jueves, mayo 02, 2019

Municipal de Santiago: Gelber, sinceramente

GONZALO SAAVEDRA
Cultura
El Mercurio

Acaba de aparecer "Opus Gelber" (Anagrama y Ediciones UDP), una magnífica y extensa crónica de la argentina Leila Guerriero que compone un certero perfil del pianista, también argentino, Bruno Gelber (78). Escrita como un rondó, los temas que se repiten como estribillo es lo que el músico dice de sí mismo a cuanto periodista lo ha entrevistado: que ha dado cinco mil conciertos en cincuenta y cuatro países; que ha vivido en lo extraordinario; que tiene un familión de anécdotas graciosas y alertas para entrar en su relato. Pero una de las cosas que solo le ha dicho a Guerriero, o solo de esta manera, en su casa de Buenos Aires, siempre entre finas comilonas, con una sinceridad que a veces parece cándida, otras impostada y, aun, profunda, es esta: "Lo que sentís tenés que pasárselo a los demás. Es lo mismo que si hacés el amor con alguien. Tenés que pensar que la otra persona siente. No solamente morirte de placer vos. Hacer vibrar a los demás es una misión".

Gelber, que tocó el lunes en el ciclo Grandes Pianistas del Municipal de Santiago, no se tiene a sí mismo como un intelectual. Lo suyo, dice y dicen de él, es la emoción. Así las cosas, el programa de hits que presentó -las sonatas "Claro de luna" y "Waldstein", de Beethoven; "Carnaval", de Schumann; "Andante spianato y gran polonesa brillante", de Chopin- puede entenderse, desde el público, como una explosión del sentir, pero no del entender. En el mismo "Opus Gelber" se registran críticas con reclamos a sus conciertos de los últimos años: abuso del pedal, desmesura en la sonoridad, brusquedad, embarullamiento. Todo eso se constató en este recital: notablemente, en el último movimiento de la "Claro de luna" y el primero de la "Waldstein", el pedal en los pasajes de muchas notas en el registro más bajo borroneó el discurso hasta casi atentar contra su integridad. Las notas falsas campearon -es verdad que qué importa, pero aquí superó la media de desaciertos- y, en general, se escuchó grandilocuente, pero mucho menos detallista que en otras interpretaciones que le conocemos.

Aunque antes habían sonado un par de celulares pajarones, lo que más molestó a Gelber en el "Carnaval" fue una audiencia experta en la tos puesta justo cuando el pianista intentaba comenzar cada una de las piezas. La molestia, que mostró con sinceridad, jugó malas pasadas y el final resultó muy aproblemado. El pianista se encontró consigo mismo y sus oyentes en la obra de Chopin, predestinada al suspiro, ofrecida, de nuevo, con portento. El Municipal ovacionó. Gelber había hecho vibrar el piano, pero también a su audiencia.

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