domingo, octubre 02, 2016

La hora del vacío: ¿vivimos un nuevo malestar de la cultura?

El Mercurio

Se repiten los diagnósticos que acusan que algo le pasa al mundo. Dicen que somos una sociedad líquida, cansada, atomizada, consumista, precaria; que algo buscamos, que nada encontramos. Aquí y allá irrumpe la violencia, desde una guerra hasta el vandalismo. Lo político está en crisis: lo que hoy queremos es vivir más livianos, no la revolución, expresa Gilles Lipovetsky en su libro más reciente, "De la ligereza". "Estoy un poco angustiado", señaló la semana pasada Raúl Zurita en este suplemento.

Juan Rodríguez M.

Un fantasma recorre el mundo. Aquí y allá se repite el diagnóstico, al parecer hay un consenso: vivimos en una época de angustia, de malestar; la modernidad líquida de Zygmunt Bauman, la sociedad del cansancio de Byung-Chul Han, la disolución de lo político de Pierre Manent, la guerra civil como nuevo orden mundial de Hans Magnus Enzensberger, el vacío y la ligereza de Gilles Lipovetsky, por mencionar a algunos. No todos son pesimistas que condenan al presente y añoran el paraíso perdido, pero sí concuerdan en que algo nuevo, y no siempre bueno, se propaga.

En su libro más reciente en castellano -"De la ligereza" (Anagrama)-, Lipovetsky dice: "Jamás habíamos vivido en un mundo material tan ligero, fluido y móvil (...) Comienza una nueva era de la ligereza que coincide con un momento de tecnología avanzada (...) Así es la dinámica social de la hipermodernidad que instituye el reinado de un individualismo de tipo errante y zapeador (...) los individuos «desatados», desligados, emancipados, funcionan como átomos en estado de flotación social". Y Pierre Manent, en "Curso de filosofía política" (IES), escribe a propósito de la sociedad moderna fundamentada en la ciencia y libertad: "Nosotros [a diferencia de nuestros antepasados] no queremos obedecer a la ley, queremos ser libres. Para ser libres, debemos crear las condiciones de la libertad. La ciencia y el Estado nos permiten crear esas condiciones. Y el espacio público está cada vez más vacío porque somos cada vez más libres".

El domingo pasado, en Artes y Letras, Raúl Zurita habló de "un clima" que se está viviendo en Chile y en general en el mundo. "Es bastante apocalíptico", dijo. "Esta vertiginosidad del daño, del mal, de violencia sobre violencia, sin un minuto de sosiego". Pensaba en la crisis migratoria, en los miles de ahogados camino a Europa; en eso y más. "Entonces estoy un poco angustiado. La sensación de que estamos pasando por un momento que no alcanzamos a dimensionar lo amenazante que es (...) Es un momento de inflexión peligroso", decía el poeta.

De ahí, entonces la pregunta: ¿Vivimos un nuevo malestar cultural? ¿Es el malestar existencialista, tal vez el de la posmodernidad, o es algo distinto?...

Quizás, para matizar el tono decadentista, sea bueno adoptar la perspectiva crítica de Lipovetsky, esa que ni demoniza ni glorifica al mundo actual; y recordar lo que escribió Nietzsche en "El crepúsculo de los ídolos": "Cada vez he ido comprendiendo mejor que lo que menos prueba el consenso de los sabios es que tengan razón en aquello en lo que están de acuerdo. Lo que prueba, más bien, es que esos hombres tan sabios coinciden fisiológicamente en algo que les hace adoptar -de una manera forzosa- una misma postura negativa frente a la vida".

Y usted, ¿siente algún malestar?.


Carlos Peña: "La sombra del deseo"

Nunca las sociedades habían vivido un momento de mayor prosperidad y nunca los ideales de autonomía individual y de diversidad habían estado tan expandidos; pero a pesar de eso se experimenta insatisfacción y desasosiego. ¿A qué puede deberse ese fenómeno en apariencia contradictorio? Si cada vez se está mejor y más a discreción de la propia voluntad, ¿a qué puede deberse la sombra de que algo no anda bien, el incómodo roce con un cierto vacío?
La respuesta es muy sencilla: al aumento del bienestar. Es lo que pudiera llamarse la economía del deseo.
El deseo humano (explicaba Hegel, según Kojéve) es un vacío, una nada que anhela ser colmada. Por eso, entregado a sí mismo y carente de toda orientación, está amenazado por la vacuidad. Este fenómeno lo advirtió también la sociología. Durkheim, por ejemplo, afirmó que el peor mal que aquejaba a las sociedades era "el mal del infinito", el deseo sin contención, la concepción de la vida como un mar sin orillas. Cuando ello ocurría, dijo Durkheim, acechaba el peligro de la anomia, la bruma del sinsentido y del hastío.
Algo de eso hay en la vida contemporánea.
La ausencia de contención del deseo, el desprestigio de los límites, parece ser el problema. La cultura humana requeriría, para funcionar, algún límite sobre el cual se funda el sentido o significado de la existencia.
Por eso Chesterton dijo que las sociedades humanas tenían la estructura de los cuentos de hadas. El goce y el disfrute tendrían una estructura condicional: hay disfrute si y sólo si se acepta un previo límite que configure el deseo. Esto es lo que haría absurda la pregunta de Cenicienta de por qué debe irse de la fiesta a las doce. Cenicienta no estaría en la fiesta si no debiera irse a las doce . Los habitantes de las modernas sociedades de consumo tampoco se dan cuenta de que solo pueden disfrutar de veras si tienen a la vista un horizonte de sentido que constituya sus deseos. Al espantar todas las prohibiciones, todas las reglas incondicionadas y absolutas, la cultura moderna condena a sus miembros a una búsqueda sin fin, amenazada por el vacío. Al revés de lo que sugirió Freud, para quien la renuncia al deseo era la fuente de la infelicidad, en las sociedades modernas no es la renuncia del deseo sino su sometimiento a él la causa de la incomodidad. Ése sería el gran defecto del moderno capitalismo: la búsqueda de un goce que nunca llega. El objeto petit a del que hablaba Lacan -y que Zizek ejemplifica con la Coca-Cola- sería la muestra de ese anhelo vacío que a veces llenan las ideologías.
Por eso, como ha expuesto Zizek, lo peculiar de la vida contemporánea, y lo que causa el desasosiego, no es la prohibición de gozar, sino el mandato de hacerlo. Pero como el deseo humano es un vacío imposible de ser llenado, el mandato de gozar, de disfrutar, de satisfacer todos los anhelos, es también una especie de condena a no sentirse nunca satisfecho.
CARLOS PEÑA.Rector de la UDP y autor de "Ideas de perfil" (Hueders).


Ricardo Capponi: "La tecnología y el humanismo luchan por imponerse"


Quien más quien menos, asistimos a tensiones sociales que en el pasado involucraron casi exclusivamente a las aristocracias y que hoy envuelven a la sociedad en su conjunto. Y entre las distintas maneras de explicarlo, está la función que hoy cumplen las ciencias, las mismas que a través de la tecnología han abierto un mundo de placeres y confort que parece llenar de sentido nuestra existencia. Pero aquella ciencia que tiene como fin el ser humano, que ha construido un vasto conjunto de conocimientos sobre el mundo subjetivo y contribuido a la humanización de la sociedad y la cultura, sospecha de ese mundo consumista.
Ambas posiciones -tecnología y humanismo- luchan por imponerse en todos los frentes: la crianza, la educación, la sociedad y forma de vida que queremos.
Y en esta lucha, la primera ha cooptado a la segunda. Así, la psicología norteamericana ha construido una ideología que hace de la búsqueda del placer y del confort individualista su finalidad, el camino a la salud mental. Me refiero a la "psicología positiva", y su búsqueda del "felicismo", de gran penetración en la cultura, enorme promoción y libros de autoayuda, e infiltración masiva en las empresas y organizaciones.
De esta pugna emana pesimismo. Los intelectuales piensan que gana el "felicismo", y temen el triunfo de una sociedad del vacío y la ligereza, del individualismo de tipo errante y de un espacio público cada vez más vacío.
No lo creo así. Como ocurrió ante el derrumbe de las utopías sociales, en un futuro no predecible, agotados del vacío a que nos lleva el "felicismo", buscaremos caminos más profundos y humanizadores. Los pensadores de las ciencias humanas deberíamos estar buscando dichos caminos y quejándonos menos de una situación a mi juicio inevitable, culminación casi desesperada de la modernidad dura en sus últimos estertores.
Ricardo Capponi. Psiquiatra y psicoanalista.


Raúl Zurita: "El gran paliativo a la ausencia de futuro es la violencia"


