El Mercurio
Un equipo liderado por Víctor Rondón recuperó el riquísimo acervo de este relevante centro de producción musical.
Romina de la Sotta Donoso
"Un cura que era sociólogo, Guido Delran, me mostró dos cajas grandes de cartón, y me dijo: 'Ahí hay algunos materiales, les eché una mirada pero son muy modernos para mi gusto'", recuerda el musicólogo Víctor Rondón, profesor de la Facultad de Artes de la U. de Chile.
Pasó en 1997, cuando llegó a la Recoleta Dominica por una investigación que estaba haciendo: "Esas cajas estaban llenas de partituras. Casi como deber ético, hice un primer inventario". Publicó un artículo en la Revista Musical Chilena, en 1999, e hizo el primer intento de catalogar las piezas con su colega de la U. Católica, Alejandro Vera. Pero no avanzaron mucho.
En el intertanto, el convento se convirtió en el Centro Patrimonial Recoleta Dominica. Y hace un par de años, Rondón se asoció con los musicólogos Fernanda Vera y José Manuel Izquierdo. Juntos conquistaron en 2011 un Fondo de la Música de $5 millones y pudieron catalogar esas 455 partituras. Ese completo catálogo se puede descargar de forma gratuita en Museodominico.cl. El proyecto también incluyó la conservación de los documentos y la constitución del archivo de música de la Recoleta Dominica, que se inaugurará a las 19:30 horas del jueves, y que permitirá el acceso público a esos tesoros. En esa ceremonia, el premiado guitarrista Carlos Pérez interpretará algunas piezas del acervo. Además, se abrirá una exposición de partituras originales.
Carolina Nahuelhual, directora de la Biblioteca Patrimonial Recoleta Dominica, destaca que "estos valiosos documentos dan a conocer la producción musical de toda una época de nuestro país".
Rondón lo detalla: "En el archivo hay partituras desde el siglo XVIII hasta la mitad del XX. El 60% es música sacra y el resto, profana. En este centro religioso había tres usos de la música, y por lo mismo, tres repertorios. Estaba el coro, donde los curas hacían canto gregoriano; el repertorio propiamente litúrgico, de misa, y un tercer universo era la práctica privada de los sacerdotes".
Explica, además, cómo era entonces el proceso de producción: "Todas las órdenes tenían un representante en Europa que se encargaba de enviar la música de moda o que era considerada apropiada; y aquí esa música se transcribía para los instrumentos disponibles. El maestro de capilla estaba a cargo de eso, y también de componer piezas".
Entre las partituras catalogadas, hay algunas de figuras como José Bernardo Alzedo, y también de Enrique Maffei y Louis Lambillote. Igualmente hay música profana de autoras femeninas. El musicólogo explica cómo terminaron en la Recoleta Dominica esas piezas mundanas: "Como en la sociedad del XVIII y XIX en toda familia había un cura, los repertorios iban y venían desde el salón hasta el convento".
El musicólogo revela uno de los hallazgos más sorprendentes del proyecto: "La Recoleta es el único lugar donde hemos encontrado partituras timbradas como 'reprobadas'. Sabíamos que existió una comisión de la jerarquía eclesiástica que revisaba los contenidos estéticos y líricos de la música, pero no habíamos visto los timbres".
Curiosamente, algunas piezas tienen varios timbres sucesivos: "reprobada", "aprobada" y "reprobada".
"Sabemos que el estilo era un tema delicado. Si en el siglo XIX encontraban que un Kyrie o un Gloria era parecido a una ópera de Rossini, lo iban a rechazar porque era impresentable que una música sacra se contaminara con algo tan mundano como el teatro", cierra Rondón.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario