Les dejo con una crónica del diario El Mundo de España, que nos muestra que tan lejos puede llegar la Nueva Canción Chilena
Taksim está hasta la bandera. La plaza céntrica de Estambul, escenario de manifestaciones, protestas, desfiles militares y lugar de cita para desconocidos o parejitas, está rodeada por kilómetros de vallas. Encauzan las marchas que llegan desde las cuatro esquinas de la ciudad; sindicatos, partidos socialdemócratas, comunistas, marxistas, kurdos... La marea de banderas se convierte en laberinto en la propia plaza: imposible ya avanzar entre tanta pancarta, tanta enseña, tanto eslogan.
Es la segunda vez en 33 años que los sindicatos pueden tomar Taksim el 1 de Mayo. La primera fue el año pasado. Durante tres décadas, la plaza había estado cerrada a las manifestaciones obreras. Desde la masacre de 1977 cuando unos desconocidos dispararon a lal muchedumbre y el pánico desatado por la policía dejó 34 muertos. Sólo el año pasado, la izquierda pudo recuperar Taksim para su tradicional fiesta.
Hoy todo es fiesta. Inmensas pancartas —la del obrero que rompe las cadenas es la original de 1977— bordean todos los edificios; sobre el mercado de flores se han encaramado dos docenas de jóvenes que agarran una lona demasiado grande incluso para este edificio de diez metros de altura. Los altavoces atronan música. Turca primero, y luego española. Chilena, mejor dicho: “De pie, luchar, el pueblo va a triunfar. Será mejor la vida que vendrá. A conquistar nuestra felicidad. Y en un clamor mil voces de combate se alzarán, dirán canción de libertad... y la masa, puño en alto, corea el estribillo: “El pueblo unido / ¡jamás será vencido!”
Es curioso que un conjunto chileno de los setenta, con nombre mapuche —Quilapayún— protagonice la mayor concentración que Turquía ha visto este año: un mínimo de 150.000 personas, calculamos, se agolpan en la plaza. Tal vez hasta el doble. “El año pasado eran aún más —asegura una compañera—: nos apretamos hasta contra las vallas”.
No ponen el ‘Imagine’ de John Lennon, ni gritan Liberté, Egalité, Fraternité. Abundan las pancartas de Marx, Engels y Lenin, pero los altavoces, cuando no difunden canciones turcas, hablan español. Con acento chileno: Quilapayún e Inti-Illimani. Cien mil gargantas corean “Venceremos, venceremos, mil cadenas habrá que romper...”
Pero no importa la música que llene el aire: en los márgenes de la plaza se han formado ya corros que bailan el tradicional halai, la ‘sardana’ turca y kurda. Un tambor y un clarinete atizan las ganas, y decenas de desconocidos, chicos y chicas, las ancianas del barrio kurdo con sus trajes de campesina, jóvenes con palestina o traje de oficinista, chicas con los hombros al aire y tatuajes de verano, todos entrelazan las manos y giran en círculo. Donde más animación hay —y algunos gritos a favor del “líder Öcalan”, el dirigente encarcelado de la guerrilla kurda PKK — es en la zona tomada por los kurdos, reconocibles por su pañuelos rojos, verdes y amarillos. Pero en la otra punta de la plaza, jóvenes y mayores unidas bajo las banderas del CHP, la oposición socialdemócrata, también bailan halai. Respiran ánimo cuando faltan seis semanas para las elecciones generales, que volverán a dar la victoria al conservador-religioso AKP.
La prensa anotará al día siguiente la presencia del partido islamista HSP y su reivindicación del permiso de llevar pañuelo islamista en el Parlamento. Pero durante cuatro horas cruzando la plaza de un lado a otro, yo sólo consigo contar una decena de chicas con la cabeza uniformada, marca de las votantes del AKP. Incluso si asumimos que debe de haber algunos centenares, no llegarían al 1 por ciento de las tal vez 100.000 mujeres de la plaza. Se imponen dos posibles conclusiones: o realmente este símbolo político-religioso pertenece a una minúscula minoría y su presencia en el debate público (y entre las esposas de los dirigentes del país) es desproporcionada... o quienes se adhieren a esta visión conservadora-religiosa no comparten los valores del derecho al trabajo, la lucha de clases, la solidaridad obrera y la libertad de expresión, todos estos conceptos que cubren las pancartas de Taksim.
También dice la prensa que hay 38.500 policías vigilando el acto. Los compañeros cuentan que vieron fuertes contingentes en los barrios cercanos. Pero alrededor de la plaza no se ve un solo uniforme. Una ausencia muy llamativa, cuando cualquier manifestación en Taksim o la adyacente calle Istiklal —así sean dos decenas de ancianas con fotos de sus hijos secuestrados— suele congregar tropeles de unidades armados con casco, escudo y botes de humo. Un impresionante despliegue preventivo, porque prácticamente nunca intervienen, excepto para separar dos manifestaciones de signo ideológico opuesto... y no se inmutan cuando las cámaras de televisión se les suben prácticamente a los escudos o les filmen de cerca. Estambul se ha convertido en una ciudad muy civilizada en lo que a manifestaciones se refiere. La protesta espontánea de diez mil kurdos por el bloqueo —ya revocado— a la candidata Leyla Zana, y la batalla campal de Aksaray era una excepción.
Pero hoy, ni un sólo adoquín surca el aire. No se ven uniformes. Cien o doscientos mil turcos y kurdos, mujeres y hombres, corean unidos una canción: “Venceremos”.
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