No hay límites para la melancolía humana/ Se cuenta siempre con una piedra más para colocar sobre la pirámide/ de las lágrimas . Las líneas están en el poema "Licantropías contemporáneas" de Louis Aragon, uno de los fundadores del surrealismo, y en el lapso brevísimo de nuestras vidas a todos, sin excepción, se nos da al menos una vez, la oportunidad de comprobarlo. El espanto de nuestro tiempo es la incapacidad de espanto y el solo hecho de que la culpa por el holocausto nazi haya durado tan poco es una de las más desoladoras pruebas de ello. En una historia de sangre, la culpa es el único lazo con el pasado, pero también la única esperanza de un nuevo comienzo. El futuro no es sino la cara oculta del recuerdo y sin recuerdos solo queda un presente perpetuo en el cual la vida se reduce al intento eternamente fallido de inventar sustitutos, simulacros de felicidad, paraísos artificiales, frente a la ausencia del porvenir. Hemos borrado el pasado, y al hacerlo hemos cancelado el futuro, nos hemos eximido de la culpa y por eso nos hemos eximido de toda posibilidad de redención. El problema es que el gran paliativo a la ausencia de futuro es la violencia. La violencia es la única manera de mitigar la angustia y las trillones de imágenes con que es reproducida segundo a segundo reflejan un mundo terminal en que las certezas están canceladas. El fin de la culpa es el fin de la esperanza, y el individuo que está surgiendo de esa gigantesca cancelación no tiene nombres, solo los alias con que se reproduce en la red; no tiene rostro, solo máscaras; no tiene mirada, solo la estrecha franja de una capucha anaranjada por donde pasa todo el horror de la tierra.
Raúl Zurita. Poeta y premio nacional de Literatura; acaba de reeditar su libro "El paraíso está vacío" (Alquimia).


Constanza Michelson: "El otro resulta un escollo"


Si hay un rasgo representativo de la época es el cinismo. Así como para Diógenes Alejandro Magno no era más que una carne que le tapaba el sol, para el sujeto contemporáneo el otro resulta un escollo a su proyecto existencial: el goce libre de todo dolor. Hoy intentamos reducir al otro a su expresión mínima, para neutralizar la amenaza de la alteridad. Por ejemplo a través del entusiasmo científico, cuando éste reduce al amor, el deseo, la revolución, la salud a la química cerebral, se biologiza toda la política implicada en tales expresiones humanas. La tiranía de las células cierra la discusión, el pensamiento compartido.
Los higienismos morales también hacen lo suyo, los conservadores de siempre, pero también los nuevos, los de la corrección política de semblante progresista -que obligan no sólo a actuar y hablar de cierta manera, sino que también a sentir de forma aséptica- inhiben la discusión a través de la violencia de la superioridad moral. Reducir la verdad a las células o a una moral última es momificar el saber como si ya no hubiese nada más que hablar. Fragilizando el corazón del humanismo: la necesidad de encontrarnos para refundar siempre el pacto social. Clausurar el pensamiento es una forma de evitar la alteridad, tanto de una idea como de un otro. Quedando cada uno gozando en sus verdades.
Si tras la caída del muro vino el caos provocado por el entusiasmo del libre mercado, demasiado libre, hoy todo el peso del juicio ha caído sobre esa selva. Sin embargo, más allá de los cuestionamientos al modelo económico y el éxito de una izquierda cultural, parece que la ética de la soledad es la que ha triunfado. Una especie de pornografización de la vida, como si toda verdad residiera en el primer plano de las masturbaciones elegidas por el consumidor.
Ahora bien, del apocalipsis también hay que cuidarse, porque suele ser una coartada del goce egótico sobre los otros: "Soy el único que piensa bien en un mundo miserable". Lo cierto es que Tánatos nos ha acompañado siempre, pero también Eros, ese empuje al lazo social. Aunque siempre hemos bordeado lo peor, hemos sobrevivido como especie, porque aún sufrimos por amor. Aún necesitamos salir del egoísmo para ser amados.
Constanza Michelson. Psicoanalista y autora de "50 sombras de Freud" (Catalonia)


Daniel Mansuy: "Al diluir lo político, el hombre tiende a transformarse en un individuo hedonista"


Mi impresión es que la sensación de malestar en la época contemporánea guarda relación con el despliegue muy exhaustivo de ciertas lógicas modernas, que se nos presentan como ineludibles: no habría en el mundo fuerza capaz de resistirse al movimiento en el que estamos embarcados (de algún modo, seguimos inmersos en una concepción progresista de la historia). Si se quiere, la inflexión viene dada por la radicalización de ciertas tendencias cuyos contrapesos se han ido diluyendo. Suele decirse que el inicio de la aceleración se ubica en mayo de 1968: bajo apariencia romántica, allí parece haber triunfado el ideal individualista, que se manifiesta a través de un ilimitado progresismo moral y un exacerbado liberalismo económico. Quien mejor describió estas patologías fue Tocqueville, quien percibió ya en el siglo XIX los mecanismos más íntimos de la modernidad: al diluir lo político, el hombre tiende a transformarse en un individuo hedonista, encerrado en sus placeres pequeños, y sin mayor vinculación con sus semejantes (como puede verse en cualquier novela de Houellebecq). Así, se ha ido imponiendo una concepción demiúrgica del hombre, cuyas manifestaciones más explícitas son el transhumanismo y las versiones radicales de la teoría de género. Esta visión nos hace perder de vista el carácter esencialmente limitado del fenómeno humano: el individuo no lo puede todo, pues su desarrollo requiere de muchos factores ajenos a su voluntad sacrosanta. La libertad humana se juega en la aceptación de ciertas condiciones no consentidas antes que en la negación de ellas; o, dicho de otro modo: la cultura es más continuidad que ruptura con la naturaleza. Mientras no integremos estos datos a nuestra reflexión, la hibris contemporánea seguirá desplegando todos sus efectos.
Daniel Mansuy. Filósofo, profesor de la Universidad de los Andes y director de estudios del Instituto de Estudios de la Sociedad.


