El Mercurio
Juan Antonio Muñoz H.
Es conmovedor ver un teatro casi lleno, con un público expectante y emocionado ante dos cantantes jóvenes que han desarrollado su arte haciendo frente a enormes dificultades y que han logrado avanzar hasta convertirse en referentes para su generación. Las circunstancias de la pandemia y la crisis de seguridad han hecho tambalear la experiencia de los espectáculos en vivo, pero cuando esta se produce, como ocurrió esta vez, se vuelve a confirmar que es insustituible: hay que agradecer por esto a la Corporación Cultural de Providencia y a la Corporación Amigos del Teatro Municipal.
La soprano Yaritza Véliz y el barítono Ramiro Maturana poseen voces destinadas a brillar más allá de nuestras fronteras, y son ejemplos de perseverancia en un trabajo de dificultades enormes en un mundo donde la competencia es muy dura. Con ellos, el pianista Jorge Hevia, un valioso guía musical y que, al inicio de la segunda parte del programa, interpretó, sin partitura al frente, la endiablada “Paráfrasis de Rigoletto” (Verdi / Liszt). No fue lo único que hizo como solista, pues ya antes había creado la atmósfera para “Addio del passato” (“La traviata”), con el interludio del tercer acto de la ópera.
Elegantemente vestida, Yaritza Véliz otra vez dio cuenta de un material poderoso, de una voz central plena con armónicos subyugantes y de una entrega dramática vital. Es en Puccini donde ella se expande como artista, pero debe cuidar la intensidad expresiva, atender los matices y profundizar el carácter de su Mimí (“La Bohème”) y su Liú (“Turandot”). Lamentablemente, no fue posible escucharla en “Senza mamma” (“Suor Angelica”) y “La canción de la luna” (Dvoøák), incluidas en el programa, pero omitidas, misma situación que ocurrió con el dúo “Nedda! Silvio!”, de “I Pagliacci” (Leoncavallo). Aunque estuvo bien en “Addio del passato”, de la que cantó solo la primera estrofa, su mejor momento fue la bellísima “Son pocchi fiori” de “L'amico Fritz” (Mascagni).
Hay, sin embargo, que hacer algunas consideraciones. Iniciar un recital con “Adriana Lecouvreur” (Cilea) no es lo más recomendable porque “Io son l'umile ancella” exige tener la voz ya entrenada: la línea de canto es muy exigente en términos de fiato. Y atención con la elección del repertorio, pues ni Norina (“Don Pasquale”, de Donizetti) ni Marguerite (“Fausto”, Gounod) son adecuados a su voz. Habría que explorar el estilo del belcanto, en el caso de la primera, y la fonética francesa y la coloratura, en el de la segunda.
Fue sorprendente la actuación del barítono Ramiro Maturana. Con una presencia escénica de gran atractivo y dueño de los personajes que interpretó, tiene además una voz que, sin ser exuberante en términos de volumen, es personal y de especial belleza tímbrica. Su canto es siempre distinguido y en estilo, lo que es fundamental, por ejemplo, en “Bella siccome un angelo”, de “Don Pasquale”; sería excelente poder verlo como el doctor Malatesta en la versión completa de la ópera. Lo mismo ocurrió con “Avant de quitter ces lieux” (“Fausto”), con fonética perfectible, pero en total comprensión del heroísmo místico del rol de Valentín. Rara vez es posible escuchar en un recital el aria “Questo amor, vergogna mia” de “Edgar” (Puccini) y Ramiro Maturana ofreció de ella una versión impecable. Es cierto que su Germont (“La Traviata”) todavía está en ciernes o que tal vez no sea para él, porque le falta peso y oscuridad; sin embargo, el dúo con Violetta (“Pura siccome un angelo”) lo mostró en correcta aproximación al personaje, lo mismo que la intención expresiva de su “Di Provenza”. En vez del dúo entre Silvio y Nedda, se incluyó la escena de Silvio, que cantó con elegancia y con un conmovedor acento en la vulnerabilidad de este rol, con el que se encontrará en la nueva producción de “I Pagliacci” que se estrenará en el Teatro del Biobío de Concepción el 15 de diciembre.
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