Con su último disco "Traces", esta chilena ha conquistado a la escena del jazz neoyorquino, recibiendo buenas críticas del The New York Times y decenas de invitaciones a festivales en Estados Unidos, Europa y Japón. Gracias a su inusual perfil -compositora, guitarrista y cantante- ha logrado abrirse camino en un mundo históricamente liderado por hombres.
Camila Meza, cantante y guitarrista de 30 años, camina con su guitarra al hombro esta mañana de lunes por una calle en Providencia. Con una polera sin mangas y su pelo negro recogido en un moño, quiere aprovechar de la intensidad del sol de verano en Santiago, algo de lo que no podrá disfrutar en unas cuantas horas cuando regrese al invierno en Nueva York, la ciudad en la que vive hace más de siete años.
Vino a Chile para tocar en el Festival de Jazz de Lebu y en el club de Jazz Thelonious, en Bellavista. Pero, a pesar de que su talento es reconocido en el circuito, quienes la ven pasar esta mañana por la calle -con su chasquilla corta y perfil rapado, con su piel blanca y pecosa, con su ropa colorida y grandes aros- no saben quién es. Tampoco saben que a más de 8 mil 200 kilómetros de Chile, en la escena del jazz neoyorquino, ha ganado prestigio como cantante y guitarrista, gracias a su "talento multidimensional", tal como reseñó el año pasado The New York Times. Aún más, hace solo unas semanas fue mencionada por el mismo medio entre los seis mejores jazzistas para ver en vivo en Nueva York.
-Me siento más consolidada, siento que la gente allá en Nueva York ya me reconoce y me recomiendan. Ya soy parte de una comunidad -dice Camila sentada en un restaurante de Providencia.
Tras haber lanzando a principios de 2016 su álbum llamado "Traces", con el prestigioso sello Sunnyside Records, el éxito se disparó. Es su cuarto disco, pero el primero en el que no solo cantó y tocó su guitarra -una combinación muy inusual en el jazz-, sino que también compuso las canciones. Junto a las elogiosas reseñas de The New York Times, otros medios especializados como Billboard y Down Beat destacaron su trabajo, y también lo hicieron los festivales: el año pasado hizo un tour por la Costa Oeste de Estados Unidos, también tocó en Atlanta, en Holanda y en Japón. Y este año tiene programado conciertos en Inglaterra, Irlanda, Alemania, Italia y en el Festival Jazzahead, en Bremen, uno de los más importantes del mundo.
Pero la carrera de Camila no siempre fue así. A diferencia de muchos de los músicos con los que se codea, ella no viene de una familia de jazzistas y tuvo que demostrar que era su pasión. Partió sola a hacerse un camino en Nueva York y pasó meses golpeando puertas en bares y restoranes para presentar su música. Tuvo que demostrar también que ser latina no era necesariamente tocar salsa o mambo, y sobre todo tuvo que hacerse un espacio y nombre como mujer en el mundo del jazz, que históricamente ha sido dominado por los hombres. Improvisar
Las tocatas y conciertos que Camila ha dado en los diferentes clubes de jazz de Nueva York son muchísimos. Varios de ellos están grabados y publicados en Youtube. El más reciente se ve así: Camila de pie en medio del escenario, el micrófono al frente, la guitarra en los brazos, el baterista comienza un ritmo con sus baquetas y ella rasguea las cuerdas. Está tocando junto a su banda un tema de su último disco "Traces" en el Jazz Standard, uno de los clubes de jazz más prestigiosos e importantes de Nueva York, en pleno Manhattan. Mientras interpreta, Camila aprieta los labios, y mira concentrada sus dedos que se mueven rápido entre las cuerdas de su guitarra. Se acerca al micrófono y con una voz suave y profunda comienza a cantar.
Camila no sabe el momento preciso en que le empezó a gustar la música o en el que comenzó a cantar. Sí recuerda que cuando tenía cerca de siete años, sus padres le regalaron una guitarra. Su madre, Pilar Bernstein, periodista que llegó a ser directora de prensa de Canal 13, y su padre Roberto Meza, periodista también, uno de los fundadores del Diario Financiero, siempre le incentivaron el interés por la música a ella y a sus tres hermanos.