Sonia Montecino: "El 'malestar' en nuestra propia cultura no es uno, es un conjunto de incomodidades de larga duración "


Mundo líquido, individuos desapegados, la vorágine del mal y de la violencia, malestar, son conceptos y palabras que se repiten para diagnosticar el estado de las sociedades contemporáneas y las transformaciones civilizatorias amplificadas por las nuevas tecnologías, la expansión inédita del capitalismo y las corrientes denominadas posthumanas. Me parece que esta universalización debe ser examinada a la luz de sus realizaciones particulares y de las singularidades histórico-culturales de cada comunidad. En nuestro caso, el malestar no es nuevo, y adquiere una modulación a la "chilena" (y podríamos decir latinoamericana), asentándose en un proceso de conflictos de larga data, enraizados en el devenir colonial que marcó los cuerpos indígenas y no indígenas, y sus significados sociales, al interior de una jerarquía desigual cuya rearticulación a lo largo del tiempo ha producido un relato de incluidos y excluidos del desarrollo y de la sociedad (el otro gran quiebre que se monta en esa oposición fue la dictadura y su sistema represivo de incorporación/exilio). Los "otros" de la nación, las mujeres, los pobres, los indígenas, los jóvenes, en definitiva los huachos (los marginados de los beneficios plenos de la sociedad), han experimentado un desasosiego histórico que ha tenido diversas expresiones de resistencia, la diferencia de hoy es que la incomodidad no es indefinible (como entiende la RAE el malestar), está ritualizada (por ejemplo, en las marchas) y balbucea un discurso que está por construirse, pero que parece asomarse como intento de superar los binarismos. De este modo, el "malestar" en nuestra propia cultura no es uno, es un conjunto de incomodidades de larga duración que se ensamblan con los malestares mundiales, pero que no necesariamente se corresponden con ellos en sus significados profundos. Una lectura desde las particularidades y sus modos de agencia frente a las amenazas sería deseable para pensar el "malestar" desde Chile.
Sonia Montecino. Antropóloga, premio nacional de Humanidades y profesora de la Universidad de Chile.


Julio Retamal: "Occidente ha ido despojándose de Dios"


Efectivamente, Occidente vive un profundo malestar, desazón y desilusión. Creo que la razón principal es atribuible a lo que se ha llamado "La muerte de Dios". Desde el siglo XVIII hasta el actual, pensadores y gente común se han ensañado con la persona de Dios. Nietzsche pareció enterrarlo definitivamente en el aforismo 125 de "La Gaya Ciencia".
Se trataba no solo del Dios cristiano, sino también de las demás formas de Dios o del Ser, tanto en la religión como en la metafísica. De Dios como base y sustentación de la Verdad. De Dios como comienzo y fin de la vida, de la historia, de la ciencia, del arte y la moral. De Dios como tema central de la filosofía. De Dios como misterio sumo, como silencio místico, como caridad suprema.
Occidente ha ido despojándose de Dios y de los demás temas esenciales del pensamiento superior, para encerrarse o concentrarse en los temas menores: política ideologizada, economía como fin máximo de la vida humana y tecnología omnicomprensiva como gran distracción y desvío de la creatividad. La sociedad occidental ha ido también reemplazando el bien por la utilidad, la belleza por lo funcional, la misericordia por los fines subjetivos de los líderes de opinión, el pensamiento profundo por el pensamiento "light", la moral cristiana o racionalista por la surgida de minorías marginales, incapaces de dominar instintos desbocados, igualdades "supuestas" y "derechos humanos" sin solidez. El mundo real, serio y natural es reemplazado por un mundo circense, exhibicionista y superficial donde cada cual cree tener licencia para postular sus propias fantasías, tratando de imponerlas a los demás.
Y las grandes autoridades: iglesias, universidades, gobiernos, sociedades científicas o líderes carismáticos, o bien apoyan líneas débiles, o protestan en tono menor y acomplejado, o no hacen nada.
Los sabios callan, mientras los osados improvisadores guían la danza terminal de la cultura.
Concluyo con una frase de Voltaire sobre el tema, en carta a un amigo, de 1770: "Si Dios no existiese, habría que inventarlo"... Sorprendente en él, pero de gran inteligencia y profundidad para todos.
Julio Retamal. Historiador, filósofo y profesor de la Universidad Gabriela Mistral.

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