El artista chileno publica “El poder de una idea”, que reúne diálogos suyos con el curador venezolano Luis Pérez-Oramas. Es un libro para adentrarse en las mecánicas y conceptos tras su quehacer.
Daniela Silva Astorga
Jaar suele participar en las bienales más importantes —ha estado cuatro veces en las de Venecia y São Paulo— y exponer en museos del mismo valor. Este año comenzará agitado. Entre marzo y julio, tiene programadas muestras en la Pinakothek del Moderne (Múnich), la Goodman Gallery (Londres), la Galería Thomas Schulte (Berlín) y el Museo de Arte Contemporáneo de Hiroshima. A Chile también vendrá. “El Museo Nacional de Bellas Artes presentará una retrospectiva completa de todas mis obras realizadas durante la dictadura en Chile (1974-81) y durante mis primeros años en Nueva York (1982-87)”, dice el artista.
Durante unas cinco décadas, y sobre todo desde Nueva York —donde se instaló en 1982—, Alfredo Jaar (1956) ha confeccionado decenas de obras que a él le permiten entender al mundo y sobrellevar, aunque sea un poco, las atrocidades que ha conocido. Viéndolas desde cerca, por sus viajes e investigaciones. O a través de la prensa: no existe día en que el artista chileno no lea a primera hora decenas de diarios y publicaciones. Luego viene el trabajo de taller, un espacio limpio y ordenado, quizás más parecido a un centro de documentación, y después, por supuesto, aparecen las obras. Cruces de fotografía, instalación, cine y nuevos medios, que la mayoría de las veces tocan asuntos sociopolíticos complejos y enfatizan, o problematizan, el rol de las imágenes y su uso.
Todo eso es lo que usualmente se conoce sobre su quehacer y su forma: un conjunto de operaciones, vínculos históricos y temáticos, además de sutilezas, que aparecen como un golpe y propician reflexiones en el espectador. Para el resto, lo que no siempre se sabe, porque está en la trastienda o en la cabeza del autor, ahora existe una ventana: el libro “El poder de una idea”.
Lo publica la Colección Patricia Phelps de Cisneros (CPPC) y debido al propósito de reducir las barreras de acceso, el volumen tendrá una circulación inusual: se puede hojear de manera gratuita a través de la web de la institución. Pero también es viable descargarlo o solicitar una versión de impresión. Como sea, “El poder de una idea” es una lectura reveladora, interesante y entretenida. Sus páginas reúnen capítulos de las conversaciones que Alfredo Jaar ha tenido con el poeta y curador venezolano Luis Pérez-Oramas (1960) durante más de una década. Y así es posible acercarse a la mecánica con que el artista piensa sus obras, los temas que más lo ocupan o a cómo cimentó su manera de construir producciones artísticas complejas, que cruzan la arquitectura, disciplina que estudió, con el arte. También aparecen destellos de sus referencias visuales, relatos sobre su familia y referencias a la historia chilena.
—Leer entre líneas y leer imágenes es esencial en su trabajo. Al hablar sobre esto con Pérez-Oramas, apareció una referencia histórica importante: su padre. ¿Cuánto marcó su trayecto?
“Mi padre era un gran lector de noticias. No concebía salir de casa antes de leer los periódicos. No podía funcionar sin saber lo que estaba ocurriendo afuera, aunque fuese a miles de kilómetros. Nuestros almuerzos y cenas terminaban siempre convirtiéndose en un foro político y cultural en el que discutíamos del estado del mundo. Y para sobrevivir esas situaciones, los cinco hijos debíamos estar bien informados, entender lo que estaba aconteciendo. De allí nació sin duda mi modus operandi, el manifiesto con el cual me muevo: ‘Antes de actuar en el mundo, necesito entenderlo'. No creo que sea casualidad que terminé siendo un arquitecto que hace arte. Para un arquitecto el contexto es todo”.
—En el libro utilizan el concepto de antilectura para sintetizar una parte crucial de su obra: ver lo que no siempre está dicho, ese entrelíneas que conecta con un mundo de injusticias, violencias y crisis. ¿Son las obras fundamentales para lidiar con el contexto y la carga?
“Todo lo que sé lo aprendí siendo arquitecto y artista. El arte y la arquitectura son para mí como el aire que respiro. Sin estas disciplinas no podría sobrevivir. Producir una obra es responder al contexto, y al mundo. Es estar vivo. Louise Bourgeois decía que el arte es la garantía de nuestra sanidad, así es de necesario para mí también. Nietzsche pensaba lo mismo, decía que sin música la vida sería un error. Sin arte y cultura, la vida sería definitivamente un error. Porque en el fondo, el artista crea modelos de pensar el mundo. Modelos que inventan un nuevo mundo, un mejor mundo”.
—¿La nutrida y extensa conversación que ha tenido con Pérez-Oramas es algo excepcional? ¿O suele mantener instancias así con otros intelectuales?
“Este diálogo con Luis es excepcional porque él es un interlocutor excepcional y fue un inmenso privilegio enfrentarme a una mente excepcionalmente brillante. Pero mantengo diálogos similares con más de una docena de intelectuales tan brillantes como Luis. De Chile hay varios. Adriana Valdés es la más importante. Con ella tengo, desde hace muchos años, lo que llamamos una conversación infinita. Sin duda, soy quien soy gracias a ella y a los otros, y a su gran generosidad intelectual. Hemos caminado juntos en estos tiempos negros en los que nos ha tocado vivir, y me han iluminado el camino. Les soy eternamente agradecido”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario