sábado, junio 20, 2020

Isabel Parra: "“No queremos reconstruir el museo”"



El Mercurio

En febrero de este año, el Museo Violeta Parra, ubicado a pasos de la Plaza Baquedano, fue atacado e incendiado en tres ocasiones en medio del estallido social. Isabel Parra, hija mayor de Violeta, habla de su desolación por la violencia, de los años de trabajo recolectando la obra de su madre, de la controversia con los herederos de Nicanor Parra y de su discrepancia sobre cómo estaba siendo manejado el museo en el último tiempo: “Se fue convirtiendo en un museo fome”.
Por Antonia Domeyko

Cuando Isabel Parra se levanta por las mañanas durante estos días de cuarentena, lo primero que ve son los cuadros de su madre que tiene colgados en los muros de su departamento en Providencia.

—Veo un mono de la Violeta Parra ahí, bailando cueca en el living. Voy a la otra pieza y tengo otros monos más chicos, maravillosos. A mí me da mucha energía eso, ¿sabes? Me contenta en los momentos más desolados. Miro un cuadro de mi mamá y siento que ella está. Hay muchos monos que se parecen a nosotros, porque éramos sus modelos; también están los perritos, los quiltros que ella cuidaba en La Reina. Esos son mis tesoros. Es una cosa muy fuerte, muy linda. Es mi compañía.

Isabel Parra vive sola. Pero durante el confinamiento ha tenido cerca a su hija Milena Rojas, que vive en otro departamento en el mismo edificio, y a su mascota, un perro salchicha. También mantiene contacto telefónico con su hija Tita. Pero lo que más la acompaña, a sus 80 años, son las canciones, dice. En estos meses se ha dedicado a escribir y componer, reflexionando sobre la pandemia y el “estallido social truncando”, para el nuevo disco que está grabando junto a Manuel Meriño, que se suma a la veintena de álbumes que ha lanzado durante su extensa carrera.

Sin embargo, añade, lo que acapara la mayoría de sus pensamientos hoy es el Museo Violeta Parra. Este proyecto, que albergaba y exhibía una gran colección de la obra de la artista, que Isabel y su hermano Ángel habían recopilado por décadas, está cerrado desde octubre, luego de que detonara el estallido social. Unos meses después, en febrero de este año, en medio de las manifestaciones, fue incendiado y atacado tres veces consecutivas en un mismo mes. Las reiteradas llamas devoraron la infraestructura casi por completo.

—Lo que más me preocupa ahora es el destino de lo que fue el Museo Violeta Parra, del ex Museo Violeta Parra.

—¿Por qué exmuseo?

—Después de los incendios, en la última reunión de directorio, salí con esa idea. Para mí se acabó el museo. No existe.

El trabajo de juntar y recopilar la obra de Violeta Parra, dice Isabel, ha sido una labor que ella ha realizado continuamente a lo largo de su vida.

—La Viola era muy itinerante, hacía sus trabajos, y se iba de viaje, dejaba cosas aquí, cosas allá, y me tocaba a mí, siempre me tocó, ir detrás de las cosas, ordenarlas y guardarlas. Ella me decía de repente “qué bueno tener una secretaria”. Me parecía una frescura esa cuestión, porque yo no era su secretaria. Yo la ayudaba porque ella era mi mamá, porque yo la quería y porque había que ayudarla, simplemente. La palabra secretaria no me caía muy bien. Pero de cierta manera había que hacerse cargo.

Recuerda especialmente los años en que su madre trabajaba en el proyecto de un centro cultural en una carpa instalada en un terreno baldío cedido por el alcalde de La Reina.

—Le costó tanto a mi pobre madre hacer ese proyecto, que era un proyecto loco, descabellado. Cuando la cosa funcionaba, entre comillas, ella se iba a Bolivia, y dejaba todo ahí. Eran muchos cachos todo eso, porque mi hermano y yo éramos grandes ya, y teníamos una vida, pero así y todo estábamos siempre ahí junto a ella.

Tras la muerte de Violeta Parra, en 1967, Isabel, que entonces tenía 27 años, se quedó con varias de las obras de su madre, que más tarde guardó en su propia casa en Ñuñoa. Unos años después, luego del golpe militar, Isabel y Ángel partieron al exilio y se instalaron finalmente en París.

—Si nosotros teníamos que trasladarnos, nos trasladábamos con ese patrimonio. Pasaron las cosas más increíbles que yo te pueda contar para sacar en plena dictadura, hacia un destino de exiliados, parte importante de la obra visual de la Violeta Parra —relata.

