La Tercera
Los hermanos González Ríos no sólo comparten sangre y recuerdos. Los tres son artistas, aman los gatos y generan polémica. Jorge, el mayor, es una leyenda al ser el líder de Los Prisioneros; Marco es diseñador y por años fue mánager de la banda, y Zaida, fotógrafa y veterinaria, hace provocativos retratos. Esta es la historia de tres sanmiguelinos y tres artistas que no le deben nada a nadie, más que a su genética.
por Pedro Bahamondes
Los primeros recuerdos son en una casa al fondo de un pasaje, en el paradero 16 de Gran Avenida, en San Miguel. Allí estaban el padre, un vendedor turístico y folclorista aficionado; la madre, dueña de casa y modista, y ellos, los tres hijos: Jorge, Marco y Zaida, en ese orden. A simple vista, la familia González Ríos era como cualquier otra, salvo por un detalle: Jorge, el mayor, se convirtió a muy temprana edad en un ídolo, en el líder y vocalista de Los Prisioneros.
Antes, mucho antes que eso, Jorge ya destacaba. Sus profesores alababan su singular inteligencia y sus aptitudes para todo lo que se proponía. Sin embargo, nunca fue un gran alumno en el colegio, aunque eso no importaba. Aunque sus padres no estuvieran de acuerdo, sabían que Jorge acabaría dedicándose a la música. Eso era todo para él, incluso el alivio para sus ataques de asma: le bastaba prender la radio para recuperar el ritmo de su respiración.
Cuando las primeras canciones de Los Prisioneros comenzaron a sonar en las radios, todos en casa asumieron que el asunto iba en serio. Marco vio cómo su hermano mayor por sólo tres años, a quien admiraba y con el que había pasado horas jugando en la calle y oyendo las historias de músico de su padre, se alejaba de él. Zaida, 14 años menor que Jorge, se mantenía al margen de todo. Le costaba, a su corta edad, entender por qué sus compañeros de colegio, vecinos y hasta la gente en los paraderos coreaban las canciones que su hermano había creado.
Por las tardes, cuando llegaba del colegio -uno de monjas, en San Miguel-, Zaida se encerraba en su pieza o se perdía por las calles recogiendo juguetes y figuras religiosas que mantiene hasta hoy en su departamento. Por esos años, el que había sido el taller de costura de su madre, se había convertido en la primera sala de ensayo de una de las bandas chilenas más emblemáticas. Las paredes del living estaban -y están- tapizadas con galvanos.
“Tengo pocos recuerdos con Jorge de cuando éramos chicos; primero por la diferencia de edad, y segundo, porque lo veía poco. Después, cuando pasó un poco el revuelo, se casó siendo muy joven, igual que Marco. Entonces, en la casa quedamos mi mamá y yo. Con Jorge hablo seguido y nos juntamos cuando viene a Chile y con Marco hablo siempre, además de que trabajamos juntos”. Este año, Zaida publicará un libro que recopila su trabajo de 13 años como fotógrafa. Lo editará Marco.
Cuando le preguntan por Los Prisioneros, Zaida se pone tensa. “Nunca escuché a Los Prisioneros en discos, pues los tenía en mi casa ensayando por horas. Además, me gustaban las bandas más rockeras, como Slayer, y de más grande hasta Marilyn Manson”, cuenta. Siempre esquiva hablar de Jorge y su banda. “No quiero que piensen que por referirme a él digan que lo que he logrado es por ser la ‘hermana de’, porque no es así”, comenta. Por años, ella y Marco se han negado a hablar sobre Jorge en la intimidad. Ese es, hasta hoy, el mayor de sus pactos.
Febrero, 2006. Ni Jorge ni su chofer contestaban el teléfono y el público exigía que Los Prisioneros volvieran al escenario. Esa noche, después de una hora de concierto, Jorge había abandonado el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, en Caracas, sin siquiera terminar de entonar Tren al sur. Los fanáticos vitoreaban un fuerte “¡traicioneros, traicioneros!”, mientras Marco, mánager de la banda en esos días, insistía en contactar a su hermano.
-Tienes que volver -le dijo.
Del otro lado, Jorge permanecía mudo. A Jorge lo convencen pocos. Entre esos, Marco, quien aquella noche logró que su hermano saliera otra vez del hotel, tomara el auto que cinco minutos antes lo había dejado allí y volviera al escenario a terminar lo que había comenzado.
Dos canciones después cayó el telón y luego de un ir y venir de aclaraciones inútiles, Marco reconoció que Los Prisioneros llegaban a su fin por segunda vez y definitiva.
Marco, diseñador gráfico, había trabajado hasta ese entonces en lo suyo y también como fotógrafo y realizador audiovisual. Con la reagrupación de Los Prisioneros, después del 2000, se convirtió en el último mánager de la banda, y en algo así como el vocero de su hermano.
