Sus seguidores también lo homenajearon en su casa de Nueva York y en Berlín.P.C. F. y M.C. F.
Millones de fanáticos despidieron ayer a David Bowie, pero fue Brixton, barrio ubicado al sur de Londres y donde David Robert Jones comenzó a soñar con convertirse en artista, uno de los lugares preferidos por sus seguidores para darle el último adiós. Allí, en una pared contigua a un supermercado de Tunstall Road, se encuentra el mural que el artista australiano Jimmy C (James Cochran) pintó inspirándose en el álbum "Thin white duke". La imagen rodeada de flores, velas, mensajes y fotografías se transformó ayer en una de las postales que dieron la vuelta al mundo.
En ese lugar, las muestras de pesar se repitieron durante toda la jornada de ayer. "Todos lo querían. Es un día de tristeza", comentaba ayer Julia, una vecina del barrio mientras contemplaba la escena. Otro fanático llamado Charlie agregaba que el artista no solo fue un pionero en la música sino también en la defensa de la diversidad sexual. "Él representa mi juventud, el desafío a los estereotipos sobre el sexo. Para los gays, era una luz que nos guiaba y nos daba esperanza", dijo.
Frente al cine Ritzy, ubicado en la misma zona, una gran multitud con guitarras, velas y sus caras pintadas repletaron las calles aledañas durante todo el día de ayer para rendir un homenaje al fallecido londinense.
La casa en que actualmente vivía el artista en Nueva York también congregó a los fanáticos. Hasta el frontis del edificio de calle Lafayette 285, donde el músico pasó sus últimos años, los seguidores llegaron a rendirle tributo en silencio y retirarse minutos después sin hablar con la prensa. En paralelo, otra horda de seguidores optó por dejar sus mensajes de despedida sobre la estrella que el artista tiene en el Paseo de la Fama, en Hollywood Boulevard.
Finalmente, otro de los más sentidos homenajes al artista se desarrolló en Berlín, hasta donde Bowie llegó en 1976 desde Los Angeles, aburrido de los excesos y la fama. En esa ciudad, aún marcada por la guerra, fue donde compuso una trilogía de álbumes revolucionarios: "Low", "Lodger" y el emblemático "Heroes", grabado en los estudios Hansa. Precisamente por este último disco el Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania no dudó ayer en publicar en su cuenta de Twitter sus agradecimientos al artista por haber "ayudado a derribar el muro".
La discografía esencial de un genio revolucionario
Del folk al jazz, del glam a lo industrial, David Bowie, artista inquieto y en permanente evolución hasta el final de sus días, le entregó a la música mucho más que rock y pop para las masas.
José Vásquez
La vuelta nunca es demasiado larga en la música popular, pero en su último disco, "Blackstar", David Bowie quería evitar el rock para sumergirse en el jazz, a su medida, claro. Los convencionalismos nunca lograron el timbre del denominado "duque blanco".
El cantautor, que comenzó su carrera en 1967 con un disco homónimo, entonces ya daba pistas del pop espacial que vendría luego. La llegada del hombre a la Luna lo entusiasmó a pintar los paisajes que cantó en "Starman", época donde ya adaptaba sus cuerdas vocales a la experimentación.
La música no tenía fronteras para el cantante. Tampoco su nombre. En los setenta, cuando tampoco administraba márgenes en lo sexual, decidió crear un alter ego para seguir un recorrido planetario que había iniciado con "Space oddity". Bowie se envolvió en el personaje que llamó Ziggy Stardust (1972), y junto a los Spiders from Mars, su banda, se embarcó en un viaje a ritmo de glam rock -que explotaba en la segunda mitad del álbum, entonces, el lado B-, donde representaba a un extraterrestre bisexual que se convertía en una estrella de rock.
Canciones como la homónima de su personaje, "Suffragette city" y "Rock'n'roll suicide", le entregaron vértigo y una creciente popularidad a una discografía que continuaría con "Aladdin sane" (1973) y canciones como "The Jean genie", "Let's spend the night together" -que tomó prestada de su amigo Mick Jagger de los Rolling Stones- y "Rebel, rebel", publicada en "Diamond dogs" (1974).
El próximo viraje apuntaría al funk, al soul y a la conquista de Estados Unidos. Con "Young americans" (1975) consiguió su primer número uno en ese país, gracias a "Fame", que compuso junto a John Lennon y "Golden years", que apareció en "Station to station".