Desde París, al igual que su madre, visitaba diferentes países cantando sus canciones, y en el camino buscaba obras que Violeta Parra había dejado en sus viajes por Europa. Recuerda que en una presentación en Ginebra, al llegar al camarín, se encontró con un mensaje en un papelito que decía en francés: “Yo tengo cuadros de Violeta Parra”.

—La Violeta había dejado también montones de pinturas en el taller de Ginebra, pensando que volvería a buscarlas. Y aparece este suizo milagrosamente para decir: “Tengo los cuadros de la Violeta”. Después, este señor nos los entregó. Tenía prácticamente todos los óleos que se han exhibido. Todo fue así, son años de trabajo, de espera, de energía, de andar preguntando, tocando puertas a personas que uno no conoce, que te dieron un dato.

De a poco, su departamento en París se comenzó a llenar de obras de su madre.

—Yo iba a la cocina a pelar papas y tropezaba con un cuadro de mi mamá. No era uno, eran cinco, 10 cuadros, además de los que tenía colgados (…). Tenía mi casa invadida de obras de la Viola. En el edificio había una bodeguita comunitaria con los otros propietarios, y yo la tenía llena de Violeta Parra con arpilleras, papel maché, cartas, manuscritos, etc. Estaba exiliada sin saber qué iba a pasar con todo esto.

En 1987, Isabel Parra regresó a Chile. Una de las razones, entre muchas otras, dice, era volver a hacer algo con el legado de su madre. Cuatro años después, en 1991, creó junto a su hermano Ángel la Fundación Violeta Parra.

—Creamos la fundación para proteger la obra. Nosotros lo vimos como una gran manera de protección, porque cualquiera cae en la tentación de querer vender.

—¿No han vendido alguna?

—Las hemos cuidado como si fueran hijos de nosotros. Jamás hemos vendido, creo que ni un monito ni un dibujo.

Tras la creación de la Fundación, en la mente de Isabel estaba el objetivo final de crear un museo.

—Me demoré cerca de 20 años en convencer a los gobiernos democráticos de lo importante que era tener un Museo Violeta Parra. De andar enseñándole a los chilenos quién era Violeta. Fue arduo. El nombre de la Violeta es muy querido y muy amado en todas partes del mundo. Chile es el país número uno para desconocer y estar ciego de las cosas que ocurren a los grandes artistas chilenos. Y a mí me tocó la pega chica, de andar cargoseando con la Violeta Parra.

En octubre de 2015 se inauguró el museo, construido con fondos del Estado y hoy financiado por el Ministerio de Cultura. Isabel y Ángel Parra donaron las obras al Estado chileno para la colección. Ella, como parte de la Fundación Violeta Parra, es la vicepresidenta del directorio del museo.

Aún Isabel sigue recibiendo contactos de personas que tienen cuadros y obras de su madre, y, dice, el museo ha comprado también algunas piezas que han ido apareciendo. Pero, asegura, hay parte del trabajo de Violeta Parra que está en la casa de su tío, el poeta Nicanor Parra, fallecido en enero de 2018.

—En su casa de La Reina se acumularon montones de arpilleras, de cuadros, que están ahí hasta el día de hoy. Quienes tienen la palabra son los hijos del tío. Ya todos están grandotes, no son los cabros chicos, tendrían que pronunciarse, y devolver lo que no les pertenece. Frente a la gran herencia que tienen, que se ha publicitado en todos los medios, estamos todos con la boca abierta de la mansa fortuna que hay ahí. Entonces, con mayor razón que devuelvan esos cuadros. Si bien tienen un valor económico, supongo, muy elevado, deberían volver a sus dueños. Y espero que ocurra.

Hace poco más de un mes se hizo público en varios medios un informe elaborado por el abogado interventor de la herencia de Nicanor Parra que indicaba que el patrimonio corresponde a $3.400 millones, además de cinco inmuebles, y que hoy está en medio de una disputa legal entre los hijos herederos.

—Usted presentó una carta formal pidiendo los cuadros, habló también de tomar posibles acciones legales.

—Acciones legales he tomado tantas veces en mi vida, que no me voy a meter en esa cuestión a esta altura. Yo apelo a la cordura, a la generosidad, a la comprensión y, en definitiva, apelo a no quedarse con lo ajeno. Así de simple. Yo tengo confianza en que en la medida en que se desenrolle el enredo que tienen los hermanos, que este patrimonio de cuadros de la Violeta Parra no pase a ser parte de la fortuna, bastante grandota, que se van a repartir.

—Se decía que Nicanor Parra le había comprado esos cuadros a Violeta.

