/ La Nación Por Gabriela García
Dice que vino de la tierra y que necesita mil años para cantarle a la patria. Nacida en Linares, ha dedicado su vida a difundir el folclore que se cosecha desde Arica a Magallanes. En trillas y funerales, en rodeos o en chinganas, se quedó para contarlo. Éste es su pregón frente al terremoto y la eternidad.
Domingo 21 de marzo de 2010 | | LND Cultura
“Estoy trabajando mi cabeza y mi corazón para creer que hay otra vida. Quiero creer que existe, que seguiremos en otro lado. Ojalá tengamos muchos Maules, muchos ríos como los de aquí. Ojalá hubiera un lugar sin tiempo”, suspira Margot Loyola mientras ve caer la tarde en su casa de La Reina. Sentada en un sofá cubierto con un poncho multicolor, quien ha dedicado su vida al rescate y divulgación de nuestro folclore, resiente el peso de los años. Sensible como un junco, la “maucha” (del Maule) lamenta las víctimas del terremoto que azotó su región natal el pasado 27 de febrero. Pero sobre todo rabia contra la muerte, ese torrente que le arrebató tempranamente a amigos como Violeta o Pablo Neruda y a la que ella se resiste, dura, como los cachos de los bueyes.
“Es demasiado corta la vida. No puedo entender esta pasada tan fugaz. Siempre he dicho que yo hubiese preferido ser árbol, porque éste tiene 500 años, y uno apenas alcanza los 100. ¿Qué son 100 en una eternidad? Yo necesitaría mil años para cantarle a mi patria y mil serían pocos”, dice a sus 91 años.
La resignación frente a la muerte nunca estuvo en sus genes. Se notó desde que era una guagua y el mar intentó llevársela. Con la respiración entrecortada, Margot salió a la superficie. “Por eso el mar no me gusta. Me gusta la montaña, esos caminos que serpentean. Miren lo que ha hecho el mar ahora… el Pacífico, qué pacífico”, confiesa con una ironía dulce. Porque si en algo se devela su sabiduría es en la facilidad que tiene para pasar de la alegría a la tristeza. “Soy bien pascuense en ese sentido. Y es que allá están llorando una canción fúnebre y de repente se empiezan a reír”, afirma con sus labios bien pintados.
PAÑUELOS Y ADIOSES
Pelo ceniciento y largo, la mujer nacida en Linares el 15 de septiembre de 1918, lleva como siempre aros largos y una cinta roja. Su voz, grave y golpeada, parece un zapateo que se quebró una semana antes de la catástrofe. De paso en Constitución (hasta donde llegó con la documentalista Alejandra Fritis en busca de los paisajes de sus antepasados), la Margot vio el amanecer frente al río Maule, desabrochó el pañuelo que lleva amarrado en su muñeca derecha “por las lágrimas y por la cueca”, lo levantó y dijo adiós en la ribera. “Yo lo presentía. Decía algo va a pasar”, expresa la cuequera que en su último y antológico disco “Otras voces en mi voz” rescata entre otros sonidos los de la devastada Cobquecura. “Allá había una gran cantora cuya casa no soportó: la Iris Arellano. Ella era empleada en la casa de la señorita Lyon, de la aristocracia. Y mientras ellas cantaban en su salón, la Iris oía desde la cocina y aprendía sus canciones. La guitarra que yo le regalé la tenía sobre su almohada, y cuando ella se desvelaba por ese gran amor imposible que tenía, ella la tomaba y cantaba”, recuerda con la voz cortada, no sin antes recitar de memoria una serie de delicias chilenas compartidas. Desde el mote, pasando por la tortilla de rescoldo, el pebre, el mate y las harinas de avellanas.
Sobre el piano negro ubicado frente a la puerta, en cambio, su madre le guiña un ojo. Se llamaba Ana María Palacios y su foto en blanco y negro es mirada por Margot a diario. Así como a su padre, don Recadero, los sigue viendo en su cara cuando se ve al espejo. “Mi madre, tan bonita, fue una de las primeras farmacéuticas que se recibió en Chile. No quería. Ella quería ser maestra, pero como mis abuelos tenían una farmacia ellos le dijeron a sus hijas ‘nosotros les damos el estudio, pero ustedes tienen que ser farmacéuticas’. Aún así ella cantaba, tocaba piano, guitarra, bailaba cueca. Mi papá era un chinganero fino. Era bombero. Iba a apagar los incendios y se desaparecía. Cuando volvía a la casa, mi mamá le decía: ‘Reca, tres días afuera’. Y él contestaba, ‘ay Anita, es que las chiquillas perdieron todo y estaban tan tristes que me tuve que quedar para consolarlas’. No se avinieron nunca, estaba cada uno a un lado de un río muy grande y ninguno cruzó pa’l otro lado. Recuerdo que mi papá usaba una capa larga hasta el fajo, un bastón de manila y le daba algunos consejos a Osvaldo”, cuenta.
Osvaldo Cádiz es su compañero hace más de 30 años y es también unas tantas décadas menor que Loyola. Recadero, oriundo de Putú, le decía a éste Salvador, porque desde que el amor llegó a la vida de Margot, éste se salvó de las iras de su hija. “Es que me hizo sufrir pué, yo tenía 10 años cuando se separaron y me dejó muy mal eso, me traumó para toda la vida. Eso me mató, no he podido superarlo hasta ahora. El hombre se va, siempre engaña…”, afirma la cantante que sigue descreyendo del amor. “Osvaldo es un extraterrestre”, ríe, “pero el amor me sigue impresionando, me sigue molestando, me sigue aprisionando. Una vez me dijo la Violeta, ‘cuando bailo cueca no hago caso del hombre que tengo enfrente’, entonces yo enseño a mis alumnos que al frente de ellos está el símbolo de lo que ellos quieran. Es que cuando uno quiere idealiza mucho”, provoca a su compañero coqueta.
“MI DIOS ES CONCEPTUAL”
Entre tonadas y despedidas, las cuerdas de la guitarra de Margot se han templado. De hecho, a los 17 años fue desahuciada por siete médicos. Tenía una peritonitis severa que le impidió seguir bailando clásico con Ernst Uthoff. Que se haya salvado nuevamente de las garras de la muerte puede ser una razón para el pequeño y colorido altar que tiene en casa. Un santuario que da al comedor donde nunca falta el té y los dulces. Y donde velan San Lorenzo, San Andrés o Nazareno, que para el terremoto perdió un brazo. “Mi Dios es conceptual. Es la energía. Eso que mantiene el universo. Esa fuerza que acerca y aleja. Para mal o para bien. Mi padre creía en la Virgen del Carmen, porque cuando estuve muy grave él le hizo una manda y dice que me salvó. Mi madre en cambio decía que fue la homeopatía, porque así fue que me traté un año en cama. Y yo digo… será el destino, Dios”, revela la mujer que comenzó cantando adolescente junto a su hermana Estela, con quien llegó hasta la Radio Pacífico. La partida de esa cómplice es algo que también le duele. Se le nota porque calla. “Nos separamos por un viento malo que vino”, dice escueta sobre la llegada de un amor que le habría arrebatado la vida a su hermana y que puso fin al dúo a comienzos de los ’50.
MARIPOSA O TRAPECISTA
Hija ilustre de Linares y de Valparaíso, Margot es de estirpe campesina y desde entonces ha estudiado en terreno el canto y la danza tradicional de Chile. Rescatando testimonios musicales y populares, ha cosechado libros y fundado el conjunto Palomar (Palacios Loyola Margot). Premio Nacional en 1994, es un símbolo patrio, pero principalmente la voz de las cantoras anónimas que pueblan Chile. Talentos que busca desde que sintió el deseo de sobrevolar la tierra, algo que se manifestó a los cinco años. Específicamente cuando vio a una mujer volar con un traje de mariposa en un circo de Linares. Quiero ser trapecista, dijo en aquella época. Decisión que al poco andar cambió por el canto. Cuando una ópera le encandiló los ojos.
Siempre con su trenza larga, Margot tiene, ante la partida de su hermana, que decidir si guarda la guitarra o la levanta. Con unos pocos pesos y ya guiada académicamente por el investigador y compositor Carlos Isamitt (quien había llevado al dúo al Instituto de Investigaciones Folclóricas de la Universidad de Chile), parte su aventura solista en países como Argentina, Perú, Francia, España, Unión Soviética, Polonia, Rumania, Estados Unidos, México y Guatemala. Alentada por su maestra Blanca Hauser, a quien la folclorista le debe “haber podido cantar bien hasta los 80 años, con toda mi voz” y antes presentada en la Radio La Unión como “la niña de la voz que besa”, viaja a difundir canciones y ritos como la cueca, el sau-sau, el canto de las machis y los huaynos del norte fuera de las fronteras locales. “Yo iba a cantar absolutamente sola. En la Unión Soviética di veinte recitales seguidos. Sola con mi guitarra, mi cultrún y mi ukelele. Pasé varios años en Europa. No andaba con nada de plata pero me querían en todas partes”, expresa con una emoción quienceañera.
“Siempre me abrió las puertas la guitarra. Y algo que tenía yo. Algo que hace que nos miremos y nos queramos…”, dice.
