El Mercurio
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La U. Alberto Hurtado conmemora el centenario del inglés en el GAM. El montaje cuenta con una régie de Miguel Ángel Jiménez y la dirección musical de Paula Torres.
Romina de la Sotta Donoso
Benjamin Britten tenía 33 años cuando estrenó "La violación de Lucrecia", en 1946. Fue la primera de sus doce óperas de cámara, y su instrumentación (quinteto de vientos, cuarteto de cuerdas más contrabajo, continuo y percusión) obedece a un sentido práctico. "Con este modelo instrumental, Britten facilita la reconstrucción de una escena musical británica devastada tras la 2 {+a} Guerra Mundial", aclara Juan Pablo González, director del Instituto de Música de la Universidad Alberto Hurtado (UAH). La entidad conmemora el centenario del compositor con el estreno en Chile de este título, desde el viernes, en el GAM.
"Gran Bretaña había visto su tradición musical interrumpida, pero Britten establece un lenguaje nacional y con puentes hacia el pasado isabelino", agrega el musicólogo.
"'La violación de Lucrecia' es una gran ópera. Es barroca en su tratamiento instrumental y neoclásica en su armonía. Britten sabe explorar tímbricamente los recursos orquestales y vocales para poner de manifiesto cada momento emocional", dice Paula Torres, directora musical del montaje.
El libreto de Ronald Duncan, quien se basó en la versión de André Obey, presenta una Roma ocupada, y un ambicioso general que desafía a su colega, Tarquinius, a que ponga a prueba la virtud de Lucrecia, la única mujer fiel de un campamento. Tras el estupro, ella se suicida.
Claudia Lepe y María José Uribarri se alternarán como Lucrecia, y el elenco se completa con Pablo Oyanedel (Tarquinius), Javier Hiram Weibel (Junius) y Arturo Jiménez (Collatinus), más Elena Pérez y Andrea Aguilar (nodriza y doncella).
Detrás de esta historia personal, hay también un relato político. "El suicidio de Lucrecia produce el inicio de la república romana. En la ópera se dice: 'Es típico utilizar la guerra externa para ocultar problemas internos de una ciudad'", apunta Fernando Pérez, profesor de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UAH.
Consciente de las restricciones de la posguerra, Britten reduce los coros femenino y masculino a una soprano y un tenor. Ellos comentan los acontecimientos. "Pero lo hacen desde una perspectiva cristiana, comparando permanentemente a Lucrecia con Jesucristo, a pesar de que la historia sucede en el siglo VI a. de C.", aclara Pérez.
Este doble relato, según el régisseur Miguel Ángel Jiménez, divide la obra en dos tiempos distintos, y genera un contraste dramático.
Agrega que su apuesta es de corte psicológico: "Hemos trabajado con los actores para conocer los motivos de cada personaje y los motores que los impulsan a actuar".
Los generales Junius y Collatinus, por ejemplo, son adversarios. Y el primero reconoce en la virtud de Lucrecia una ventaja política para Collatinus, pues "era una cualidad que le otorgaba honor a la estirpe del esposo". Junius también sabe ver un instrumento útil a sus objetivos en la cobardía y lascivia de Tarquinius.
"La problemática social planteada por Britten está vigente. La ambición por el poder, aun a cuestas de la virtud; la tergiversación o desconocimiento de la ética como un bien social, el aprovechamiento de la candidez o de la bondad como medio para la trampa. Britten fue un crítico social y las realidades de la ópera no son del todo ajenas para nosotros", sentencia Jiménez.
PROGRAMARSE
Viernes 4, sábado 5 y domingo 6, a las 20:00 horas, en Alameda 227. Desde $4.000. El sábado, a las 22:00 horas, habrá un foro gratuito.
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