La Tercera
Una relación de pareja y un hijo, Claudio, muerto a los 20 años en una prisión política son señas hasta ahora no contadas del más importante pianista nacido en Chile. Una cadena de contactos intercontinentales permite asomarse a una parte oculta de la vida del músico, fallecido un día como hoy, en 1991.
Por Marisol García
Una relación de pareja y un hijo, Claudio, muerto a los 20 años en una prisión política son señas hasta ahora no contadas del más importante pianista nacido en Chile. Una cadena de contactos intercontinentales permite asomarse a una parte oculta de la vida del músico, fallecido un día como hoy, en 1991.
Qué son unos añadidos en Internet para los esfuerzos de ilación histórica que intermitentemente ocupan a esta mujer estonia hace casi una década. Tikas, 38 años, cantante avant-garde y artista vocal -se presenta bajo el nombre artístico “eleOnora” en el dúo Ringholdse-, se cruzó un día con la historia de su fallecida tía abuela Erika Burkewitz y se fascinó con los muchos cabos sueltos que sus familiares no podían explicarle. A sus manos había llegado una caja con viejos álbumes de fotos. Así fue conociendo a su pariente: su tiempo como cantante lírica, sus presentaciones en Letonia y Berlín desde los años veinte, y sus elegantes atuendos escénicos.
Pero ¿por qué había allí programas de conciertos que la identificaban como “la soprano Erika Arrau”? ¿Qué hacían entre sus cosas retratos del pianista nacido en Chillán? ¿Y por qué en un par de ellos él sostenía una guagua?
No sospechaba entonces Eleonora Tikas que su sorpresa iba a llevarla a develar un pasaje asombroso no solo de la vida de esa mujer a la que nunca conoció, sino también de la de uno de los pianistas más relevantes del siglo XX. Desde Estonia a Australia en ida y vuelta, y luego a este contacto desde Chile puede ir ordenándose un relato nunca antes contado sobre la juventud de Claudio Arrau: su relación con una cantante de ópera y pianista letona, y la suerte del hijo de ambos, Claudio Arrau Burkewitz, nacido en septiembre de 1929, muerto en una prisión alemana, y de quien el pianista nunca habló en público.
Si la fascinante vida del gran músico chillanejo guarda todavía varios episodios pendientes de investigarse, su vínculo con Erika Burkewitz constituye uno de los más misteriosos. No hay menciones a ella en sus entrevistas ni en las muchas crónicas sobre su brillante trayectoria. Para los registros, es la alemana Ruth Schneider la primera y única esposa de Claudio Arrau, compañera suya por más de cincuenta años, y madre de sus hijos Carmen, Mario y Christopher (este último, adoptado al nacer, en 1959, y hoy residente en Estados Unidos).
Las dudas en el linaje de los Burkewitz exceden por eso a la familia y, a un océano de distancia, suman pistas relevantes sobre la vida del mayor pianista nacido en Chile.
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Eleonora Tikas sabe poco sobre Chile. De la relevancia de Claudio Arrau en la música del siglo XX la hizo caer en cuenta, ya adulta, su hermano pianista.
“Me preguntaba si alguna vez alguien iba a contactarme desde Chile sobre Erika, y tú eres la primera”, admite. “Para mí esta historia también es sorprendente, aunque hay muchas cosas que no sé”.
Recuerda los relatos que de niña, en Riga, le escuchó a su abuela sobre parientes desperdigados por el mundo luego de la Segunda Guerra Mundial. Aparecía entre ellos una prima suya que vivía en Australia, cantante de ópera y pianista, nacida en 1909 en un pueblo llamado Priekule, aunque nada se decía sobre su carrera como cantante lírica ni mucho menos de su matrimonio con un pianista de fama mundial.
Cinco años después de la muerte de su abuela, en 2005, Eleonora comenzó con lo que llama “aventuras por Google” para ponerles rostros a esas historias y agregar datos a los archivos en casa. Así dio con Stella Axarlis, una cantante de ópera de Australia que nombraba a Erika Burkewitz como su fallecida mentora. Correos electrónicos y postales cruzaron océanos e hicieron lo demás: meses después de contactarla en 2012, la joven recibió una caja con álbumes de fotos que habían pertenecido a su tía abuela.
“Me di cuenta de que había sido una cantante de ópera muy activa, no solo en Letonia sino también en ciudades extranjeras, sobre todo Berlín. Los programas impresos la identificaban a veces como Erika Arrau o Erika Burkewitz-Arrau”.
Entre las fotos, había dos retratos de Claudio Arrau y una postal de 1928 dirigida a Erika con firma del pianista. El último álbum, al fondo de la caja, guardaba algo aún más sorprendente:
“Abría con dos retratos, uno de Erika y otro de Claudio Arrau. Al pasar la primera página vi fotos de ella en una cama de hospital en Berlín junto a una guagua recién nacida y con una frase escrita en alemán: ‘Nacimiento de Claudito’”.
Había también dos fotos de Claudio Arrau con el bebé en brazos. El resto del álbum estaba dedicado al primer año de vida del niño. “No costaba concluir que era el hijo de ambos. Me sorprendió muchísimo”.
La conexión entre su tía abuela y Claudio Arrau quedó así para Eleonora como algo evidente. Lo más probable es que ambos se hayan conocido en Berlín en la segunda mitad de la década de los veinte, cuando ella ya era una cantante profesional con citas en teatros de Europa y él se destacaba como el más aventajado alumno del Conservatorio Stern, ya dos veces ganador del Premio Franz Liszt.