Los cuatro niños tocaban instrumentos. Los cuatro cantaban. Una herencia -dice Camila hoy- que viene de su padre, quien antes de entrar al periodismo, estudió música, composición y piano en la Escuela Moderna, y que intentó hacer una carrera, que después desechó.
-Yo creo que mi papá sentía que si no iba a hacer algo grande, mejor no se dedicaba. Pero tiene la música igual dentro de él, por eso siempre cuando estamos comiendo o terminando de comer mi papá empieza a cantar, a inventar canciones y hacemos armonías entre todos.
A los nueve años Camila ya había armado su primera banda, compuesta por ella y una amiga del colegio bilingüe al que asistía. Componían canciones en inglés y en español, y ensayaban en sus habitaciones. A los 15 decidió, junto a otra amiga, armar nuevamente una banda. Buscaron a un baterista y un bajista en internet, la llamaron Contrabanda, y tocaban de todo: rock, jazz, funk, bossa nova. Camila componía las canciones y tocaba la guitarra, mientras que su amiga era la vocalista.
-No me creía el cuento de la cantante para nada, yo era guitarrista. Cantar era algo tan instintivo y natural, que nunca me lo tomé en serio.En paralelo a sus clases de guitarra, empezó a conocer nuevos músicos, y su profesor le empezó a enseñar la teoría y armonía del jazz.
-Mientras ensayábamos con la banda, buscaba la manera de improvisar, que la música no fuera siempre igual. No quería tocar todo el rato las mismas canciones. Hasta que me enseñaron que en el jazz se podía improvisar. Ahí dije 'esto es lo que quiero'.
En primero medio Camila ya tenía claro que quería dedicarse a la música, que no iba a dar la PSU y que quería entrar a estudiar en la escuela Pro Jazz.-Al principio, mi papá estaba súper preocupado de que me dedicara a la música, no creía que alguien pudiera vivir de eso. Era un tema personal, quizás, de que yo estaba repitiendo su historia. Por eso durante los primeros años en el Pro Jazz fue tratar de demostrarles que podía vivir de la música.
En la escuela conoció a su primer mentor: el pianista Moncho Romero, exponente del jazz en Chile en los años 70 y 80. Él, cuenta Camila, la impulsó a probar también con su voz y luego a combinarla con la guitarra, una mezcla muy poco usual en el jazz, pero que con Camila funcionaba, y que terminaría siendo su sello.
Después de dos años, dejó los estudios en la escuela de música para dedicarse exclusivamente al jazz. Volvió a tomar clases particulares y armó una banda nueva. Esta vez el bajista era su novio, el músico Pablo Menares. Juntos tocaron varias veces en el Club de Jazz de Santiago y en el Thelonius, y se fueron también cinco meses a un crucero por el caribe interpretando covers al estilo del jazz, un repertorio con el que después grabaron su primer disco llamado "Skylark". Camila tenía solo 21 años.
-Fue como todo muy fulminante, me la creí y se me empezaron a abrir muchas puertas, pero también sentía que había un tope, que después de ciertos años iba a querer tocar en otros escenarios.Entonces, con la plata que juntó en el crucero decidió partir por un mes a Nueva York, a ver en vivo a los músicos que escuchaba siempre en los discos. Demostrar
La decisión la tomó sentada en una banca del Central Park. Camila sentía que la ciudad de Nueva York vibraba. Venía saliendo del MoMA, hacía tres semanas que había llegado a la ciudad y no había parado: además de recorrer las calles, museos y centros culturales, se había preocupado de ir a todos los conciertos posibles, incluso tres al día.
-Me acuerdo perfecto de estar sentada en la banca, había mucha gente en el parque haciendo actividades, absorbiendo cultura, escuchando música al aire libre y pensé: 'tengo que hacer algo para venirme para acá'.
Una semana después Camila volvió decidida a Santiago y postuló a The New School of Jazz en Nueva York. Grabó un EP, pasó la prueba de inglés TOEFL y cumplió con todos los requisitos para la postulación. Tres meses después recibió la carta diciendo que estaba aceptaba y además becada.
A los tres meses, partió a Nueva York, le arrendó una pieza a un conocido en el barrio de East Villlage, que quedaba a pocas cuadras de su escuela.
