Leyenda viva de la música popular, desde el jueves el músico estadounidense también es oficialmente un literato. Así lo acreditó la Academia Sueca al cambiar las reglas y otorgarle el Nobel de Literatura. Pero la poesía ya estaba: desde los 60 hasta hoy, Dylan ha escrito buscando respuestas que no están.
Roberto Careaga C.
"Practico una fe abandonada hace tiempo/ No hay altares en esta larga y solitaria carretera", cantaba Bob Dylan (1941) hace 10 años, en la sombría Ain't talkin'. Tenía 65 años y volvía a dar vueltas por el mundo, esta vez por uno "agotado por la congoja". Era un peregrino solitario desgastado por el llanto, que avanzaba por ciudades asoladas por la plaga, cargando "la armadura de un hombre muerto". Había salido del "jardín místico". "Sin hablar, solo caminando/ El corazón ardiendo, todavía anhelante", cantaba una y otra vez, citando dos líneas de un gospel de los 50. "¿Quién dice que no puedo recibir ayuda divina?", se preguntaba, pero terminaba sin respuestas en el último lugar del mundo, desde donde el jardinero había desaparecido.
La canción cerraba "Modern times" (2006), quizás su último gran disco. Su típica voz rota se oía aun más oxidada. Era el tiempo que, a esas alturas, Dylan ya sabía manejar a su favor: las elegantes 10 canciones del álbum están hechas sobre una serie de citas a viejas tonadas del blues, el country e incluso del jazz. Llegaron a caerle acusaciones de plagio, pero él solo echaba mano del patrimonio de los ancestros. Eran los ritmos de siempre y acaso también era el Dylan de siempre: alguien que ha estado en todos lados ("No puedo volver al paraíso; maté a un hombre ahí"), y aunque sabe exactamente lo que pasa en el mundo, sigue buscando una respuesta que no llega nunca.
Cuando lanzó aquel disco, Dylan se sentó con el escritor Jonathan Lethem y le respondió varias preguntas para la revista The Rolling Stone. Se explayó con detalles en los asuntos propiamente musicales, pero cuando llegó el momento de hablar de las letras pisó el freno: "No escribí estas canciones en un estado de meditación, sino en una especie de trance, en un estado hipnótico. ¿Es así como me siento? ¿Por qué me siento así? ¿Y quién es ese yo que se siente así? No puedo decirlo. Pero sé que esas canciones están en mis genes y no pude detener que salieran", dijo. Y luego agregó: "Simplemente dejo que las letras aparezcan, y cuando las estoy cantando, parecen tener presencia ancestral".
Le pasó siempre. A inicios de 1962, recién instalado en Nueva York, con 21 años, Dylan sufría de "ráfagas de creatividad": podía ir en el metro, estar hablando con alguien, en cualquier parte, cuando de pronto se le ocurría una canción. Le pasó la tarde del 12 de abril de ese año, en una cafetería de Greenwich Village. Después de juguetear por casi una hora con las palabras y la guitarra, tenía lista "Blowin' in the wind". Su primer himno. Décadas después, un periodista le preguntó de dónde había venido la canción: "Simplemente vino".
Escurridizo y distante, Dylan lleva medio siglo reiventando una y otra vez el sonido tradicional estadounidense y, a la vez, construyendo un estilo personal. También, renunciando a todos los papeles que se le piden: a ser el portavoz de la contracultura de los 60, a ser una estrella de rock, e incluso, a ser un poeta. Pero sobre lo último ya está el veredicto: el jueves pasado, la Academia Sueca le entregó el Premio Nobel de Literatura, argumentando que "había creado una expresión poética dentro de la gran tradición de la canción americana". La secretaria del organismo, Sara Danius, fue más lejos y lo comparó con Homero y Safo, quienes escribieron textos poéticos para ser dramatizados o interpretados musicalmente: "Y aún hoy los leemos y los disfrutamos. Es lo mismo con Bob Dylan: puede ser leído y debe ser leído", dijo.
La explosión
Convocado por el Presidente Bill Clinton, en 1997, Bruce Springsteen subió al escenario del Kennedy Center para homenajear a Dylan. "Esta canción -dijo- fue escrita en un momento de la historia de mi país cuando la ansiedad del pueblo por una sociedad más justa y abierta explotó. Bob Dylan tuvo el valor de levantarse durante ese fuego y atrapó el sonido de esa explosión. Esta canción permanece como un bello llamado a las armas". Luego empezó a cantar "The times they are a-changin'".
La canción, que abre y titula el tercer disco de Dylan, de 1964, sintetiza el momento que atravesaba. Tenía 23 años, una canción que se oía en todos los rincones de Estados Unidos -"Blowin' in the wind"- y estaba dispuesto levantarse durante el fuego: "Vamos, senadores y congresistas, por favor presten atención a la llamada. No se queden en la puerta, no bloqueen la entrada. Hay una batalla ahí fuera, y es atroz. Pronto sacudirá vuestras ventanas, y hará vibrar vuestras paredes, porque los tiempos están cambiando", decía dramático y frontalmente político. Según anotaron Philippe Margotin y Jean-Michel Guesdon, en el libro "Bob Dylan. Todas sus canciones", por esos días el músico escribía poemas "bajo el influjo épico de los textos bíblicos, la estética de los simbolistas franceses y la contracultura de la generación beat" que luego transformaba en canciones de protesta.