Todo continuaría con su trilogía grabada en Berlín junto a Brian Eno, con "Low" (1977), "Heroes" (1977) y "Lodger" (1979), donde se volvió a entregar al rock más experimental que dejaría en los ochenta para probar con el new wave gracias a canciones como "Ashes to ashes", de "Scary monsters" (1980).
La masividad la alcanzó con "Let's dance" (1983) y temas como "Modern love" y "China girl", producidos por Nile Rodgers de Chic. Los golpes de timón nunca se detuvieron. Volvió al rock en "Never let me down" (1987) y comenzó a coquetear con la electrónica en "Black tie white noise" (1993), tras dejar atrás a Tin Machine, con los que vino por primera vez a Chile en 1990. Todo se intensificó en trabajos como "Earthling" (1997) que endurecieron su electrónica hasta volverla industrial. Una fábrica infinita de inspiración.
Sus obras secretas
No era un mito, pero se transformaba en tal cada vez que alguien comentaba tener un avistamiento suyo en Nueva York. David Bowie desapareció de la vida pública prácticamente en 2004, luego de que su corazón lo llevó a urgencias cuando se encontraba de gira en Alemania. Tras la operación, muy poco se supo de él.
La última vez que cantó frente al público fue dos años más tarde, para una actuación benéfica. Después de eso, aunque su nombre nunca perdió relevancia, su figura se asemejó a la de un fantasma dentro de la Gran Manzana, pese a que nunca dejó de ser un ciudadano de Manhattan.
Desde entonces hubo muchos trascendidos sobre su estado de salud, pero nunca una certeza sobre lo que en realidad le pasaba. El círculo de hierro del cantante se fundía a fuego para resguardar cualquier información.
Ya en 2013 sorprendió avisando, en el día de su cumpleaños, que lanzaría un nuevo disco, "The next day", una idea que planificó repetir este año con "Blackstar", su última obra estrenada el viernes pasado, pero una grieta dentro de su seguridad arruinó la planificación dos meses antes.
Pese al descubrimiento, otra vez el fantasmal Bowie lo había logrado: cocinar en secreto un nuevo disco en pleno Nueva York. La historia de "Blackstar" comenzó luego que el músico fuera invitado a ver un show en el 55 Bar, un añoso club de jazz en el West Village. Sorprendido por su calidad, contactó por correo electrónico al cuarteto liderado por el saxofonista Donny McCaslin y se encerró con ellos en el estudio The Magic Schop, a comienzos de 2015, cuando ya batallaba contra el cáncer.
Tal vez consciente de que su final se acercaba, Bowie encaró uno de sus trabajos más oscuros. Evadiendo el rock, se adentró en una obra que hoy cobra un sentido todavía más confesional. Su último videoclip, para el single "Lazarus", lo muestra levitando sobre una cama donde antes había comenzado cantando: "Mira hacia arriba, estoy en el cielo, tengo cicatrices que no pueden ser vistas", dos líneas que se leen demoledoras tras conocer su final.
Su interesante faceta como actor en cine
Fernando Zavala
El éxito frente a las cámaras ni se acercó al que obtuvo en la música, pero la carrera como actor de David Bowie está muy por encima de la de tantos cantantes que también saltaron a la pantalla. Lo suyo no fue lo mismo que Elvis o Michael Jackson, sino que fueron treinta años en que destacaron personajes llamativos en influyentes proyectos a las órdenes de directores fundamentales. Películas que, muchas veces, fracasaron en su estreno inicial y que han necesitado el paso del tiempo para ser apreciadas y valoradas.
Se debut en cine fue junto al director Nicolas Roeg en la cinta de ciencia ficción "El hombre que cayó a la Tierra" (1976), donde interpretó a un extraterrestre. En 1983, bajo la dirección de otro grande, el japonés Nagisa Oshima, protagonizó "Furyo", donde fue un prisionero de los japoneses durante la II Guerra Mundial. Ese mismo año, Tony Scott lo convocó para la cinta de vampiros "El ansia", en la actualidad una verdadera pieza de culto. Allí actuó junto a Catherine Deneuve.
Ninguno de los filmes anteriores funcionó en la taquilla. Su mayor éxito fue la cinta familiar "Laberinto", dirigida por el creador de los Muppets, Jim Henson. Allí interpretó al tenebroso rey Jareth.
Fue Andy Warhol en "Basquiat" (1996), la cinta independiente de Julian Schnabel sobre el artista Jean-Michel Basquiat. Su último rol de relevancia fue en 2006 en una de las películas menos populares de Christopher Nolan, "El gran truco", donde interpretó al inventor Nikola Tesla.