-Fue un período de seis meses en que mi vida cambio rotundamente -dice.
Era enero de 2009 y en Nueva York estaba todo nevado con menos seis grados Celsius. Se levantaba temprano y caminaba a las ocho de la mañana por las calles congeladas para llegar a su escuela, y estudiaba ahí hasta las cuatro o seis de la tarde.
-La escuela estaba entretenida, pero súper exigente. Yo tenía 23 años y entré con un nivel, pero había personas de 18 años que estaban en un nivel mucho más alto. Esos primeros años fueron ensayar todo el día, que era un poco lo que estaba buscando.
Pero Camila hace varios años que ya estaba tocando en vivo y no quería transformarse solo en una estudiante. Decidió, entonces, buscar trabajo. Apenas salía de la escuela, caminaba horas entrando a todos los restaurantes que podía para ofrecer tocar en vivo.
-Lo hice todos los días hasta que conseguí tocar en un restorán italiano por todo un año.
Un par de meses después llegó su novio Pablo Menares. Rearmaron su banda y empezaron a tomar todas las oportunidades de trabajo que aparecieron: desde tocar en una extraña comida en la que todos los comensales estaban con los ojos vendados, hasta las fiestas más exclusivas y lujosas en departamentos enormes en pleno Manhattan. Y, paralelamente, entraron al mundo de los clubes de jazz. Pero no fue un camino fácil, dice Camila.
-No se conoce mucho de lo que somos los sudamericanos. Y ellos ponen a todos los latinos en un mismo saco. Cuando llegué era muy común la idea de que lo latino es simplemente lo cubano. Los gringos solo conocían la salsa y el mambo. Era un clásico que tu decías que eras chilena y pensaban que solo sabías tocar esa música muy bien.
De hecho, una vez en una jam session la invitaron a subir al escenario a cantar Guantanamera.
-No me la sabía, solo la podía tararear, y cuando les dije, me dijeron 'pero cómo ¿acaso no eres latina?'.
Pero también ha tenido que enfrentar estereotipos y prejuicios por ser mujer. De hecho en otra jam session a la que asistió le tocó vivir una situación incómoda cuando pidió subirse a tocar al escenario.
-Era un señor más viejo, que nunca en su vida había visto a una mujer cantante guitarrista tocando jazz, soleando e improvisando, que no es nada de común. Él me miró de arriba a abajo como 'esta niñita cantautora qué se cree de venir a meterse a una jam de jazz', y me dijo: 'No acá'. Las mujeres allá tienen que demostrar mucho, porque se asume que, quizás, no van a ser tan buenas. (...) El mundo del jazz ha sido lo más machista que existe. Hay harto ego y está la idea de que 'no venga una mina a tocar mejor que yo'. Ha sido un proceso para las mujeres encontrar su lugar en el jazz. Yo he tenido que armarme de triple valor para liderar, para que los músicos confíen en mí. Al principio sobre todo, cuando no era tan reconocida, lidié con egos de hombres que obviamente se sentían pasados a llevar porque una mujer les decía lo que tenían que hacer.
Esos primeros cuatro años fueron intensos.
-No paraba, era estudiar y después ir a tocar, tocar, tocar. Y de a poco me fui dando cuenta de que me estaba haciendo un nombre, porque llegaba a un lugar y la gente sabía quién era, o si conocía a alguien por primera vez, me decía que había escuchado de mí.
Componer
Camila Meza hoy vive en un departamento en Brooklyn, hace yoga todos los días y no come carne. Vive a dos cuadras del Prospect Park, donde va a despejarse y componer. Empezó a escribir canciones en 2013 cuando ya se había graduado de la escuela de jazz, algo que no hacía desde que tenía 15 años. El resultado fue su álbum "Traces".
-Estoy siempre pendiente de poder registrar la idea inicial, porque esas pueden venir de la nada. Puedo estar caminando al Metro y me viene una melodía, entonces ahí la grabo en el teléfono en las notas de voz, y después empiezo a trabajar sobre eso.De hecho, ya tiene listo un repertorio de temas para su próximo disco que grabará en mayo, y que se llamará Camila Meza and The Nectar Orquestra.
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