Dylan había llegado desde Duluth, Minnessota, hasta Nueva York, en 1961, siguiendo los pasos de su ídolo, Woody Guthrie, un legendario trovador político y social folk que por esos días estaba internado en un siquiátrico. Estaba tan obsesionado con él que le llevó una canción para que la aprobara: "Song for Woody", una de las dos composiciones originales de su primer disco -"Bob Dylan", 1962-, el resto eran versiones de temas tradicionales. Por entonces, privilegia una escritura sencilla y directa, como luego será "Blowin' in the wind", que aparentemente cita el Libro XII de Ezequiel de la Biblia. El alma de profeta lo siguió hasta "The times they are a-changin'", acaso la canción que lo saturó del papel.
El caos
Al día siguiente del asesinato de J. F. Kennedy, Dylan estuvo en un recital en Nueva York que tenía obvias resonancias a la tragedia. Abrió su show con "The times they are a-changin'", y aunque fue un éxito instantáneo, para él no todo calzó: "No entendía por qué me aplaudían, ni siquiera por qué había compuesto aquella canción. Ya no entendía nada", dijo años después. Dylan escapó de ese rol político empuñando una guitarra eléctrica y escoltado por un nuevo amigo, Allen Ginsberg, y compuso su trilogía más brillante: los álbumes "Bringing all back home" (1965), "Highway 61 Revisited" (1965) y "Blonde on Blonde" (1966). Ese nuevo Dylan, con 25 años, no anda buscando respuestas: se hundía en el caos.
El influjo de los beat aparece en "Subterranen Homesick Blues" o "Maggie's Farm", canciones de protesta urbanas y explosivas, que no solo protestan contra el sistema político: "Tengo la cabeza llena de ideas/ Que me están volviendo loco", cantaba en la segunda, y algo de eso estalló en "Tombstone Blues". La canción por la que lo admira Nicanor Parra es el relato del turbulento movimiento de la historia narrado al estilo surrealista: aparece Beethoven, el cineasta Cecil B. DeMille, Jack el Destripador y una serie de revolucionarios y forajidos estadounidenses. El tono sigue en las líricas del disco "Blonde on Blonde": "Dentro de los museos, el infinito se va a juicio./ Las voces repiten que debería llegar la salvación./ Pero Mona Lisa debe haber tenido nostalgia de la carretera./ Se ve por el modo en que sonríe", dice en la fantástica "Vision of Johanna".
No es fácil atrapar a Dylan: mientras hace esos discos salvajes, graba decenas de temas que van a ser descartados, no todos en el mismo tono. Entre ellos, "Farewell, Angelina", nada más que con guitarra y armónica. Es el relato de una despedida: "Adiós, Angelina, los cascabeles de la corona fueron robados por los bandidos, debo seguir el sonido de los triángulos y la lenta melodía. Adiós, Angelina, el cielo está en llamas y debo irme", canta en el inicio, anunciando el inicio de otra cosa. Y va a pasar: Dylan va a ser otro.
Contando historias
El 29 de julio de 1966, Dylan avanza por una carretera sobre su motocicleta Triumph 500 cuando algo sale mal. Rodeado de rumores que el artista jamás ha aclarado, el accidente marcó un quiebre en su vida. En la cima de su carrera, Dylan pasó los 15 meses de su recuperación en su casa en Woodstock, alejado de la vida pública. Pero no de la música. Llegó a grabar 138 canciones con The Band, un grupo de amigos con quienes iban de subterráneo en subterráneo, armando temas nuevos, cubriendo clásicos del folk y el country. Una de esas canciones es "This wheel's on fire", quizás el relato del accidente, pero que Dylan transforma en algo mayor: "Nos íbamos a reunir de nuevo y esperar/ así que me desharé de todas mis cosas/ me sentaré antes de que sea demasiado tarde./ Ningún hombre vivo vendrá con nosotros", dice como si hablara con la muerte.
El tumultuoso letrista que fue Dylan va a evaporarse. Se va a convertir en un relator de historias, a veces las suyas: el aclamado álbum "Blood on the tracks" (1975) está hecho de las historias de un hombre herido que cuenta su derrota, como si contara cuentos en la barra de un bar. Tenía 33 años. Según él, su modelo fue Chéjov. "Creyeron que era autobiográfico", dijo, y quizás lo era. "La única cosa que supe hacer/ fue huir hacia delante, como un ave que vuela/ envuelto en la tristeza", canta abatido en "Tangle up in blue". Su esposa, Sara, lo ha dejado.
En adelante la ruta lírica de Dylan va a tener varias vetas, pero seguirá contando historias hasta el final. El disco "Desire", 1976, está lleno de relatos de vidas reales, como la canción "Hurricane", sobre el boxeador Rubin Carter, acusado injustamente de un triple homicidio. O "Joey", sobre Joey Gallo, un mafioso que escribía poesía y a Dylan, más que un delincuente, le parecía un héroe callejero. El tópico lo volvió a tomar en "Tempest", su último disco: "Early roman king" es una idealización de una pandilla que hizo estragos en el estado de Nueva York en los 60: "Aún no he muerto, mi campana todavía suena", canta Dylan entonando un blues clásico. "He tenido mi diversión, he tenido mis aventuras amorosas./Voy a sacudirlo todo como los primeros reyes romanos", sigue.
Dylan sigue ahí, dispuesto a sacudirlo todo, pero la oscuridad lo acecha. Con el poema "Oda a un ruiseñor", de John Keats, como eco de fondo, en 1997 escribió la canción "Not dark yet". Tenía 56 años y ya veía el horizonte. No sabía cómo había llegado adonde estaba: "Nací aquí y voy a morir en contra de mi voluntad./ Ya sé que parece que me marcho/ pero estoy quieto./ Cada nervio de mi cuerpo está ausente e insensible./ Ni siquiera recuerdo/ de qué vengo huyendo./ Ni siquiera oigo el murmullo de una oración./ Aún no ha oscurecido/ pero no va a tardar".
No hay comentarios.:
Publicar un comentario