No hay registro oficial de que su relación haya terminado en matrimonio. En los muchos textos sobre el músico no aparece siquiera una mención a Erika Burkewitz.
-No he encontrado ninguna entrevista en que él la nombre.
-Es extraño, sí, pero solo puedo especular: quizás le dolía mucho hablar de un hijo muerto tan tempranamente… En realidad no lo sé. Es sorprendente también para mí.
La historia entre Claudio Arrau y Erika Burkewitz -cuya separación Eleonora calcula que se produjo en 1933- es también la de la tragedia de su único hijo, Claudio, muerto en una prisión en Alemania a los 20 años de edad, en 1949. Apresado en Berlín, el joven fue llevado a la cárcel de Bautzen bajo la acusación de ser un espía estadounidense. Tras la Guerra, y bajo la administración de la policía secreta soviética, el lugar se convirtió en un centro de tortura y malos tratos históricamente documentados.
Sin datos sobre el paradero de su único hijo y asustada por la amenazante situación en Alemania, a fines de los 40 Erika abordó en Génova un barco con destino a Australia. Allí se casó y trabajó como cantante y maestra de canto. Murió en julio de 1997.
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Es Stella Axarlis la persona viva más cercana a la segunda etapa biográfica de Erika Burkewitz, en Australia. La conoció a los 25 años, como aspirante a cantante lírica, cuando la letona se había establecido en Melbourne junto a su esposo australiano. Tal fue la conexión entre ambas, que la joven de origen griego aceptó quedar bajo su tutela casi completa, como la más cercana de sus alumnas. Se convirtió en cantante profesional gracias a ella, y juntas viajaron en una serie de presentaciones por Europa. Cuando Erika envejeció y comenzó a padecer un principio de alzheimer, Stella renunció a su carrera musical, se reformuló como ingeniera comercial, y se fue a vivir con ella, para acompañarla y cuidarla hasta sus últimos días.
La recuerda como una mujer sensible, atada a la música de por vida, de una habilidad asombrosa para hablar en al menos cinco idiomas y, además, “muy privada. En asuntos personales yo tenía que extraerle la información”. Muchas veces, asegura, la escuchó referirse a Claudio Arrau como su primer esposo. Es más: juntas visitaron brevemente al pianista tras dos recitales suyos en Europa. En esos breves encuentros de camarín, Axarlis recuerda haber atestiguado entre ambos un trato cordial pero formal.
-Yo no tendría cómo probar si efectivamente estuvieron casados. Pero sí sé que ambos convivieron en Berlín junto a su hijo y también la familia de él. Hubo un desencuentro, en el que entiendo que tuvo que ver la hermana mayor de Arrau. Erika decidió entonces marcharse junto al niño pensando que él la buscaría, pero no fue así. Qué más puedo decir. Ella era una persona discreta. Sobre su hijo casi no hablaba. Él se parecía mucho a su padre, mucho. Si ves fotos suyas ves a Claudio Arrau de joven.
Axarlis no estuvo presente en la reunión en la que Erika recibió la noticia de la muerte de Claudio de boca del propio Arrau. Pero reconstruye la cita a partir de lo que ella luego le contó:
-En la gira que él hizo por Australia en 1957 se reunieron a cenar en un restaurante. Estaba la esposa de él presente. Cuando Erika habló de su esperanza de que Claudito aún estuviese vivo, él dijo: “No, no, no; él ya murió”.
La noticia le había sido confirmada al músico bastante antes por la Cruz Roja Internacional. Cuando los registros de la prisión de Bautzen fueron liberados, la organización comenzó a contactar a familiares de todos los prisioneros muertos allí. El alcance de nombres y la fama mundial del pianista hizo fácil dar con Claudio Arrau para confirmarle que un joven con su mismo nombre estaba entre los fallecidos por tuberculosis tras las rejas.
-Erika quedó devastada al saberlo -cuenta Stella-. La entristeció mucho enterarse de ese modo. Tenía la esperanza de que su hijo pudiese estar vivo al otro lado de la Cortina de Hierro, imposibilitado de hablarle pero vivo.
Stella Axarlis es hoy una mujer de 80 años, con un vistoso currículo profesional que incluye su paso por un consejo al servicio del primer ministro de Australia y varios directorios de empresas. No tiene dudas de los detalles de esta historia, por las fotos que ha visto, por las conversaciones con Erika y también porque varias personas que conoció de joven en Europa certificaban esta relación.
-Creo que es importante reconocer a Erika Burkewitz, porque es una pena que su presencia haya sido siempre ignorada.
Coincide, al teléfono en Estonia, Eleonora Tikas. Su trabajo de investigación incluyó en un momento el contacto por Internet con Christopher Arrau, el único hijo vivo del pianista. “Me respondió una vez, pero cuando le expliqué qué era lo que tenía que hablarle nunca más supe de él. Está bien, quizás piense que soy una loca que quiere dinero… Lo que busco es más información. Y hablar sobre esto”.
-Hay luces y sombras en todos los grandes artistas.
-Sí, pero no diría que en la biografía de Arrau su primera esposa fuese una sombra-, responde Tikas, y tiene razón-. Son las cosas que pasan en la vida, simplemente.
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