—Es que hay todo tipo de cuentos. Hubo una historia de que “pobre Violeta que no tenía plata”. Esa es una falsedad total y absoluta. Los hermanos, el Nicanor con la Viola, siempre tenían historias de plata. La Viola, siendo una mujer pobre, le prestaba plata al hermano. Hasta yo me acuerdo en un momento que el tío Roberto llegó a mi casa y me dice que a Nicanor le estaban ofreciendo una casa muy barata en Isla Negra, pero que necesitaba unos dineros. Yo tenía mis ahorros y le presté, y el tío vino después y me pagó. Se prestaban plata los hermanos. Ellos tenían sus transacciones económicas privadas.

—¿Ha mantenido contacto con sus primos, los hijos de Nicanor Parra?

—Fui en una época muy amiga de la Catalina, era mi prima más querida. Ahora está en Nueva York, pero no escribe, no sé lo que pasa. Después de todos estos enredos mediáticos que han ocurrido con la familia Parra de ese lado, me imagino que es por eso. No tengo idea. Pero yo he conversado con la Colombina sobre este tema. Yo tengo su número y le he mandado recado, pero no me pesca, hasta el día de hoy.

Al lado del río/ donde se encontraba el corazón vivo de Violeta Parra/ queda el humo negro/ quemada la historia/ y el corazón vivo de Violeta Parra.

Es la estrofa final de una de las canciones que Isabel ha estado escribiendo en el último tiempo. Es de febrero de este año, cuando ocurrió el incendio del museo. Dice que cuando comenzó el estallido social tuvo sentimientos encontrados.

—Lo que me pareció muy dramático fueron los actos violentos. Todo lo que signifique destruir, quemar, romper, a mí me parece de una violencia que no soy capaz de justificar. No me gusta esa forma, para nada. Yo estoy desolada de constatar lo que ha ocurrido, pero al mismo tiempo estaba contenta con el estallido, por supuesto. Cuándo la gente iba a mostrar esta desigualdad chilena, esta injusticia, esta sociedad que vive a expensas de la explotación de otros, un país que desprecia las minorías, un país donde los hombres matan a sus mujeres, y la lista es muy larga. La gente aquí no tiene qué comer. Entonces, por supuesto que encuentro razonable que haya una explosión de reclamo. Cómo no.

Con el comienzo de las manifestaciones en Plaza Baquedano, en Vicuña Mackenna, a una cuadra de la plaza, el Museo Violeta Parra tomó la decisión de cerrar sus puertas. Y hasta hoy, ocho meses después, no ha vuelto a abrir.

—Se clausuró. Yo no estaba de acuerdo. El Museo Violeta Parra no tuvo ningún compromiso social durante esta revolución. No se proyectó el espíritu social de la Violeta, jamás.

—¿Cómo hubiese querido que fuera?

—Bueno, yo nunca pretendí ser la directora del Museo Violeta Parra, no tengo nada que ver con eso. No soy funcionaria pública y no ando buscando esa pega. Soy una mujer artista, que hace música (…). Como a mí no me tocó, las cosas que nosotros inventamos nunca se pudieron concretar, ideas que planteábamos. Yo creo que hay personas que podrían hacerlo mejor, que podrían tener otra visión. Por ejemplo, el centro cultural del GAM se la jugó a muerte con el estallido social y organizó miles de cosas. Claro, ellos tienen una gran infraestructura, pero el Museo Violeta Parra se cerró.

La noche del viernes 7 de febrero, Isabel Parra se enteró por la televisión de que el museo se quemaba en medio de una protesta. La infraestructura, que este 2020 cumplía cinco años desde su inauguración, se caía a pedazos. Las obras, por suerte dice Isabel, las habían retirado al inicio del estallido para resguardarlas.

—Cuando lo vi en la televisión, partimos con la Milena (su hija) de inmediato para allá. No hay nada peor que un incendio; esas llamaradas incendiarias, es como una guerra, como sentirse estropeada, humillada. Quemar un lugar de encuentro, un lugar creativo, que costó tanto hacerlo.

—Antes de que esto ocurriera, ¿usted pensó que podría llegar a pasar algo así al museo que representa a Violeta Parra?

—Viendo el desastre en el transcurso de los días, era como para pensar que se podía empezar a romper; rompieron vidrios, pero siempre con una esperanza estúpida de que no iban a tocar el Museo de Violeta Parra. La ingenuidad perfecta. Eso era lo que yo sentía.

Hoy hay una investigación en curso, pero Isabel dice que aún no ha tenido información de quiénes habrían originando el incendio. Al día siguiente del ataque, Carabineros hizo una declaración en la que indicaba que algunos testigos habían visto un grupo de encapuchados iniciar el fuego.

—Al lado del museo había un sitio baldío, que era como de guerra, ahí pasaban las fuerzas del orden, los encapuchados y los locos que quemaron el museo; qué Dios sabrá quiénes son. No ha llegado ningún resultado de la investigación.

