El Mercurio
La unión entre verso y sonido ha alcanzado visibilidad en compañía del arte sonoro. Hoy, un grupo de artistas lanza discos, improvisa y se presenta en festivales.
Victoria Ramírez M.
Es probable que lo primero que piense al leer "poesía sonora" sea en versos musicalizados. Sin embargo, este tipo de experimentación literaria va desde sonidos imposibles de decodificar hasta un complejo entramado de voces, efectos y ritmos. "Hay un trabajo más allá de las letras, tiene que ver con los ruidos, con la materialidad de las palabras", explica Felipe Cussen, poeta sonoro.
En este tipo de trabajo poético, el artista pone especial énfasis en la voz, en la entonación, el ritmo, los silencios y la música. En otras palabras: la poesía actúa conjuntamente a los recursos sonoros que pretenda desplegar el artista. "Es más el cómo suena que el cómo se dice", aclara Ana María Estrada, artista sonora y coautora del libro "Sonidos invisibles", una investigación acerca de los antecedentes del arte sonoro en Chile.
"Hay mucho escepticismo respecto a este tipo de experimentaciones, porque es un trabajo muy inquietante. No se sabe si es música o arte visual y se parece muy poco a la poesía como la entendemos tradicionalmente", aclara Martín Gubbins, también poeta sonoro.
El auge de la poesía sonora en la última década ha ido acompañado del también cada vez más recurrente arte sonoro. "Gracias al boom de este tipo de arte se están preocupando de la poesía sonora", apunta Cussen. Y Gubbins explica: "Es una disciplina hermana, porque explora la materialidad del sonido. Pero es diferente su vocación, ya que no tiene ningún propósito de cuestionar los límites de la poesía, sino más bien los del arte en general".
Creciente visibilidad
La poesía sonora tiene bastante tradición en países como Francia, Suecia, Inglaterra, Estados Unidos y Brasil y su práctica en Chile es relativamente nueva. Sin embargo, existe un referente de antigua data. Como señala Gubbins, una pieza clave habría sido el "Canto VII" de Vicente Huidobro en "Altazor", poema que luego fue musicalizado por Patricio Wang de Quilapayún.
Tras ese hito, no se profundizó mucho más en lo que hoy llamamos poesía sonora, hasta que, hace unos diez años, progresivamente se empezó a visibilizar. Hoy, además de Cussen y Gubbins, también realizan poesía sonora Pía Sommer e Ivo Vidal, quien el año pasado lanzó un disco llamado "Trabajos para combatir la dislalia". En cuanto a los chilenos en el extranjero, están Martín Bakero en Francia, y Andrés Anwandter, en Inglaterra.
La poesía sonora se ha desarrollado en dos líneas: una más ligada a la intervención, a lo corporal; y otra que tiene que ver con el uso de la tecnología, que fue lo que atrapó a Cussen. Hoy el artista está desarrollando un proyecto Fondecyt sobre mezclar música electrónica y poesía y prepara un disco que espera lanzar pronto. Paralelamente pertenece a "La orquesta de poetas", una banda de cuatro músicos que escriben y realizan espectáculos de improvisación.
Por su parte, Martín Gubbins lanzará este año un tercer disco de poesía y asistirá, a fines de febrero, a las jornadas de poesía sonora de la feria del libro de la UNAM, en México, y en mayo, al London Poetry Festival para exponer sobre su trabajo.
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