La Tercera
Algunas reflexiones, a 10 días del concierto que Tulio Triviño y 31 Minutos darán en Santiago.
por Pedro Peirano.
Cuando pienso en Tulio (y trato de no hacerlo con frecuencia, porque su ego empieza a estrangular el mío) me viene siempre a la memoria el caso del niño que quería conocer en persona a su ídolo. Quién sabe por qué no se trataba del mucho más cool Bodoque (Alvaro Díaz, su voz y alma, se salvó esa vez), sino que del insufrible conductor de noticias que tengo a bien interpretar. La mente infantil es un misterio.
Bueno, este niño quería hacerle una entrevista a Tulio, en vivo. Había ganado un concurso del que nadie me había dicho nada, y ante mi escaso entusiasmo, los organizadores insistían en que yo no podía decepcionar al infante así. Exacto, “así”, no. Pero tras casi una década de prestarle mi voz y manos al Hijo Ilustre de Titirilquén, sé lo decepcionante que es para un niño verme a mí manipulándolo. Tiempo atrás, en el estudio, mientras grabábamos horas y horas del noticiero, a veces llegaban curiosos pequeños a mirar el proceso. La ilusión se les desvanecía rápido al ver a viejujos barbones bajo sus personajes, y alguna vez tuvimos que parar la grabación producto de los impacientes lloriqueos.
Así es que ahí estaba yo, bajo una mesa, manipulando al buen Tulio, mientras mi espantada visita trataba de mirar al personaje sin poder evitar bajar de vez en vez sus ojos hacia mi indeseable persona. Yo, realmente, sobraba en esa junta de amigos. Fue en ese momento en que al fin descubrí lo evidente: que no estoy a cargo del personaje, sino que a su entero servicio.
Tulio no es mi mano ni mi voz, más bien las usa. Real y profundamente, es un rostro televisivo, galácticamente reconocible, adinerado hasta la injusticia, que ha sabido administrar su ignorancia con la presteza del mejor hombre ancla. Reniega de su pueblo natal, detesta su infancia, tiene una mansión con la forma del Templo Votivo de Maipú y un terno de chocolate. Y una lavadora para lavadoras.
Mi espalda ha sucumbido ante sus exigencias titiritescas, pero no voy a negar que actuarlo nunca ha dejado de ser un placer. Pregúntenle a cualquiera de los intérpretes de 31 Minutos y les dirá lo mismo. El excéntrico Daniel Castro (Policarpo, Calcetín con Rombosman, Guachimingo), la tierna Jani Dueñas (Patana y los personajes femeninos, en general alérgicas viejujas), el multifacético Pato Díaz (Guaripolo y todos los científicos, gásfiters y genios locos del programa), el inagotablemente genial Rodrigo Salinas (Juanín, Mario Hugo y muchísimos otros), Pancho Schultz (que debe compartir funciones entre la asistencia de dirección y su Maguito Explosivo) y Karlita, Isabel, Lorena y Juan Manuel. Todos adoran a sus personajes, aunque invariablemente, la mejor posición para sus señorías sea la más dolorosa para quienes están debajo. Aún así, no hay nada como esto, en verdad.
Cuando participamos de Lollapalooza, no iba a ser ésta más que una humorada impulsada por mi socio Alvaro y el KVzón Ilabaca, melómanos empedernidos, ambos con un entusiasmo por el evento que me costaba asimilar... hasta que llegué al primer ensayo. Con el resto del elenco y los músicos Felipe Ilabaca, Pedropiedra y Camilo Salinas no tardamos mucho en comenzar a divertirnos, como hacía tiempo no lo hacíamos. Eso hubiera bastado, claro que sí, para hacer que el esfuerzo valiera la pena. Pero el día de la presentación nos sorprendió con la inesperada respuesta del público. Hordas venían a compartir nuestra diversión. Gente de todas las edades, padres jóvenes que seguramente eran adolescentes cuando se estrenó 31 Minutos, cantando con sus hijos, sobrinos... padres. Desde ahí arriba, les digo, esa masa de gente era atemorizante. Un atemorizante placer.
Llamamos a Rubén Albarrán, fan del programa, que andaba por ahí en su propio show y sin reparos se subió para cantar La regla primordial. Cada uno de nosotros interpretaba sus canciones o aportaba con coros, tras lo cual tenía que correr atrás a titiritear. Porque claro, los personajes tenían que aparecer. Una unión de música y títeres que es casi la mejor mezcla que existe en el mundo, al menos según nosotros. Pocas veces, casi nunca, habíamos hecho nada en vivo. Así es que la emoción era bastante inusitada. Una experiencia lacrimógena, si me preguntan. Cuando todos nos miramos, pasmados tras el show, sentimos el bichito. Esto no puede terminar aquí. Es demasiado entretenido.
Así es que fue una suerte que, tras serias negociaciones de carácter secreto, Tulio haya dado el visto bueno a una gira mundial. Aunque más que nada, la ocasión le sirva para estrenar su nuevo avión.
Para el resto de los humanos tras 31 Minutos, este 11 de julio será una manera de celebrar. Son casi 10 años desde que un programa para niños, perdido en el horario del sábado, convocó a tanta buena gente y nos dio tan buenos momentos. Como el público, y a pesar de los nervios, vamos a disfrutar del momento... aunque, claro, nadie esté demasiado ansioso por vernos a nosotros.
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