Gonzalo Yáñez, cantante uruguayo radicado en Chile, que formó parte de Los Prisioneros durante 2003 y 2004, y amigo de Jorge, no alcanzó a trabajar con Marco como manager de la banda. Ni siquiera lo conoció. Lo hizo años después, ya alejado del trío. Fue cuando descubrió algo que su amigo, el mítico rockero ácido de los 80, había reservado hasta entonces: su núcleo. “Jorge tiene una relación muy cariñosa con su familia, él y Marco son grandes amigos, además de hermanos. Siempre jugamos fútbol con Marco, Jorge y varios otros”.
Antes de que Marco se convirtiera en el último mánager de Los Prisioneros, él ya había tenido una relación artística con su hermano. Durante el apogeo de la banda, Marco dirigió el video No necesitamos banderas, y luego, años después, el del single Carita de gato, de González como solista. En varias ocasiones, Marco salió al frente cuando su hermano estuvo en la polémica. Aunque no lo hizo cuando Jorge se internó en Cuba por rehabilitación de drogas, sí saltaba cuando la prensa, a su juicio, lo maltrataba.
Ocurrió el 14 de agosto de 2009, cuando se difundió por Twitter la noticia de que Jorge González había muerto. Marco, a través de su amigo y conductor de TV Fabricio Copano, tuvo que desmentirlo todo: “Hablé con Jorge hace un rato. Estaba medio dormido y sorprendido por la noticia. Sin embargo, está bien”. En 30 minutos, Marco resucitó a Jorge.
En la imagen había dos mujeres vestidas de monjas que agarraban los genitales de un hombre que simulaba ser Cristo. Cristo era un amigo y las mujeres eran su esposa y otra amiga de Zaida. La fotografía, del año 2000, pertenecía a la serie Transformación de íconos, el proyecto de título de Zaida para terminar Fotografía Publicitaria. Parte del trabajo fue presentado al concurso Foto Cine Club ese año y recibió el primer lugar en la categoría ensayo fotográfico. Pero el asunto no quedó ahí.
Una hora después de montar, los auspiciadores del evento decidieron censurar la fotografía. “Nunca pensé que iba a ser censurada, pues a mí me parecía divertida. Yo no sabía que la fotografía y el arte en Chile eran tan cartuchos”, comenta. Tres años después volvió a estar en la polémica, por la imagen de una monja con un crucifijo entre los senos. Y también al año siguiente, cuando su muestra Conservatorio celestial -compuesta por fotografías de bebés fallecidos durante 1920 y que permanecían flotando en formalina en un museo teratológico- desató una ola de críticas, incluso desde la Iglesia.
Aun así, Zaida se ganó un puesto entre los fotógrafos nacionales. Se convirtió en la única chilena en exponer en la tercera Bienal Fotográfica de Bogotá y en recibir, en 2012 y luego de cuatro nominaciones, el premio a la fotografía joven Rodrigo Rojas de Negri, entregado por el Consejo de la Cultura.
En la puerta de su departamento, en Providencia, que comparte con su pareja de hace cuatro años, mantiene pegada una imagen de la Virgen María con el Niño Jesús en brazos. Eso sólo lo entiende ella, pues no cree en Dios ni sigue un credo. Esta relación de amor y odio con la religión es común entre los tres González Ríos, así como la adoración por los gatos, el rock y la vida dedicada al arte.
Según Zaida, quien también es médico veterinario, su carácter y el de sus hermanos son similares, para bien o para mal. “Fuimos todos criados bajo la mentalidad y forma de ser de mi papá, que era medio anarquista y bueno para decir las cosas sin tapujos. Yo creo que nosotros heredamos eso y no concebimos otra forma de ser. En este país, la gente no está acostumbrada a lo frontal, y por eso se espantan”.
En noviembre de 2008, Zaida propuso a su hermano Jorge para una muestra fotográfica que exhibiría a 32 talentosos chilenos en distintas áreas. A Jorge lo nombró porque, a su parecer, era un exponente clave de la música chilena y sin importar que el resto comentara el vínculo sanguíneo de ambos. “Es muy talentoso, versátil y admiro su perseverancia. Por eso está donde está”. En el sorteo para la toma de las fotos entre los integrantes del colectivo Macrodosis -en el que también participaba Marco, quien editará pronto un libro de Zaida-, a ella le tocó tomar la de Jorge.
Lo llamó por teléfono para avisarle. Ella se lo propuso de sopetón y él aceptó sin chistar. La idea era hacerlo simple. El de pie, una guitarra, un fondo de color y luego, agregar otros elementos en la edición. El resultado muestra a Jorge González delante de un fondo rojo furioso con imágenes de Bob Esponja, junto a una guitarra eléctrica en llamas y tres gatos con alas. Así, Zaida inmortalizó la imagen de su hermano que conoce bien: amante de los gatos y rockero hasta la médula.
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