VIOLA DOLOROSA
Profunda como el océano, la cuequera no olvida ni a esas amigas anónimas ni a Violeta Parra, comadre (es madrina de su hija que falleció chiquita, Rosita Clara) que conoció en una fonda de Quinta Normal. Amigas más allá de la vida, Margot dice que se le apareció en sueños. “Estaba yo a 2.800 metros de altura en Belén y habíamos quedado de acuerdo con Violeta que la primera que muriera tenía que cantarle a la otra. Yo le dije me va a tocar a mí cantarte a ti, porque yo me voy a morir antes. Pero vino la noche y me dijo, ‘comadre, me morí, me maté, quiero decirle que hay otra vida y que es mejor que ésta y que luego la voy a venir a buscar’. Me acuerdo que yo andaba espirituada, con un susto espantoso, porque tenía metido aquí que yo tenía que matarme también. Porque yo consideraba a la Violeta una mujer de tanta fuerza… y le falló en ese momento o será que hay que tener mucha fuerza para matarse. Bueno… lo bueno es que no ha cumplido”, confiesa quien ya se acostumbró a verla rondar por sus dominios. “La he soñado muy alegre, porque nunca vi a la Violeta reír como yo. La veo muy alegre, muy parecida a mí. Porque así la vi en París la última vez también. Con aros grandes, bien pintada, con traje largo”, dice sobre la época en que también conoció a Jodorowsky y participó en su filme “La corbata”. “Nos presentamos juntos en el escenario también. Él me enseñó un poco de mimos y yo presenté ‘Los pregones’, que es como empiezo el disco ‘Otras voces en mi voz’. ¿La película? Me hizo mostrar las piernas no más, me subió a una bicicleta y me subió los vestidos”, suelta una carcajada la artista que durante la campaña presidencial apareció ofreciéndole sus últimos días a Frei. Posterior derrota, es a Piñera a quien le tocó escuchar a la madre naturaleza. “Le dije, como mi pueblo lo eligió y yo no puedo estar contra mi pueblo, vamos a ver… hay que tirar bien la carreta, derechito… también le canté una canción de cuna de la última india kaweskar para que no se olvide que estamos en deuda con el pueblo mapuche”, expresa.
Dueña de un corazón tan noble como la madera, Margot imposta la voz como si fuera una médium y descifra el mensaje de la tierra que se sacudió con fuerza el 27 de febrero. “Es un gran corcoveo hacia el hombre que no la cuida y que la destruye. Una voz de alerta para los hombres. Eso fue ese remezón”, agrega quien se define como “una esponja que absorbe los dolores del mundo”.
“Yo podría ser muy feliz pero hay mucha gente que sufre y yo lo siento. Me preocupa la gente, la quiero”, advierte la futura maestra de nuevas voces como la de Sabina Odone y admiradora de Lulo, de Legua York, quien le recita en su último material discográfico luego de estar hip hopiando en su sillón. “Claro que en la Isla de Pascua hay mucho rap, le dije. Y en el conti también”. Y sacando la voz declama veloz: “En la cuenca- huifa- rendija- la mama- la hija Rancagua -Pisagua- la chicha con agua- le lloran las guaguas- debajo e la enagua- ¿Acaso no es un rap?”, ríe la chilena que en los ’60 llevó por primera vez el folclore al Teatro Municipal, movió las caderas al ritmo del sau-sau y sonrojó a medio Chile.
MAESTRA
Simpatizante de la cueca brava que promueven personajes como Daniel Muñoz en las generaciones jóvenes, dice que si bien no tuvo hijos, sus herederos son todos los alumnos que van desde Arica a Magallanes. “Esas son las voces que deben darse a conocer”, sostiene quien cree que el folclore es un mar insondable. Inagotable. Igual que ella. “Sigo pensando, sigo dictando, sigo enseñando. Nunca se termina la investigación. El folclore nunca termina. Ahora es probable que la máquina lo haga todo y el hombre piense menos porque el robot lo va a hacer todo”, advierte. Aunque su ilusión está puesta en los escombros. “Esto que ha pasado nos ha unido mucho más. Una vez me preguntaron a mí, ¿el hombre chileno quiere su tierra? Y yo dije, los que han salido fuera y no pueden volver podrán decir cuánto quieren su tierra y ahora podrá decirlo todo Chile, en esas banderas, cuánto se quiere Chile, cómo es de hermoso. El cantor popular tiene mucho que decir ahora a través de sus décimas, ya están cantando alrededor de las fogatas. Eso es folclore”, dice como si los viera.
“Hubo una época en que soñé muchas cosas dolorosas, una muralla que siempre me aplastaba, mucho barro, mucha sangre, mucha soledad, pero alguien me fustigó porque estaba llorando y ahora me levanté y quiero tener sueños hermosos”, afirma como si floreciera. Y golpeando las palmas al son de una canción despechada, pareciera que volviera a hacer dedo y subiera a ese camión con destino a Curacaví, lugar donde en un teatro sin sillas tocaba el piano siendo una chiquilla. LCD
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