Sehoon Moon (Rodolfo), Yaritza Véliz (Mimì) and Christopher Lemmings (la muerte) en “La Bohème” (Puccini) en el Festival de Glyndebourne (Lewes, Reino Unido). Tristram Kenton |
El Mercurio
David Gallagher
Glyndebourne es un festival de ópera que se celebra en el verano inglés. Partió en una casa de campo de la familia Christie en 1934: una casa situada en el idílico condado de Sussex, entre verdes colinas en que pastorean las plácidas ovejas de la campiña inglesa. Hoy las óperas se dan en un teatro moderno, con interiores de madera que generan una memorable acústica. El propietario actual, Gus Christie, es nieto del fundador.
Glyndebourne siempre se especializó en reclutar a directores de teatro innovadores. Es raro allí ver una producción que no sea conceptualmente desafiante. Su otra especialidad es la de escoger a cantantes jóvenes que todavía no son famosos pero que tienen enorme potencial.
En 1964, un Luciano Pavarotti, de solo 29 nueves años, cantó allí el papel de Idamante, en el Idomeneo de Mozart. Según él, en Glyndebourne le enseñaron a cantar pianissimos. Su voz fue bien acogida en esos días por los críticos, pero algunos opinaron que le faltaba oficio como actor, que no se le veía cómodo en el escenario. Desde luego Pavarotti fue mejorando cada año hasta que en 1972, a los 37, se convirtió en una magna celebridad, cuando conquistó Nueva York en La hija del regimiento.
He pensado en ese primer Pavarotti estos días, al ir a Glyndebourne a ver a la soprano chilena Yaritza Véliz cantando Mimi en La Bohème. Es una producción nueva del joven régisseur Floris Visser. Toda la acción se desarrolla en un callejón que se va angostando y que desemboca en un oscuro vacío. Apenas hay muebles: Mimi muere en el suelo. Vissier logra que uno sienta que está viendo la ópera por primera vez.
Yaritza ha sido contratada para cantar como Mimi nada menos que 15 veces, hasta fines de julio. Cada vez es ovacionada por el público. Gus Christie habla de “la maravillosa Yaritza”. Y la crítica ha sido notablemente elogiosa. Habla Richard Morrison en el Times “de una actuación de gigantesca potencia vocal y visual, de esas que anuncian el nacimiento de una estrella”. Dice Benjamin Poore de Opera Wire que “es una artista con notable control y destreza en toda la amplitud de su voz, usando pianissimi de veta fina, y gestos delicadamente esculpidos, para encauzar vastas olas de emoción.” Dice Kevin W Ng en Backtrack “no puedo imaginarme una Mimi más perfecta, su vulnerabilidad expresada a través de un uso muy juicioso de portamentos que recordaban a las más grandes Mimis del pasado. Su voz tiene plenitud lírica. Pasión ardiente, pero con frescura juvenil. Sus arias fueron preciosamente esculpidas, radiantes, con sus tintes de melancolía.”
Y así muchos más.
¿Será una exageración decir que Yaritza recuerda las grandes Mimis del pasado? No. Yo no he visto mejor Mimi. Su actuación en Glyndebourne me recordó algunas memorables actuaciones de sopranos en otras óperas. Una Elektra de Hildegaard Behrens en Nueva York. Cristina Gallardo-Domas en el Municpal como Violeta, o como Butterfly en la producción de Anthony Minghella en Nueva York. Renée Fleming en Don Giovanni.
No son muchas más.
Éramos en Glyndebourne un grupo de amigos que de alguna manera habíamos seguido la carrera de Yaritza por mucho tiempo. Belinda y Heather, que la habían descubierto cuando tenía solo 12 años y que le habían ayudado desde entonces, sobre todo a que fuera la primera latinoamericana en entrar al programa de Jóvenes Artistas en la Royal Opera House de Londres, en 2018. Sarita, mi señora, y yo que desde le embajada de Chile en Londres quisimos que Yaritza por lo menos supiera que estábamos allí, por cualquier cosa.
Nos encontramos con ella y los demás cantantes en Glyndebourne después de la función. Nos impresionó lo mucho que la querían sus colegas. Todos sabían que ella era la estrella de la jornada, pero ninguno le tenía celos. Lo que no sorprende porque ella es una mujer sana, transparente, auténtica: nadie podría no quererla. Por eso mismo es tan chocante la muerte de Mimi en el escenario.
Volvamos a Pavarotti. Sería una injusta presión a Yaritza sugerir que ella podría terminar como una versión femenina de él. Pero ella, a la misma edad que tenía él en 1964, ha despertado muchos más elogios que él en ese momento, por la amplitud y expresividad y belleza de su voz. Además, ella sí que no se siente incómoda en el escenario: al contrario, se desenvuelve con singular aplomo, abriéndose camino con maestría por esa línea delgada que hay en esta ópera entre el amor y la muerte, la juventud y el abismo. Un amenazante abismo que Visser acentúa a cada rato, sobre todo que tiene a un señor alto y flaco, vestido de un tétrico negro, que ronda siempre por el escenario, aun en las escenas más alegres, para recordarnos que él—la muerte—triunfará. Pero esa tensión entre alegría e inminente catástrofe que nos brinda Visser no habría funcionado sin la gran actuación de Yaritza, sin sus sutiles y expresivos vaivenes entre esos dos polos.
Algunos dirán que la comparación con Pavarotti es gratuita. Repito, no cabe presionar a Yaritza. Contentemos nos con celebrar lo que ya ha logrado y que una nueva estrella chilena recorra el mundo. Una que afortunadamente podremos ver como Violeta en el Municipal a fines de agosto.
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