lunes, mayo 30, 2011

El mundo sin Santos Rubio


El Mercurio

Luego de la reciente muerte de Osvaldo "Chosto" Ulloa, él era el último representante de la antigua, compleja, profunda y variada tradición del canto y poesía con guitarrón del Maipo Superior.

Claudio Mercado, José Pérez de Arce Museo Chileno de Arte Precolombino

De 72 años, murió el martes en La Puntilla de Pirque. Ciego casi de nacimiento, desarrolló un oído privilegiado, cantaba y tocaba guitarra, guitarrón, acordeón, arpa y rabel con sensibilidad, belleza y maestría. Dotado de gran energía, hizo clases en la Escuela de La Puntilla, participaba en talleres, beneficios, casamientos, peñas, vigilias, conciertos y ramadas todo el año. Premio Nacional de Arte 2007, escucharlo es una experiencia sobrecogedora. Impresiona la originalidad y complejidad del canto a lo divino, su extraordinaria estructura, su atmósfera luminosa, totalmente distinta a lo que concebimos comúnmente como folclor, impresiona su lucidez, sabiduría, su precisión, su cantar arrogante, disociando la voz y el instrumento.

Conocer más a este hombre sencillo era descubrir bajo su simplicidad un tesoro inagotable de conocimientos, experiencias, sabiduría, humanidad y destrezas propias de los hombres de campo, que sobrepasan todo lo conocido en nuestro mundo "culto" de la ciudad. Porque Santos Rubio fue criado a la antigua, en una cultura oral, donde el aprendizaje era poniendo la oreja. Su maestro, don Juan de Dios Reyes, le tocaba unos 20 minutos el guitarrón y después se lo pasaba: "Ya, ahora le toca a usted". Lo mismo para aprender una décima, estrofa de 10 líneas, con una rigurosa estructura métrica:

Qué noche tan rebonita,
la recordaremos siempre,/
veinticuatro de diciembre/
la Nochebuena bendita,
donde tuvo su guagüita
con un gran tormento fiero.
A la Virgen me refiero,
fue tanto el padecimiento
anunciando el nacimiento
el gallo en su gallinero .

Un verso (poema) contiene cuatro décimas, es decir 40 líneas, y los buenos cantores sabían de memoria 30 o más versos por los "fundaos" (temas) más diversos. Subiendo al cerro, trabajando la tierra, sus mentes estaban durante horas recorriendo versos, rumiando historias, pensando el mundo y la vida en esta forma poética. La memoria era una herramienta privilegiada, y al buen cantor le bastaba escuchar un verso una vez para aprenderlo altiro. En aquellos tiempos se hacía canto a lo divino en vigilias y sobre todo en velorios de angelitos, donde un grupo de cantores pasaban la noche cantando cada uno con su propio verso acerca de una misma historia que iba cambiando a lo largo de las horas: de algún profeta, del diluvio, de la creación, de astronomía y muchos otros. Al final, en el "verso por despedimento", al ir aclarando, con los pájaros cantando como fondo, se vivían momentos indescriptibles de emoción interna y conexión con lo divino, momentos muy fuertes para la familia que debe dejar que su pequeño hijo los abandone para siempre. Cuentan que en tiempos pasados velaban dos días y dos noches y luego pedían el niño prestado para seguir cantando otra noche para demostrar su sabiduría, sin repetir ningún verso.

Santos Rubio aprendió ese mundo, pero además quedó ciego a muy temprana edad, lo que lo obligó a reemplazar el ojo por el oído, y gracias a eso, a pesar de que el mundo cambió a su alrededor, él permaneció en la oralidad toda su vida. Lo mantuvo con la extraordinaria sagacidad, capacidad mental, memoria y agilidad de pensamiento propia de esa forma cultural en extinción. La precisión y exactitud de su oído le permitía "ver hasta debajo de las piedras", bromeábamos con él, haciendo dudar a quienes lo conocían por primera vez que realmente fuera ciego. Gran poeta, era capaz de improvisar con agilidad, pero siempre con profundidad, con sentido, con una honda humanidad acerca de cualquier tema. Era capaz de sorprender cantando una décima perfecta sobre una conversación casual que escuchaba en ese momento, a la que añadía un giro inesperado, profundo y veraz. Atravesando la cordillera por cuestas y barrancos difíciles, peligrosos, Santitos iba despreocupado, en su mula, sin percatarse del peligro porque sus ojos no veían, pero sintiendo el viento, el sol, el aire purísimo, las frases, peripecias y hechos cotidianos y, al llegar la noche, en el campamento, cantaba, transformando todo eso en poesía, para luego seguir cantando rancheras, tonadas, corridos, valses, cuecas, cantos a lo poeta durante días sin repetirse, con un repertorio que parecía infinito.

Pónele llave a tu pecho
y aldaba a tu corazón,
picaporte a tus sentidos
y cerrojo a tu intención.

Gran profesor, tenía un don particular para enseñar las complejidades del guitarrón, de sus cuerdas, sus giros, sus trinos y repiques, de las cuartetas y décimas, de las melodías, las temáticas, con claridad y precisión mediante una simple metodología inventada por él. Su infinita paciencia y su natural humildad le permitieron entregar un caudal de sabiduría popular -digno de las principales universidades del país- a los niños de las escuelas de Pirque, que probablemente no imaginaron el privilegio que tenían.

Su sensibilidad musical lo llevó a tener un oído absoluto, que le permitía afinar con la mayor precisión, y que al mismo tiempo le producía una tortura al escuchar la menor desafinación. Por eso se le ocurrió cambiar el encordado metálico tradicional del guitarrón por uno de nailon, sistema que impuso en su zona de Pirque, solucionando el problema de la desafinación e inestabilidad sonora, pero cambiando su sonido ancestral. Convivían en él, sin problemas, su enorme sabiduría heredada de hace siglos con una permanente búsqueda y renovación.

El mundo sin Santos Rubio es un mundo distinto. Luego de la reciente muerte de Osvaldo "Chosto" Ulloa, él era el último representante de la antigua, compleja, profunda y variada tradición del canto y poesía con guitarrón del Maipo Superior. Con ellos desaparece un modo de entender el mundo, de pensarlo en un sistema de pensamiento oral, con la memoria llena de versos, de historias contadas y vueltas a contar. Ambos han muerto en menos de un año, dejando la tradición en manos de su hermano Alfonso, de Juan Pérez Ibarra y de decenas de músicos más jóvenes que, si bien alejaron para siempre el peligro de desaparición de este tesoro cultural, lo retomaron con la impronta de quienes sabemos leer, drástica merma en la memoria cultural ancestral, recorte inevitable del "progreso" que cambia la forma de hacer y de crear.

Cuando el sol se está apagando
las aves emprenden vuelo,
buscando sus dormideros/
pasan por bandás volando./

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