Bowie también tuvo llamativos cameos en cintas como "La última tentación de Cristo" (1988) -en donde fue Poncio Pilato-, "Twin Peaks: El fuego camina conmigo" (1992), la comedia "Zolander" (2001) y la cinta juvenil "Bandslam" (2009), donde se interpretó a sí mismo y fue su último rol.
Su legado en cine no termina ahí. Su hijo, Duncan Jones, es un aplaudido director de cintas como "Moon" y "8 minutos para morir".
Otro acercamiento al cine: Todd Haynes basó en él un personaje para la película "Velvet Goldmine" (1998), que retrataba una relación emocional y física entre dos estrellas de la música en los 70 (la otra, interpretada por Ewan McGregor e inspirada en Iggy Pop). Pero al artista no le gustó el retrato y amenazó con demanda. Así, Haynes alteró el personaje para aumentar sus diferencias.
El hombre que se veía a sí mismo como una obra de arte
Javier Contreras
"Todo arte es inestable. Su significado no es necesariamente el implicado por el autor. No hay una voz de autoridad. Solo múltiples lecturas", dijo en 1995. Esa cita inspiró el concepto detrás de "David Bowie is", retrospectiva de su multidisciplinaria carrera que vio la luz el 23 de marzo de 2013 en el Victoria and Albert Museum de Londres y que ha recorrido los principales espacios de arte moderno del mundo.
"Soy un actor. Toda mi vida profesional es un acto", dijo alguna vez. Si incluso su muerte vino acompañada de una "performance" a través del lanzamiento de "Blackstar", no extraña que el título de la exhibición sea una oración incompleta, donde cada uno pueda tener su propia lectura de la obra "David Bowie".
Una creación que no solo bebió de la música, tal como lo demuestran las más de 300 piezas que conforman la muestra y que abarcan desde la moda, al diseño teatral, la pintura y la fotografía. "Si tenía un obstáculo creativo en la música que estaba haciendo, a menudo lo destrababa pintando o dibujando", afirmó en 1998.
Su propósito -decía- era entregarle un paisaje a la música. Y en ese proceso, le dio la espalda a la "tiranía de lo establecido" y se fijó en los vanguardistas, en el surrealismo y Dada, en Brecht y en el expresionismo alemán; también en Warhol y en el teatro Kabuki. Ese apetito por el riesgo nunca lo abandonó, algo que quedó demostrado con el estreno hace un mes de "Lazarus", el musical que coescribió y que debutó hace un mes en Nueva York.
Nunca un artista proclamó con tanta vehemencia que la forma en que te ves es una manera de hablarle al mundo, por lo que su conexión con la moda fue siempre vigorosa, siendo uno de sus mayores admiradores el fallecido diseñador Alexander McQueen. Incluso, el dominio de la androginia hoy en la pasarela es prueba de ese influjo.
En Chile: "Ojalá apenas sea un artista contemporáneo"
David Bowie llegó a la escena capitalina en 1990 y 1997. La primera vez se presentó ante 15 mil personas y la segunda estuvo acompañado de su esposa, la modelo Imán.
Eduardo Miranda
La periodista Paula Véliz recuerda a Bowie como un hombre amable y sencillo. "Pensé que era un divo por toda la fama que tenía, pero fue todo lo contrario. Era muy culto y conversamos mucho de literatura". La actual editora de la revista Vivienda y Decoración recuerda así su encuentro con "El Duque Blanco", a horas de su primer concierto en Chile, el jueves 27 de septiembre de 1990 (en la foto).
Ante 15 mil personas y en el Estadio Nacional, Bowie apareció en escena luciendo una "camisa blanca con vuelos y chaleco sin mangas". Su primera canción fue "Space Oddity" y le siguió la que él presentó como "mi primera canción de amor": "Life on Mars?". Según la crónica del periodista Iván Valenzuela, "el público aplaudió respetuosamente, pero no deliró".
El segundo encuentro con el público local volvió a ser en el Estadio Nacional: el 5 de noviembre de 1997, unas 4 mil personas llenaron el Court Central, ante un Bowie -que esta vez vino con su segunda esposa, la modelo Imán- se mostró sonriente: "Llevo dos días en Chile y ya hablo castellano", dijo ante los aplausos. "No me veo como una especie de futurista. Ojalá apenas sea un artista contemporáneo. Si dejé algún legado es que la música puede apartar cualquier pensamiento ridículo sobre lo que se supone no debes hacer", declaró a "El Mercurio" en esa oportunidad.
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