El 28 de febrero hubo un segundo incendio en el museo. Y al otro día, la infraestructura volvió a arder por tercera vez.

—Yo estoy confiada en que esta revolución, que quedó trunca, continúe. Tiene que continuar, pero de otra manera. Yo me opongo a los actos violentos.

Como todos los centros culturales, abrir las puertas al público no es una posibilidad hoy debido a la pandemia. Y en el caso del Museo Violeta Parra, esa opción, con la infraestructura destruida, es aún más lejana.

—Nosotros, como Fundación Violeta Parra, no queremos reconstruir el museo, considerando en el estado catastrófico en que se encuentra la economía chilena. Construir ese museo fue carísimo, mantenerlo es carísimo. Es bueno que la gente sepa que los Parra no han recibido nunca un peso por entregar esa obra y que los dineros que entrega el Consejo de la Cultura es para mantener a los funcionarios y para hacer las actividades que tiene que hacer un museo.

—¿Cuál sería, entonces, para usted el futuro del museo?

—No vamos a reconstruir ese museo por miles de razones. Ese museo fue destruido. La intención que nosotros tenemos como fundación es seguir mostrando la creación de la Violeta, pero de otra manera. De una manera más simple, menos cara, más en contacto con la gente, en una casa, que no tenga que tener 25 personas que hagan aseo. La sencillez de la Violeta es la que tenemos que poner frente a un nuevo proyecto. La gente tiene que saber cómo era la Violeta Parra. ¡Por Dios! Si la Violeta se fue a vivir a una carpucha de tierra. Yo no te digo que vamos a hacer la carpa, porque yo odio la carpa, pero tenemos que hacer un proyecto cariñoso, amable con las personas, entretenido, creativo.

—Cuando fue el incendio, usted dio declaraciones en las que mencionaba que no coincidía en cómo se estaba manejando el museo. ¿Sigue pensando eso?

—Reafirmo lo que digo. Yo creo que hay personas que no están preparadas para dirigir un Museo Violeta Parra. Creo que mi hermano y yo nos equivocamos profundamente en confiar en esta persona, en creer en ella. No creo que sea fácil dirigir un museo, pero este es un museo bien dirigido en lo administrativo y en lo técnico, y eso a mí me importa un rábano. Está lleno de gente que puede hacer eso, pero hay muy poca gente creativa que inventa cosas, que se deleita creando. Eso no lo tenemos y no lo tuvo nunca el museo.

—¿A qué se refiere?

—Mientras el museo existió, creo que ocurrieron cosas buenas, como que se bailaba cueca el primer sábado de cada mes, era una cuestión maravillosa (…). Pero fue muy difícil, porque hacer un museo Violeta Parra vivo es muy complicado. El museo se fue convirtiendo en un museo fome, sin divisar a la Violeta en sus múltiples facetas. Nunca hubo una programación profunda. Nunca hubo estudios sobre la Violeta Parra, nunca salió a las regiones, nunca tuvo proyección con museos del mundo. Se quedó ahí en la calle Vicuña Mackenna con unos talleres. Mejor ni hablo de eso, porque me deprimo.

—…

—Hacer talleres de cómo se hace el terremoto, qué se toma para el 18, es para morirse. Te pongo ese ejemplo que es dramático. La Violeta, además, era contra el alcohol, y hacer talleres así en un país de alcohólicos como el nuestro… Ese tipo de cosas puede ser un detalle risible, pero en el fondo es una mierda... o talleres de sopaipillas. Yo adoro las sopaipillas, pero haber luchado todo lo que te conté para terminar haciendo sopaipillas. Por favor, tenemos que cortarla.

—La directora del museo, Cecilia García-Huidobro, dijo que las decisiones se han tomado en el directorio, al cual usted no había asistido en el último tiempo.

—Lo que pasa es que esas reuniones de directorio son un chiste, porque ahí llega el pastel cocinado, y la Fundación Violeta Parra no tiene mayoría en el directorio. Los pasteles vienen cocinados a las reuniones y no creo que solamente en este directorio, yo creo que todos los directorios funcionan así.

Hoy, el museo funciona en formato digital, ofreciendo actividades en línea. Pero Isabel piensa en otra cosa y mira hacia atrás:

—Después de todo ese esfuerzo, de todo lo que pasó, de tanto patalear y pelear, viene el estallido social con las consecuencias que conocemos. Entonces, en realidad, si uno se pone a sacar la cuenta de lo que ha sido esta historia, quedamos en punto cero.


Isabel Parra dice que la intención es seguir mostrando la creación de la Violeta, pero “de una manera más simple, menos cara, más en contacto con la gente”. En la foto, ella junto a su madre. ZIG ZAG

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